martes, 23 de abril de 2019

Decadencia argentina


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Como decía Serrat: «Harto ya de estar harto, ya me cansé». En las discusiones de política, jamás se llega a algo cierto. Y yo me pregunto: ¿por qué no mirar, en el mundo, a los países que han logrado, no la perfección porque no es tarea humana, sino al menos un razonable grado de bienestar para la mayoría de sus ciudadanos? Y entonces, elucubré estas reflexiones.
El retroceso argentino
Podemos no estar de acuerdo en las causas, pero lo que es innegable es que Argentina está en un claro camino de retroceso. Si comparamos la evolución (tal vez debería decir involución) de la economía argentina en las últimas décadas, con cifras que difícilmente se podrían refutar, el panorama es muy desalentador.
En efecto, en 1980 liderábamos en América Latina en materia de PBI/Hab holgadamente: 8.800 U$S/hab para nuestro país, mientras que Uruguay, el segundo, mostraba un modesto 3.800. No es el caso analizar década por década, pero sí podemos decir que en 2019 fuimos relegados al ¡7º puesto! detrás de Uruguay, Panamá, Chile, Costa Rica, México, y Brasil, en ese orden. (y no estamos considerando muchos pequeños países insulares caribeños como Bahamas, Barbados, Trinidad y Tobago, etc.). Y, aclaremos, las cifras son aterradoras: Uruguay tiene un PIB/h de 17.870 U$S mientras que nosotros mostramos un vergonzoso 9.050, cifra aceptable para aquellos mencionados años 80 del siglo pasado. ¡Pasaron 40 años y no crecimos!
Y mejor no compararnos con otros países como Australia, Nueva Zelanda o Corea del Sur, porque ya tendríamos que llorar amargamente.
Entonces, lo único sensato, sería ponerse a pensar en soluciones sin condicionamientos dogmáticos de apego a ideologías que nos pueden haber resultado gratas o atractivas.
Las ideologías
Si analizamos las corrientes doctrinarias que prevalecen en la política, veremos posturas estatistas e intervencionistas tipo marxismo en todas sus variantes socialistas, trotskistas, comunistas, etc. y los fascismos, nazismos y falagismos, todo eso por un lado y, por el lado opuesto, las posturas liberales que sostienen que cuanto menos intervenga el Estado en las transacciones libres de los individuos, mejor es para el conjunto.
Podemos discutir hasta el día del Juicio Final acerca de las bondades o desaciertos teóricos de una ideología y su superioridad sobre otra y probablemente jamás nos pondremos de acuerdo. Lo importante es, o sería, no abrazar una ideología como artículo de fe religiosa considerando un sacrilegio abandonar tal postura. Se trata de estudiar un poco aún las teorías con las que creemos no estar de acuerdo y tener la honestidad intelectual de corregirse para no persistir en el error, y cambiar a tiempo.
Por ello, sería interesante analizar los resultados concretos obtenidos por uno u otro sistema, más que las sanas intenciones en que se apoyan esas teorías.
Los ideólogos
Tanto Adam Smith, por un lado y Karl Marx, por el otro, hicieron un concienzudo análisis de cosas que ocurrían ya en la práctica. El primero enunció sus famosas teorías del mercado como agente de conexión entre productores y consumidores. No inventó nada, simplemente observó y describió lo que era verificable y que ocurría en la realidad.
Marx, por su parte, también hizo un escrupuloso estudio de la economía y la sociología de su momento histórico y explicó con detalle y acierto cómo la burguesía y la Revolución Industrial habían logrado una creación de riqueza como nunca antes había conocido la humanidad. Pero, a mi juicio, pecó de futurólogo y postuló un errado determinismo en la historia, y podemos comprobar que sus predicciones no se cumplieron en lo absoluto. Por ejemplo, el hecho de que el Capital necesariamente se construía por la explotación del obrero, razón por la que, en su evolución, llegaría a esclavizar de tal modo al proletariado que este terminaría por rebelarse contra la burguesía dominante. Nada de eso ocurrió y, por el contrario, el  proletariado de los países capitalistas más desarrollados, tiene niveles de vida que envidiarían sus semejantes de países o de sociedades del tercer mundo donde existen regímenes socialistas o capitalistas a medias.
Como el socialismo nunca funcionó como se predijo, quienes adhieren a tal doctrina, siempre argumentan que en tal o cual caso no funcionó por culpa de las fuerzas de la reacción, o las multinacionales, o los dirigentes que se aburguesaron, etc. Y hasta podríamos, haciendo un esfuerzo, creerles. Lo que no es sensato es comparar los capitalismos que existen en la realidad, con todos sus defectos (donde también hay corruptos, desde luego), contra los colectivismos teróricos, donde, por supuesto, todo funcionaría a las mil maravillas. Pero, aún así, cuando hablamos de capitalismos reales, debemos considerar aquellos donde reina la libertad económica y no en países como el nuestro y tantos otros, donde el intervencionismo es la regla.
Por eso, ¿qué pasa si salimos de la discusión teórica y analizamos los resultados, medibles, en la práctica de unas teorías y de las otras?
Veamos:
Singapur
Lo que ninguna discusión teórica puede refutar son los resultados empíricos de algunos casos paradigmáticos como el de Singapur. Luego de ser colonia británica por largos años y de haber padecido la 2ª Guerra Mundial, logró su independencia, por la retirada del Reino Unido en los tempranos años 60 del siglo pasado. Y luego de una frustrada reincorporación a Malasia, se declaró independiente. Pobres de pobreza absoluta, hoy están en el 8º puesto de PIB/Hab, mientras que nosotros estamos en el lugar 71…¿qué hicimos nosotros?: cantamos alegremente «Combatiendo al capital». Por su parte, contra la idea dominante en el Tercer Mundo de que las multinacionales nos mantienen en el atraso y la explotación, ¿qué hicieron ellos?; bueno que lo diga su Primer Ministro:
Cuando la mayoría de países del Tercer Mundo denunciaba la explotación de las multinacionales occidentales, en Singapur las invitamos a entrar. De ese modo conseguimos crecimiento, tecnologías y Know-how que dispararon nuestra productividad más de lo que podría haberlo hecho cualquier política económica alternativa. - Lee Kuan Vew, Primer Ministro de Singapur.
Y, por si esto no fuera suficiente para entender las políticas económicas que, en ese país obtuvieron éxitos tan rotundos, al consultar el ránking de naciones según el Índice de Libertad Económica, vemos que ocupa el 2º lugar en la tabla de posiciones, solo detrás de Hong Kong. Mucha libertad económica y excelentes resultados medibles.
Y este par causa/efecto está tan a la vista que no se me ocurre cómo podría ser refutado. Hoy, Singapur está noveno entre los países con mayor Índice de Desarrollo Humano mientras que Argentina (generalmente enemiga de los capitales extranjeros) ocupa un mediocre 47º puesto en este ítem. Y, por si lo anterior fuese poco, Singapur cuenta con un sistema de salud que es considerado el mejor del mundo por los organismos competentes de Naciones Unidas. En aquellos no tan lejanos años 60 ¡cómo nos envidiarían los habitantes de Singapur!
Y si alguien todavía piensa que Asia es una realidad diferente, no aplicable a nosotros, podemos citar a Irlanda, que de ser la cenicienta de Europa, en pocos años de apertura comercial hoy está en el 5º puesto con 77.100 U$S/h. Y, todavía, más cerca, Uruguay y Chile con muchísima más libertad económica, casi nos duplican en estos guarismos.
¿Cuántos países con sistemas socialistas, comunistas o intervencionistas, pueden mostrar algún resultado semejante?
Necesidad de cambiar
Cualquiera sea la idea política que tengamos, no podemos negar que, desde hace muchos años, no hemos abandonado las políticas proteccionistas y restrictivas y (por ello) estamos en una decadencia innegable. Nadie en su sano juicio puede creer que, siguiendo las mismas recetas, tendremos resultados, esta vez, mejores.
Es evidente que un proceso en la dirección correcta, sincerando la economía a los niveles reales de nuestra capacidad y eficiencia en la producción, obligaría a un sacrificio evidente para algunos sectores de la sociedad. Ese precio es el que la ciudadanía, en su mayoría, no está dispuesta a pagar. Pero lo que no deberíamos dejar de analizar es el precio de no cambiar.
Salir de la adicción a drogas diversas, de la obesidad, del tabaquismo, o del alcoholismo, implica un sacrificio inmediato, siempre doloroso, por la abstinencia. Y ese sacrificio se comienza a pagar en el mismo momento en que se inicia el tratamiento. Esa es la razón por la que, en la mayoría de los casos, se fracasa en el intento. Pero, si no cambiamos, más temprano que tarde pagaremos un precio mucho mayor.
¿Cuántos argentinos estarían dispuestos a votar a un candidato que, en lugar de prometer el paraíso mañana, les prometiese el sacrificio de la abstinencia en lo inmediato? Yo creo que serían menos aún que aquellos que pueden triunfar en su lucha contra la adicción a las drogas.
¿Está nuestra sociedad dispuesta a un sacrificio inmediato en aras de una mejora futura? Yo lo dudo y, en parte, lo comprendo: ¿a cuántos sacrificios nos han sometido ya sin que pudiésemos capitalizarlos? Pero, tengamos en cuenta que  fueron siempre los mismos, los que sostienen que es el Estado presente, intervencionista y empresario el que nos sacará adelante.
Sostenimiento de las «Conquistas sociales»
Es de elemental sentido común que no hay conquista social que pueda sostenerse sin prosperidad económica. No obstante es sistemático que, cuando se pretende hacer un ajuste de las cuentas porque “no cierran”, o cuando, simplemente, se plantea el tema en alguna mesa de debate, hay gritos en el cielo y rasgado de vestiduras por parte de sensibles progres de izquierda que dicen defender las «Conquistas sociales». La consecuencia lógica de mejorar cualquier estatus económico sin la correspondiente mejora en la productividad, será siempre en beneficio de un sector a expensas de otros. En nuestro caso es evidente que los trabajadores sindicalizados en gremios con «poder de fuego», obtendrán beneficios a costa de trabajadores en negro, desocupados o docentes… Porque, por más huelga que hagan estos últimos, está visto que a  la sociedad argentina le importa poco la educación.  
Creación Vs. distribución de la riqueza
Las desigualdades extremas nunca son deseables para cualquier sociedad. No obstante, lo que en realidad se debe repudiar y remediar, más que la desigualdad, es la pobreza extrema. Y la realidad ha demostrado hasta el hartazgo, que no se logra sacar de la pobreza a los más desfavorecidos «combatiendo al capital», sino todo lo contrario. Es la inversión en capital lo que genera riqueza y puestos de trabajo. Es de absoluta lógica que la creación de la riqueza es necesariamente previa a cualquier forma de su distribución. Algunos convencidos de que el problema es la distribución, hacen referencia a que, hace algunas décadas el trabajo obtenía el 50% del ingreso y el capital el otro 50 (el «fifty/fifty», con que se babean). Da la casualidad que fue precisamente en esos tiempos cuando comenzó la decadencia evidente. Yo me pregunto: ¿es mejor el 50% de una medialuna o el 30% de una pizza completa?
¿Qué elige la gente cuando puede?
Los desesperados de Centroamérica, de medio Oriente y de África; ¿Van a Venezuela, a Cuba, a Corea del Norte? ¿Son estúpidos por ir precisamente a países capitalistas?
No debemos olvidar que el Muro de Berlín lo construyeron los orientales para que sus ciudadanos no huyesen hacia occidente, mientras que el muro que pretende construir Trump (tan condenable como cualquier muro de estas características) es para que no entren quienes anhelan llegar al “infierno capitalista”.
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Si con todas estas razones todavía se afirma que las doctrinas socializantes son preferibles a liberalismo, me gustaría oír opiniones sustentadas en realidades, no en espejismos.

domingo, 14 de abril de 2019

Lecturas recientes y otras no tanto.


Hay muchos libros que me han regalado momentos inolvidables y, a muchos de ellos,sé que indefectiblemente no volverá a leerlos. Pero, a veces, cediendo a la tentación o a la nostalgia, vuelvo a la biblioteca y, luego de vencer el temor de que la segunda lectura me decepcione, me digo: «¿Por qué no»?
El inglés de los güesos.  De Benito Lynch.
Extraordinario relato de la vida en nuestras pampas, con sus costumbres, sus personajes y sus pasiones tan humanamente retratado todo por Lynch, que uno se encuentra inmerso en esas interminables extensiones y comparte tanto la vida diaria como sus delicadas relaciones, tempestuosas unas y apacibles las otras. Los protagonistas, mister James y Balbina (el “inglés de los güesos” y “La “Negra) no pueden ser más opuestos, británico él, criolla ella; culto él, casi analfabeta ella; refinado y circunspecto él, salvaje y espontánea ella. Sin embargo la pasión los une y, como no podría ser de otra manera, es ella quien la exterioriza sin ambages, mientras él calla y sufre interiormente. Los otros personajes que completan la escena, cumplen acabadamente sus roles con magníficas presentaciones que los definen no más comenzar su actuación. Hasta la “personalidad” de Diamela, la fiel perrita de Bartolo, hermano de La Negra, está tan bien retratada, que es ella la nos cuenta el desenlace de la tragedia.
Algunas reflexiones de La Negra, cuando vio inminente la partida de su amor:
Le importaba tanto a La Negra del ternero aquel como de la humanidad en peso, cuya existencia, sin el amor de James, ya no tenía objeto ni razón de ser para ella que, inconsciente de su acto, le pagaba al mundo en su misma moneda de atroz egoísmo.
El mundo, poderoso, indiferente, aplastaba bajo sus pies aquel drama tremendo de un corazón y de una vida, sin sospecharlo siquiera, y aun es seguro que si hubiese sido posible atraer su atención sobre el caso, el mundo hubiera replicado, alzándose de hombros y casi ofendido:
"¡Bah! Una chinita ... "
La "chinita", por su parte, retribuía al mundo su bestial desamor en una forma más amplia todavía ...
Si a ella le hubieran dicho, por ejemplo, que el inglés de los güesos se quedaría una hora más en el puesto bajo la condición expresa de que Inglaterra desarmase sus escuadras, diera su libertad a Irlanda, Gibraltar a los españoles y el Canadá a los canadienses, ella hubiese respondido alzándose de hombros y tan extrañada y despectiva como el mundo:
"¿Nada más que eso? ¡Oy, qué pavada! "
Si a ella le hubiese preguntado alguno qué parle sacrificaría del mundo por tornar a ver encendida dentro de su alma la luz aquella que antes le embellecía la vida, es seguro que su respuesta hubiese significado para el mundo el más espantoso cataclismo ...
 Mister James, por su parte, también sufría y cavilaba «Como hombre práctico y serio, había recurrido al sistema más práctico y serio también. Al sistema de la ‘verdad verdadera’. La víctima así no padece dudas… o se resigna o… se muere de dolor». Hasta entonces, el científico había creído que los dolores del alma eran, para su mente de científico, «de solución muy fácil para su disciplinado cerebro de estudioso». Y, ante la súplica de la niña «No se vaya, James, que yo sufro mucho, ¡que me voy a morir!», él sentía que «… era el verdugo; y él tenía que ser, por fuerza, el monstruo de ingratitud y de injusticia que, en su ilógica brutal, iba a retribuir a La Negra con el más atroz de los castigos su presente espontáneo y magnífico de amor, belleza, juventud y vida!...».
El la tercera vez que leo esta verdadera joya y me apena pensar que, tal vez, sea la última.
Diálogos Borges Sabato.  De Orlando Barone.
Se trata diálogos entre estos dos escritores que el periodista reunió a fines del año 1974.
Como no podía ser de otra manera, sorprenden ambos por la erudición y la prodigiosa memoria para recordar pensamientos e ideas de autores que han leído, y hasta citar textualmente a algunos, como los poemas que recita Borges al solo requerimiento de su interlocutor y sobre temas que no habían sido preparados anteriormente. Irónicos, como pueden ser las personas inteligentes, y ocurrentes, suelen bromear sobre temas serios y hacer comentarios trascendentes sobre temas, en apariencia, banales o menores.
Ambos reniegan de las moralejas en la literatura y dice Borges:
«Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablaban como hombrecitos que las moralejas».
Y Sabato, hablando de la libertad del artista:
«En la época de la Revolución Francesa había libros que se llamaban cosas como: Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valían. En Rusia se han escrito obras de teatro como La tractorista ejemplar… Las revoluciones son conservadoras en el arte. [...] Es que el artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca les va bien. [...] Los sueños son útiles porque son libres».
«Libertad, igualdad y fraternidad»: ¿es posible imaginar que, persiguiendo tan nobles principios se haya guillotinado tanta gente? Borges dice (Citando alguien que no recuerda):
«Las ideas nacen dulces y envejecen feroces».
Acerca de Dios, dice Borges:
«¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica. [...] Creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género».
Y, en otra sesión siguen hablando de Dios en estos términos:
Borges: Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso.
Sabato: [...] que Dios traiga un dolor de muelas no es una prueba de la inexistencia de un Dios todopoderoso sino de la posible existencia de un Dios todopoderoso y perverso.
A propósito de los sueños y citando a otro autor (Hölderlin), dice Sabato:
«El hombre es un dios cuando sueña y apenas un mendigo cuando piensa. Y es cierto, el sueño de cualquier hombre es la obra de un gran poeta, lo que piensa al despertarse es a menudo una idiotez».
Acerca de la locura y de su opuesto, la cordura, dice Sabato:
«¿Quién sabe si lo que hemos hecho hasta ahora es, simplemente, sobrevalorar la cordura, que a menudo es simple mediocridad?».
Debo confesar que, luego de tal despliegue de erudición y talento, me siento un ignorante absoluto.
La agonía y el éxtasis.  De Irving Stone.
La novelesca vida de Miguel Ángel es siempre de lectura interesante. No obstante, el autor se enmaraña con muchísimos personajes que aparecen y desaparecen sin dejarnos una clara idea de quién se trata en cada caso, por lo que la narración se vuelve confusa. Rescato un párrafo donde se expresa el espíritu de la Florencia de los Médici:
Estamos devolviendo el mundo al hombre, y el hombre a sí mismo. El hombre ya no será vil, sino noble. No destruiremos su mente a cambio de un alma inmortal. Sin una mente libre, vigorosa y creadora, el hombre no es sino un animal, que morirá como animal, sin el menor girón de alma. Devolvemos al hombre sus artes, literatura, ciencias e independencia para pensar y sentir como individuo, no para estar atado al dogma como un esclavo, y pudrirse en sus cadenas.
Aquí termina la onda “revival”. Lo que sigue es de lectura reciente
Camino de servidumbre.  De Friedrich Hayek 
El autor analiza y desmenuza las consecuencias, siempre negativas, de la planificación y centralización de la economía. Inevitablemente llevan al totalitarismo, a la falta de libertades y a la pobreza como consecuencia de la caída de la creación de riqueza. Enfatiza que son las ideas predominantes en una sociedad las que la hacen avanzar en un sentido o en otro. Así como también en la constante de buscar las culpas de nuestros fracasos en cualquier parte, menos en nuestras propias conductas o convicciones. Analiza cómo el fascismo italiano y el nazismo alemán estaban (y estuvieron siempre) emparentados con el comunismo y el socialismo, todos totalitarismos al fin. El hecho de que luego se enfrentaran era más por disputas de territorio y adhesión de las masas, que por diferencias ideológicas. (Yo agrego: el hecho de que los primeros campos de concentración que instalaron los alemanes fuesen para confinar a los marxistas, no quiere decir que su enemigo ideológico principal no fuese el liberalismo, sino que, en Alemania, los liberales eran cuantitativamente poco relevantes) (Y sigo yo: he visto, pasmado, en un debate ideológico entre izquierdistas y liberales, que aquellos afirmaban muy sueltos de cuerpo que el fascismo y el nazismo ¡son capitalismos! La refutación fue contundente. Para muestra basta citar una frase de Mussolini: «Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo». O esta otra: «Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado». ¿A qué se parecen más estos conceptos, al capitalismo liberal o al marxismo?).
Cito algunos párrafos de Hayek referidos a la Democracia y a la Libertad:
No tenemos, empero, la intención de hacer de la Democracia un fetiche. Puede ser muy cierto que nuestra generación habla y piensa demasiado de democracia y demasiado poco de los valores a los que esta sirve. [Cita a Lord Acton] «…la libertad [...] no es un medio para un fin político más alto. Es, en sí, el fin político más alto. No se necesita por razones de buena administración pública, sino para asegurar la consecución de los más altos objetivos de la sociedad civil y de la vida privada».
La democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual. Como tal, no es en modo alguno infalible o cierta. [...] se entiende sin dificultad que bajo el gobierno de una mayoría muy homogénea y doctrinaria, el sistema democrático puede ser tan opresivo como la peor dictadura. Nuestra afirmación no es, pues, que dictadura tenga que extirpar inevitablemente la libertad sino que la planificación conduce a la dictadura, porque la dictadura es el más eficaz instrumento de coerción y de inculcación de ideales, y, como tal, indispensable para hacer posible una planificación central en gran escala. El conflicto entre planificación y democracia surge sencillamente por el hecho de ser ésta un obstáculo para la supresión de la libertad, que la dirección de la actividad económica exige. Pero cuando la democracia deja de ser una garantía de la libertad individual, puede muy bien persistir en alguna forma bajo un régimen totalitario. Una verdadera «dictadura del proletariado», aunque fuese democrática en su forma, si acomete la dirección centralizada del sistema económico destruiría, probablemente, la libertad personal más a fondo que lo haya hecho jamás ninguna autocracia.
No carece de peligros la moda de concentrarse en torno a la democracia como principal valor amenazado. Es ampliamente responsable de la equívoca e infundada creencia en que mientras la fuente última del poder sea la voluntad de la mayoría, el poder no puede ser arbitrario. La falsa seguridad que mucha gente saca de esta creencia es una causa importante de la general ignorancia de los peligros que tenemos ante nosotros. No hay justificación para creer que en tanto el poder sea conferido por un procedimiento democrático no puede ser arbitrario. La antítesis sugerida por esta afirmación es asimismo falsa, pues no es la fuente sino la limitación del poder, lo que impide a éste ser arbitrario. El control democrático puede evitar que el poder se torne arbitrario; pero no lo logra por su mera existencia. Si la democracia se propone una meta que exige el uso de un poder incapaz de ser guiado por reglas fijas, tiene que convertirse en un poder arbitrario.
También nos explica que la búsqueda de la igualdad deseable es la de la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades en el punto de partida, pero jamás buscar la igualdad en los resultados, porque, al ser esencialmente todos diferentes, la pretensión de igualarnos en los resultados es atentatoria de la libertad individual para labrar nuestro propio destino; «es, por fuerza, tratarlas [a las personas] diferentemente».
Los marcos regulatorios deben ser, por fuerza, razonables y generales, de modo que se deba obedecer a la ley y no a las personas.
Otro elemento que analiza con agudeza es el de la influencia de la educación en la elaboración de las ideas. Cuanto menor sea la educación, más uniforme serán las concepciones y el ideario de la gente y, por lo tanto, más fáciles de manipular.

[...] es probablemente cierto que, en general, cuanto más se eleva la educación y la inteligencia de los individuos, más se diferencian sus opiniones y sus gustos y menos probable es que lleguen a un acuerdo sobre una particular jerarquía de valores. Corolario de esto es que si deseamos un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y «comunes» instintos y gustos. Esto no significa que la mayoría de la gente tenga un bajo nivel moral; significa simplemente que el grupo más amplio cuyos valores son muy semejantes es el que forman las gentes de nivel bajo. [...] Si se necesita un grupo numeroso lo bastante fuerte para imponer a todos los demás sus criterios sobre los valores de la vida, no lo formarán jamás los de gustos altamente diferenciados y desarrollados; solo quienes constituyen la «masa», en el sentido peyorativo de este término, los menos originales e independientes, podrán arrojar el peso de su número en favor de sus ideales particulares.
[...] Entra aquí el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario.
Con el esfuerzo deliberado del demagogo hábil, entra el tercero y quizá más importante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del «nosotros» y el «ellos», la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentes masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el «judío» o el «kulak», o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.
Otro elemento de análisis del autor es la tendencia tan generalizada a querer divorciar la economía de las “demandas sociales”, como si estas pudiesen sostenerse en el tiempo sin los recursos necesarios y por el simple voluntarismo de un “gobierno justo, sabio y omnipresente”. Es entendible, entonces, la «economofobia», como la llama el autor, que despliegan dirigentes y periodistas (solidarios y socialmente sensibles) en cualquier discusión respecto del costo de dichas demandas o conquistas. Y, ante los previsibles fracasos o quiebres en la prestación de estas conquistas, siempre se buscará un malvado culpable que no será en ningún caso una medida destinada a satisfacer dichas demandas, por muy económicamente disparatada que haya sido. Respecto de estas cuestiones dice:
…la única alternativa al sometimiento a las fuerzas impersonales y aparentemente irracionales del mercado es la sumisión a un poder igualmente irrefrenable y, por consiguiente, arbitrario de otros hombres.
Transcribo, de su epílogo, un par de contundentes frases (no debemos olvidar que la obra fue escrita cuando aún no había terminado la 2ª Guerra Mundial):
Por desagradable que pueda ser admitirlo, tenemos que reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino esta guerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que la locura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras del individuo que inventar nuevos mecanismos de «guiarle» y «dirigirle»; más importante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso». Lo más necesario es liberarnos de la peor forma de oscurantismo moderno, el que trata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasado reciente era, o acertado o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto no comprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras.
[...] El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresiva que la fundad en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX.
Amor en minúscula.  De Francesc Miralles.
Desventuras cotidianas de un solitario que se reencuentra con la protagonista de un hecho fugaz del pasado que toma relevancia a partir de ese fortuito encuentro. Todo muy cotidiano, mezclado con la aparición de locos personajes, solo posibles en la ficción, que, sin embargo, lo llevan por caminos inesperados. Y, junto a la narración, el autor encuentra la forma de acercarnos a la filosofía y la biografía de Kafka, Werther, Samarakis, Hesse, y otros, así como alguna nostálgica reseña a Marilyn Monroe y algunas películas recordadas por el autor.
De Siddhartha Gautama:
«El dolor es inevitable/ pero el sufrimiento es opcional./ El que no sabe a qué cosa atender/ y de cuáles hacer caso omiso,/ atiende a lo que no tiene importancia/ y hace caso omiso de lo esencial».
Expresa, en su “Filosofía felina”:
«Se dice que los gatos son egoístas, cuando en realidad son simplemente listos. [...] Los perros tienen dueños; los gatos, sirvientes».
Los vigilantes del faro.  De Camilla Läckberg.
Temo reiterar los comentarios que hice oportunamente al leer Las hijas del frío, de la misma autora, pero es casi inevitable. Otra ves Läckberg crea una historia llena de incertidumbres y con tantos personajes que, al principio, cuesta entender quién es quién. No obstante, los hechos se van desarrollando y explicando por sí solos. Nuevamente nos encontramos con pocos grandes héroes. Y, los que podrían serlo en algún aspecto de sus actividades, no lo son en otros. En fin, para los amantes del género negro, es sumamente recomendable esta autora. También es notable el remate del libro. Una vez finalizada la lectura, uno se encuentra con una propaganda de la editorial, donde anuncia otra novela de la autora. En las páginas siguientes está el inicio de dicha novela y, al concluir estas primeras hojas, pone un anuncio que dice «CONTINÚA EN TU LIBRERÍA». Todo un acierto.
El espectador.  De José Ortega y Gasset.
Tal como se espera, nos sorprende tanto con la profundidad de sus reflexiones como con la erudición que despliega. Tanto así es que, debo reconocer que en algunos pasajes, me quedé en ayunas. Habla de la política y la resume como la supeditación de la teoría a la utilidad, llegando a preocuparse más por los medios que por los fines a perseguir.
Da estupendas definiciones de la política y la inevitable mendacidad de los políticos, de la consciencia de la ignorancia, de la relación entre el imperialismo y la democracia, de los motores de la evolución y hasta de la relación entre Kant y Buenos Aires. 
Hablando de las premuras de la juventud dice que ve:
«un apresurado afán por reformar el Universo, el Estado, la Universidad, todo lo que fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad. [...] Todo el que incita a los jóvenes para que abandonen el sublime deporte cósmico que es la juventud y salgan de ella para ocuparse de las cosas llamadas “serias” –política, reforma del mundo– es deliberada o indeliberadamente dañino. Porque esas cosas serán todo lo “serias” que se quiera, pero cede a un puro prejuicio quien cree, si más, que lo “serio” es lo importante y esencial. La política, la reforma de ese viejo armazón formal que llaman el Estado, son, en todo caso, consecuencias de otras actividades previas verdaderamente creadoras. Y lo mismo digo de la riqueza. La riqueza sólida y estable es, a la postre, emanación de almas genéricas y mentes claras. Pero esa energía y esa claridad solo se adquieren en puros ejercicios deportivos, de aspecto superfluo».
Respecto de la “socialización del hombre” nos regala un párrafo memorable. Téngase presente que fue escrito en 1930, pero conserva su terrible vigencia:

La socialización del hombre es una faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás –propósito excelente que no me causa enojo alguno--, sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Por ejemplo: a que yo adopte las ideas y gustos de los demás, de todos. Prohibido todo aparte. Toda propiedad privada, incluso esa de tener convicciones para uso exclusivo de cada uno.
La divinidad abstracta de «lo colectivo» vuelve a ejercer su tiranía y está ya causando estragos en toda Europa. [...] El Poder público nos fuerza a dar cada día mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad. No se deja al hombre un rincón de retiro, de soledad consigo.
Las masas protestan airadas contra cualquier reserva de nosotros que hagamos.
Probablemente, el origen de esta furia antiindividual está en que las masas se sienten allá en su fondo íntimo débiles y medrosas ante el destino. En una página agudísima y terrible hace notar Nietzsche cómo en las sociedades primitivas, débiles frente a las dificultades de la existencia, todo acto individual, propio, original, era un crimen, y el hombre que intentaba hacer su vida señera, un malhechor. Había que comportarse en todo conforme a uso común.
Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín.
El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino. Agosto 1930.



Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...