Juan Benítez, alumno regular de quinto año de la Escuela Comercial nocturna entró al aula, se acomodó en el último banco.
Casi podía decirse que se acurrucó en él, para que nadie lo viera. El profesor de historia llegaría enseguida, él no tenía la menor idea de cuál era el tema de la clase de hoy. Sin embargo, estaba convencido de que al no tener ninguna nota en esa materia, era muy probable que lo llamase a dar lección. Por supuesto no había estudiado, no tenía tiempo ni ganas…
Trabajaba en un local de venta de materiales eléctricos, a quince cuadras de su casa y estudiaba en esta escuela nocturna, para obtener el título secundario solamente por acceder al deseo de su padre, quien ya le había dicho que sin un título no iba a ningún lado.
¿Y a dónde quería ir él, habiendo repetido ya cuarto año…?
Bueno, se lo preguntaba su papá que era remisero, a quien le costaba mucho ganarse un mango, también su mamá quien trabajaba en un lavadero y tenía las manos agrietadas, por el exceso de detergentes.
Su abuelo no le decía nada y era con quien mejor se llevaba…
Martín Robledo, abogado, egresado de la UBA y profesor titular de historia, entró a clase con ese aire circunspecto y distante que tenía siempre.
Sentía que los chicos no demostraban interés por su materia, eso le fastidiaba bastante. Luego de informar a la clase de que el próximo lunes tomaría una prueba, fue directo al grano y sacó de su portafolio la libreta de asistencia. Buscó a alumnos que no tenían nota todavía, llamó con voz imperiosa:
“Benítez… “
El muchacho pasó al frente, empezó a relatar algo que recordaba de la clase pasada hasta que fue interrumpido.
El profesor dijo:
“Ese tema es de la clase pasada, parece que Ud. no tiene la menor idea de lo que había que estudiar para hoy… me equivoco?”
Con un movimiento de cabeza, el alumno dijo que no. El profesor le pidió entonces, que se sentara.
Cuando el timbre estalló con su sonido agudo y liberador, el primero en salir a la calle fue Juan. Apurado y casi corriendo se dirigió a su casa, porque deseaba llegar temprano y cenar con su familia, para evitar problemas.
Ya que era viernes, había planeado salir con un par de amigos del laburo, por lo que no quería tener ninguna discusión con sus padres.
Respecto a lo ocurrido en la clase de historia, no contaría ni una palabra.
Era verdad que no había estudiado, pero siempre se sentía molesto con este profesor y su actitud de superioridad e indiferencia…
¿Para qué quería estudiar historia? Si solo era un simple empleado de comercio a quien le pagaban un sueldo, que apenas le alcanzaba para comprarse un par de zapatillas y ayudar un poco a sus viejos a mantener la casa. ¿Acaso al profesor le importaba todo esto? Seguro que no tenía apremios económicos y gozaría de una buena vida, sin problemas que resolver…
Ahora, él solo quería pensar en lo bien que la iba pasar esa noche, con sus amigos. Conocería ese boliche que según ellos, estaba tan espectacular...
Aunque él ya casi tenía diecinueve años, escasas veces había ido a un salón bailable y estaba muy interesado en hacerlo.
Luego de la cena, en la que apenas habló, fue a la casa de uno de sus amigos porque desde allí saldrían los tres, en el viejo auto que le prestaba el padre de uno de ellos.
Realmente estaba muy entusiasmado y recién cuando llegaron al estacionamiento del predio, casi sobre la ruta, se dio cuenta de las dimensiones del lugar. La música los invadió al entrar, avanzaron entre sombras y luces, iluminados por unos globos brillantes y multicolores colgados en el techo, que giraban esparciendo sus destellos como una lluvia cósmica. Había mucha gente, fueron enseguida a la barra a tomar unos tragos para entonarse. Apenas había transcurrido una hora y sus amigos ya estaban bailando con unas chicas, que conocían de antes.
Él por el momento, solo quería curiosear las distintas pistas de baile.
Vio algunas pibas espectaculares, aunque no se atrevió a encarar a ninguna. Se acercó nuevamente a la barra y pidió un daikiri, era el segundo que tomaba y le habían dicho que como se hacían con jugos de fruta no le podían caer mal. Realmente eran ricos, además tenía bastante sed porque hacía mucho calor. De pronto sintió que sus piernas tambaleaban, un mareo le invadió todo el cuerpo. ¡Qué boludo, parece que estaba en pedo…!
Buscó un lugar donde apoyarse, en un rincón contra la pared divisó unos bancos acolchados, caminó lo más derecho que pudo y se sentó.
Su estómago estaba muy convulsionado, sintió que iba a vomitar.
Trató de relajarse, pero estaba sudando, sacó un pañuelo y secó la cara.
Entonces se dio cuenta de que no estaba solo, había una mujer sentada junto a él. En las penumbras divisó sus manos de largas uñas pintadas, dejando un vaso sobre la mesita.
Quiso incorporarse, pero se tambaleó…
”¿Te sentís bien?” Preguntó la chica con voz grave, pero con amabilidad…
Volvió a sentarse.
“Sí, estoy bien…” Respondió débilmente.
”¿Seguro que no necesitás nada?” Insistió nuevamente ella, mientras se paraba.
“No, no gracias…”
Casi no podía ver su rostro, pero era tan alta como él, lo que se dice un minón infernal…
Entrecerró los ojos y respiró profundamente, tratando de recuperarse.
Estuvo un rato en ese lugar, hasta que logró pararse y apurado se encaminó hacia el baño. Por supuesto que luego de vomitar, el alivio fue inmediato. Aunque todavía estaba bastante mareado, al menos podía estar de pie sin problemas. Se dirigió al rincón en donde había una máquina expendedora de agua, llenó un vaso. En ese momento, se abrió la puerta y una figura femenina entró. La reconoció enseguida, era la chica que estaba sentada junto a él en el salón…
¿Acaso estaba tan borracho, que se había metido en el baño de mujeres…?
Pero “ella” fue directo hacia los mingitorios, se puso a hacer pis…
Juan sintió que esa persona, le resultaba demasiado familiar…
Luego, el sujeto se ordenó la pollera y se acercó a un gran espejo para retocarse el maquillaje…
¿Era la mina que se había sentado junto a él, en el salón?
El individuo llevó sus manos, de largas uñas pintadas a la altura del flequillo, se sacó la peluca y luego con toda delicadeza fue quitándose las pestañas postizas…
Ni siquiera se detuvo cuando vio que él se acercaba, como si esto fuera una rutina y ya estuviera demasiado acostumbrado a que lo observaran.
Cuando súbitamente lo reconoció, casi lanza un grito:
“¡Profe…!”
Desde el espejo, el sujeto le hizo un guiño y extendiendo su mano puso el índice sobre su boca, indicándole silencio…
Juan salió tan apurado, que casi se lleva por delante al mozo…
Buscó ansioso a sus compañeros, les dijo que se sentía mal y que ya quería volver. Accedieron a regañadientes, aunque se estaban divirtiendo mucho.
En el viaje de regreso, él no pronunció ni una sola palabra.
Cuando llegaron a la esquina de su casa, los amigos le preguntaron si tenía ganas de ir el domingo a la cancha.
Respondió enseguida:
“No, no puedo, tengo que estudiar historia…”