Ficción por Marta Tomihisa
El camión de la mudanza, llegó a las ocho en punto de la mañana.
Ya habían ordenado todo en cajas y bolsas, para facilitar el traslado.
Estaban dichosos de abandonar el modesto departamento, rumbo a una casa tan grande y espaciosa como la que habían comprado.
Por supuesto que en donde vivían actualmente, tenían un centro comercial y varios medios de transporte, en cambio la propiedad recién comprada se erguía enhiesta en un paraje bastante alejado de toda población.
Debido a esto la adquirieron por un precio razonable, tomando solo un pequeño préstamo, además del dinero de la venta del departamento. El vendedor era ya una persona mayor que vivía en otra ciudad, no le interesaba residir en un lugar tan solitario.
Ellos en cambio, casados hace solo cinco años y padres de un niño de dos, Mateo, estaban dispuestos a aumentar la familia mientras compartían una vida tranquila lejos de los ruidos de la ciudad. Fernando, trabajaba para una empresa extranjera, cuya sede se encontraba en Australia. Hacía una tarea virtual a través de su PC, por lo que podía estar donde quisiese ya que toda la información se activaba vía internet. Laura había renunciado a su empleo en el banco, poco tiempo después del nacimiento del niño. Su padre ya había fallecido, por lo que solo iba a extrañar el contacto asiduo con su madre, Emilia, quien adoraba a su nieto. Viuda por segunda vez, la anciana vivía sola a pocas cuadras del departamento. Pero era precisamente ella, quien había hallado el aviso de venta de esta casa y los había animado a mudarse.
Era un cambio ideal, para una familia en vías de crecimiento.
La casa estaba circundada por un gran parque, con una frondosa arboleda, había árboles frutales y una huerta un tanto abandonada en los fondos de la propiedad. Antigua y espaciosa, poseía tres habitaciones en la planta alta y un enorme cuarto de baño. Además tenía una escalera caracol, pegada a la puerta de la habitación principal, que iba a un altillo. Su acceso era una puerta pequeña, debían agacharse para ingresar al ambiente que solo contaba con un ventanuco y estaba lleno de trastos viejos. En la planta baja, luego de un gran hall de entrada, había una sala con una enorme biblioteca amurada a la pared junto a la chimenea. Algunos libros permanecían todavía en los estantes superiores, como si sus dueños hubieran estado demasiado apurados para llevárselos. Permanecían allí olvidados, cubiertos de polvo. A continuación, por una puerta doble se accedía a un ambiente enorme, que suponían había sido utilizado como comedor, desde ese lugar entraban a la cocina que era suficientemente espaciosa y albergaba una mesa, seis sillas y un gran aparador de roble, para la vajilla.
Por una pequeña arcada se ingresaba a una amplia alacena, para guardar víveres debajo de la cual se hallaba el sótano. Los muebles que poseían no podían compararse con éstos que heredaban, de tan buena calidad. Así que ellos también, decidieron abandonar su mobiliario en el departamento, para usar estos que encontraron en la casa, incluyendo la cama matrimonial de madera tallada y exquisitos relieves. Con respecto al cuarto que habían elegido para Mateo, todo lo que encontraron en él era utilizable, pues allí también había vivido un niño... Luego de hacer una limpieza profunda, ya que la vivienda estaba cubierta de polvo y telarañas, iniciaron una vida apacible y hogareña. Durante mucho tiempo habían estado inmersos en ruidos y otras molestias mundanas, por lo que de inmediato se adaptaron al inmenso silencio que era parte del paisaje.
Solo de vez en cuando, el gorjeo de algunas aves que anidaban debajo del alero, irrumpía esa monotonía.
Mateo parecía sentirse cómodo, aunque no podía saberse mucho al respecto, pues casi no hablaba, no padecía ningún impedimento físico para expresarse, pero por el momento no le interesaba hacerlo. En una visita guiada, Laura lo llevó pacientemente a conocer la casa para que se familiarizase con ella. Miraba todo con sumo interés y pareció gustarle, de vez en cuando señalaba con su dedo índice, algún objeto que llamaba su atención. Lo insólito ocurrió en el altillo, a pesar de estar casi en penumbras ya que la única lámpara que iluminaba el ambiente estaba quemada, a Mateo le encantó y cuando su madre quiso salir de este sitio, el niño comenzó a quejarse indicando que quería permanecer allí.
Por supuesto ella lo consoló, descendió con él en brazos entre sollozos de desaprobación…
Cuando la casa estaba totalmente habitable, ordenada y limpia, incursionaron en la huerta, quitando malezas y cortando el pasto que había crecido en el abandono. Los árboles frutales estaban exultantes, pues ya era verano.
Tenían allí una buena provisión de frutas y verduras. Realmente estaban encantados y cómodos en su nuevo hogar. Una o dos veces por semana, según las necesidades, Fernando iba hasta el pueblo y compraba el resto de los víveres que precisaban. Un día al volver a la casa, perfectamente sentado sobre un sillón encontraron un gato gris que los miró lánguidamente sin asustarse, se quedó con ellos como parte del mobiliario. Así fue que reiniciaron sus vidas, rodeados de objetos que no les pertenecían, alejados de toda actividad mundana. Pero ocurrió que en una oportunidad, mientras Laura preparaba la cena, se distrajo un momento y cuando buscó a Mateo no lo halló por ningún lugar…Asustada, llamó a Fernando para que la ayudara a encontrarlo, luego de revisar todos los ambientes en la planta baja, decidieron inspeccionar la planta alta aunque reconocían que era imposible que él estuviera allí, ya que todavía no subía solo las escaleras. Sin embargo, al salir del dormitorio principal oyeron voces provenientes del altillo, ascendieron con gran apuro hacia ese lugar. La pequeña puerta estaba entreabierta, cuando ingresaron vieron con alivio al niño sentado en el piso. Estaba absorto mirando unas piezas de rompecabezas, que había encontrado dentro de una caja. Las iba sacando y acomodado sobre el piso, como si tratara de armar algo. Laura respiró aliviada, luego de regañarlo por esa travesura lo levantó en brazos y bajó las escaleras. El niño lloró fastidiado…
Esta situación se repitió con frecuencia, entonces decidieron cerrar definitivamente el ático, poniéndole una traba que hallaron en un mueble abandonado. Pero de alguna forma Mateo, que apenas llegaba con sus manitas al picaporte de la puerta la abría y entraba al ático. Preocupados por este hecho, vigilaban con atención al niño, pero al mínimo descuido se las ingeniaba para trasladarse a ese lugar. Transcurridos varios meses, desistieron en su actitud y permitieron que el niño estuviera en el altillo, todo el tiempo que deseaba. Entonces Mateo dejó de ser taciturno, para convertirse en una personita mucho más comunicativa y alegre, además empezó a hablar fluidamente. La abuela festejó estos logros, adjudicándole a esta nueva casa los logros adquiridos por su nieto. Por esta situación, decidieron ordenar las cosas que había en el ático, dejando suficiente espacio para que el niño jugase allí. Pusieron una mesita con una silla pequeña que habían encontrado en el dormitorio, para que estuviese cómodo y continuara armando su rompecabezas. Frecuentemente tomaba allí la merienda, había días en los que solo bajaba para que su madre lo higienizara y luego se iba a la cama. Una noche tormentosa, después de que todos los habitantes de la casa se fueran a dormir, Fernando se levantó para cerrar algunas ventanas que habían quedado abiertas en la planta baja, al ascender nuevamente se asomó al cuarto de Mateo para asegurarse de que los truenos no lo habían despertado, comprobando anonadado que el niño no estaba en su cama…
Se dirigió enseguida al ático y lo halló, acurrucado, durmiendo plácidamente.
Para no despertarlo trajo unas mantas para abrigarlo y lo dejó allí.
En ese momento, no le contó lo ocurrido a Laura pues no deseaba preocuparla, lo hizo recién por la mañana, cuando se despertaron. Unos días después, decidieron mudar la cuna hasta el altillo para así evitar que Mateo, en la oscuridad de la noche corriera el riesgo de caerse por las escaleras.
En otro orden de cosas la vida se desarrollaba en armonía, el gato se había convertido en un acompañante fiel del niño, siempre estaba junto a él especialmente en el altillo. El otoño llegó exultante de colores y luz, los habitantes de la casa sentían que hasta lo más cotidiano encajaba perfectamente en sus vidas, esa placentera sensación de que todo era absolutamente familiar, cada hecho parecía haber sido vivido en otra oportunidad. El niño crecía saludable, alegre, subía y bajaba las escaleras del ático con tanta seguridad que ya no se preocuparon por él y lo dejaron en libertad de acción. Cuando Mateo aparecía en algún lugar de la casa, ya sabían que detrás de él venía el gato, se comportaban como verdaderos amigos, eran inseparables.
Una mañana lluviosa y fresca, estaban desayunando todavía cuando oyeron venir un vehículo por el sendero, al asomarse a la ventana comprobaron que un auto negro y lujoso, había estacionado en la entrada de la casa. Fernando se dirigió presuroso al encuentro del inesperado visitante. El chofer al volante lucía un traje oscuro y prolijo, bajó inmediatamente para abrir la puerta a quien viajaba en el asiento trasero. Un anciano descendió del mismo, parecía una figura surgida del pasado y hasta llevaba sombrero el cual se quitó a modo de saludo.
–Mi nombre es Ernesto Suárez Prado, soy la persona que les ha vendido esta casa.
Nunca habían visto a este personaje, ya que solo conocían al abogado que oficiaba de apoderado del mismo, con quien habían realizado el trámite inmobiliario.
–Ah, bienvenido…Desea entrar?
El hombre ingresó en la vivienda, con una mirada recelosa y nostálgica.
-Solo estaré unos breves momentos…
Laura se unió a su marido, saludando al recién llegado con una expresión de sorpresa. Se ubicaron en el living.
–Relataré los hechos tal cual ocurrieron, pues no está en mi ánimo preocuparlos, tan solo creo que siendo los nuevos dueños de esta casa, deben saberlo…
Esta propiedad fue heredada de generación en generación por mi abuelo, por mi padre y finalmente por mí. Aquí viví junto a mi familia, pasamos momentos muy dichosos hasta que la desgracia truncó nuestras vidas…
Mi hijo de tan solo tres años, falleció en esta casa…
El anciano respiró hondo, se sacó los lentes para secar las lágrimas que ya asomaban a sus pupilas.
–Estaba jugando en el altillo y… fue arrojado por el ventanuco, por su propia madre, mi esposa…
Respiró profundamente, como para recuperar el aliento.
–Todavía no puedo comprender lo que ocurrió, pues amábamos a nuestro hijo y solo atino a creer que en un momento de locura ella cometió tan terrible acto…
No lo sé, aún no lo sé…
Del bolsillo de su saco extrajo una foto, que les entregó para que miraran.
Un niño pequeño sonreía sentado en el umbral de la casa, a su lado el gato gris lo observaba atento. Era asombrosamente parecido a Mateo. Laura y Fernando sintieron que había algo tan familiar en esa fotografía, al mirar en el reverso, leyeron con sorpresa lo que había escrito:
“Mateo a los tres años de edad.”
La mujer soltó la foto que cayó sobre la alfombra, corrió desesperadamente al altillo en busca de su hijo…
El niño que aún no se había levantado, la miró como si hubiera estado oyendo toda la conversación, dijo enojado:
–Quiero quedarme aquí…
Pero no se atrevieron a pasar ni un día más en este siniestro lugar, tomaron la drástica decisión de abandonar esa casa para dejar atrás este extraño y tenebroso suceso. La coincidencia del nombre de su hijo con el del niño muerto, su semejanza física les producía inevitables escalofríos…
Finalmente la casa ya lucía el cartel de venta, los tres se acomodaron como pudieron en el departamento de Emilia, la madre de Laura.
Era cuestión de esperar a que se vendiera, comprarían una vivienda más pequeña nuevamente en la ciudad. Esa mañana, Fernando había decidido poner el aviso también en un diario, se marchó temprano regresando recién por la tarde, luego de efectuar algunas compras. Le sorprendió encontrar el departamento vacío, supuso que Laura junto a su madre y el niño habían salido de paseo. Mientras intentaba prepararse un café, la luz de la cocina se apagó y quedó a oscuras en ese sector de la casa. Enseguida pensó en reemplazar la bombita, revisó todos los lugares en los que supuso hallaría una. Pero fue inútil y finalmente fue al dormitorio de su suegra, abrió el placard tratando de encontrar lo que buscaba. Arriba, en un compartimiento casi inaccesible por su altura, vio un par de cajas y sospechó que podía encontrar en ellas una bombita, arrimó una silla y las bajó. Solo halló papeles, una caja estaba llena de cartas, la otra tenía algunas postales y fotos viejas. Pero no halló lo que necesitaba, se dispuso a ponerlas en su lugar. Al subir nuevamente a la silla, ésta se tambaleó y la caja que contenía fotos cayó al piso. Las levantó presuroso hasta que de pronto, algo llamó poderosamente su atención. Era la misma foto del aquel niño, junto a su gato…!
¿Qué hacía esto en poder de su suegra?
Conmocionado por la sorpresa, dejó las cajas otra vez en el piso y se puso a revisarlas con más atención…Las otras fotos no le decían nada, pero en las cartas descubrió algo que lo paralizó, estaban dirigidas a una Sra. Emilia de Suárez Prado…!
Aunque no comprendía todo lo que estaba descubriendo, sintió que su cuerpo se estremecía de terror…
Creyó escuchar la puerta de calle abriéndose, se asomó con cautela.
Laura venía caminando hacia él, estaba sola…
–¿Dónde esta Mateo!!!?
Exclamó, sin siquiera saludarla…Sorprendida, ella le respondió:
–Pero… qué pasa? Mateo se fue de paseo con mamá…
Las sombras del atardecer caían lánguidamente sobre el sendero, la anciana apuró el paso y caminó más erguida que de costumbre.
El niño reconoció de inmediato el lugar, esto le encantó pues volver a esta casa y ahora en brazos de su abuela, era muy divertido. La mujer retiró el candado, se encaminó silenciosamente al ático. Enseguida el gato gris les hizo compañía, juntos subieron los escalones sintiendo tan solo el crujir de las pisadas sobre la madera añeja.
El invierno ya había llegado y como siempre, la casa se había sumergido en esa perfecta armonía en la que inevitablemente, se confunde el tiempo presente con el pasado…