Parece que no hemos aprendido nada de nuestra historia.
He vuelto a leer Los caudillos de Félix Luna y veo tantas similitudes entre nuestros problemas del siglo XIX con los de hoy, que no puedo menos que pensar que hemos aprendido muy poco. Este libro, publicado hace ya varias décadas y que hace también varias décadas que he leído, me mueve a ciertas reflexiones de nuestro presente al leerlo nuevamente.
Una nueva lectura de este clásico del autor me ratifica en la opinión que tengo de él. No siendo un estudioso de nuestra historia, me aventuro sin embargo a emitir juicio acerca de su condición de historiador serio y tan objetivo como se puede ser, siempre bien documentado y no tratando de meter opinión disfrazada de estudio histórico serio.
Ante los penosos sucesos de la década de los 70 del siglo pasado, vemos que hay dos vertientes o versiones de aquellos espantosos acontecimientos. Y suele ocurrir que cada uno ve solo lo terrible de unos y no lo de los otros. Y, peor aún, se suele beatificar lo actuado por las FFAA o por las organizaciones terroristas de entonces. Las FFAA tomaron el poder por asalto respondiendo a los deseos de una importantísima porción de la ciudadanía, que los recibió con júbilo, por más que, ahora, se pretenda ocultarlo. Ello no justifica de ninguna manera los métodos utilizados. Por su parte, los terroristas perseguían un pretendido fin noble y justo y adoptaron la perversa teoría de que «el fin justifica los medios». «Lucharon y murieron por sus ideales» suelen decir los nostálgicos de aquella locura. Bueno es recordarles que Hitler también luchó y murió por lo que él pretendía que era un fin superior y entenderíamos claramente por qué no se puede justificar cualquier medio en aras de un fin que no suele resultar como se lo proclama.
Volvamos ahora a Félix Luna que en la introducción al libro que comento nos regala el siguiente párrafo, en el que, si cambiamos algunos nombres, podría muy bien aplicarse a nuestra realidad de hoy.
Naturalmente, Sarmiento, Mitre y sus continuadores académicos armaron la historia que ellos querían, porque justificando ciertos próceres se justificaban ellos mismos y condenando ciertos personajes hundían a sus enemigos contemporáneos. Los revisionistas —algunos de ellos, por lo menos— hicieron exactamente igual. De este modo se ha ido operando este extraño fenómeno que hace que la mitad de los historiadores argentinos opine exactamente lo contrario de la otra mitad… Esto no es positivo. El país no puede carecer de historia verosímil ni puede presentar dos versiones contrapuestas, a elección del consumidor. No se trata de acuñar un tipo definitivo de historia. Ya tenemos amargas experiencias de lo que es una "historia oficial". Se trata, simplemente, de decir la verdad objetiva de los hechos, sin dejar ninguna carta en la manga: partiendo de esa base las reglas de juego serán más limpias y la interpretación ya no podrá basarse en conceptos retóricos o en esquemas ideales, sino en la pura realidad de los hechos concretos.
Y hablando de esa introducción –una pieza notable en la que hace una síntesis de nuestra historia de buena parte del siglo XIX– hace una descripción de las dos grandes corrientes de nuestra historiografía donde, con claridad, nos muestra su independencia de criterio. Una vez más, estas líneas son perfectamente aplicables a nuestra actualidad:
Pues lo que nunca se esforzó Sarmiento por comprender fue esta verdad: que los caudillos eran elementos constitutivos de otra Patria que no era la de él. Sarmiento ansiaba un país alambrado y codificado, surcado por ferrocarriles, poblado de inmigrantes, sembrado de escuelas, vivificado por la cultura y la sangre europea y proyectado al futuro en el ejercicio de la práctica democrática. Los caudillos, en cambio, concebían otro rostro para su país. Un rostro muy difícil de definir, puesto que ninguno de ellos supo fijar su programa con la maestría de Sarmiento. Tal vez —conjeturarnos nosotros— soñaban con una patria donde todavía valiera el coraje y la lealtad, donde las provincias tuvieran una voz más resonante, donde se dejaran tranquilos a los pueblos en una modalidad de vida cuyos defectos y anacronismos no fueran barridos tan drásticamente. Es difícil reconstruir la patria de los bárbaros: la que soñarían en las vigilias de los "campamentos en marcha" o en la rabiosa esperanza del alzamiento. Acaso un país con olor a cuero y ganado pampa, regocijado en sus fiestas tradicionales y con un poco de ferocidad de cuando en cuando para seguir sintiéndose machos.
Me vuelvo a maravillar de lo exquisito de su prosa que, por momentos nos regala con increíbles recreaciones del entorno en el que se llevaron a cabo los acontecimientos que narra.