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Como decía
Serrat: «Harto ya de estar harto, ya me cansé». En las discusiones de política,
jamás se llega a algo cierto. Y yo me pregunto: ¿por qué no mirar, en el mundo,
a los países que han logrado, no la perfección porque no es tarea humana, sino
al menos un razonable grado de bienestar para la mayoría de sus ciudadanos? Y
entonces, elucubré estas reflexiones.
El retroceso argentino
Podemos no estar
de acuerdo en las causas, pero lo que es innegable es que Argentina está en un
claro camino de retroceso. Si comparamos la evolución (tal vez debería decir
involución) de la economía argentina en las últimas décadas, con cifras que
difícilmente se podrían refutar, el panorama es muy desalentador.
En efecto, en
1980 liderábamos en América Latina en materia de PBI/Hab holgadamente: 8.800
U$S/hab para nuestro país, mientras que Uruguay, el segundo, mostraba un
modesto 3.800. No es el caso analizar década por década, pero sí podemos decir
que en 2019 fuimos relegados al ¡7º puesto! detrás de Uruguay, Panamá, Chile, Costa
Rica, México, y Brasil, en ese orden. (y no estamos considerando muchos
pequeños países insulares caribeños como Bahamas, Barbados, Trinidad y Tobago,
etc.). Y, aclaremos, las cifras son aterradoras: Uruguay tiene un PIB/h de
17.870 U$S mientras que nosotros mostramos un vergonzoso 9.050, cifra aceptable
para aquellos mencionados años 80 del siglo pasado. ¡Pasaron 40 años y no
crecimos!
Y mejor no
compararnos con otros países como Australia, Nueva Zelanda o Corea del Sur,
porque ya tendríamos que llorar amargamente.
Entonces, lo
único sensato, sería ponerse a pensar en soluciones sin condicionamientos dogmáticos
de apego a ideologías que nos pueden haber resultado gratas o atractivas.
Las ideologías
Si analizamos las
corrientes doctrinarias que prevalecen en la política, veremos posturas
estatistas e intervencionistas tipo marxismo en todas sus variantes
socialistas, trotskistas, comunistas, etc. y los fascismos, nazismos y
falagismos, todo eso por un lado y, por el lado opuesto, las posturas liberales
que sostienen que cuanto menos intervenga el Estado en las transacciones libres
de los individuos, mejor es para el conjunto.
Podemos discutir
hasta el día del Juicio Final acerca de las bondades o desaciertos teóricos de
una ideología y su superioridad sobre otra y probablemente jamás nos pondremos
de acuerdo. Lo importante es, o sería, no abrazar una ideología como artículo
de fe religiosa considerando un sacrilegio abandonar tal postura. Se trata de estudiar
un poco aún las teorías con las que creemos no estar de acuerdo y tener la
honestidad intelectual de corregirse para no persistir en el error, y cambiar a
tiempo.
Por ello, sería
interesante analizar los resultados concretos obtenidos por uno u otro sistema,
más que las sanas intenciones en que se apoyan esas teorías.
Los ideólogos
Tanto Adam Smith,
por un lado y Karl Marx, por el otro, hicieron un concienzudo análisis de cosas
que ocurrían ya en la práctica. El primero enunció sus famosas teorías del
mercado como agente de conexión entre productores y consumidores. No inventó
nada, simplemente observó y describió lo que era verificable y que ocurría en la
realidad.
Marx, por su
parte, también hizo un escrupuloso estudio de la economía y la sociología de su
momento histórico y explicó con detalle y acierto cómo la burguesía y la
Revolución Industrial habían logrado una creación de riqueza como nunca antes
había conocido la humanidad. Pero, a mi juicio, pecó de futurólogo y postuló un
errado determinismo en la historia, y podemos comprobar que sus predicciones no
se cumplieron en lo absoluto. Por ejemplo, el hecho de que el Capital
necesariamente se construía por la explotación del obrero, razón por la que, en
su evolución, llegaría a esclavizar de tal modo al proletariado que este
terminaría por rebelarse contra la burguesía dominante. Nada de eso ocurrió y,
por el contrario, el proletariado de los
países capitalistas más desarrollados, tiene niveles de vida que envidiarían
sus semejantes de países o de sociedades del tercer mundo donde existen
regímenes socialistas o capitalistas a medias.
Como el
socialismo nunca funcionó como se predijo, quienes adhieren a tal doctrina,
siempre argumentan que en tal o cual caso no funcionó por culpa de las fuerzas
de la reacción, o las multinacionales, o los dirigentes que se aburguesaron,
etc. Y hasta podríamos, haciendo un esfuerzo, creerles. Lo que no es sensato es
comparar los capitalismos que existen en la realidad, con todos sus defectos (donde también hay corruptos, desde luego),
contra los colectivismos teróricos, donde, por supuesto, todo funcionaría a las
mil maravillas. Pero, aún así, cuando hablamos de capitalismos reales, debemos
considerar aquellos donde reina la libertad económica y no en países como el
nuestro y tantos otros, donde el intervencionismo es la regla.
Por eso, ¿qué
pasa si salimos de la discusión teórica y analizamos los resultados, medibles,
en la práctica de unas teorías y de las otras?
Veamos:
Singapur
Lo que ninguna
discusión teórica puede refutar son los resultados empíricos de algunos casos
paradigmáticos como el de Singapur. Luego de ser colonia británica por largos
años y de haber padecido la 2ª Guerra Mundial, logró su independencia, por la retirada
del Reino Unido en los tempranos años 60 del siglo pasado. Y luego de una
frustrada reincorporación a Malasia, se declaró independiente. Pobres de
pobreza absoluta, hoy están en el 8º puesto de PIB/Hab, mientras que nosotros
estamos en el lugar 71…¿qué hicimos nosotros?: cantamos alegremente «Combatiendo
al capital». Por su parte, contra la
idea dominante en el Tercer Mundo de que las multinacionales nos mantienen en
el atraso y la explotación, ¿qué hicieron ellos?; bueno que lo diga su Primer
Ministro:
Cuando la mayoría de países del Tercer Mundo
denunciaba la explotación de las multinacionales occidentales, en Singapur las
invitamos a entrar. De ese modo conseguimos crecimiento, tecnologías y Know-how
que dispararon nuestra productividad más de lo que podría haberlo hecho
cualquier política económica alternativa. - Lee Kuan Vew, Primer Ministro de
Singapur.
Y, por si esto no
fuera suficiente para entender las políticas económicas que, en ese país
obtuvieron éxitos tan rotundos, al consultar el ránking de naciones según el Índice
de Libertad Económica, vemos que ocupa el 2º lugar en la tabla de posiciones,
solo detrás de Hong Kong. Mucha libertad económica y excelentes resultados
medibles.
Y este par
causa/efecto está tan a la vista que no se me ocurre cómo podría ser refutado.
Hoy, Singapur está noveno entre los países con mayor Índice de Desarrollo
Humano mientras que Argentina (generalmente enemiga de los capitales
extranjeros) ocupa un mediocre 47º puesto en este ítem. Y, por si lo anterior
fuese poco, Singapur cuenta con un sistema de salud que es considerado el mejor
del mundo por los organismos competentes de Naciones Unidas. En aquellos no
tan lejanos años 60 ¡cómo nos envidiarían los habitantes de Singapur!
Y si alguien
todavía piensa que Asia es una realidad diferente, no aplicable a nosotros, podemos citar a Irlanda, que
de ser la cenicienta de Europa, en pocos años de apertura comercial hoy está en
el 5º puesto con 77.100 U$S/h. Y, todavía, más cerca, Uruguay y Chile con
muchísima más libertad económica, casi nos duplican en estos guarismos.
¿Cuántos países
con sistemas socialistas, comunistas o intervencionistas, pueden mostrar algún
resultado semejante?
Necesidad de cambiar
Cualquiera sea la
idea política que tengamos, no podemos negar que, desde hace muchos años, no
hemos abandonado las políticas proteccionistas y restrictivas y (por ello) estamos
en una decadencia innegable. Nadie en su sano juicio puede creer que, siguiendo
las mismas recetas, tendremos resultados, esta vez, mejores.
Es evidente que
un proceso en la dirección correcta, sincerando la economía a los niveles
reales de nuestra capacidad y eficiencia en la producción, obligaría a un
sacrificio evidente para algunos sectores de la sociedad. Ese precio es el que
la ciudadanía, en su mayoría, no está dispuesta a pagar. Pero lo que no
deberíamos dejar de analizar es el precio de no cambiar.
Salir de la
adicción a drogas diversas, de la obesidad, del tabaquismo, o del alcoholismo,
implica un sacrificio inmediato, siempre doloroso, por la abstinencia. Y ese
sacrificio se comienza a pagar en el mismo momento en que se inicia el
tratamiento. Esa es la razón por la que, en la mayoría de los casos, se fracasa
en el intento. Pero, si no cambiamos, más temprano que tarde pagaremos un
precio mucho mayor.
¿Cuántos
argentinos estarían dispuestos a votar a un candidato que, en lugar de prometer el paraíso mañana, les prometiese el sacrificio de la abstinencia en lo inmediato? Yo creo que
serían menos aún que aquellos que pueden triunfar en su lucha contra la
adicción a las drogas.
¿Está nuestra
sociedad dispuesta a un sacrificio inmediato en aras de una mejora futura? Yo
lo dudo y, en parte, lo comprendo: ¿a cuántos sacrificios nos han sometido ya
sin que pudiésemos capitalizarlos? Pero, tengamos en cuenta que fueron siempre los mismos, los que sostienen que es el Estado presente, intervencionista y empresario el que nos sacará adelante.
Sostenimiento de las
«Conquistas sociales»
Es de elemental sentido
común que no hay conquista social que pueda sostenerse sin prosperidad
económica. No obstante es sistemático que, cuando se pretende hacer un
ajuste de las cuentas porque “no cierran”, o cuando, simplemente, se plantea el
tema en alguna mesa de debate, hay gritos en el cielo y rasgado de vestiduras
por parte de sensibles progres de izquierda que dicen defender las «Conquistas
sociales». La consecuencia lógica de mejorar cualquier estatus económico sin
la correspondiente mejora en la productividad, será siempre en beneficio de un
sector a expensas de otros. En nuestro caso es evidente que los trabajadores
sindicalizados en gremios con «poder de fuego», obtendrán beneficios a costa de
trabajadores en negro, desocupados o docentes… Porque, por más huelga que hagan
estos últimos, está visto que a la
sociedad argentina le importa poco la educación.
Creación Vs.
distribución de la riqueza
Las desigualdades
extremas nunca son deseables para cualquier sociedad. No obstante, lo que
en realidad se debe repudiar y remediar, más que la desigualdad, es la pobreza extrema. Y la realidad
ha demostrado hasta el hartazgo, que no se logra sacar de la pobreza a los más
desfavorecidos «combatiendo al capital», sino todo lo contrario. Es la
inversión en capital lo que genera riqueza y puestos de trabajo. Es de absoluta
lógica que la creación de la riqueza es necesariamente previa a cualquier
forma de su distribución. Algunos convencidos de que el problema es la distribución,
hacen referencia a que, hace algunas décadas el trabajo obtenía el 50% del
ingreso y el capital el otro 50 (el «fifty/fifty», con que se babean). Da la
casualidad que fue precisamente en esos tiempos cuando comenzó la decadencia
evidente. Yo me pregunto: ¿es mejor el 50% de una medialuna o el 30% de una
pizza completa?
¿Qué elige la gente cuando puede?
Los desesperados de Centroamérica, de medio Oriente y de África; ¿Van a Venezuela, a Cuba, a Corea del Norte? ¿Son estúpidos por ir precisamente a países capitalistas?
No debemos olvidar que el Muro de Berlín lo construyeron los orientales para que sus ciudadanos no huyesen hacia occidente, mientras que el muro que pretende construir Trump (tan condenable como cualquier muro de estas características) es para que no entren quienes anhelan llegar al “infierno capitalista”.
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Si con todas estas razones todavía se afirma que las doctrinas socializantes son preferibles a liberalismo, me gustaría oír opiniones sustentadas en realidades, no en espejismos.