viernes, 3 de noviembre de 2023

Posmodernismo

En esta época postmoderna, donde todos los días se inventa un nuevo concepto, donde a diario se reasignan significados a las palabras, donde todo es relativo, donde hasta la naturaleza y la biología se cuestionan en favor de estrafalarias teorías, o perspectivas, como se las da en llamar, ya no nos sorprende que se llame bueno a lo malo o negro a lo blanco (Aunque decir «negro» resulte malsonante y sea preferible decir «afrodescendiente»).

Es así como se inventan nuevos conceptos como el «género» en un remedo de «sexo».

La palabra género, en su origen designaba así a una categoría taxonómica, a un conjunto de seres o cosas con características semejantes y a un accidente gramatical.

Da la mala fortuna que ese accidente gramatical, que nada tiene que ver con el sexo, tenga en nuestra lengua dos variantes: el masculino y el femenino. Poco felices estas designaciones que comparten con los sexos. De allí que, los posmodernos nos atosiguen con sus rocambolescas teorías o perspectivas de género, pretendiendo que estos son infinitos. Negando incluso que los atributos físicos –y hasta los emocionales– no sean determinantes del «género» de cada uno, sino que esté determinado por la autopercepción. queda claro que cada uno tiene el derecho a autopercibirse lo que se le dé la gana, pero no es razonable que nos exijan que estemos de acuerdo con tal capricho. Muchísimo menos que, por la sola declaración de autopercepción, se les otorgue un DNI donde conste, como veraz, dicho dislate. ¿Mañana, un joven de 30 años se autopercibe de 65 y pasa a tener derecho a la jubilación?

Y hay flagrantes contradicciones entre lo que proclaman y lo que realmente perciben; si la posesión de órganos genitales no determina el género ¿por qué los «trans» recurren a cirugías y tratamientos hormonales para lograr el género asumido?

Si pretenden que somos iguales, aún en deportes y actividades que requieren ciertas condiciones físicas, ¿por qué insisten en los cupos femeninos? Y en este asunto habría que preguntarles por qué consideran a las mujeres tan inferiores que haya que garantizarles determinadas plazas, como si no tuviesen suficientes capacidades para lograrlas por méritos propios. Deberían, con parecido criterio, exigir cupo femenino en la Facultad de Ingeniería... Sospecho que esa casa de altos estudios, estaría con enormes dificultades para lograr ese 50%... También podrían exigir dicho cupo en las empresas de recolección de residuos domiciliarios o en las cuadrillas municipales o de las empresas de servicios, que hacen zanjas o suben a altas escaleras para reparar cables. ¿Y por qué no pedimos los varones un cupo similar en la Facultad de Medicina? Muchas dudas sin respuesta.

Y resulta que, defendiendo al feminismo, declaran que es el patriarcado que exige a las mujeres estén siempre maquilladas y depiladas. Yo me pregunto ¿quién las obliga a esas conductas? y si las adoptan, ¿para agradar a quién? Y la flagrante contradicción está en que machacan hasta el cansancio que vestirse, maquillarse y depilarse de esa manera, no tiene nada que ver con ser mujer; pero cuando se trata de las «chicas trans», allí sí que es muy cool ese tipo de conductas impuestas por el patriarcado.  

Otro concepto muy actual es el de la «deconstrucción» de ciertas conductas o pautas de comportamiento propias del sexo, especialmente del masculino. Insisten en el «sexo asignado» al nacer. Podemos entender que haya casos, muy escasos por cierto, en que, al nacer, la partera o el médico interviniente puedan haber cometido un error. Pero eso es un tema absolutamente insignificante desde lo cuantitativo. Y es así que ensayan prácticas de deconstrucción del machismo o de la «masculinidad tóxica».

Parece que el machismo es malo y el feminismo es bueno. Parece haber solo toxicidad para la masculinidad –y lo es, claramente, en el caso de golpeadores de su pareja– pero no califican de igual manera a las feministas que se desnudan en manifestaciones e insultan y agreden a cualquier varón que ose acercarse, llegando incluso a arrojarles fluidos menstruales u orines cuando no se dedican a defecar a las puertas de una iglesia. Pero esas conductas no son tóxicas para nuestros progres modernos y bienpensantes. ¿Qué pasaría si los integrantes de algún «colectivo» no identificado con estas «autopercepciones», se pusieran a defecar frente a un local de estas feministas o, simplemente, se manifestara ruidosamente en contra de estas teorías? 




Causas y efectos; fines y medios

La causa y el efecto

El femicidio

No soy jurista, abogado ni siquiera conocedor profundo de temas legales; no obstante, creo que el derecho descansa sobre una base de sentido común o racionalidad. Y, por supuesto, eso me da pie para opinar sobre estos temas.

No sé si el «femicidio» como tal figura en nuestro código penal, pero si así fuese, me parecería una aberración total. ¿Por qué la muerte de una mujer a manos de un hombre, por sí misma, tiene que requerir un tratamiento especial? Estamos ante un claro caso desigualdad ante la ley.

Cualquier homicidio puede contar con agravantes y atenuantes. Entre los primeros ya está legislado el vínculo; ya sea un novio, un exnovio, un esposo, un hermano, etc. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre. En todos esos casos podemos hablar de violencia familiar, mucho mejor que violencia de género. También se encuentra la alevosía entre los agravantes. Y esta alevosía suele estar presente por estar el homicida armado o ser manifiestamente de una fortaleza física superior. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre, aunque suela ocurrir menos frecuentemente.

Creer que se trata de hombres que matan mujeres por el hecho de ser mujeres, es una pretensión arbitraria que no tiene sustento alguno. Si hay casos, seguramente sin importancia cuantitativa, se trata evidentemente de un severo trastorno mental y no inherente a la condición masculina.

Pretender que se va a conseguir disminuir este tipo de delitos creando una figura penal que aumente las penas es un claro ejemplo de acción contra el efecto y no contra la causa. Y creo que está probado que el aumento de las penas no disuade al delincuente.

El aborto

Más allá de la posición que se tome frente a la conveniencia o no de aprobar el «aborto libre y gratuito» y de la mayor o menor cantidad de disparates que le encontremos a la ley recientemente aprobada, es evidente que es mucho mejor prevenir el embarazo no deseado que recurrir al aborto. A pesar de lo fácil, cuando no gratuito, acceso a los variados métodos de prevención, no veo que se haya puesto tanto empeño para conseguir una ley de educación sexual orientada a este tema y no a alocadas teorías o perspectivas de género, como sí se luchó denodadamente para aprobar el aborto. Una vez más, actuando sobre el efecto y no sobre la causa. Con el agravante, en este caso, de que se fomenta la irresponsabilidad en las relaciones sexuales: «¿Para qué me voy a cuidar, si otro se hará cargo de las consecuencias?».

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¿El fin justifica los medios?

La Ley Sáenz Peña

Si bien fue interrumpida reiteradas veces, la aplicación de La Ley Sáenz Peña no parece habernos proporcionado grandes beneficios. Tanto así es que, hoy, no podemos decir que estemos mejor que hace 100 o 120 años. Yo sé que esta afirmación me traerá severas críticas de parte de los adalides de lo políticamente correcto. No obstante, no puedo negar que dicha ley ha otorgado legitimidad a los gobiernos nacidos a su amparo.

Muchos «demócratas» que rasgan hoy sus vestiduras al recordar el «fraude patriótico» de la llamada Década infame por no respetar la soberana decisión popular, no dudan en perpetrar toda suerte de engaños, triquiñuelas y hasta descarado fraude –aunque sea en pequeñas proporciones o no tanto– sin que por ello crean ser distintos de aquellos que lo hicieron a mayor escala.

Ellos se perciben ahora como únicos portadores de la Verdad Revelada e impulsados por las mejores intenciones y por el claro objetivo de las causas populares; aunque los resultados de sus políticas demuestran reiteradamente rotundos fracasos y un constante empobrecimiento de esas mayorías.

Es otro ejemplo de lo descaminado que es creer que el fin justifica los medios.

El terrorismo de izquierda y el terrorismo de estado

En los tristemente recordados años 70 del siglo pasado, tanto unos como otros eligieron sin dudarlo métodos incalificables en sus acciones, animados por la causa que pretendían justa. El resultado  de creer que el fin justifica los medios nos lleva, una vez más, a la barbarie perpetrada tanto por unos como por otros. 

Y este es el más claro ejemplo de lo atroz del apotegma de que «el fin justifica los medios».

¿Aprenderemos algún día?

Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...