Relato por Marta Tomihisa
Fue en diciembre del año 2001, con la algarabía propia del final de año, cuando acudí a la oficina de personal para firmar mi acceso a las consabidas vacaciones…
Fue ahí precisamente, cuando la jefa de personal con total desparpajo, me informó que a partir de ese momento ya no pertenecía al staff municipal, en donde me había desempeñado por tantos años…
Sin mediar notificación previa y con la poca consideración, que solo se puede experimentar en la administración pública, ¡¡¡me habían jubilado!!!
Después de sobreponerme, ante el drástico cambio que resultaría esta situación para mi vida, firmé sin más trámites la notificación de esa abrupta medida…
Recuerdo que junto a mí había otra empleada, compañera del mismo municipio, quien se puso a llorar con desconsuelo. Realmente era todo tan inesperado, que ni siquiera supe qué decir…
Soy sincera al reconocer que esto no me provocaba ninguna tristeza, yo anhelaba huir de ese sitio, visto que mi actividad como empleada administrativa era tan menospreciado en esos últimos años. Yo cumplía mis tareas en una delegación fuera del edificio central, en una oficina de un sitio alejado y olvidado en cuanto a recursos.
En ese espacio, la única mujer era yo, los hombres que me acompañaban (incluyendo el jefe) leían el diario, hablaban de fútbol y tenían un total desapego por la actividad administrativa.
Por lo antedicho, no me molestaba en absoluto quedar fuera del campo laboral, aunque ni siquiera había cumplido mis sesenta años, por lo que siendo un ser pensante con mis neuronas activas, no objeté la medida y me dispuse a disfrutar mi vida…
Primero consideré el hecho, envidiable y anhelado, de levantarme a la hora que se me diera la gana, visto que ya había madrugado durante más de treinta años.
Sin embargo, luego de unos meses de merecido relax, comencé a sentir que el tiempo se volvía interminable. En casa, no quedaba nadie para hacerme compañía, mis hijos en la escuela y mi marido en su oficina…
Comprendí que sin ninguna duda, debía encarar alguna actividad para dinamizar mis días.
Como ya sabrán que amo la literatura, encaré mis planes buscando un espacio literario que me guiara en la redacción de historias reales o ficticias…
El primer taller literario al que acudí funcionaba en la biblioteca de mi barrio.
Un profesor de cuyo nombre olvidé (¡por suerte!) dictaba ese curso, para guiarnos en la redacción de relatos. Acudí con puntualidad, observando que este sujeto tenía solamente otros dos alumnos: un hombre adulto y una chica adolescente.
Nos saludamos y luego de presentarnos, el profesor se puso a leer un cuento de Dalmiro Sáenz, muy interesante. Después hicimos algunos ejercicios, buscando adjetivos a ciertas acciones que él mencionaba y así pasó la tarde. Como actividad para realizar en casa, nos indicó que debíamos escribir un relato sobre un suceso histórico que nos hubiera interesado indicando, además, nuestra opinión al respecto. Me entusiasmó mucho el desafío de hallar en la historia, un hecho interesante y me dispuse a cumplir con la tarea.
Fue ahí donde comenzó la inesperada situación, que aún hoy me cuesta entender…
Hallé una anécdota muy particular, de la vida personal de un respetable prócer, por lo que me centré en ese contexto histórico intentando demostrar que, aún desde lo cotidiano, había sido capaz de bregar por un futuro institucional digno…
Con mucho entusiasmo, comencé a leer lo que había redactado, hasta que de forma abrupta el profesor me interrumpió… Acaloradamente, me expresó su desagrado al “impertinente” hecho de incursionar en un suceso de la vida privada del prócer, en ese momento memorable…
Fue tal su reacción de fastidio, que no pude más que sentirme preocupada por lo que mi relato le había provocado. A partir de ese momento el profesor, sin disimular su encono, me calificó como una desubicada que intentaba opacar hechos históricos, hurgando en las acciones privadas de sus protagonistas. Lo que para mí solo había contribuido a enriquecerlos, al ofrecer un punto de vista desde un ángulo más humano…
Por supuesto, mi paso por ese taller fue muy breve, pues el profesor se empeñaba en marginar mis escritos y nunca me permitía leerlos…
Me retiré de ese espacio, lamentando bastante el suceso, aunque por suerte pronto hallé otro lugar, en un sitio cultural municipal, al que acudí dejando atrás tan negativa experiencia.
En este caso, quien dictaba la clase era una profesora de lengua, interesante y dinámica, quien proponía consignas muy originales que provocaban un verdadero desafío para la imaginación. Allí tenía varios compañeros, aunque lentamente se fueron yendo algunos y quedamos solo cuatro, dos adolescentes y un adulto como yo. Ese hombre era muy serio, con gruesos anteojos y poco sociable, en cambio los adolescentes se comunicaban entre ellos, riendo y muchas veces demostrando su aburrimiento ante un tema puntual…
Estas clases se dictaban al atardecer, así que al salir había sombras sobre la calle, por lo que solía apurarme para llegar a la parada del colectivo, pues mis hijos ya estarían en casa.
Mi marido trabajaba hasta más tarde.
Cierta vez, mientras caminaba con bastante apuro, oí que alguien me chiflaba y resultó ser el adolescente (Gabriel era su nombre) quien al parecer (aunque no lo había notado) hacía el mismo recorrido que yo para retornar a su casa. Hablamos de trivialidades, le pregunté su opinión sobre el taller, él me contó que le resultaba ameno porque también le divertía escribir y concurría a estas clases esperando mejorar su redacción. Fue agradable descubrir que una persona tan joven quisiera expresar su visión fresca incursionando en el intrincado espacio de las letras…
Nos hicimos amigos, siempre volvíamos juntos, además él me había pedido mi dirección virtual, para enviarme ciertos escritos que imaginaba me gustarían…
Así fue que a partir de ese día, mi e-mail se colmó de poesías, melosas y radiantes de pasión. Como quise ser amable califiqué su redacción con un buen puntaje, ya que no deseaba coartar la inspiración del adolescente. Entiendo que mi decisión no fue acertada, pues no tardé en arrepentirme de mi especial consideración hacia él, porque sin duda la malinterpretó…
Además, ya había cometido el inexplicable error de darle mi número de teléfono alentando un acercamiento que se resumía en múltiples llamadas, a cualquier hora del día y también de la noche… Debo reconocer que su perseverancia y entusiasmo me conmovían, pero a pesar de todo comprendí que este acoso al que me sometía llamándome con tanta frecuencia, se había vuelto demasiado fastidioso. Decidí, entonces, poner punto final a esta situación…
Me armé de coraje y una tarde, mientras compartíamos el camino de regreso a nuestros domicilios luego de asistir al taller, le pedí con el mejor tono posible que dejara de llamarme a mi domicilio…Un silencio profundo fue su respuesta, hasta que balbuceó ciertas incoherencias respecto a sus sentimientos hacia mí…
Caí en la cuenta de que este adolescente, que tenía la edad de mi hijo, se había sentido atraído por mí y colapsé ante semejante sorpresa. Intenté explicarle que ese sentimiento que creía sentir, no era otra cosa más que interés hacia mi performance como escritora…
Comprendiendo que no sería fácil alejarlo de mi vida, decidí abandonar ese taller, poniendo punto final a una situación tan inesperada que todavía me es difícil comprender…
Años después, caminando por la plaza de mi ciudad en la cual se había instalado una gran feria, tuve un fugaz reencuentro con él…
Venía de la mano de una adolescente, riendo y compartiendo el paseo, lo que me provocó un tierno sentimiento de alivio al verlo tan animado…
Nos saludamos, me presentó a su “novia” y me contó que ahora escribía historietas, que le había sido realmente muy útil lo experimentado en el taller que compartimos y que, además, me agradecía lo mucho que había aprendido de mí…
Le respondí que verlo feliz y en tan buena compañía, me había dado una gran alegría...
Los años han transcurrido, pero jamás olvidaré estas situaciones por las que la vida me ha llevado, superando obstáculos para arribar a este presente en paz, con la esperanza de haber dado siempre lo mejor desde mi corazón…