Esa mañana se levantó más temprano que de costumbre, estaba harto de ir parado hasta Retiro y pensó que si viajaba en el tren de las siete, seguro hallaba un asiento.
Sin embargo cuando subió, se encontró con la triste realidad de que los tempraneros pensaban lo mismo que él y ya estaban sentaditos, adormecidos y satisfechos.
Pero a pesar de todo, no perdió la esperanza, en Olivos alguien se levantó y él ocupó de inmediato ese lugar. La mujer que estaba sentada a su lado, una cuarentona muy pulcra parecía estar llorando, de vez en cuando sacaba un pañuelo y secaba sus ojos, luego se acomodaba contra la ventana y dormitaba…
¿Quién sabe lo que le pasaba? ¡Pobre mina!
Pensó que por suerte, a él no le faltaba tanto para jubilarse, porque los achaques de la edad ya le advertían que necesitaba descanso, quedarse en la cama hasta que se le diera la gana, tomar un buen desayuno y no un café de parado para no llegar tarde al laburo.
En Núñez la mujer se levantó, él encogió un poco las piernas para dejarla pasar pero recién cuando el tren paró en la estación, vio el pañuelo que había dejado en el marco de la ventana. Lo agarró con la intención de devolvérselo, pero ya no tenía tiempo de avisarle, se habían abierto las puertas y ella bajaba…
Cuando llegó a Retiro, caminó distraído hasta la salida, acompañado por docenas de personas que hacían lo mismo que él, todos los días…
Ya se acababa el verano, en un par de semanas más llegaba el otoño y a fin de mes ya podría disfrutar su vida y relajarse, porque su jubilación sería un hecho consumado y finalmente sería el dueño de su tiempo.
Por empezar no viajaría nunca más a Retiro, se quedaría en su barrio, paseando al perro y jugando a las cartas con los amigos hasta que los dedos se le acalambraran…
Total, había enviudado hacían ya varios años y su hijo estaba lejos, en Bariloche.
Por lo que disponía del total de su ingreso, para pagar los servicios y darse todos los gustos. Aunque nunca había sido un derrochador, solo le gustaba cenar de vez en cuando con algún amigo, en algún restaurante o visitar a su hermana que vivía en Luján.
Sería bueno relajarse, olvidar la tediosa rutina de viajar para cumplir el horario del banco, en el que trabajaba hacía más de veinte años. Era una situación ideal, aunque la ansiedad le provocaba la sensación de que el tiempo era lento y no pasaba más…
Entró al edificio bancario saludando al guardia de seguridad, que estaba en la vereda fumándose un pucho…¡Qué vicio jodido!
Estornudó y metió la mano buscando su pañuelo, pero halló el de la mujer, perfumado y apenas húmedo…
Se encaminó a su oficina ignorando al público, que ya esperaba en la vereda.
Recordó que era día de jubilados, cuando estos venían a cobrar, siempre llegaban demasiado temprano, siempre tenían algo que preguntar y entonces se producía el caos porque no entendían nada y todos discutían sin escucharse, un quilombo total…
Se sentó en su lugar, prendió su PC y sin pensarlo ordenó un montón de papeles que se hallaban sobre el escritorio.
Sintió que se le secaba la garganta, se acercó al dispenser para servirse agua. Habían puesto un vaso de plástico para que lo compartieran entre los empleados, los vasos descartables solo se los ofrecían al público. Vaya uno a saber si entre tanta gente, no había alguno enfermo y no era cosa de contagiarse…
El día laboral se desarrolló sin complicaciones, el regreso a su casa también.
Durante toda la semana tuvo esta sensación de ansiedad, porque como ocurre siempre cuando uno anhela que el tiempo pase, todo parece transcurrir con más lentitud…
El domingo se levantó con dolor de cabeza, un sol pleno lo invitaba a sentarse en el jardín, mirando las escasas plantas que quedaban, porque jamás les había dado bola luego de la muerte de su mujer.
Tosió un poco, le estaba picando bastante la garganta, porque estaba más fresco y él solo tenía una chomba y el pantalón de jogging puesto. Bueno, ya era marzo y se venía el otoño, era lógico que se enfermara junto al cambio de clima.
Salió a comprarse el diario, al quiosco de la avenida. Luego volvió y se preparó unos mates, pero se sintió cansado a pesar de que había dormido bien…
Por la noche prendió la tele, aunque con este asunto del Netflix él solo veía películas y casi no miraba el noticiero. Parece que había una peste china dando vueltas, todo importado por los que viajaban al extranjero, pero por supuesto él estaba exento porque se quedaba en casa y solo iba al laburo…
No tenía de qué preocuparse, debía esperar unos días más para disfrutar del descanso y darse los gustos, como es debido.
Dos días después la fiebre lo arrinconó en la cama, apenas iba a la cocina a prepararse un té y luego volvía al dormitorio, porque sentía mucho frío…
Tuvo que llamar al laburo y pedir unos días por estar engripado, le contaron que en la oficina también habían otros empleados padeciendo la misma situación.
¡Qué joda! Estar enfermo, justo en la recta final…
Se quedaría en casa, tomaría un té con limón y listo, ya se iba a recuperar…
Había deseado tanto su jubilación, justo ahora no podía fallarle la salud, solo debía hacer reposo para reponerse y disfrutar de la vida.
Faltaba tan poco, solo era cuestión de esperar ese descanso que anhelaba con tanta ansiedad porque sin ninguna duda, se lo tenía merecido…
4 comentarios:
Alicia nos dijo: No me digan que el pooobre protagonista de la historia tenía coronavirus...!!!! Podría ser YO en cualquier momento...
Norberto nos dijo:Como siempre muy lindo y gracias. Abrazo.
Mirta nos dijo: Me encantó el cuento.
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