lunes, 21 de agosto de 2023

Reflexiones postelectorales

El populismo está herido, pero no está muerto. Herida grave como nunca antes había sufrido, pero no lo demos aún por muerto. Como el Ave Fénix, suele renacer de las cenizas. O como la Hidra que suele regenerar alguna de sus feas cabezas; la sindical, la camporista, la piquetera o alguna otra de las que sabe servirse. Y cuando se tiene que retirar para prestar temporalmente el mando de la nave, conserva intactas sus organizadas estructuras. Estructuras estas muy bien diseñadas para obstaculizar y, de ser posible impedir, cualquier medida que vaya en contra de sus intereses y prebendas.

Y aún, si la herida fuese de muerte, todavía puede hacer mucho daño. Ya, en el primer día, nos regalaron otra devaluación sangrienta (de las que juraron que jamás harían), muy rapidito, para que no quede cerca de la elección de octubre y pocos días más tarde, anuncian que «congelarán el precio de los combustibles hasta después de la elección». Más desvergüenza no se consigue en plaza.

Probable fracaso le espera a cualquiera que gane la próxima elección. Lo digo no solo porque esas estructuras que mencioné harán lo suyo, sino porque el grueso de la población espera soluciones con resultados ¡ya!, cosa que ningún equipo de gobierno, por bueno que sea y con el mejor plan, podrá lograr. No se sale sin esfuerzo. Allí está el ejemplo de nuestros padres o abuelos inmigrantes, que lo que lograron fue con trabajo, esfuerzo y paciencia para esperar al menos una década. Pero lo lograban. Como dice un conocido economista gallego (Miguel Anxo Bastos) «La fórmula es ahorro y trabajo duro».


Ese fracaso sería doble; por el fracaso en sí y por el desprestigio de la idea. Si, como todo parece indicar, ganara alguna de las alternativas opositoras, está claro que ambas tienen un componente liberal en mayor o menor medida. Y, en ese caso, la conclusión a que llegaría una mayoría suficiente –con la ayudita de políticos y periodistas militantes– es que el liberalismo es malo y solo pretende el sojuzgamiento de las clases menesterosas (clases estas que, por otra parte, ya están sojuzgadas, empobrecidas y postergadas en forma humillante).


¿Pésima elección? Muchos festejan y otros se conduelen por el pobre resultado del oficialismo en la elección. Nunca antes había cosechado tan pocos votos, es cierto, pero ¿fue de veras tan malo el desempeño? Teniendo en cuenta que el candidato/ministro nos regala una inflación de tres dígitos, mientras la inseguridad y la violencia delictiva van en aumento, a la par que la educación desmejora en la misma proporción, es asombroso que ¡un ¡25 % del electorado los elija! Creo que ese resultado fue, para el oficialismo, sorprendentemente bueno.


La razón y la pasión: cuando voto, intento reflexionar y razonar hasta el punto de no poder conciliar el sueño algunas veces. Debo reconocer que, también hay una cuota de pasión en mis decisiones. Lo que no es razonable, a mi criterio, es dejar que solo la pasión sea la que incline mi decisión. Eso se parece bastante a un fanático dogmatismo del tipo de que todo lo que hace el político de mi preferencia está bien y nada se puede criticar, mientras que lo que haga el opositor a mis ideas será irremediablemente malo y guiado por perversas intenciones.


Todos sabíamos que Milei haría una buena elección, teniendo en cuenta el poco «carreteo» que tiene en la política y la, hasta hace muy poco, inexistente estructura partidaria. Pero nadie, ni el propio “Peluca” se imaginaba este batacazo tan rotundo. Y, por supuesto, tampoco se lo esperaban en JXC ni UP. Sobre todo, estos últimos, que quedan a un paso de no llegar a la 2ª vuelta. Ahora hay que ser muy cautelosos en la forma de encarar la campaña y en contrarrestar el previsible “plan platita” o el “plan bicicleta”.


En el caso de que ganase efectivamente el liberalismo, habría que preguntarse cuántos de sus electores conocen esas ideas que dice encarnar Milei. Y, peor aún, ¿a cuántos les importaron esas ideas al votar? Estimo que gran parte de quienes optaron por esta vía, solo lo hicieron porque les gustó la imagen del personaje y/o por el hartazgo que sienten por la clase política. Y no sé qué esperan de él… Y todo esto tiene capital importancia para lograr esa cuota de paciencia requerida para ver resultados.


Ahora se intenta atacar al probable ganador con cualquier tipo de argumentos, aún los más inmorales y mentirosos. Se oyen frases como «Si gana la derecha perdés tus derechos» como si todavía quedaran muchos derechos para perder. También se dice que arancelará la enseñanza y la salud, cosa que, al menos yo, nunca he oído. O mofarse de la libre empresa por la «Teoría del derrame», que solo está en sus afiebradas cabezas ya que los liberales jamás sostuvieron tal cosa. Yo sí creo en la «Teoría del arrastre ascendente» (Exigiré un copyright por esta definición) de quien emprende y progresa. Mejor que yo lo expresa Agustín Etchebarne en su libro La clave es la libertad: «Bill Gates gana mucho dinero porque sus productos benefician a miles de millones de personas en todo el mundo, pero eso enriquece al conjunto de la humanidad, no empobrece a nadie, recordemos nuevamente que la economía no es un juego de suma cero». 


Pero, a la hora de atacar, no solo los políticos interesados lo hacen. Veo una notable tendencia a arremeter contra el ganador de la elección por parte de periodistas de distinta tendencia. Yo sé que la función del periodista es incomodar y mostrar, cuando las hay, las contradicciones de los políticos. Pero estar constantemente atacando y ridiculizando todo lo imaginable al candidato liberal, sin ocuparse de otros, me da para pensar. No digo que estén "ensobrados", pero sí que han tomado partido.


miércoles, 9 de agosto de 2023

Párrafos

No voy a comentar libros esta vez, sino que me limitaré a transcribir algunos párrafos de algunos de ellos.

Sables y utopías es un libro publicado en 2009 en el que, Carlos Granés hizo una recopilación de artículos, ensayos y cartas escritos por Mario Vargas Llosa a lo largo de su carrera. En el prólogo, el mismo Granés dice:

Revel, filósofo de formación pero periodista por vocación, fue junto con Raymond Aron una de las pocas voces que en Francia se enfrentó al marxismo y a la estela prosoviética sembrada por Sartre. Más que las teorías, a Revel le importaban los hechos, y por eso no dudó en criticar a los intelectuales que, con tal de defender la ideología, justificaban los desmanes del totalitarismo estalinista. Aquella ceguera ideológica impedía ver que no eran los países socialistas los que habían encabezado las grandes revoluciones sociales, sino las democracias capitalistas, donde la mujer, los jóvenes y las minorías sexuales y culturales se rebelaban para cuestionar la ortodoxia de las instituciones, exigir derechos e imprimir cambios en la vida de las sociedades. Las reformas democráticas demostraban ser el camino más corto y eficaz para mejorar las condiciones de vida, no las revoluciones totales que pretendían reinstaurar piedra por piedra la sociedad. La gran paradoja del siglo XX fue demostrar que, mientras las dictaduras socialistas se anquilosaban, el mecanismo interno del capitalismo demandaba la revolución constante de modas, costumbres, gustos, tendencias, deseos, modos de vida, etcétera, para sobrevivir. El pensamiento de Isaiah Berlin [permite entender] por qué, mientras en el arte y la literatura la ambición absoluta y el sueño de la perfección humana eran loables, en la realidad solían conducir a hecatombes colectivas. La desgarradora lección de Berlin es que los mundos perfectos no existen. [...] Ni la ciencia ni la razón ofrecen respuestas únicas y definitivas a las preguntas fundamentales del ser humano. [...] Aquel que se alza por encima de sus pares y asegura tener un conocimiento superior, haber descubierto la naturaleza humana y por ende la verdadera forma de vivir y solucionar todos los problemas, acaba, por lo general, sometiendo a sus congéneres a la tiranía de su razón. [...] Las metas a la luz de las cuales los individuos y las culturas organizan sus existencias no son reducibles a un solo proyecto. La vida se nutre de diversos ideales y valores, y, lamentablemente, es imposible que todos ellos armonicen sin fricciones. 

Ni la revolución de izquierdas ni el cuartelazo de derechas; ni la utopía ni la sociedad perfecta: [...] Solo el sistema democrático tolera las verdades contradictorias [...]. Desde este nuevo ángulo, la revolución ya no se observa como remedio para los problemas sino como síntoma de los mismos. Hay un mal más profundo, enquistado en las entrañas de América Latina, que nada tiene que ver con la injusticia o la desigualdad. Revolucionarios de izquierda, militares de derecha, visionarios religiosos, nacionalistas fogosos y racistas de todo pelaje tienen cierta base común: el desprecio por las reglas de juego democráticas, el particularismo y el sectarismo. Las ideas de cada grupo se han plegado sobre sí mismas hasta degenerar en fanatismos fratricidas. Esa también es la historia del continente. Todas las ideologías colectivistas, desde la fe católica al socialismo, pasando por las distintas formas de indigenismo, populismo y nacionalismo, han echado raíces robustas y se han defendido con un arma en la mano y una venda en los ojos. 

En la misma obra, Mario Vargas Llosa, en un capítulo denominado Defensa de la democracia y el liberalismo, nos dice:

Sucede que las ideas juegan malas pasadas a los hombres y que la inteligencia y el saber se cruzan más a menudo que coinciden con la moral. [...] ¿No ha declarado otro gran escritor latinoamericano, Julio Cortázar, que había que distinguir entre dos injusticias, la que se comete en país socialista, que es, según él, un mero “accidente de ruta” –incident de parcours– que no compromete la naturaleza básicamente positiva del sistema, y la de un país capitalista o imperialista, ella sí, ¿manifiesta una inhumanidad esencial? Pavorosa distinción que, si la aceptamos, nos lleva a protestar con vehemencia cuando Lyndon B. Johnson manda marines a la República Dominicana y a callar cuando Brezhnev destruye con tanques la primavera de Praga ya que, en el primer caso, el progreso humano está amenazado y en el segundo se trata de un episodio sin importancia desde la eternidad de la historia en que, inevitablemente, se impondrá la justicia socialista. Y, desde esta resplandeciente eternidad, tan parecida a la de los creyentes convencidos de que, a la larga, Dios vence siempre a Belcebú, ¿qué importan, en efecto, el Gulag, las purgas, los hospitales psiquiátricos para el inconforme, y demás accidentes parecidos? [...]

Buena parte de culpa la tienen esas formulaciones abstractas llamadas ideologías, esquemas a los cuales los ideólogos se empeñan reducir la sociedad, aunque, para que quepa en ellos, sea preciso triturarla. Ya lo dijo Camus: la única moral capaz de hacer el mundo vivible es aquella que esté dispuesta a sacrificar las ideas todas las veces ellas entren en colisión con la vida, aunque sea la de una sola persona humana, porque esta será siempre infinitamente más valiosa que las ideas, en cuyo nombre, ya lo sabemos, se puede justificar siempre los crímenes —lo hizo el marqués de Sade, en impecables teorías– como crímenes del amor. 

El caso más paradójico de nuestra era es el del socialismo, la doctrina que a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX hizo concebir las más grandiosas esperanzas a los desheredados y espíritus nobles este mundo, como panacea capaz de abolir las desigualdades, suprimir la explotación del hombre por el hombre, hacer desaparecer los personalismos y los racismos y de reemplazar, por fin, en esta tierra el reino de la necesidad por el de la libertad. Pues bien, en nombre de esa doctrina libertaria e igualitaria, millones de hombres fueron encerrados en campos de concentración o simplemente exterminados; en su nombre se han implantado regímenes autoritarios implacables; en su nombre naciones poderosas han invadido y neocolonizado naciones pequeñas y débiles; en su nombre se ha perfeccionado la censura y la regimentación de la conciencia como ni siquiera los inquisidores medievales más imaginativos hubieran sospechado y se ha convertido a la psiquiatría en una rama de la Policía. En nombre del socialismo se ha permitido a los trabajadores el derecho de huelga y se ha establecido trabajo forzado (apodándolo, con sarcasmo, trabajo voluntario), se ha suprimido la libertad de viajar, de cambiar de oficio, de emigrar, y en nombre de la ideología del bienestar y del progreso se ha mantenido en la escasez y el sacrificio (salvo a una privilegiada clase burocrática) a la población a fin de fabricar armamentos que podrían hacer desaparecer varias veces el planeta. Ver que, detrás de las ideas más generosas de nuestro tiempo, en los países y regímenes que aparentemente encarnan, sobreviven, echando espumarajos por el belfo, casi todos los viejos demonios de la historia humana contra los que aquellas insurgieron —la tiranía, la brutalidad, la explotación de los más por los menos, el espíritu de dominación y de conquista— es algo que debería hacernos desconfiar profundamente de las ideas, sobre todo cuando, agrupadas en un cuerpo de doctrina, pretenden explicarlo todo en la historia y en el hombre y ofrecer remedios definitivos para sus males. Esas utopías absolutas —el cristianismo en el pasado, el socialismo el presente— han derramado tanta sangre como la que querían lavar. Lo ocurrido con el socialismo es, sin duda, un desengaño, que tiene parangón en la historia.  

 

Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...