sábado, 30 de mayo de 2020

La maravilla de leer

El combate perpetuo. De Marcos Aguinis
Extraordinaria narración de la novelesca vida de Guillermo Brown. Tan novelesca es su vida que, si fuese un relato de ficción, uno pensaría que el autor ha exagerado creando un personaje y unas aventuras poco creíbles.
Luego de inicuas injusticias, persecuciones, cárcel y hasta terribles enfermedades tropicales, una y mil veces se recupera y protagoniza notables hazañas. La indiferencia, la envidia y esa inveterada costumbre nuestra de no reconocer valores, salvo que se comparta dogmáticamente una ideología hizo que, más de una vez, fuera condenado al olvido.
Como no podía ser de otro modo, terminó sus días en una modestia tal que su viuda se vio obligada a vender todas sus propiedades, hasta sus anteojos personales. Entre otras notables virtudes, se destaca su hidalguía para con sus vencidos y con sus subordinados.
Si leyendo las últimas páginas, al lector se le escapa solamente un lagrimón y no más, es porque no supo apreciar lo indómito y desinteresado de su vida, así como tampoco fue capaz de reconocer la cálida pluma del autor, o la tersura de su prosa.
Un par de frases de G. B. que cita el autor:
«No me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos»
«Considero superfluos los honores y la riqueza cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores».
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
La tiranía de la igualdad.  De Axel Kaiser
El autor desarrolla una auténtica defensa del liberalismo desde la óptica de la pretendida igualdad impuesta desde arriba. Y lo hace no solo con un desarrollo teórico en el que demuestra su erudición y su preparación, sino también con ejemplos concretos de donde se han aplicado las ideas que él sostiene o las contrarias. Y los resultados no pueden ser más elocuentes. Me limito a transcribir algunos párrafos.
«Lo que se puede y debe hacer ciertamente es ayudar a los que están peor para que estén mejor, pero eso no es buscar igualdad sino el progreso de aquellos rezagados sin importar qué tan bien le esté yendo a los demás. Esta diferencia es esencial, pues no es lo mismo querer que todos estén igual a que todos estén mejor. Lo primero se logra con la fuerza estatal que suprime la libertad, lo segundo requiere de la libertad para generar prosperidad y de apoyos específicos del Estado que pueden o no resultar en mayor igualdad».
«Hitler prometió “la creación de un Estado socialmente justo” que “continúe erradicando todas las barreras sociales”. No deja de ser asombroso y alarmante que con estos antecedentes tanta gente se empeñe aún en la idea de un Estado providente que controle las dimensiones más sensibles de la vida de las personas».
«La izquierda denuncia una lógica del estricto egoísmo en las personas cuando se trata del mercado, pero una vez que se trata del Estado cambian de lógica y asumen que los gobernantes y burócratas tendrán una tendencia a hacer el bien y posponer su propio interés por el de los demás. Por alguna misteriosa razón los consumidores, los empresarios y los trabajadores persiguen su propio interés en el mercado, pero si pasan al Estado milagrosamente se convierten en criaturas desinteresadas semiangelicales velando por el bien común. La verdad es al revés: si en el mercado todos ganamos cuando al otro le va bien y nuestra honestidad es parte de nuestro activo para ser exitosos, en el Estado, como funciona sobre la base de la coacción, no es necesario ni ser honesto, ni preocuparse por el interés del otro, ni menos por cómo se gasta el dinero ajeno. Y es que en el mercado el coste de las malas decisiones lo asume la persona que tomó la decisión, mientras que en el Estado lo asume el contribuyente».
Tiene, además, estupendas frases de Hitler y Mussolini que dejan completamente claro que, ambos, están ideológicamente más cerca de la izquierda marxista que del liberalismo, por más que sistemáticamente se los cataloga en “la derecha”. No por nada Nazi, es una abreviatura de Nacional SOCIALISMO.
Más que seguir transcribiendo párrafos, lo ideal sería leer el libro entero
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
La verdad de las mentiras. De Mario Vargas Llosa
Se trata de una serie de ensayos en los que analiza distintas obras literarias que lo han motivado.
Es muy interesante poder ver distintos enfoques que a uno, al leer las obras se le han pasado por alto. No es de extrañar, teniendo en cuenta la experiencia y la erudición del autor.
Entre otras, analiza obras de Albert Camus, Thomas Mann, James Joyce, Hermann Hesse, Aldoux Huxley, George Orwell, Vladimir Nabokov y varios más, entre los que hay varios que son, para mí, perfectos desconocidos. Y uno se entusiasma por leer alguna de esas creaciones o de volver a leerlas, ahora con la perspectiva que nos da Mario Vargas Llosa. Desde luego que él ha dedicado libros enteros a Madame Bovary de Flaubert (una de sus novelas y autor más admirados), a Los miserables de Victor Hugo y seguramente otros que no conozco. Pero siempre uno saca algo positivo de sus lecturas, por más que, a ratos, sus conceptos son demasiado elevados para lo rudimentario de mis apreciaciones.
En una introducción previa a los comentarios bibliográficos, dice:
De lo que llevo dicho parecería desprenderse que la ficción es una fabulación gratuita, una prestidigitación sin trascendencia. Todo lo contrario: por delirante que sea, hunde sus raíces en la experiencia humana, de la que se nutre y a la que alimenta. Un tema recurrente en la historia de la ficción es el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a alancear molinos de viento, y la tragedia de Emma Bovary no ocurriría si el personaje de Flaubert no intentara parecerse a las heroínas de las novelas románticas que lee. Por creer que la realidad es como pretenden las ficciones, Alonso Quijano y Emma sufren terribles quebrantos. ¿Los condenamos por ello? No, sus historias nos conmueven y nos admiran: su empeño imposible de vivir la ficción nos parece personificar una actitud idealista que honra a la especie. Porque querer ser distinto de lo que se es ha sido la aspiración humana por excelencia. De ella resultó lo mejor y lo peor que registra la historia. De ella han nacido también las ficciones. [...] Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes les ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y fantasías de desear mil. [...] La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal; la comprobación de que somos menos de lo que soñamos.
A propósito de Animal farm de George Orwell, dice:
Lo que es sometido a revisión es la idea de que la única forma de progreso real es el finalismo revolucionario, la solución violenta, radical y única. Si hay un mensaje persuasivo en Animal Farm no es a favor de la pasividad y el escepticismo, sino más bien en contra de las soluciones utópicas irreales y a favor de las viables, concretas y pragmáticas. Fijarse objetivos inalcanzables es condenar de antemano al fracaso los esfuerzos de mejora social. El progreso sólo es imposible cuando la meta está fuera de las posibilidades reales del hombre. Por eso conviene ser menos soñadores, menos nostálgicos, menos ideológicos y más realistas a la hora de encarar los problemas sociales y tener conciencia clara de que entre todas las injusticias una de las más graves está no sólo en la explotación económica sino en la existencia del poder: por ello debe ser siempre controlado, debilitado, pues, si no es así, crecerá y desviará en beneficio propio los esfuerzos de todos. Animal Farm es un llamado de alerta contra la ingenuidad de creer que la única fuente de la injusticia es la explotación económica. En verdad, es múltiple y el progreso no sería real y posible si ella no es detectada y combatida simultáneamente en todos los hilos y recovecos de la urdimbre social.
Tiene, al terminar la recopilación, un fuerte alegato a favor de la literatura y los efectos benéficos que aporta, no solo a quien lee, sino, gracias a su enriquecimiento, a la comunidad a la que pertenece.
 -o-o-o-o-o-o-o-o-o-
El nuevo intelectual.  De Ayn Rand
 El libro consta de un ensayo breve, que da nombre a la obra, y de extractos de sus novelas en las que se pueden entender algunos de los conceptos de su obra filosófica. Es tan notable y tan profundo que mejor transcribo pasajes que resultaron salientes para mi siempre parcial criterio.
Gran defensora del capitalismo y de los logros de la sociedad norteamericana con su Constitución, nos ofrece párrafos como el siguiente:
Los Fundadores no fueron ni místicos pasivos que adoraban la muerte ni saqueadores que buscaban el poder en forma insensata; como grupo político, fueron un fenómeno sin precedentes en la historia: eran pensadores pero también hombres de acción. [...] rechazaron la teoría del sufrimiento como el destino metafísico del hombre, proclamaron el derecho a la búsqueda de la felicidad, y estaban decididos a establecer en la Tierra las condiciones requeridas para la existencia apropiada del hombre, por el poder de su intelecto “sin mediar otra ayuda”.  [...] La libertad intelectual no puede existir sin libertad política; la libertad política no puede existir sin libertad económica; el corolario es una mente libre y un mercado libre.
Y, hablando más concretamente del capitalismo:
El sistema social sin precedentes cuyos fundamentos fueron establecidos por los Fundadores, el sistema que instituyó los términos, el ejemplo y el patrón para el siglo XIX –y que se propagó por todos los países del mundo civilizado– fue el capitalismo. [...] El grado de libertad económica de cualquier país dado fue el grado exacto de su progreso. EUA, el más libre, logró ser el más avanzado. El capitalismo arrasó con la esclavitud en materia y en espíritu. Reemplazó al bárbaro y al hechicero, Al saqueador de riquezas y al vendedor de  revelaciones, por dos tipos nuevos de hombres, el productor de riquezas y el proveedor de conocimientos: el hombre de negocios y el intelectual. [...] Mediante la organización del esfuerzo humano en empresas productivas, crea empleo para hombres de incontables profesiones. Es el gran liberador que, en el breve lapso de un siglo y medio, ha liberado a los hombres de la esclavitud de sus necesidades físicas, los ha relevado de la carga pesada y terrible de una jornada laboral de dieciocho horas de trabajo manual para la mera subsistencia, ha puesto fin a las hambrunas, las pestes, el terror y la desesperación paralizante en la cual la mayor parte de los hombres había vivido durante todos los siglos precapitalistas, y en la cual la mayoría de ellos todavía vive en los países no capitalistas.
Cuando la autora habla de la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo, dice que los intelectuales no fueron capaces de ver y transmitir lo eso significaba y que estaba ocurriendo delante de sus propias narices:
Los hombres que trabajaban en otras profesiones no fueron capaces de dar un paso atrás y observar. Si algunos veían que podían abandonar sus granjas por una probabilidad de trabajar en una fábrica, eso fue todo lo que supieron. Si sus niños tenían ahora la posibilidad de sobrevivir más allá de la edad de diez años (la mortalidad infantil había sido aproximadamente de un cincuenta por ciento en la era precapitalista), no pudieron identificar la causa. No podían decir por qué las hambrunas periódicas –que habían arrasado cada veinte años a la población "excedente" que las economías precapitalistas no podían alimentar– ahora habían llegado a su fin, así como las carnicerías de las guerras religiosas. [...] Los intelectuales eligieron no decírselo.
Los intelectuales, o su mayoría predominante, permanecieron siglos a la zaga de su época: todavía buscando el favor de los nobles protectores, algunos de ellos lamentándose por la "vulgaridad" de los emprendimientos comerciales, escarneciendo a aquellos cuya riqueza era "nueva” y, simultáneamente, culpando a estos fabricantes nuevos de riqueza por toda la pobreza heredada de los siglos en los que habían regido los dueños de la riqueza noblemente "no comercial”. Otros denunciaban a las máquinas como "inhumanas” y a las fábricas como una mancha en la belleza del campo (donde antes había horcas erigidas en los cruces de caminos). Otros demandaban un movimiento "de regreso a la naturaleza", a las artesanías, a la Edad Media. Y algunos atacaban a los científicos por indagar acerca de los "misterios" prohibidos e interferir con los designios de Dios.
La víctima de la injusticia más infame de los intelectuales fue el hombre de negocios.
[...] los intelectuales eran reacios a diferenciar entre el hombre de negocios y el bárbaro, entre el productor de riqueza y el saqueador. [...] Por lo tanto, no indagaban acerca de la procedencia de la riqueza o jamás se preguntaban qué la había hecho posible. [...] Tomaron como axioma, como un fundamento irreductible, que la riqueza sólo puede ser adquirida por la fuerza, y que una fortuna como tal es la prueba del saqueo, sin hacer ulteriores distinciones o averiguaciones necesarias.
Con la mirada todavía puesta en la Edad Media, mantenían este punto de vista en medio de un período en el cual una cantidad enorme de riqueza, jamás vista antes en el mundo, se mostraba a su alrededor. Si los hombres que habían producido esa riqueza eran ladrones, ¿a quién se la habían robado? Entre todas sus vergonzosas evasivas, la respuesta de los intelectuales fue: a aquellos que no la habían producido. [...]
Evadiendo la diferencia entre la producción y el pillaje, llamaron al hombre de negocios ladrón. [...] Evadiendo la diferencia entre la recompensa y el terror, lo llamaron explotador. Evadiendo la diferencia entre el comercio y la fuerza, lo llamaron tirano. El asunto más crucial que tuvieron que evadir fue la diferencia entre lo ganado y lo no ganado.
¿Y si hablamos del Pecado Original?
El nombre de este monstruoso absurdo es 'Pecado Original'. Un pecado sin tener opción es una bofetada a la moral y una insolente contradicción: algo que está fuera de la posibilidad de elección, está fuera del territorio de la moral. Si el hombre es malvado de nacimiento, no tiene voluntad ni poder para cambiar; y, si no tiene voluntad, no puede ser bueno ni malo: los robots son amorales. Considerar la naturaleza del hombre como su pecado es una burla a la naturaleza. Castigarlo por un crimen que cometió antes de nacer es una burla a la justicia. Considerarlo culpable en una cuestión en la que no existe la inocencia, es una burla a la razón. Destruir la moral, la justicia, la naturaleza y la razón por medio de un único concepto, es una hazaña del mal difícil de igualar.
Cuestiona al respecto la creencia de que el hombre nace con libre albedrío pero con “tendencia al mal” y al respecto dice:
El libre albedrío pero con una tendencia al mal es como un juego con dados “cargados”: obliga al hombre a esforzarse para jugar, asumir responsabilidades y pagar por el juego, pero la decisión está desequilibrada a favor de una opción que no puede evitar. Si esa “tendencia” es por su elección, no puede poseerla al nacer; si no la ha elegido, su albedrío no es libre. [...] Su mito declara que él comió el fruto del árbol del conocimiento, adquirió una mente y se convirtió en un ser racional. El conocimiento del bien y del mal lo convirtió en un ser moral. Fue sentenciado a ganarse el pan con el sudor de su frente: se convirtió en un ser productivo. Fue sentenciado a experimentar el deseo: adquirió la capacidad del goce sexual. Los males por los cuales se lo condena son la razón, la moral, la creatividad, la alegría; es decir, todos los valores cardinales de su existencia. No son sus vicios los que el mito de la caída del hombre  explica y condena; no son sus errores los que se exhiben como su culpa, sino la esencia de su naturaleza humana. Fuera lo que fuere, ese robot que existía sin mente, sin valores, sin trabajo y sin amor en el Jardín del Edén, no era un hombre.
[...] Le has enseñado que su cuerpo y su conciencia son enemigos enzarzados en una lucha mortal, dos antagonistas de naturalezas opuestas, reclamos contradictorios, necesidades incompatibles; que beneficiar a uno es perjudicar al otro; que su espíritu pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión del mal que lo mantiene en cautiverio en esta Tierra; y que lo bueno es vencer al cuerpo, minarlo durante años de paciente lucha, cavando un camino hacia esa gloriosa salida que conduce a la libertad de la tumba.
Le han enseñado al hombre que es un inadaptado sin esperanzas compuesto por dos elementos, ambos símbolos de la muerte. Un cuerpo sin un espíritu es un cadáver, un espíritu sin un cuerpo es un fantasma; sin embargo esa es tu imagen de la naturaleza humana: el campo de batalla de un conflicto entre un cadáver y un fantasma [...]
Como producto de la división del hombre entre espíritu y cuerpo, hay dos clases de maestros de la Moral de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a los que llamas espiritualistas y materialistas; los que creen en la conciencia sin existencia y los que creen en la existencia sin conciencia. [...]
El bien, dicen los místicos del espíritu, es Dios, un ser cuya única definición es que está más allá de los poderes de comprensión del hombre; tal definición invalida la conciencia humana y anula sus conceptos de la existencia. El bien, dicen los místicos del músculo, es la Sociedad, una cosa a la que definen como un organismo que no posee forma física, un súper ser no corporizado en nadie en particular y en todos en general, en el cual participan todos excepto tú.  La mente del hombre, dicen los místicos del espíritu, debe estar subordinada a la voluntad de Dios. La mente del hombre, dicen los místicos del músculo, debe estar subordinada a la voluntad de la Sociedad. [...] El propósito de la vida del hombre, dicen ambos, es convertirse en un zombi abyecto al servicio de una intención que no conoce, por razones que no debe cuestionar. Su recompensa, dicen los místicos del espíritu, le será dada más allá de la tumba. Su recompensa, dicen los místicos del músculo, le será dada en la Tierra… a sus tataranietos.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Testimonios. De Victoria Ocampo
Especial capacidad de la autora de contar con gracia e inteligencia anécdotas que, si no son bien escritas, carecerían de interés y significado. Su honestidad intelectual la lleva a hacer ácidas críticas a ciertos personajes (Borges, por ejemplo), sin que por ello disminuya su admiración por su obra. Hermoso el testimonio acerca de Martínez Estrada, donde desliza frases como:
«Podré disentir con usted, eso es todo. Hasta podré disentir violentamente. No es la primera vez que esto me ocurre con un amigo sin que por eso deje de ser su amiga». O esta otra: «…estoy de acuerdo en que nuestro país ha bajado su nivel. Su nueva ola de incultura, su pobreza espiritual (que no es lo mismo que pobreza de espíritu), su fácil aceptación del más o menos, se han convertido en rasgos nacionales».

domingo, 17 de mayo de 2020

Pino Hachado

Por Marta Tomihisa

Hace unos años ya, fui invitada a conocer Horses and Huskies, un refugio de montaña ubicado en la localidad patagónica de Pino Hachado, en la provincia de Neuquén a pocos kilómetros del límite con Chile.
Una querida amiga me hizo esta invitación, porque era la tía de Hernán Alejandro Cipriani, el dueño de este sitio, a quien yo ya conocía desde su niñez.
Ella me aseguró con verdadero entusiasmo, que sería una experiencia digna de recordar. Como verán, no se equivocó en absoluto…
Este hospedaje se halla a unos 300 km de la capital neuquina, por un sendero sinuoso de una zona despoblada con profundos desniveles, subiendo una cuesta agreste, circundado por las fabulosas cumbres de nuestra cordillera. Viajamos en un auto alquilado y llegamos a media mañana, siendo recibidos por su dueño, quien con absoluta calidez nos abrió la tranquera seguido por sus perros. Hernán es un hombre de mediana estatura, contextura musculosa, ojos transparentes, cabello aclarado por el sol y voz exultante de entusiasmo cuando se trata de describir ese entorno, su hogar, del que es su hacedor…  
Luego de los saludos pertinentes, entramos a la cabaña principal, su obra maestra, en donde nos hospedaríamos. Aunque ya había construido otra más pequeña en el predio, en la que suele alojar a los escasos turistas que deambulan hacia la cordillera. Pero como nosotros éramos invitados por el dueño de casa, tuvimos la oportunidad de residir en esa fabulosa cabaña, en la que Hernán vive con su familia.
Sin lujos, pero con absoluta originalidad, se yergue en sus dos pisos con paneles de madera que dividen los ambientes, pieles de ovejas sobre los bancos hechos de troncos, ventanales generosos que permiten admirar el fabuloso entorno montañoso y dejan que el sol entibie, iluminando esa espaciosa sala de estar,
junto a la estufa de leña. En la planta alta se hallan los dormitorios. Se abastece con el agua del deshielo, con un caño emplazado en el ascenso rocoso que baja desde la montaña hacia la cabaña, con la que puede cocinar y utilizar sus sanitarios. Los baños construidos con tanta originalidad, que no me había percatado de que sus lavatorios eran baldes de albañil…
Luego de recorrer el lugar, gratamente sorprendidos, nos enteramos de que Hernán además ha construido con sus habilidosas manos, trineos para pasear sobre la nieve tirados por sus perros, lo cual es otra alternativa original que los turistas pueden disfrutar…
Por la noche, nos sentamos a conversar con el hacedor de esta maravilla, mientras contemplábamos un cielo tan azul y estrellado, como jamás pude imaginar. Recordó que años atrás, había decidido dejar el conurbano bonaerense para abrirse paso en este recóndito sitio de la tierra. Llegó con una carpa, luego de tener una charla con la administración neuquina, quien accedió a que se instalara aquí a cambio de crear una oferta hotelera, que pudiera servir de refugio a los viajantes que pasan rumbo a Chile y viceversa.
  Fueron muy duros esos primeros tiempos, mientras construía esta cabaña con sus propias manos, durmiendo en una carpa y soportando nieve y viento en un clima bajo cero. Recién cuando la terminó, trajo a su familia, mujer y dos hijos varones.
 Su fuerza de voluntad, su pasión inquebrantable por este paraje en absoluta soledad, pudieron más que las inclemencias del tiempo, avivaron su entusiasmo como una llama prendida, que da calor y alienta la vida…
Recuerda que una noche, salió a contemplar el cielo plagado de estrellas, de
intensa luminosidad como ya no se divisan en ninguna ciudad y vio un par de ojitos brillantes que se asomaban entre las penumbras y supo que no estaba tan solo…Algunos zorritos curiosos habían venido a acompañarlo, asombrados por este pacífico ser humano, quien subsistía con tanto respeto, en este espacio singular impregnado de tanta majestuosidad.
Fue quizás en ese instante, cuando Hernán comprendió que aquí estaba todo lo 
que anhelaba hallar, para convertir definitivamente sus sueños en realidad…
Solo permanecimos un par de días, compartiendo la mesa, entre mates y deliciosas tortas fritas hechas por el dueño de casa. Mientras contemplamos la nieve cubriendo las montañas, escuchábamos de vez en cuando el graznido de un ave de paso irrumpiendo el silencio, volando bajo sobre la armonía que la naturaleza le permite disfrutar en toda su inmensidad, hacia la imponente cadena montañosa y nevada de los Andes…
Al dejar ese refugio de montaña, tuve la sensación de haber estado muy cerca del cielo, en ese extremo del territorio en donde solo se puede oír el canto de un pájaro o el sonido del agua, cayendo por la montaña para irrumpir en el silencio y exaltar lo que la naturaleza resguarda, cuando realmente somos capaces de habitar un remanso en paz…
Pino Hachado ha sido una prueba exclusiva para mis neuronas, que intentan descifrar ese desafío del ser humano, que un día se atrevió a irrumpir en un sitio tan exclusivo del planeta, para sobrevivir y merecer esa oportunidad, en donde le ha sido posible convertir su extraordinario sueño en realidad…
Hernán Alejandro Cipriani sigue viviendo allí; a quienes han leído esta nota los invito a conocerlo, para que durante los días que compartan con él sean dignos
de descubrir tantas maravillas, mientras disfrutan del privilegio de respirar aire puro, en pleno Paraíso…

martes, 12 de mayo de 2020

Experiencia secundaria

Relato por Marta Tomihisa

Asistí a la enseñanza secundaria en la Escuela Normal mixta “José Gervasio Artigas”, de mi ciudad de San Fernando.
Tengo recuerdos imborrables de esa época, sobre todo de los profesores que dictaban las materias, de los que conservo algunas anécdotas que me invitan a reflexionar sobre la condición humana, civilizada…

En mi materia favorita, a la cual llamábamos “Castellano” (ahora le dicen Lengua), destaco el carácter amable del propio director del colegio, el señor Vicini, quien dictaba esa materia con una dicción fabulosa y un entusiasmo que incentivaban aún más mi interés por cada una de sus clases.
Cierta vez que debíamos escribir una “composición” sobre algún recuerdo que nos hubiera emocionado, yo redacté un episodio ocurrido en mi casa…
Obtuve la mejor nota, pero él al entregarme mi hoja de examen dijo con voz grave pero amable: “Señorita, Ud. me hace trampa, porque sus historias son tan interesantes que me olvido de corregir la gramática…”
Todos rieron ante este comentario y yo simplemente enrojecí, aunque me sentí muy halagada por sus tiernas palabras…
Realmente, mis notas en esa materia, eran excelentes, porque al igual que hoy me encantaba escribir y contar, lo que experimentaba a través de esa materia tan privilegiada que me lo permitía, lo que aún disfruto con mucho placer…

Pero, de la numerosa lista de docentes, con sus personalidades diversas y sus dones, pero también con sus prejuicios, todavía conservo en mi memoria, algunos anécdotas que vuelvo a revivir con cierta desazón…
Traigo de mis recuerdos, al profesor de contabilidad, el Sr. Díaz, un hombre que se presentó como tal casi al final del mes de inicio escolar, ya que ocupaba el cargo del titular que se hallaba ausente por problemas personales.
Por lo que supimos, él también dictaba clases en el otro 1er año, ubicado en el primer piso del colegio. Era un hombre bajito (casi de mi estatura), con un buen jopo engominado, luciendo una corbata multicolor, que recorrió el aula mirándonos con mucha atención…
Luego tomó la lista de alumnos y después de recorrerla atentamente, con voz contundente llamó al frente…
–“¡Takaichi”!
No había en el aula ninguna persona con ese apellido, aunque era indudable que el profesor dirigía su mirada hacia mí…
Repitió ese nombre…
Luego, me hizo un gesto con la mano y reiteró:
–“Takaichi pase al frente!”
Yo sentí mucha incomodidad, porque aunque era obvio que se dirigía a mí, me negaba a convalidar ese error o descuido que sin duda cometía…
De pronto, uno de mis compañeros, de esos chicos que no se callan nunca, le reclamó:
“Señor: aquí no hay nadie con ese apellido, ‘ella’ (dijo señalándome) no se llama así…”
El profesor lo miró, hizo una mueca risueña y respondió:
-“Pero, si son todos parecidos, ¿no?”
Mi compañero no se amedrantó y respondió:
-“¿A Ud. le gustaría que lo llamen por otro nombre?”
El profesor entonces, hizo un gesto de fastidio y extendiendo su mano hacia mí, solo replicó:
–“¡Pase!”
Luego pude enterarme de que el Sr Díaz, dictaba clases en otra aula en la que también había una chica descendencia oriental, aunque jamás supe si con ella también cometía el mismo error…
Mientras ese profesor dictó clases, jamás pronunció mi apellido, aunque tampoco volvió a llamarme por otro nombre, solo movía su mano y señalándome con el dedo, decía con cierta animosidad:
–“¡Pase!”
Al menos no me adjudicaba otro apellido, por lo que acepté con pasividad mi anonimato, a pesar de los reclamos de mis compañeros, que insistían en que debía reclamarle por esto…
Por supuesto jamás le dije nada, temiendo padecer las consecuencias en mis notas…

Pero no puedo volver a los recuerdos de esa etapa escolar, sin traer a mi memoria al extraño profesor de física…
El Sr Lenzi, quien irrumpió en el aula en su primera clase y sin darnos tiempo siquiera para saludarlo como se habituaba en esa época, se acercó a mí y en tono desafiante con su brazo extendido y su dedo índice señalando mi pecho, me preguntó:
–Srta., ¿Ud. es católica…?
Debo aclarar, a quienes no me conocen que mis rasgos asiáticos me destacaban entre el alumnado y que además por descuido, había dejado colgado de mi cuello un crucifijo regalo de mi madre.
Ante tan inesperada pregunta sólo atiné a balbucear la respuesta, que por supuesto era un tímido:
–Sí…
Confieso con absoluta sinceridad, que nunca supe lo que significaba “ser católico” además de ser sometida por vía materna, a los absurdos ritos establecidos por la iglesia…
Luego él, sin decir una palabra más, se alejó de mi lado y procedió a escribir un ejercicio en el pizarrón dando inicio a la clase, sin mencionar más el tema.
Durante su estadía en el salón, jamás volvió a mirarme como si el incidente en cuestión no hubiera ocurrido nunca. Aunque un instante antes de retirarse, parado junto al escritorio, fijó nuevamente sus ojos en mi persona y sin decir palabra se retiró del aula…
Entiendo que mi aspecto físico, por mi ascendencia oriental, debe haber confundido al profesor para interpelarme tan sorpresivamente.
De todas maneras, después de ese suceso, no pude evitar la sensación de sentirme siempre observada durante sus clases, al verlo pendiente de mis movimientos, con una actitud tan inquisidora que realmente me incomodaba…
Era un hombre de mediana edad, corpulento, de tez muy pálida, cabellos negros entrecanos y grandes ojos oscuros, de invariable traje negro y corbata gris, que caminaba un poco encorvado.
No parecía socializar con otros profesores, como solía ocurrir con los demás.
Como sucede con las personas extrañas, se contaban de él anécdotas insólitas. Decían que tocaba el órgano en una iglesia cercana y solía hacerlo por las noches, hasta la madrugada….
Lo único que yo sé, es que cada vez que él llegaba para dictar su clase, me llenaba de temor y me costaba bastante concentrarme.
Y por supuesto ese profesor, me reprobó en su materia…
Unos años después, mis hermanas y yo volvíamos de un velorio en un remise, casi a la medianoche, cuando al pasar por la iglesia de mi pueblo alcancé a ver entre las penumbras, una figura bajando las escaleras con ese paso tan lento y taciturno, por el que me pareció reconocer al profesor…
Esa fue la última vez que lo vi, aunque después de tanto tiempo me invaden las dudas y creo que solo fue fruto de mi imaginación…
Pero reconozco, que luego me costó dormirme, porque en las sombras de mi  dormitorio lo veía nuevamente caminando hacia mí, con su brazo extendido señalándome con el dedo, ¡como en la Inquisición…!

Debo admitir que mis padres cultivaron en mí una considerable paciencia, para aceptar los incidentes que he narrado…
Ellos han sido siempre mi fuente de inspiración, para guiarme por la vida, estableciendo en mi conducta un absoluto respeto por todos los maestros, para agradecer infinitamente ese regalo de sabiduría, que desde su conocimiento compartirían con quienes teníamos el privilegio de estudiar…
Pero somos seres humanos, imperfectos y cotidianos, respirando juntos en este planeta, portando cualidades y defectos en nuestros genes, por los que cada día debemos proponernos mirar hacia arriba, para aprender a brillar…     

domingo, 3 de mayo de 2020

El regalo (Relato por Marta Tomihisa)

La visita de un pariente proveniente de Okinawa, revolucionó a la familia.
Había arribado al puerto de Buenos Aires en el buque Asuka II, luego de dos meses de travesía, pues es inmensa la distancia para llegar a nuestro país. Esta persona fue el único pariente que vino de visita en los años ’60, en excelente situación económica.
Era un poderoso empresario que llegaba para conocer el país, que había recibido con los brazos abiertos a muchos de sus familiares.
Fiel a la costumbre japonesa, venía colmado de regalos, traía valijas inmensas y no hablaba ni una sola palabra en español debido a lo cual a todos los menores de la familia, nos habían instruido para saludarlo en su lengua y así lo hicimos. Vestidos con la ropa de paseo, esperábamos ansiosos la llegada del visitante, mi primo Carlitos y yo que éramos los adolescentes de la familia, contemplábamos divertidos como los demás iban y venían, para dejar todo listo antes de su arribo. Las mujeres habían ordenado meticulosamente la casa, además de cocinar un plato especial para agasajar al recién llegado.
Me moría de curiosidad por saber qué nos había traído de regalo, sobre todo a mi madre, que ya era viuda pero debía representar a la familia de mi padre.
Finalmente alguien divisó por la ventana la figura del visitante acompañado por otros familiares, quienes habían ido a recibirlo al puerto para luego guiarlo a nuestra casa. Corrimos hacia el jardín de entrada para conocerlo y chocábamos entre nosotros, entusiasmados ante lo singular de este encuentro.
Una figura menuda de gruesos anteojos, vestido con traje oscuro y una impecable camisa blanca sobre la que lucía una sobria corbata, avanzó sonriendo ante las miradas curiosas de toda la familia.
Como siempre mi madre estaba en la cocina, ultimando detalles y ella también se apresuró a unirse a los demás, secándose las manos en el delantal…
Alguien le explicó entonces, al recién llegado, que ella era la dueña de casa, lo que hizo que de inmediato él se detuviera ante su presencia inclinando su cabeza, hizo el típico saludo oriental mientras pronunciaba unas palabras incomprensibles para la mayoría de la familia. Muchos habíamos nacido aquí, solo entendíamos algunas pocas palabras del idioma japonés.
Mi madre se sonrojó pues era muy tímida, yo me quedé mirando al recién llegado que era muy jovial, especialmente cuando sonreía, porque tenía un diente partido y era gracioso al gesticular.
Mi cuñado que hablaba japonés, nos presentó a uno por uno y seguidamente nos ubicamos en el comedor. A continuación nos deleitamos con la exquisita comida que con verdadero esmero, habían preparado para este almuerzo de bienvenida. La sobremesa se hizo larga y aunque nadie lo dijo, todos estaban ansiosos porque llegara el momento de recibir los regalos.
Luego de beber té, a pedido del visitante fueron trayendo las maletas y todos nos amontonamos a su lado, tratando de disimular pésimamente nuestra curiosidad. Al abrir la segunda valija, pues en la primera solo había hallado ropa, sacó una pequeña caja de cartón plateado envuelta delicadamente en un bello papel rojo. Luego de buscar con la mirada a mi madre, extendió su mano y se la entregó a ella quien de inmediato agradeció el presente.
Sin embargo no lo abrió, lo dejó sobre su regazo mientras aguardaba que los demás recibieran el suyo. Me quedé intrigada pensando qué sería, pero procedimos a recibir nuestros propios obsequios y ante cada uno, hubo infinidad de exclamaciones de alegría y sorpresa.
Cuando todos ya habían recibido el suyo, invitaron al visitante a conocer la casa, modesta pero confortable, en la que vivíamos.
Mi madre se aprestó a guiar a la visita, para indicarle cuál era la habitación en la que iba a alojarse. Puso delicadamente, el regalo que había recibido sobre un mueble y lo acompañó a su cuarto. Yo no podía soportar la curiosidad por saber qué era y me fastidiaba mucho que ella tuviera siempre ese aire de indiferencia, aunque era un rasgo de su personalidad.
Nuestro recién llegado decidió dormir una siesta, entonces se impuso el silencio y los menores de la casa salimos al patio, para no alterar la calma.
Al día siguiente el visitante, con una comitiva de amables parientes, decidió ir al cementerio para presentar sus respetos ante la tumba de mi padre. Fue entonces cuando quedamos solas en casa, mi madre y yo.
Por supuesto la conminé a que inmediatamente abriese su regalo, que permanecía sobre un mueble. Ella, con su habitual paciencia, retiró prolijamente el papel que lo envolvía y extrajo de una caja de cartón una diminuta radio con una funda de cuero. Nunca había visto algo semejante, tan pequeño, inmediatamente busqué el cable para enchufar el aparato y oír si funcionaba, pero no lo encontré… Decepcionada miré a mi madre y ella sin insistir, sin que pareciera preocuparle siquiera lo guardó nuevamente en su estuche y siguió ensimismada en sus tareas.
Luego de un mes de estadía, agradeciendo reiteradas veces la atención recibida, el visitante se despidió y regresó a su país.

Una semana después, mi hermano vino de visita y entonces le pedí a mi madre que le mostrara la radio inútil que le habían obsequiado. Él abrió el envoltorio y observándola atentamente revisó la caja, de su base apartó un cartón que albergaba dos pequeños objetos cilíndricos, rojos y dorados, los que ubicó en el interior del aparato. Seguidamente, presionó la perilla y la música nos invadió…
Ante nuestra cara de sorpresa, mi hermano riéndose nos dijo:
- Solo había que ponerle pilas! ¿Todavía no las conocen?
Así fue que a los catorce años, conocí la primera radio portátil y descubrí con sorpresa una cosa singular llamada pila…
A partir de ese momento mi madre guardó con más esmero que nunca, este regalo. Mis hermanas y yo nos dedicamos entonces, a la ardua tarea de convencerla de que debía usarla. Aunque ella siempre cedía ante nuestras insistentes súplicas, solo nos permitía hacerlo los sábados por la noche, cuando escuchábamos “Teatro Palmolive”.
Entonces, la llevábamos hasta nuestro dormitorio, y yo que tenía asignada la importante tarea de ubicar la emisora que deseábamos escuchar, la ponía sobre mi mesa de luz y sentía que nuestra dicha era completa…
Luego de casi un mes de hacer esta rutina, un buen día las pilas se agotaron y la radio dejó de funcionar, mi madre entonces la guardó y para nuestra tristeza, nunca manifestó siquiera la intención de comprar pilas nuevas, las cuales ya se vendían por todas partes.
El verano llegó y yo cumpliría ya mis quince años…
Para ese entonces, no existían los festejos espectaculares que ahora se organizan. Mi familia planeó una reunión familiar, para comer cosas ricas.
Además, me alentaron a invitar a una amiga, pues siendo una familia tan numerosa no solíamos incorporar conocidos a nuestros festejos.
Cuando mis hermanos casados venían con sus propios parientes, ya éramos una multitud imposible de controlar. Recuerdo que ese día, todos empezaron a llegar desde el mediodía, pues algunos vivían lejos y habían salido temprano de sus casas.
Las mujeres se arremolinaban en la cocina, preparando comida y detrás de ellas los chicos quienes disfrutaban realmente este encuentro.
Yo invité tan solo a mi compañera de banco, Ana María, una chica pecosa con las mejillas siempre rosadas y el cabello castaño y ondulado para nuestra envidia, pues nosotros fieles descendientes de la raza amarilla, siempre lucíamos nuestra melena lacia y ordenada.
Ella llegó para la hora de la merienda, con un obsequio que me entregó luego de saludarnos. Eran un cepillo para el pelo y un espejo, muy bonitos, que me encantaron.
Nos ubicamos en el comedor, en donde ya habían puesto en la mesa un variado número de deliciosos canapés. La invité a sentarse y ella observó sorprendida lo que contenían los platos, que por supuesto no eran a los que estaba acostumbrada. Nadie incursionaba en las delicias de la cocina japonesa, como ocurre ahora, por lo que mi amiga solo se animó a probar algunas galletitas compradas en el almacén.
Supongo que además, aguardaba a otros invitados, pero eso no ocurrió pues sentadas a esa mesa solo estábamos las dos, rodeadas por los chicos de la familia. De vez en cuando, alguna de mis hermanas acudía para ver si nos faltaba algo. Pero mi amiga estaba muy callada, observando con atención a los integrantes de la familia que venían a saludarla a medida que pasaban por el comedor, aunque no se quedaban con nosotras para no interrumpir nuestra charla. Pero apenas había transcurrido una hora, desde su llegada, cuando Ana María decidió volver a su casa…
Entonces mi familia vino a sentarse a la mesa, trayendo la torta, que había sido hecha por una de mis hermanas y era exultante y generosa, pues debía satisfacer a más de una docena de bocas hambrientas.
Alguien puso música en nuestro equipo combinado, que era un elegante mueble de madera con una radio y un tocadiscos juntos. Muy contentos nos pusimos a bailar entre nosotros, con los niños de la casa gritando eufóricos, pues no hay nada que alegre más a un chico que ver a un adulto en actitudes relajadas, fuera de lo habitual. 
Cuando la fiesta terminó, las visitas se despidieron y nosotros nos dedicamos a arremeter contra el desorden que imperaba en la casa, lavando la vajilla y haciendo que todo volviera a la normalidad.
Un rato antes de irme a dormir, me hallaba sola sentada en la cocina tomando una gaseosa, cuando imprevistamente apareció mi madre con su pequeña radio. La puso sobre la mesa, luego de presionar la perilla para demostrarme que ya tenía pilas nuevas y funcionaba a la perfección, tomó mi mano y me la obsequió.
Me emocioné tanto, que debo decir que durante muchas noches de mi vida, escuché con placer esa pequeña radio portátil, acurrucada en la cama sintiendo complacida que ya no necesitaba nada más para ser absolutamente feliz…

viernes, 1 de mayo de 2020

Las falsas disyuntivas


Economistas Vs. panelistas
Veo con frecuencia a destacados economistas participar en programas televisivos donde panelistas y periodistas, no menos destacados e imbuidos de generosos ideales altruistas, los interrogan e interpelan.
Entre los economistas los hay de distintas tendencias y, sobre todo, de variada forma de debatir, algunos con mucha –tal vez excesiva– vehemencia, y otros no tanto.
Pero lo que veo casi invariablemente, es que cuando los economistas  exponen sus muy técnicas razones para explicar nuestras reiteradas crisis y las soluciones para evitarlas y, ante su requerimiento de bajar el gasto público, la respuesta de los compungidos panelistas suele ser de este tipo:
·      Pero la educación y la salud no son gasto sino inversión.
·      Pero ¿cómo van a hacer los viejitos jubilados si no se les da un bono extra?
·      Hay que quitarle a los que más tienen para darle a quienes lo están pasando mal.
Ante esos cuestionamientos, veo con pesar, que los economistas ensayan respuestas muy técnicas pero poco convincentes. A mí no me tienen que convencer, porque ya estoy convencido, pero entiendo que una buena parte de los televidentes, se pondrán del lado de los panelistas.
Las repuestas que yo, poco versado en cuestiones económicas, hubiese querido oír serían de este tipo:
·      Cuando se habla de “gasto” es referido a erogaciones totales (en física, equivale a caudal). Reducirlo no quiere decir que se tenga que hacer de áreas sensibles como la salud, la educación, justicia y otras ineludibles del Estado. Y aún en estas áreas, lo que se requiere es mayor eficiencia en el gasto. Es bueno recordar que, por mucho que se haya aumentado el gasto (o inversión si se prefiere) en educación, los resultados son pésimos. Otro tanto podemos decir de las otras áreas de competencia Estado.
·      Respecto a los “pobres viejitos”, habría que preguntarle al condolido panelista de dónde se sacarían esos mayores recursos; ¿estaría dispuesto él a resignar un porcentaje de su salario? ¿Por qué pretende que se haga vía mayores impuestos a otros? También cabe preguntar ¿qué fue lo que llevó a esos pobres ancianos y a tantos excluidos del sistema a estar en forma permanente en situación crítica, si no el enorme gasto público?
·      Quitarle a los que más tienen estaba bien para Robin Hood, porque le quitaba a los que, supuestamente, estaban explotando al resto de la población. Hoy, si de quitar se trata, habría que comenzar por los políticos, los empresarios prebendarios y los sindicalistas y no aumentando exageradamente los impuestos a los generadores de la riqueza.
La salud Vs. la economía
Cuando esos economistas de los que hablé pretenden hacernos ver los desaguisados que se hacen en materia económica, tanto ahora en plena crisis sanitaria, como antes y, probablemente después, suelen retrucarle que “la salud es más importante que la economía” o bien “Que antes que preocuparse por que los números ‘cierren’, debe tenerse en cuanta que sea con la gente adentro”. Parece ser que no se anoticiaron que el fin último de la economía es, precisamente, la gente. Y que cuando los números “no cierran”, invariablemente la gente queda afuera.
Por eso, como bien dijo uno de esos versados economistas, “Salud Vs. Economía” es una falsa disyuntiva. Y es precisamente cuando enfrentamos una emergencia como la actual, cuando más hay que prestarle atención a la economía, para evitar, entre otras cosas, el colapso de las prestaciones sanitarias. ¿De dónde saldrían los recursos humanos y materiales para enfrentar esta tragedia si no se atiende a la Economía?
–¿Usted prioriza la economía por sobre la Salud?– machacan esas sensibles mentes.
Parece mentira que en los medios de comunicación casi todos los periodistas, panelistas y opinólogos varios, invariablemente insistan sobre este tema.
No hay posibilidad de prestar buenos servicios de salud –no ya durante la pandemia, sino también en tiempos normales– sin una economía sana.
No hay posibilidad de tener una educación razonable sin una economía sana.
No hay posibilidad de reducir la pobreza sin una economía sana.
No hay posibilidad de reducir la inseguridad sin una economía sana.
No hay posibilidad de mejorar la inclusión social sin una economía sana.
No hay posibilidad de mejorar las jubilaciones sin una economía sana.
¿Se entiende por qué no se puede dejar de hablar de economía, aún en plena pandemia?
¿Y cómo se logra esa economía sana?
Con un giro de 180º en las políticas que se han seguido ya durante décadas.
Tomando como guía lo que hacen otros países que sí prosperaron. Y los ejemplos cubren todo el abanico de raza, religión, historia, y geografía; es decir que ninguna de estas condiciones es obstáculo para lograr un despegue definitivo.
Claro que, con los niveles de corrupción e impunidad que padecemos, fracasará incluso la mejor política económica que pudiera implementarse.
Igualdad Vs. libertad
Se ve con angustiante frecuencia que se clama por una mayor igualdad sin entender que el verdadero problema contra el que hay que luchar es la pobreza. Y esto se ve con claridad patética en Chile, donde en forma totalmente organizada, las izquierdas han acometido contra un régimen que ha sacado de la pobreza en pocas décadas a un enorme número de chilenos. Y que está hoy en los primeros puestos de América Latina en materia de Desarrollo Humano, PBI/h, educación, acceso a la salud e, incluso, en materia de jubilaciones, que ha sido una de las grandes excusas para promover la ola de barbarie.
Lo que generalmente logran estas izquierdas dogmáticas, y tal vez sea lo que buscan, es acabar con los ricos, en vez de acabar con los pobres.
Pero no hay remedio, ellos no pueden mostrar un solo ejemplo de éxito en sus intentos por traer el Paraíso a la Tierra. Y, si analizamos los países más exitosos en su lucha contra la pobreza, veremos que son precisamente los que tiene una economía más libre; es decir, los más alejados de sus trasnochadas teorías.

Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...