martes, 12 de abril de 2022

El prejuicio y el fanatismo

Veo, con desazón, lo frecuente que es no ver lo que no se quiere ver, no oír lo que no agrada, no entender lo que no se percibe acorde a lo que se piensa y, en síntesis, negar la realidad cuando esta se empeña en contradecir nuestro sistema de ideas. No me excluyo de esta tendencia. Apenas si, en mi defensa, puedo decir que intento por todos los medios, no caer en estas verdaderas tentaciones que nos acometen; no sé si lo logro del todo. 
Porque el fanatismo y el prejuicio suelen ir de la mano. Así, si se abraza una doctrina con fanatismo, es frecuente que, por puro prejuicio, se proceda a denostar cualquier opinión de una persona que no comulga con esa idea.

El colmo llega a negar una obra de arte porque su autor sostiene ciertas ideas políticas. De eso se trata cuando se proscribe a Wagner en Israel, como si sus peregrinas ideas políticas pudiesen opacar el brillo genial de su creación musical.

Algo similar ocurre con Vargas Llosa y su obra literaria. Muchos simpatizantes de las izquierdas afirman, en unos casos, que no lo leen “por sus opiniones”; en otros casos sí lo leen, pero no se olvidan de decir algo así como “sí, me gustó, pero lástima que piense tan feo”. Y todo eso cuando no lo acusan lisa y llanamente de ser “facho” o “de derechas”.

Estoy convencido de que muchísimos de sus acérrimos críticos no han leído nada en absoluto de su abundante producción de ensayos literarios, ni de sus textos de opinión política; si así fuese, podrían decir de él que es un liberal, lo que es rotundamente cierto y que tiene una lucidez y erudición poco comunes en temas de muy diversa índole.

La fácil calificación de fascista que se le endilga, proviene de la firme convicción, entre las gentes de izquierda, de que todo aquel que no comulgue con sus ideas, lo es, ignorando palmariamente que el fascismo y el liberalismo se repelen mutuamente como el agua y el aceite. Y que el liberalismo está mucho más alejado del fascismo que las ideas socializantes.

Alguna vez oí a alguien decir de él que «Escribe como si fuera de izquierda, pero opina como de derechas». Esta aseveración tan particular, me llevó a meditar mucho acerca de su contenido. Quien haya leído la obra del autor peruano, habrá viso una permanente preocupación por las cuestiones sociales en su país (en América Latina en general y, más generalmente aún, en el mundo), por las llamativas pobreza y desigualdad social, en países tan dotados por la naturaleza de sus geografías y por la originalidad y creatividad de sus gentes. En El hablador, en La ciudad y los perros, en Conversación en La Catedral, en La fiesta del Chivo y en tantos otros, se muestran con crudeza las permanentes postraciones y destratos que sufren nuestros compatriotas permanentemente. Seguramente, esa fina sensibilidad y la crítica a nuestros sistemas de gobierno y a nuestras sociedades en general es lo que les llama la atención, por inesperado, en quien tienen catalogado previamente como “facho”; y eso es lo que origina mi comentario: Mario Vargas Llosa no escribe como de izquierda, simplemente muestra tener sensibilidad social. Y allí llegué a la conclusión tan buscada: para la gente de izquierda, ellos se atribuyen ser los heraldos de esa sensibilidad social, que es de su pertenencia exclusiva. Nadie, que no piense como ellos, puede ser sensible al dolor ajeno.

A partir de esta premisa, todo aquel que no comparte su ideario, es insensible y, por tanto, despiadado; en política, buscará solo el interés personal o sectorial (de sectores minoritarios y opulentos, desde luego) y esto los autoriza a buscar su aniquilación sin ambages. 

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Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...