Esa mañana, yo estaba sentada en el quincho, contemplando el jardín por el gran ventanal…
Afuera había tibieza en el aire, mis plantas exultantes de flores y hasta el césped cubierto de ellas, rosadas y frágiles, como suelen ser los pétalos que surgen de la grama con absoluta espontaneidad…
Dejé reposar la mirada en ese espectáculo fabuloso de la naturaleza, soberbia y desordenada, con mi gata durmiendo en la casita que perteneció a otra mascota de la que solo me quedan recuerdos…
Todo era calma y relax…
Hasta que de pronto las vi, dos pequeñas manchas oscuras sobre la exultante alfombra de césped…
Suele ocurrir que la luz del sol delinea sombras, pequeños tintes irregulares debido a algunas hojas secas del jazmín que trepa hacia arriba y caen de forma espontánea, desordenadas sobre el pasto…
Pero había cierto extraño movimiento, casi imperceptible en esas pequeñas figuras, porque mientras yo seguía contemplando el paisaje, una de ellas se irguió y un par de minúsculos ojos me miraron…
Entonces las descubrí, eran dos…
Dos lauchas diminutas y graciosas, con sus ojitos brillantes e inquisidores que me observaban como si yo fuera la intrusa que había interrumpido, el gozo del recreo floral de esa mañana de quietud…
Quedé tan impactada, que puedo asegurar que me costó creer en lo que mis ojos habían descubierto. Me di vuelta buscando a mi marido, quien también había presenciado este descubrimiento con tanta sorpresa como yo…
No me moví, atenta a los movimientos de mis inesperadas visitantes, mientras ellas seguían buscando algo para engullir, inclinando sus cabezas sobre el pasto que las ocultaba perfectamente, para luego erguirse observándonos siempre con notable minuciosidad a nosotros, seres humanos que las contemplaban con absoluta incredulidad…
Una de ellas, ignorando a mi mascota, caminó sobre el piso de cerámica cerca de donde se hallaba durmiendo el felino. Lo hizo con total indiferencia, como si comprendiera que mi gata, cargada de años, no iba a prestarle ninguna atención…
Puedo decir con total sinceridad, que en los años que llevo viviendo en esta casa, jamás había visto a estos diminutos roedores transitando por mi jardín con tanta libertad…
Durante varios minutos, casi ocultas en la grama continuaron buscando algo para devorar, pero luego se erguían y paradas sobre sus patas traseras observaban atentamente nuestros rostros sorprendidos, que aún no podían salir del asombro…
Todo esto solo duró unos pocos minutos, porque de pronto, sin mediar ningún cambio en el entorno y como si se hubieran puesto de acuerdo, las dos se encaminaron hacia la enredadera…
Treparon por ella con una admirable destreza, para desaparecer sigilosamente deambulando sobre las tejas del techo…
Y no las vi, nunca más…
Todos los días posteriores a este suceso he vuelto a sentarme en mi reposera para volver a encontrarlas, pero las diminutas intrusas que transitaban por mi jardín, no volvieron jamás a visitarnos…
Aunque la vida ya no sería igual, pues ellas habían llegado para anunciar lo indeseable, alertándonos con su presencia sobre la amenaza mortal que se cernía sobre nosotros…
Una semana después, la peste se extendía sobre la tierra y el ser humano vulnerable, se enfrentaba a una pandemia mundial…
El corona-virus, inevitable, se esparcía tenebrosamente sobre todo el planeta…
5 comentarios:
Aldo nos dijo: Así que el Coronavirus empezó con dos inocents lauchitas y no con las ratas de La Rosada...!
No les diste un pedacito de queso Parmeggiano¿ Cariños para ambos 4.
Elsa nos dijo: Muy bien Marta!
Mirta nos dijo: GRACIAS! Más q visita pre anuncio.
Esperando que regresen !!
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