domingo, 22 de septiembre de 2019

Adi


-Autora: Marta Tomihisa

El padre ya había sido notificado, “suspendido por dos días” decía la nota que él mismo depositó sobre la mesa, al volver de la escuela.
El motivo: “Poco interés y participación en clase”.
Apenas había comenzado la secundaria y este era el resultado…
Sin embargo, aunque era un alumno mediocre, siempre prestaba atención a la sabia dialéctica del profesor Leopoldo que alentaba con verdadero fervor, la importancia del sentimiento patriota.
Bueno, ya no había nada que hacer pues su padre lo castigaría como de costumbre, azotándolo hasta que le brotaran lágrimas y suplicara clemencia…
Debía resignarse a soportar este castigo, después vendría la madre a consolarlo sin atreverse a impedirlo, permaneciendo silenciosa detrás de la puerta de su habitación oyéndolo llorar... Su hermana se escondería en algún rincón de la casa, aterrada como tantas otras veces y temiendo correr la misma suerte. Cuando el padre lo agredía, siempre tenía esa expresión enajenada y satisfecha de quien hace algo por placer, no como método de corrección de una grave falta. Por eso sentía tanto odio hacia su progenitor, quien la mayoría de las veces volvía a la casa luego de haber pasado por la taberna, con unas cuantas copas demás. Ebrio y alterado también solía presionarlo a seguir sus pasos en la actividad que él ejercía como funcionario estatal, de la cual estaba sumamente orgulloso.
Pero a Adi no le interesaban estas cuestiones, solo le atraía el arte pues le encantaba pintar…
Los pasos de su padre subiendo las escaleras lo ubicaron en su oscura realidad, se propuso entonces evadirse de su cuerpo y no suplicar clemencia para no permitirle gozar con su dolor. La puerta se abrió, el hombre avanzó sin decir palabra alguna, en su mano derecha sujetaba una vara. Había en su mirada un destello maligno, una mueca de fastidio y placer mantenía su mandíbula apretada. Pero al ausentarse mentalmente, Adi comprobó que podía desplazarse hacia un espacio lejano en el que estaba plácidamente solo… Entonces, no profirió ni un solo grito de dolor y aunque cayó de rodillas ante el primer golpe, después ya no sintió nada… A partir de ese momento puso en práctica este método de abstracción, para no sucumbir en el sufrimiento físico. Aunque jamás pudo liberarse de la humillante sensación interior, del intenso odio hacia quien lo maltrataba sin considerar que solo era un chico indefenso…
Tiempo después, para su alivio, el padre murió y él abandonó enseguida la escuela secundaria. De inmediato intentó ingresar a la academia de arte, aunque no pudo lograrlo. Luego su madre enfermó de cáncer y siendo apenas un adolescente, tuvo que aprender alguna actividad laboral para sobrevivir, por lo que trabajó de albañil, apaleó nieve, en los ratos libres iba a las estaciones y se ofrecía como maletero aunque solo fuera por una mísera propina. En los pocos momentos que le quedaban y con escasos elementos para hacerlo, pintaba algún paisaje que después intentaba vender. No resultaba fácil, sus cuadros eran vulgares, la situación del país tampoco era pujante como para que la gente se interesase por el arte. Solía ofrecerlos a algún profesional médico o abogado, suponiendo que ellos tenían un bienestar económico que todavía les permitía adquirir algún objeto decorativo, solo por placer. Insistiendo mucho, finalmente había logrado que le compraran algunos, pero a un precio miserable.
Consumida por la enfermedad, su madre falleció en el hospital, la hermana consiguió trabajo organizando la correspondencia en una compañía de seguros, por un ingreso mínimo.

A medida que el tiempo transcurría su situación personal era cada vez más acuciante, terminó viviendo en un refugio para indigentes donde también obtenía un plato de comida. Estaba delgado y tenso, pasando penurias día tras día, aguardando un golpe de suerte o algo que cambiara este destino tan sombrío. Llevaba a cuestas una bolsa raída con sus únicas pertenencias, un par de prendas gastadas y algunos elementos de pintura, acuarelas y pinceles, sus más preciados tesoros.
Una noche invernal, mientras dormía en un refugio cerca de un viejo linyera, oyó unos pasos que se detenían a su lado. El indigente lo alertó con un chiflido, pues él se había acomodado mirando hacia la pared, de espaldas al ambiente en el que otras personas dormían. Se dio vuelta y halló a una anciana temblorosa, tratando de llevarse su bolsa. La recuperó de un manotazo, empujando a la mujer con mucha violencia. Ella cayó al suelo y se puso a llorar…
Adi permaneció toda la noche en vela, angustiado por la precariedad de su existencia y temeroso de perder lo poco que le quedaba…
Abandonó el refugio y los días siguientes durmió en la calle o en algún galpón, con admirable paciencia esperaba que los habitantes de las viviendas apagaran las luces para refugiarse en el establo, sobre el heno.
Mientras, soñaba con un destino mejor, anhelando con fervor que su suerte cambiara…
Finalmente el verano llegó, una mañana luminosa y espléndida leyó los titulares de los diarios anunciando en primera plana que la guerra, había comenzado. Lejos de preocuparlo presintió que algo trascendental le iba a suceder, entusiasmado corrió hasta el cuartel más cercano.
Muchos jóvenes acudían a prestar servicio, por lo que estuvo varias horas esperando para alistarse, mientras contemplaba con ansiedad y esperanza la larga fila de hombres que como él, buscaban un motivo para encauzar sus vidas sombrías.
Cuando su turno llegó, su corazón latió con intensidad y pronunció en voz alta su nombre y apellido:

¡Adolf Hitler! Para servir a la patria…!




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