sábado, 25 de abril de 2020

Lección de historia


Juan Benítez, alumno regular de quinto año de la Escuela Comercial nocturna entró al aula, se acomodó en el último banco.
Casi podía decirse que se acurrucó en él, para que nadie lo viera. El profesor de historia llegaría enseguida, él no tenía la menor idea de cuál era el tema de la clase de hoy. Sin embargo, estaba convencido de que al no tener ninguna nota en esa materia, era muy probable que lo llamase a dar lección. Por supuesto no había estudiado, no tenía tiempo ni ganas…
Trabajaba en un local de venta de materiales eléctricos, a quince cuadras de su casa y estudiaba en esta escuela nocturna, para obtener el título secundario solamente por acceder al deseo de su padre, quien ya le había dicho que sin un título no iba a ningún lado.
¿Y a dónde quería ir él, habiendo repetido ya cuarto año…?
Bueno, se lo preguntaba su papá que era remisero, a quien le costaba mucho ganarse un mango, también su mamá quien trabajaba en un lavadero y tenía las manos agrietadas, por el exceso de detergentes.
Su abuelo no le decía nada y era con quien mejor se llevaba…

Martín Robledo, abogado, egresado de la UBA y profesor titular de historia,  entró a clase con ese aire circunspecto y distante que tenía siempre.
Sentía que los chicos no demostraban interés por su materia, eso le fastidiaba bastante. Luego de informar a la clase de que el próximo lunes tomaría una prueba, fue directo al grano y sacó de su portafolio la libreta de asistencia. Buscó a alumnos que no tenían nota todavía, llamó con voz imperiosa:
Benítez… “
El muchacho pasó al frente, empezó a relatar algo que recordaba de la clase pasada hasta que fue interrumpido.
El profesor dijo:
Ese tema es de la clase pasada, parece que Ud. no tiene la menor idea de lo que había que estudiar para hoy… me equivoco?”
Con un movimiento de cabeza, el alumno dijo que no. El profesor le pidió entonces, que se sentara.
Cuando el timbre estalló con su sonido agudo y liberador, el primero en salir a la calle fue Juan. Apurado y casi corriendo se dirigió a su casa, porque deseaba llegar temprano y cenar con su familia, para evitar problemas.
Ya que era viernes, había planeado salir con un par de amigos del laburo, por lo que no quería tener ninguna discusión con sus padres.
Respecto a lo ocurrido en la clase de historia, no contaría ni una palabra.
Era verdad que no había estudiado, pero siempre se sentía molesto con este  profesor y su actitud de superioridad e indiferencia…
¿Para qué quería estudiar historia? Si solo era un simple empleado de comercio a quien le pagaban un sueldo, que apenas le alcanzaba para comprarse un par de zapatillas y ayudar un poco a sus viejos a mantener la casa. ¿Acaso al profesor le importaba todo esto? Seguro que no tenía apremios económicos y gozaría de una buena vida, sin problemas que resolver…
Ahora, él solo quería pensar en lo bien que la iba pasar esa noche, con sus amigos. Conocería ese boliche que según ellos, estaba tan espectacular...
Aunque él ya casi tenía diecinueve años, escasas veces había ido a un salón bailable y estaba muy interesado en hacerlo.
Luego de la cena, en la que apenas habló, fue a la casa de uno de sus amigos porque desde allí saldrían los tres, en el viejo auto que le prestaba el padre de uno de ellos.
Realmente estaba muy entusiasmado y recién cuando llegaron al estacionamiento del predio, casi sobre la ruta, se dio cuenta de las dimensiones del lugar. La música los invadió al entrar, avanzaron entre sombras y luces, iluminados por unos globos brillantes y multicolores colgados en el techo, que giraban esparciendo sus destellos como una lluvia cósmica. Había mucha gente, fueron enseguida a la barra a tomar unos tragos para entonarse. Apenas había transcurrido una hora y sus amigos ya estaban bailando con unas chicas, que conocían de antes.
Él por el momento, solo quería curiosear las distintas pistas de baile.
Vio algunas pibas espectaculares, aunque no se atrevió a encarar a ninguna. Se acercó nuevamente a la barra y pidió un daikiri, era el segundo que  tomaba y le habían dicho que como se hacían con jugos de fruta no le podían caer mal. Realmente eran ricos, además tenía bastante sed porque hacía mucho calor. De pronto sintió que sus piernas tambaleaban, un mareo le invadió todo el cuerpo. ¡Qué boludo, parece que estaba en pedo…!
Buscó un lugar donde apoyarse, en un rincón contra la pared divisó unos bancos acolchados, caminó lo más derecho que pudo y se sentó.
Su estómago estaba muy convulsionado, sintió que iba a vomitar.
Trató de relajarse, pero estaba sudando, sacó un pañuelo y secó la cara.
Entonces se dio cuenta de que no estaba solo, había una mujer sentada junto a él. En las penumbras divisó sus manos de largas uñas pintadas, dejando un vaso sobre la mesita.
Quiso incorporarse, pero se tambaleó…
”¿Te sentís bien?” Preguntó la chica con voz grave, pero con amabilidad…
Volvió a sentarse.
Sí, estoy bien…” Respondió débilmente.
”¿Seguro que no necesitás nada?” Insistió nuevamente ella, mientras se paraba.
“No, no gracias…”
Casi no podía ver su rostro, pero era tan alta como él, lo que se dice un minón infernal…
Entrecerró los ojos y respiró profundamente, tratando de recuperarse.
Estuvo un rato en ese lugar, hasta que logró pararse y apurado se encaminó hacia el baño. Por supuesto que luego de vomitar, el alivio fue inmediato. Aunque todavía estaba bastante mareado, al menos podía estar de pie sin problemas. Se dirigió al rincón en donde había una máquina expendedora de agua, llenó un vaso. En ese momento, se abrió la puerta y una figura femenina entró. La reconoció enseguida, era la chica que estaba sentada junto a él en el salón…
¿Acaso estaba tan borracho, que se había metido en el baño de mujeres…?
Pero “ella” fue directo hacia los mingitorios, se puso a hacer pis…
Juan sintió que esa persona, le resultaba demasiado familiar…
Luego, el sujeto se ordenó la pollera y se acercó a un gran espejo para retocarse el maquillaje…
¿Era la mina que se había sentado junto a él, en el salón?
El individuo llevó sus manos, de largas uñas pintadas a la altura del flequillo, se sacó la peluca y luego con toda delicadeza fue quitándose las pestañas postizas…
Ni siquiera se detuvo cuando vio que él se acercaba, como si esto fuera una rutina y ya estuviera demasiado acostumbrado a que lo observaran.

Cuando súbitamente lo reconoció, casi lanza un grito:
“¡Profe…!”
Desde el espejo, el sujeto le hizo un guiño y extendiendo su mano puso el índice sobre su boca, indicándole silencio…

Juan salió tan apurado, que casi se lleva por delante al mozo…
Buscó ansioso a sus compañeros, les dijo que se sentía mal y que ya quería volver. Accedieron a regañadientes, aunque se estaban divirtiendo mucho.
En el viaje de regreso, él no pronunció ni una sola palabra.
Cuando llegaron a la esquina de su casa, los amigos le preguntaron si tenía ganas de ir el domingo a la cancha.
Respondió enseguida:
No, no puedo, tengo que estudiar historia…”

domingo, 19 de abril de 2020

Lo merecido

Esa mañana se levantó más temprano que de costumbre, estaba harto de ir parado hasta Retiro y pensó que si viajaba en el tren de las siete, seguro hallaba un asiento.
 Sin embargo cuando subió, se encontró con la triste realidad de que los tempraneros pensaban lo mismo que él y ya estaban sentaditos, adormecidos y satisfechos.
Pero a pesar de todo, no perdió la esperanza, en Olivos alguien se levantó y él ocupó de inmediato ese lugar. La mujer que estaba sentada a su lado, una cuarentona muy pulcra parecía estar llorando, de vez en cuando sacaba un pañuelo y secaba sus ojos, luego se acomodaba contra la ventana y dormitaba…
¿Quién sabe lo que le pasaba? ¡Pobre mina!
Pensó que por suerte, a él no le faltaba tanto para jubilarse, porque los achaques de la edad ya le advertían que necesitaba descanso, quedarse en la cama hasta que se le diera la gana, tomar un buen desayuno y no un café de parado para no llegar tarde al laburo.
En Núñez la mujer se levantó, él encogió un poco las piernas para dejarla pasar pero recién cuando el tren paró en la estación, vio el pañuelo que había dejado en el marco de la ventana. Lo agarró con la intención de devolvérselo, pero ya no tenía tiempo de avisarle, se habían abierto las puertas y ella bajaba…
Cuando llegó a Retiro, caminó distraído hasta la salida, acompañado por docenas de personas que hacían lo mismo que él, todos los días…
Ya se acababa el verano, en un par de semanas más llegaba el otoño y a fin de mes ya podría disfrutar su vida y relajarse, porque su jubilación sería un hecho consumado y finalmente sería el dueño de su tiempo.
Por empezar no viajaría nunca más a Retiro, se quedaría en su barrio, paseando al perro y jugando a las cartas con los amigos hasta que los dedos se le acalambraran…
Total, había enviudado hacían ya varios años y su hijo estaba lejos, en Bariloche.
Por lo que disponía del total de su ingreso, para pagar los servicios y darse todos los gustos. Aunque nunca había sido un derrochador, solo le gustaba cenar de vez en cuando con algún amigo, en algún restaurante o visitar a su hermana que vivía en Luján.
Sería bueno relajarse, olvidar la tediosa rutina de viajar para cumplir el horario del banco, en el que trabajaba hacía más de veinte años. Era una situación ideal, aunque la ansiedad le provocaba la sensación de que el tiempo era lento y no pasaba más…
Entró al edificio bancario saludando al guardia de seguridad, que estaba en la vereda fumándose un pucho…¡Qué vicio jodido!
Estornudó y metió la mano buscando su pañuelo, pero halló el de la mujer, perfumado y apenas húmedo…
Se encaminó a su oficina ignorando al público, que ya esperaba en la vereda.
Recordó que era día de jubilados, cuando estos venían a cobrar, siempre llegaban demasiado temprano, siempre tenían algo que preguntar y entonces se producía el caos porque no entendían nada y todos discutían sin escucharse, un quilombo total…
Se sentó en su lugar, prendió su PC y sin pensarlo ordenó un montón de papeles que se hallaban sobre el escritorio.
Sintió que se le secaba la garganta, se acercó al dispenser para servirse agua. Habían puesto un vaso de plástico para que lo compartieran entre los empleados, los vasos descartables solo se los ofrecían al público. Vaya uno a saber si entre tanta gente, no había alguno enfermo y no era cosa de contagiarse…
El día laboral se desarrolló sin complicaciones, el regreso a su casa también.
Durante toda la semana tuvo esta sensación de ansiedad, porque como ocurre siempre cuando uno anhela que el tiempo pase, todo parece transcurrir con más lentitud…
El domingo se levantó con dolor de cabeza, un sol pleno lo invitaba a sentarse en el jardín, mirando las escasas plantas que quedaban, porque jamás les había dado bola luego de la muerte de su mujer.
Tosió un poco, le estaba picando bastante la garganta, porque estaba más fresco y él solo tenía una chomba y el pantalón de jogging puesto. Bueno, ya era marzo y se venía el otoño, era lógico que se enfermara junto al cambio de clima.
 Salió a comprarse el diario, al quiosco de la avenida. Luego volvió y se preparó unos mates, pero se sintió cansado a pesar de que había dormido bien…
Por la noche prendió la tele, aunque con este asunto del Netflix él solo veía películas y casi no miraba el noticiero. Parece que había una peste china dando vueltas, todo importado por los que viajaban al extranjero, pero por supuesto él estaba exento porque se quedaba en casa y solo iba al laburo…
No tenía de qué preocuparse, debía esperar unos días más para disfrutar del descanso y darse los gustos, como es debido.
Dos días después la fiebre lo arrinconó en la cama, apenas iba a la cocina a prepararse un té y luego volvía al dormitorio, porque sentía mucho frío…
Tuvo que llamar al laburo y pedir unos días por estar engripado, le contaron que en la oficina también habían otros empleados padeciendo la misma situación.
¡Qué joda! Estar enfermo, justo en la recta final…
Se quedaría en casa, tomaría un té con limón y listo, ya se iba a recuperar…
Había deseado tanto su jubilación, justo ahora no podía fallarle la salud, solo debía hacer reposo para reponerse y disfrutar de la vida.
Faltaba tan poco, solo era cuestión de esperar ese descanso que anhelaba con tanta ansiedad porque sin ninguna duda, se lo tenía merecido…

miércoles, 15 de abril de 2020

La maravilla de leer

Los libros… esos invalorables amigos que están siempre allí, que nada piden y nos dan tanto…
Vargas Llosa dijo que lo más importante que había ocurrido en su vida fue aprender a leer.
Borges, con su inveterada ironía, dijo que la culpa de su antiperonismo la tenía una maestra de la primaria, porque le había enseñado a leer…
Sin estar a la altura de ellos, y sin pretensiones de ser un crítico literario quiero compartir mis impresiones de algunos libros que leí.
Cortés. De Richard Lee Marks.
Es más que obvio que para escribir un libro acerca de un personaje histórico, hay que tener admiración y apasionamiento por tal personaje. Y el apasionamiento con fanatismo no conduce, generalmente a nada bueno, ni en literatura ni en ninguna otra actividad. En el caso que nos ocupa, el autor (norteamericano) muestra admiración por Cortés, por la cultura hispánica, y por las culturas aborígenes de América. Nada de ello le impide juicios de valor críticos, toda vez que lo considera. Siempre hay que juzgar las conductas del pasado teniendo en cuenta el contexto de la época y no con los criterios actuales. Increíbles aventuras pueblan la vida del protagonista, al punto de parecer inconcebibles. Se relata la Conquista de México con un grado de detalle notable pero sin perder de vista al lector, que no se desatiende en ningún momento. Y uno se siente, desde el principio, atrapado por la prosa bien escrita (en donde ciertamente hay también mérito del traductor). Y, cuando tiene que dar opiniones o conjeturas personales acerca de intenciones y conductas, lo deja bien aclarado que se trata de eso: opiniones.
Merece la pena reproducir el último párrafo de la obra:
«Estos eran los pensamientos que acompañaban al conquistador de México a un paso de su tránsito a la eternidad: no el recuerdo de las privaciones o recompensas de su espectacular carrera, sino la preocupación por sus hijos y la reflexión sobre la corrección de su conducta ante los ojos de Dios».
Dice esto el autor a propósito de la confección del testamento del conquistador. En las instrucciones que da a sus hijos, les recomienda con énfasis que el trato para con los indios encomendados a su custodia y cristianización, debe ser siempre justo y no cruel, y que las compensaciones por los trabajos que para ellos realizan los encomendados deben ser justamente retribuidas.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
La princesa azteca. De Colin Falconer.
Otra vez ¡con Hernán Cortés!: es que su vida es una novela. ¿Qué se puede agregar a otra novela acerca de la increíble hazaña de Hernán Cortés? Es un libro apasionante como lo es la historia del personaje. Pero, para serlo, debe estar bien escrito y bien llevado. En este caso, sin soslayar las intrépidas aventuras de HC, el libro da un protagonismo especial a La Malinche, concubina amante del conquistador, quien lo consideraba un Dios, y por tanto imbatible. Muy recomendable.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Cornelio Saavedra. El destacado líder de Mayo. De Biografías Planeta.
Interesante estudio de la vida de Cornelio Judas Tadeo Saavedra. Para quienes nos acercamos a la historia como simples aficionados, no deja de sorprendernos cuántas versiones hay de cada hecho que se estudia. Los historiadores, humanos al fin, con sus particulares opiniones, que se nutren de fuentes que se supone verídicas, hacen su propia interpretación de los hechos. En este caso, la versión no parece ser apologética del personaje, sino más bien mesurada. No obstante, el cuadro que se pinta es bastante disímil con respecto a la idea que nos ha llegado de la historia “morenista”. No parece ser un personaje pusilánime ni mucho menos; sí un moderado. Si bien es cierto que la Primera Junta estaba manejada por Moreno, y que Saavedra, en tanto presidente, firmaba resoluciones de corte netamente morenista, de la lectura del texto surge que don Cornelio, jugaba sus propias fichas y estaba esperando su momento, que no tardó en llegar, si bien poco duró. Muy jugosos los textos insertos de historiadores varios y notas autobiográficas del propio Saavedra, y de Belgrano. Podemos en algunos de estos adjuntos leer verdaderas pinturas de lo que era la vida en nuestras ciudades y campaña, así como lo azaroso de los viajes por nuestro extenso territorio.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
En la arena estelar.  De Isaac Asimov.
Del mismo autor yo había leído libros de divulgación científica. Aquí nos encontramos con su faceta de escritor de ciencia ficción. Si bien no es mi fuerte este género, no dejó de entretenerme el relato.
Es interesante ver cómo se imagina lo que sería una civilización transplanetaria, con los viajes a otros mundos habitables y ya colonizados por humanos, que huyeron del planeta primigenio luego de un holocausto nuclear. Termina con una apología de la civilización americana citando el prólogo de su constitución. Cuál no sería mi sorpresa al ver que el nuestro es “calcado” de aquel, con solo ciertos retoques como el agregado de “… y para todos los hombres de buena voluntad…”
Transcribo el prólogo:
«Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer para la defensa común, estimular el bienestar general y asegurar los bienes de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América».
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Tercermundismo, mito burgués. De Juan José Sebreli.
Fue escrito en la época en que el autor abrazaba ideas marxistas o semejantes; creo que hoy no escribiría este libro. No obstante, tiene interesantes y pormenorizados análisis de distintos autores, de la problemática socio/ideológica del llamado tercer mundo. Hace una muy razonada y creíble crítica al régimen castrista (y hay que recordar que su pensamiento estaba con el socialismo) que vale la pena. Régimen al que cataloga de “Capitalismo burocrático” dado que allí sigue existiendo la plusvalía famosa de Marx, solo que queda en manos de la clase burocrática, que reemplazó a la burguesía. Estos burócratas, no necesitan títulos de propiedad, ya que igualmente disfrutan de todas las ventajas de una vida regalada, dice el autor:
Si por ejemplo Castro pretende llamarse socialista por su muy loable lucha por la alfabetización de las masas, con el mismo criterio, un viejo burgués argentino como Sarmiento debería llamarse también socialista.
Critica con acierto esa tendencia de las ideologías a querer que la realidad se adapte a sus premisas y opiniones, así como de ciertos intelectuales que, sin pensamiento crítico, aceptan una verticalidad por suponer que responde a la “voluntad popular”, citando a los estalinistas de los años 30 y 40 y a importantes sectores del peronismo.
También analiza el mito del “buen salvaje”, mediante el que se idealiza el modo de vida de las comunidades primitivas, creyendo que gozaban de una existencia paradisíaca, olvidando o, peor aún, ocultando el canibalismo, la esclavitud y otras crueldades tan extendidas en dichas comunidades, para no hablar de las pestes y la elevada mortalidad infantil.

jueves, 9 de abril de 2020

PASCUAS

Realmente he sido muy afortunada al nacer en un hogar multirracial, con visiones tan diferentes de la religión y sus costumbres.
Mi padre, era un inmigrante japonés, pobre y casi analfabeto de nuestro idioma local, por lo que no pudo insertarse nunca en la vida laboral debido a su incapacidad de expresarse.
Durante su larga travesía en barco desde Japón hacia América, había aprendido el oficio de peluquero. Aunque su primer puerto fue el de Perú, en donde fue llevado al campo junto a otros conciudadanos, para trabajar en la tierra en condiciones miserables.
Como no pudo soportar esta situación huyó, sobreviviendo con los escasos alimentos con los que algún campesino lo compensaba por arriar ganado o levantar frutos de la cosecha. Ingresó a Argentina desde el norte y en Tucumán, logró ser empleado en una barbería para asistir al dueño quien le ayudaría a perfeccionar sus habilidades como peluquero. Hasta que su destreza manual realmente le permitió merecer el empleo, cortando cabellos o afeitando barbas en la elegante ciudad de San Miguel.
Fue allí en donde conoció a mi madre, quien integraba una numerosa familia de clase media, con una casa propia en plena ciudad. Su padre era un carpintero italiano, hombre próspero y disciplinado, con reglas rígidas e inalterables.
La peluquería en donde mi padre trabajaba, estaba a pocas cuadras de la casa de mi madre. Ella pasaba por la puerta del local casi todos los días, para ir a misa o hacer algún mandado.
Así fue que un día se conocieron y se enamoraron…
Mi papá entonces, decidió pedir la mano de mi madre, lo que resultó un rotundo fracaso, ya que la primera pregunta que le hizo mi abuelo fue respecto a la religión que profesaba y al enterarse de que mi padre no era católico, le pidió de inmediato que se fuera…
Eso no impidió que se amaran, hasta que finalmente se fugaron y solo se separaron cuando la muerte lo requirió…

Pero mientras vivieron juntos compartieron vida y costumbres, puedo decir con absoluta certeza que mi padre con extraordinaria paciencia, admitió que nosotros, sus hijos, fuéramos sometidos a todos los ritos de la religión católica, bautismo, comunión, confirmación y boda bendecida por el espíritu santo!
Aunque debo admitir que no había tradición religiosa que mi padre disfrutara más que las Pascuas…
Visto que en estos festejos pascuales los católicos, en su gran mayoría, consumimos productos del mar, lo cual mi padre disfrutaba plenamente ya que las costumbres gastronómicas de los japoneses casi en su totalidad, requieren de estos alimentos pues Japón es una isla y esto es lo que más abunda para satisfacer a una población que triplica la de nuestro país…
Por lo tanto, un día antes de comenzar la consabida Pascua, muy temprano en la mañana mi padre se dirigía al mercado de San Isidro, que en ese entonces se extendía sobre la calle Cosme Beccar, en donde había una fabulosa pescadería en la cual adquiría los productos que luego cocinaba, para delicia de toda la familia…
Aún me parece sentir el entusiasmo, con el que mi padre se instalaba en la cocina, desplegando sus dotes de gourmet para luego convocarnos a la mesa, ofreciendo fabulosos platos, que famélicos consumíamos con gran voracidad…
Siempre recuerdo esa mesa generosa, servida con tanto esmero por mi madre, con mi padre en su papel de chef y pensaba entonces, que no había sido en vano que en este mundo de violencia predominante, Jesús haya dejado su huella para reunirnos en la mesa y consumir un exclusivo plato de comida, servido con tanta algarabía con toda la familia reunida…
Y en absoluta paz…
Llevando a cuestas todo lo vivido, los convoco a reconocer que el mundo ya ha sido vapuleado con tanta violencia, que debemos ser capaces de reflexionar en esta travesía al levantar la copa, sintiendo desde nuestro corazón que ya hay demasiados motivos para celebrar el extraordinario milagro de estar vivos…
Si además hemos tenido la fortuna de compartir un hogar, de convivir con otra persona bajo un mismo techo y de merecer mediante nuestro propio esfuerzo, un plato de comida en nuestra mesa, eso ya es un absoluto privilegio de lo que solo algunos seres humanos de este impredecible planeta, podemos disfrutar…

FELICES PASCUAS…  

martes, 7 de abril de 2020

La señal

                                   
Relato por Marta Tomihisa

Eran los primeros días de marzo, ya se despedía el verano…
Esa mañana, yo estaba sentada en el quincho, contemplando el jardín por el gran ventanal…
Afuera había tibieza en el aire, mis plantas exultantes de flores y hasta el césped cubierto de ellas, rosadas y frágiles, como suelen ser los pétalos que surgen de la grama con absoluta espontaneidad…
Dejé reposar la mirada en ese espectáculo fabuloso de la naturaleza, soberbia y desordenada, con mi gata durmiendo en la casita que perteneció a otra mascota de la que solo me quedan recuerdos…
Todo era calma y relax…
Hasta que de pronto las vi, dos pequeñas manchas oscuras sobre la exultante alfombra de césped…
Suele ocurrir que la luz del sol delinea sombras, pequeños tintes irregulares debido a algunas hojas secas del jazmín que trepa hacia arriba y caen de forma espontánea, desordenadas sobre el pasto…
Pero había cierto extraño movimiento, casi imperceptible en esas pequeñas figuras, porque mientras yo seguía contemplando el paisaje, una de ellas se irguió y un par de minúsculos ojos me miraron…
Entonces las descubrí, eran dos…
Dos lauchas diminutas y graciosas, con sus ojitos brillantes e inquisidores que me observaban como si yo fuera la intrusa que había interrumpido, el gozo del recreo floral de esa mañana de quietud…
Quedé tan impactada, que puedo asegurar que me costó creer en lo que mis ojos habían descubierto. Me di vuelta buscando a mi marido, quien también había presenciado este descubrimiento con tanta sorpresa como yo…
No me moví, atenta a los movimientos de mis inesperadas visitantes, mientras ellas seguían buscando algo para engullir, inclinando sus cabezas sobre el pasto que las ocultaba perfectamente, para luego erguirse observándonos siempre con notable minuciosidad a nosotros, seres humanos que las contemplaban con absoluta incredulidad…
Una de ellas, ignorando a mi mascota, caminó sobre el piso de cerámica cerca de donde se hallaba durmiendo el felino. Lo hizo con total indiferencia, como si comprendiera que mi gata, cargada de años, no iba a prestarle ninguna atención…
Puedo decir con total sinceridad, que en los años que llevo viviendo en esta casa, jamás había visto a estos diminutos roedores transitando por mi jardín con tanta libertad…
Durante varios minutos, casi ocultas en la grama continuaron buscando algo para devorar, pero luego se erguían y paradas sobre sus patas traseras observaban atentamente nuestros rostros sorprendidos, que aún no podían salir del asombro…
Todo esto solo duró unos pocos minutos, porque de pronto, sin mediar ningún cambio en el entorno y como si se hubieran puesto de acuerdo, las dos se encaminaron hacia la enredadera…
Treparon por ella con una admirable destreza, para desaparecer sigilosamente deambulando sobre las tejas del techo…
Y no las vi, nunca más…
Todos los días posteriores a este suceso he vuelto a sentarme en mi reposera para volver a encontrarlas, pero las diminutas intrusas que transitaban por mi jardín, no volvieron jamás a visitarnos…
Aunque la vida ya no sería igual, pues ellas habían llegado para anunciar lo indeseable, alertándonos con su presencia sobre la amenaza mortal que se cernía sobre nosotros…
Una semana después, la peste se extendía sobre la tierra y el ser humano vulnerable, se enfrentaba a una pandemia mundial…
El corona-virus, inevitable, se esparcía tenebrosamente sobre todo el planeta…


jueves, 2 de abril de 2020

El engaño (ficción)


—Esto es gonorrea, viejo. No hay dudas —dijo Pablo, tomando actitud profesional.
–¿Dónde estuviste metiendo el bicho? —agregó.
Al ver la cara de su amigo se apresuró a aclarar.
—No es tan grave, se cura con antibióticos, pero mientras tanto tenés que hacerte un nudo en el pito. Mirá que es muy contagioso y se lo vas a pasar a Dolly.
—¿Qué le digo? —atinó a preguntar Ramiro.
—No sé, viejo. Yo podría ampararme en el secreto profesional, pero habiendo amistad de por medio, si Dolly me apura...
—Pero, no entiendo... solo fue una vez, con una mina que hacía una pasantía en la oficina, y no tenía pinta de sucia ni atorranta.
—Vos tampoco parecés sucio ni atorrante, y sin embargo…
Se quedaron en silencio unos instantes.
—Decime, junto con esto, ¿no puede haber otra cosa?— preguntó Ramiro.
—Si te referís al SIDA, por el momento quedate tranquilo, el análisis fue completo y no aparece nada.
La visita a Pablo lo había demorado bastante y luego, intentando poner orden en sus ideas, había caminado sin rumbo un buen rato antes de tomar el subte. La idea del SIDA descartado le produjo cierto alivio. Pero igualmente debía enfrentarse a situaciones que no sabía cómo encarar. Llegó a casa bastante más tarde que de costumbre.
— ¿Mucho trabajo?—preguntó Dolly al tiempo que lo besaba. A Ramiro se le ocurrió que no era un beso como el de todos los días.
—Sí— contestó —tenemos que preparar el informe de fin de año.
—Aquí llamó Valverde, preguntando por vos. Hace como una hora y media.
Por un momento pensó que la llamada de su jefe lo habría descubierto; pero el tono no era de reproche ni inquisidor.
—Lo que pasa es que me demoré en la oficina de Juan—, mintió —y es probable que Valverde no se haya enterado y por eso creyó que me había ido. Mañana veré que quería.
Se sentó a tomar una gaseosa, mientras observaba a Dolly que preparaba la comida con desgano.
 —Hoy no tengo ganas de cocinar.
—Prepará cualquier cosa que no tengo mucha hambre— respondió.
Se quedaron en silencio. Él la contemplaba y admiró una vez más su figura. La ropa de entrecasa que llevaba puesta no alcanzaba a ocultar sus espléndidas caderas, y sus pechos jóvenes y provocativos que tanto seguía deseando. Su pelo sin arreglar, aumentaba su aspecto “salvaje”. Una incipiente oleada de deseo se apoderó de él, apagándose  de inmediato  y aumentando su angustia “...te tenés que hacer un nudo...”, le había dicho Pablo. ¿Cómo se las iba a ingeniar para rehuirla? ¿Cuántos días había dicho Pablo de abstinencia? No podía recordarlo, pero en todo caso siempre sería mucho. Repasó mentalmente su desempeño en los pocos años en pareja que llevaban, y aunque solo fuese una semana de ayuno, sería muy difícil lograrlo sin dar explicaciones. Y creo que dijo dos o tres semanas, pensó.
—Estoy indispuesta— dijo ella.
La noticia le produjo un inmediato alivio. Era tirar la pelota afuera. Más adelante ya vería. La cena transcurrió casi en silencio, “¿Qué calor hoy ¿no?”. “Pasame la sal”. “¿Compraste fruta?”. Esto no lo sorprendió mucho, ya que su indisposición a veces la apagaba un poco. Sin embargo, Ramiro extrañó su chispeante diálogo habitual, en el que ella siempre lo sorprendía por la pasión con que hablaba de sus pinturas, y de su empleo: «Aunque a veces me aburre, es desafiante y me mantiene siempre alerta», solía decir. Hasta comentarios rutinarios acerca de temas del trabajo, ella se las ingeniaba para abonarlos con leña para el fuego de la hora del amor: «El tarado de Gutiérrez me explicaba, alardeando de su ingenio, cómo había convencido a un cliente para que no cambiara de proveedor, mientras me hacía babosas insinuaciones, mirándome el escote; y yo, todo el tiempo pensando qué iba a hacer esta noche el dueño de ese escote con su contenido». Y terminaba con esa risita entre ingenua y pícara que le hacía dar vuelta la cabeza.
Ramiro analizaba estos recuerdos como algo perdido para siempre. ¿Sería posible que por un instante de calentura, estupidez, o como se llame, que al fin de cuentas ni siquiera le proporcionó algo que valiese la pena, fuese ahora a perder todo aquello? ¿Cómo había sido? ¿cómo se llamaba la mina? Carmen. Ni el nombre le era atractivo. Recordó que lo único que realmente lo provocó fue el desparpajo de su encare: «¿Y siempre te vas de aquí derechito a casa?»  al tiempo que lo miraba a los ojos con descaro. Había remarcado el siempre. Esto lo había provocado mucho más que sus cruces de piernas o bamboleo de caderas, o por lo menos había despertado su orgullo machista: “Si una mina se te regala así, no podés pasar por gil”. Luego todo era olvidable, ni siquiera hubo “química” en la cama, y a la hora del clímax, los gemidos de ella le sonaron como la risa de un imbécil. Si hubiese tenido que calificarla, le habría puesto un cuatro de lástima. En cambio Dolly… ¡Ah! Dolly era otra cosa… sus peores desempeños eran para nueve puntos.
En el momento de dejar a Carmen en su casa, sintió repugnancia, luego frustración y vacío. A pesar de haberse bañado, se sintió sucio y contaminado. ¡Vaya si lo estaba!
Ahora se sentía en un callejón sin salida. No podía contarle a Dolly sin arruinar todo, por otro lado, si decidía callar, tendría que reanudar su actividad amorosa, y la contagiaría. ¡No podía contagiarla! La canallada sería mayor.
Un repentino pánico lo embargó. ¿Y si ya la hubiese contagiado? No podía soportar la idea. Las cosas se ponían mucho peor de lo que había pensado. ¡Ah! si el tiempo volviera para atrás, o si lo mandaran de improviso a un viaje al extranjero... Contaba de todos modos con tres o cuatro días para pensarlo, y no podía apartar la idea de su cabeza.
Esa noche, cuando fue a la cama, Dolly ya parecía dormir, volviéndole la espalda. Con suavidad le tocó el hombro, a lo que ella respondió con un leve gruñido. Sin embargo, Ramiro no oía su respiración acompasada, tan característica del sueño. A él también le costó dormirse...
Al día siguiente, despertó sobresaltado, algo tarde, de modo que intercambiaron saludos “¿Volvés tarde?”  “No sé, cualquier cosa te llamo”. Y salió a las corridas, aliviado de haber eludido una charla más comprometedora.
No bien llegó, le informaron la razón por la que el Sr. Valverde en persona lo había llamado: nueva legislación obligaba a revisar todos los planes trazados para el año siguiente, y el jefe quería que se ocupase personalmente del asunto. Asistió a una tediosa reunión de trabajo, que lo mantuvo ocupado toda la mañana, y de la que salió con gran cantidad de tareas para realizar. No tenía ni idea de cómo iba a hacer funcionar su cabeza para esa tarea si no podía dejar de pensar en Dolly. No obstante cumplió como pudo con sus deberes y salió a la hora de costumbre.
Al llegar a casa, lo sorprendió que Dolly no estuviera en su atelier pintando, sino acostada mirando el techo. Lo saludó con una sonrisa tristona, que él interpretó debida a malestares propios de esos días, “no me siento bien”, le había dicho.
Mientras tomaba unos mates, cuyo convite ella no aceptó, analizó las oportunidades de decírselo. Estaba claro que no tenía otra salida. Pero el tema era cómo y, sobre todo, cuándo. Podía tomarse como respiro esos dos o tres días que aún le quedaban, pero lo concreto es que se sentía miserable y ruin. Prolongando la cosa tal vez nada mejoraría, pero mientras no se supiera, todavía tenía la ilusión de que un milagro lo salvara de la pérdida de ese verdadero paraíso que era la vida con Dolly.
Súbitamente, lo asaltó un pensamiento. ¿No sabría ella algo? Esa actitud distante que mantenía desde ayer, ¿no sería porque ya sabía algo, o tal vez todo? El llamado de Valverde, ¿no la habría inducido a telefonear a alguno de los compañeros? Pero, con toda seguridad, ninguno le habría contado nada. Su cabeza parecía hervir. Contarle todo era firmar la sentencia de infelicidad, no hacerlo ya se veía que era imposible.
El teléfono interrumpió su calvario.
— ¿Se encuentra la Sra. Dolores Silvani?— preguntó una mujer de voz afectadamente meliflua.
—Sí... ¿de parte de quién?— respondió y preguntó Ramiro.
—A, C & asociados.
“¿Quiénes serán estos?” se preguntó Ramiro, yendo hacia el dormitorio a avisar a Dolly y se le ocurrió que podía ser alguna de esas agencias de detectives que lo estarían controlando. Mientras ella hablaba, alcanzó a oír varios “Ahá”, “claro”, “¿está segura?” y algunos monosílabos, pero turbado como estaba, no se animó a quedarse con ella y preguntar acerca de aquella llamada. Estaba aterrado. En ese momento se percató de que si no tuviese nada que ocultar, su actitud lógica sería quedarse junto a ella, interesarse en el tema, interrogarla, pero su terror era tal que no tuvo el coraje suficiente siquiera para disimular con inteligencia.
Pasó un largo rato, luego de que cortara la comunicación, hasta que por fin, ella apareció a la entrada de la cocina. Se quedó estática, apoyada en el marco, con ojos de haber llorado, y la cara descompuesta.    
—Dolly, por favor, creo que tenemos que hablar— dijo Ramiro.
—Sí, creo que nos debemos ciertas explicaciones— respondió Dolly con expresión grave. Le temblaban ligeramente los labios, en un rictus que Ramiro conocía muy bien.
—Yo creo...— intentó Ramiro, pero fue interrumpido por ella.
—Perdoname, Ramiro. Estás diferente, distante, y me llena de angustia y rabia la situación...— interrumpió un momento, como buscando las palabras —tengo una enfermedad venérea.
La noticia cayó como una bomba en los oídos de Ramiro, lo peor de sus temores ya había ocurrido. Se sentía a las puertas del infierno. El piso se le abría, y las paredes del hoyo eran totalmente resbaladizas.  
—Dolly, mi amor, daría cualquier cosa por que no sufras, por volver el tiempo atrás y que nada hubiera pasado...
Quedaron un instante en silencio.
—Es increíble que una cuestión de momento... —comenzó a explicar Ramiro— que nada tiene que ver con los sentimientos pueda arruinar para siempre lo más hermoso que hemos construido.
— ¡Por lo que más quieras, Ra! No sigas... me hacés daño.
—Dolly, yo lo único...
— ¡Basta! — interrumpió ella— Creo que te habrás dado cuenta de todo. No creo que me puedas perdonar nunca... y ni siquiera lo pretendo. No puedo seguir callando. Te fui infiel...—la cara de incredulidad de Ramiro la obligó a repetir — ¡Sí, te fui infiel...! y estoy viviendo un infierno, pagando mi culpa... —un sollozo entrecortado interrumpió sus palabras— no merezco ni tu perdón... nada, nada...  No solo te fui infiel; me enfermé y ¡tengo miedo de haberte contagiado!— corrió a refugiarse en el dormitorio.
Ramiro quedó estático, con la cara descompuesta, mirando a la nada…


Para todos los machistas que andamos por el mundo.

Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...