En esta época postmoderna, donde todos los días se inventa un nuevo concepto, donde a diario se reasignan significados a las palabras, donde todo es relativo, donde hasta la naturaleza y la biología se cuestionan en favor de estrafalarias teorías, o perspectivas, como se las da en llamar, ya no nos sorprende que se llame bueno a lo malo o negro a lo blanco (Aunque decir «negro» resulte malsonante y sea preferible decir «afrodescendiente»).
Es así como se inventan nuevos conceptos como el «género» en un remedo de «sexo».
La palabra género, en su origen designaba así a una categoría taxonómica, a un conjunto de seres o cosas con características semejantes y a un accidente gramatical.
Da la mala fortuna que ese accidente gramatical, que nada tiene que ver con el sexo, tenga en nuestra lengua dos variantes: el masculino y el femenino. Poco felices estas designaciones que comparten con los sexos. De allí que, los posmodernos nos atosiguen con sus rocambolescas teorías o perspectivas de género, pretendiendo que estos son infinitos. Negando incluso que los atributos físicos –y hasta los emocionales– no sean determinantes del «género» de cada uno, sino que esté determinado por la autopercepción. queda claro que cada uno tiene el derecho a autopercibirse lo que se le dé la gana, pero no es razonable que nos exijan que estemos de acuerdo con tal capricho. Muchísimo menos que, por la sola declaración de autopercepción, se les otorgue un DNI donde conste, como veraz, dicho dislate. ¿Mañana, un joven de 30 años se autopercibe de 65 y pasa a tener derecho a la jubilación?
Y hay flagrantes contradicciones entre lo que proclaman y lo que realmente perciben; si la posesión de órganos genitales no determina el género ¿por qué los «trans» recurren a cirugías y tratamientos hormonales para lograr el género asumido?
Si pretenden que somos iguales, aún en deportes y actividades que requieren ciertas condiciones físicas, ¿por qué insisten en los cupos femeninos? Y en este asunto habría que preguntarles por qué consideran a las mujeres tan inferiores que haya que garantizarles determinadas plazas, como si no tuviesen suficientes capacidades para lograrlas por méritos propios. Deberían, con parecido criterio, exigir cupo femenino en la Facultad de Ingeniería... Sospecho que esa casa de altos estudios, estaría con enormes dificultades para lograr ese 50%... También podrían exigir dicho cupo en las empresas de recolección de residuos domiciliarios o en las cuadrillas municipales o de las empresas de servicios, que hacen zanjas o suben a altas escaleras para reparar cables. ¿Y por qué no pedimos los varones un cupo similar en la Facultad de Medicina? Muchas dudas sin respuesta.
Y resulta que, defendiendo al feminismo, declaran que es el patriarcado que exige a las mujeres estén siempre maquilladas y depiladas. Yo me pregunto ¿quién las obliga a esas conductas? y si las adoptan, ¿para agradar a quién? Y la flagrante contradicción está en que machacan hasta el cansancio que vestirse, maquillarse y depilarse de esa manera, no tiene nada que ver con ser mujer; pero cuando se trata de las «chicas trans», allí sí que es muy cool ese tipo de conductas impuestas por el patriarcado.
Otro concepto muy actual es el de la «deconstrucción» de ciertas conductas o pautas de comportamiento propias del sexo, especialmente del masculino. Insisten en el «sexo asignado» al nacer. Podemos entender que haya casos, muy escasos por cierto, en que, al nacer, la partera o el médico interviniente puedan haber cometido un error. Pero eso es un tema absolutamente insignificante desde lo cuantitativo. Y es así que ensayan prácticas de deconstrucción del machismo o de la «masculinidad tóxica».
Parece que el machismo es malo y el feminismo es bueno. Parece haber solo toxicidad para la masculinidad –y lo es, claramente, en el caso de golpeadores de su pareja– pero no califican de igual manera a las feministas que se desnudan en manifestaciones e insultan y agreden a cualquier varón que ose acercarse, llegando incluso a arrojarles fluidos menstruales u orines cuando no se dedican a defecar a las puertas de una iglesia. Pero esas conductas no son tóxicas para nuestros progres modernos y bienpensantes. ¿Qué pasaría si los integrantes de algún «colectivo» no identificado con estas «autopercepciones», se pusieran a defecar frente a un local de estas feministas o, simplemente, se manifestara ruidosamente en contra de estas teorías?