-Autora: Marta Tomihisa
El padre ya había sido notificado,
“suspendido por dos días” decía la nota que él mismo depositó sobre la mesa, al
volver de la escuela.
El motivo: “Poco interés y participación
en clase”.
Apenas había comenzado la secundaria y
este era el resultado…
Sin embargo, aunque era un alumno
mediocre, siempre prestaba atención a la sabia dialéctica del profesor Leopoldo
que alentaba con verdadero fervor, la importancia del sentimiento patriota.
Bueno, ya no había nada que hacer pues su
padre lo castigaría como de costumbre, azotándolo hasta que le brotaran
lágrimas y suplicara clemencia…
Debía resignarse a soportar este castigo,
después vendría la madre a consolarlo sin atreverse a impedirlo, permaneciendo silenciosa
detrás de la puerta de su habitación oyéndolo llorar... Su hermana se
escondería en algún rincón de la casa, aterrada como tantas otras veces y
temiendo correr la misma suerte. Cuando el padre lo agredía, siempre tenía esa
expresión enajenada y satisfecha de quien hace algo por placer, no como método
de corrección de una grave falta. Por eso sentía tanto odio hacia su progenitor,
quien la mayoría de las veces volvía a la casa luego de haber pasado por la
taberna, con unas cuantas copas demás. Ebrio y alterado también solía
presionarlo a seguir sus pasos en la actividad que él ejercía como funcionario
estatal, de la cual estaba sumamente orgulloso.
Pero a Adi no le interesaban estas
cuestiones, solo le atraía el arte pues le encantaba pintar…
Los pasos de su padre subiendo las
escaleras lo ubicaron en su oscura realidad, se propuso entonces evadirse de su
cuerpo y no suplicar clemencia para no permitirle gozar con su dolor. La puerta
se abrió, el hombre avanzó sin decir palabra alguna, en su mano derecha
sujetaba una vara. Había en su mirada un destello maligno, una mueca de fastidio
y placer mantenía su mandíbula apretada. Pero al ausentarse mentalmente, Adi
comprobó que podía desplazarse hacia un espacio lejano en el que estaba plácidamente
solo… Entonces, no profirió ni un solo grito de dolor y aunque cayó de rodillas
ante el primer golpe, después ya no sintió nada… A partir de ese momento puso
en práctica este método de abstracción, para no sucumbir en el sufrimiento
físico. Aunque jamás pudo liberarse de la humillante sensación interior, del intenso
odio hacia quien lo maltrataba sin considerar que solo era un chico indefenso…
Tiempo después, para su alivio, el padre
murió y él abandonó enseguida la escuela secundaria. De inmediato intentó
ingresar a la academia de arte, aunque no pudo lograrlo. Luego su madre enfermó
de cáncer y siendo apenas un adolescente, tuvo que aprender alguna actividad
laboral para sobrevivir, por lo que trabajó de albañil, apaleó nieve, en los
ratos libres iba a las estaciones y se ofrecía como maletero aunque solo fuera
por una mísera propina. En los pocos momentos que le quedaban y con escasos
elementos para hacerlo, pintaba algún paisaje que después intentaba vender. No
resultaba fácil, sus cuadros eran vulgares, la situación del país tampoco era
pujante como para que la gente se interesase por el arte. Solía ofrecerlos a
algún profesional médico o abogado, suponiendo que ellos tenían un bienestar
económico que todavía les permitía adquirir algún objeto decorativo, solo por
placer. Insistiendo mucho, finalmente había logrado que le compraran algunos, pero
a un precio miserable.
Consumida por la enfermedad, su madre
falleció en el hospital, la hermana consiguió trabajo organizando la
correspondencia en una compañía de seguros, por un ingreso mínimo.
A medida que el tiempo transcurría su
situación personal era cada vez más acuciante, terminó viviendo en un refugio
para indigentes donde también obtenía un plato de comida. Estaba delgado y tenso,
pasando penurias día tras día, aguardando un golpe de suerte o algo que
cambiara este destino tan sombrío. Llevaba a cuestas una bolsa raída con sus únicas
pertenencias, un par de prendas gastadas y algunos elementos de pintura,
acuarelas y pinceles, sus más preciados tesoros.
Una noche invernal, mientras dormía en un
refugio cerca de un viejo linyera, oyó unos pasos que se detenían a su lado. El
indigente lo alertó con un chiflido, pues él se había acomodado mirando hacia
la pared, de espaldas al ambiente en el que otras personas dormían. Se dio
vuelta y halló a una anciana temblorosa, tratando de llevarse su bolsa. La
recuperó de un manotazo, empujando a la mujer con mucha violencia. Ella cayó al
suelo y se puso a llorar…
Adi permaneció toda la noche en vela, angustiado
por la precariedad de su existencia y temeroso de perder lo poco que le quedaba…
Abandonó el refugio y los días siguientes
durmió en la calle o en algún galpón, con admirable paciencia esperaba que los
habitantes de las viviendas apagaran las luces para refugiarse en el establo, sobre
el heno.
Mientras, soñaba con un destino mejor, anhelando
con fervor que su suerte cambiara…
Finalmente el verano llegó, una mañana
luminosa y espléndida leyó los titulares de los diarios anunciando en primera plana
que la guerra, había comenzado. Lejos de preocuparlo presintió que algo trascendental
le iba a suceder, entusiasmado corrió hasta el cuartel más cercano.
Muchos jóvenes acudían a prestar servicio,
por lo que estuvo varias horas esperando para alistarse, mientras contemplaba
con ansiedad y esperanza la larga fila de hombres que como él, buscaban un
motivo para encauzar sus vidas sombrías.
Cuando su turno llegó, su corazón latió
con intensidad y pronunció en voz alta su nombre y apellido:
¡Adolf Hitler! Para servir a la patria…!
4 comentarios:
Mirta nos dijo: Como siempre los cuentos de Marta levantan el espíritu
Elsa nos dijo: Muy interesante. Lo único que se es que Marta cada día nos sorprende más y más con sus historias y sus cuentos que siempre nos deja con el deseo de leer mas.
El día que decida hacer una antología de sus relatos va a ser un best seller sin duda.
Mirta nos dijo: El cuento de Marta es excelente aunque su personaje ni me gusta ni me gustara.Podria ser que su infancia influyera en su futuro pero aun asi no es disculpable.
Excelente narración y suspenso hasta el nombre revelador!!!! Muy bueno, MARTA ... beso y admiración de María Alicia
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