domingo, 20 de septiembre de 2020

Picnic en primavera


Relato de no ficción por Marta Tomihisa

El 21de septiembre de 1969, amaneció tan cálido y luminoso, que realmente parecía un día perfecto porque además era domingo…
Encantada, me aprestaba a gozar de un picnic en una isla del delta, acompañada por una amiga. Iría con Norma, mi compañera de oficina a un recreo muy popular, de un club bastante concurrido al que se podía llegar en lancha colectiva, desde la estación fluvial del partido de Tigre.
Nos sorprendió la numerosa cantidad de personas, que ya estaban haciendo fila para embarcar con nuestro mismo destino. Por supuesto, no había ningún apuro, por lo que la primera lancha partió sin nosotras, aunque en la siguiente pudimos viajar gozando del soleado recorrido. La plácida calma del río se sometía generosa a la bulliciosa invasión de tantos seres humanos, que ansiaban disfrutar de tan espléndido día. Muchas lanchas fuera de borda nos ganaban la delantera, dejando surcos y meciendo nuestra embarcación, mientras se abrían paso por el sendero exultante del agua con sus reflejos dorados, circundado por los sauces remolones con sus desordenadas cabelleras, acariciando la hierba o lamiendo el río…
Finalmente llegamos; el recreo ya estaba invadido por una cantidad notable de personas, que al igual que nosotras buscaban un sitio para reposar junto a la costa. Por suerte hallamos enseguida, un rincón adecuado bajo un árbol de cuyas ramas colgamos nuestras bolsas. Luego de extender una lonita sobre la hierba, nos acomodamos mirando hacia el agua, apacible remanso bajo el cielo de tan hermosa mañana. Como ya teníamos puestas nuestras mallas, nos sacamos la ropa y enseguida nos tendimos al sol, contemplando el paisaje y oyendo el incesante paso de las lanchas. Resonaban por doquier, las risas de los niños jugueteando o chapoteando ya en el agua, disfrutando con algarabía del espléndido día.
Ambas traíamos vituallas, para compartir en el almuerzo y la merienda.
Sin apuro, consumimos los alimentos mientras apreciábamos el apacible ondular del agua, meciéndose acompasada…
Ya estábamos gozando de la placidez de la siesta, cuando vimos llegar a nuestro amigo Marcos en su bote de remo, acompañado por un chico llamado Miguel. Recordamos que él nos había dicho que saldría a remar y vendría a unirse a nuestro picnic, por lo que nos alegró verlos. Norma preparó mate, los chicos habían traído facturas para compartir la merienda, mientras recordábamos cosas del laburo, ya que Marcos, Norma y yo trabajábamos en la misma oficina.
Cuando el atardecer fue apagando la luminosidad del cielo, nos aprestamos a volver. Nos vestimos, guardamos nuestras cosas y nos encaminamos hacia el muelle para abordar la lancha colectiva que nos llevaría hasta la estación fluvial.
Nuestros amigos nos acompañaron.
Pero resultó que las embarcaciones venían tan colmadas de pasajeros, que solo se detenían para que alguien bajara pero no admitían el ascenso de ninguna persona. Pasaron un par de horas, sin poder abordar ninguna lancha…
La tarde fue tiñéndose de sombras y entonces Marcos, nos propuso llevarnos en su canoa hasta el club desde donde había partido, el cual se hallaba a pocas cuadras de mi casa.
Me pareció una idea genial, aunque el bote era solamente para dos personas…
Nos acomodamos de inmediato, cargando nuestros bolsos y bastante contrariadas ante esta situación tan inesperada.
Los chicos se pusieron a remar con energía, mientras docenas de lanchas repletas de pasajeros circulaban velozmente junto a nosotros, sometiendo a nuestra canoa a un constante vaivén. Además, ese continuo balanceo provocaba que el oleaje introdujera demasiada agua a nuestra embarcación…
Sin poder evitarlo, todos comprendimos que la situación se tornaba peligrosa…
Al llegar a la intersección del río Sarmiento y Luján, dos lanchas colectivas pasaron tan raudas y cercanas que inundaron casi por completo nuestro bote. Desesperados, empezamos a sacar agua con nuestras propias manos y ya ni siquiera se veían nuestros zapatos…
Era evidente que todo estaba fuera de control, Marcos con buen tino, enfiló con notable vehemencia hacia la orilla más cercana y casi llegando a ella, el bote colapsó… Como si fuera en cámara lenta, sentí como mi cuerpo se sumergía en el agua helada, sin poder evitarlo...
Pero alguien me levantó jalando mi cabello, aunque yo sentía que mis movimientos eran limitados, porque la ropa empapada me pesaba demasiado…
Aunque como habíamos sucumbido tan cerca del muelle, pude sujetarme de un poste que sostenía la escalera. 
Al final, en medio de la oscuridad y hundidos en las gélidas aguas del rio, comprendimos que a pesar de la catástrofe, los cuatro habíamos sobrevivido…
Luego, aferrada a una estaca, vi venir a una persona portando una linterna y avanzando hacia nosotros, por un sendero de la isla. Era la propietaria de esa vivienda, quien con inesperada amabilidad nos ayudó a subir a tierra y nos ofreció entrar en su hogar. Allí, esos isleños dueños del lugar, nos dieron algunas prendas secas y como poseían una lancha nos ofrecieron a Norma y a mí, llevarnos hasta la costa. Marcos y su amigo se quedaron, intentando recuperar los remos y rearmar el bote, para devolverlo al club.
Ya era de noche cuando llegué a mi casa, maltrecha y vestida con ropa de hombre, deseando que mi madre no me viera en ese estado. Por suerte, a esa hora mamá ya estaba en su dormitorio por lo que me limité a llamar a la puerta (mis llaves habían desaparecido con mi cartera!) y una de mis hermanas vino a abrir.
Quedó atónita ante mi indumentaria…
Entonces, le expliqué a grandes rasgos lo que me había ocurrido, ella me recomendó no comentar lo sucedido para no angustiar a mamá .
Por supuesto, seguí su consejo…
Recuerdo que esa noche, me costó bastante conciliar el sueño pues aún estaba muy alterada por el suceso, además de sentir mucho fastidio por haber perdido la cartera con todos mis documentos.
Durante la semana siguiente, no podía dejar de pensar que ese soleado día de primavera, había concluido de tan penosa manera.
Pero me tomé unos días de respiro, antes de encarar el trámite de mis nuevas credenciales.
Una mañana, estaba atareada en la oficina, cuando un compañero vino a buscarme porque alguien requería mi presencia en el mostrador…

Allí, un adolescente me miró atentamente y luego dijo:
 -¿Vos sos Marta?
-Así es…respondí yo…
Entonces, él puso sobre el mostrador mi cartera, en su interior y aún húmedas, estaban todas mis pertenencias…
Mi cartera había quedado enganchada en el muelle de su isla, él había tenido la cortesía de traérmela…

Eso fue todo, la primavera había llegado accidentadamente y pude disfrutarla. Porque aquí estoy, sana y salva, recordando esa anécdota de la que fui protagonista. Complacida de apreciar, la increíble oportunidad que la vida me concedió, para seguir respirando aun plácidamente, otro día primaveral…
…Feliz vida!

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