Relato por Marta Tomihisa
Lo veía solamente los martes y jueves.
Esos días iba con mi tío Jorge, al club Platense en donde se entrenaba para correr los 100 metros llanos, en un equipo local.
Yo lo acompañaba, porque era divertido ir a un club y no hacer nada.
Me gustaba mucho presenciar las distintas actividades, que allí se desarrollaban. Después del entrenamiento esperaba a mi tío en la cafetería del club, mientras se duchaba.
Entonces, ese increíble y fascinante desconocido salía del vestuario y pasaba a mi lado, eludiendo las mesas y casi rozándome, despreocupado y seductor como siempre. Portando su bolso, con el pelo mojado y una expresión satisfecha en el rostro. Era un hombre alto, de tez bronceada, cabello oscuro y enrulado.
Nunca me miraba, sin embargo estaba segura de que él sabía que yo esperaba verlo pasar…
Un día, me hallaba sentada al borde de la cancha viendo el entrenamiento de mi tío, cuando él apareció portando una jabalina. Ese era el deporte que él practicaba, de inmediato comenzó esa actividad en la que realmente se lucía. Su destreza física era notable. Luego de entrenar durante un largo rato, vino a sentarse junto a nosotros en unos bancos que había al costado de la cancha, bajo la sombra de los árboles. Sacó una gaseosa de su mochila y me la ofreció con una sonrisa adorable, ante mi negativa guardó la botella y se paró de un salto, guiñándome un ojo mientras se encaminaba hacia los vestuarios.
Yo estaba paralizada por la emoción, no podía dejar de mirarlo, me fascinaba su presencia.
Finalmente luego de unos cuantos meses, mi tío dio por terminado su entrenamiento y dejamos de ir al club.
No pude verlo más. Entonces, no tuve más remedio que soñar con él e imaginar que lo encontraba en todos los sitios a donde iba.
Lo veía en el shopping, en el ómnibus que me llevaba a la escuela, entrando al aula y hasta en las fiestas de cumpleaños…
Pensaba en él cada uno de los días, en los que no pude verlo. Sujetos de la mano, avanzando despreocupados por un sendero multicolor.
Sin embargo, yo apenas sabía cómo sonaba su voz, desconocía su nombre y su vida…
El tiempo transcurrió, al año siguiente mi tío decidió volver a entrenar, para un evento que se realizaría en mi pueblo. Fuimos nuevamente al club, dos veces por semana. La euforia me embargaba. Durante varias semanas, lo busqué ansiosamente pues imaginaba que él debía estar siempre allí, sin embargo no lo pude hallar. Aunque los meses transcurrieron vacíos y tediosos, nunca perdí la esperanza de volver a encontrarlo.
Un día, mi tío y yo estábamos tomando una merienda en la cafetería del club cuando él hizo su aparición, con ese aire tan seguro y lánguido que me encantaba. Pero no venía solo, una chica alta y hermosa como él, lo precedía.
Al pasar junto a nosotros nos reconoció, se acercó a saludarnos:
–¡Hola! ¿Cómo andan?…
Sonrió extendiendo su mano, que mi tío estrechó con entusiasmo.
–Soy Julián…Dijo sonriendo.
Mi tío que era un hombre muy sociable, de inmediato los invitó a sentarse, a compartir nuestra mesa. Los unía un saludable entusiasmo por el deporte.
Sin embargo, yo estaba desvastada ante esta situación, en ese mismo momento hubiera querido huir del lugar.
¡Tanto tiempo esperando este encuentro y él reaparecía acompañado!
Los hombres hablaron de sus entrenamientos, intercambiaron datos de su rendimiento físico. Parecían grandes amigos, charlando de sus logros.
Yo en cambio estaba callada, solo miraba a la chica sentada a su lado…
Ella permanecía con sus manos apoyadas en la mesa, exhibiendo una bella sonrisa en los labios. Admiré sus uñas pintadas, vi en su dedo meñique un anillo con dos corazones enlazados.
De pronto, me sorprendió que ella se lo sacara y extendiendo su mano me lo ofreciera…
–¿Lo querés?… Lo encontré en un chupetín sorpresa, es lindo, no?
Con mucha ternura, ella buscó mis dedos y me puso el anillo.
Entonces él iluminó su rostro, con una sonrisa de complicidad…
Me aferró la mano, en la que ya lucía el dorado anillo y exclamó en voz alta:
–Señorita, quiere casarse conmigo?
Los adultos rieron, ante mi expresión de sorpresa. Mis mejillas ardieron de emoción, no pude responder…
Mi corazón latía como un gorrión enjaulado, dentro del pecho.
Yo tenía tan solo diez años y contemplaba erguido frente a mí, absolutamente inalcanzable, al gran amor imposible de toda mi vida…
5 comentarios:
Inesperado relato y muy bueno. Bien Marta,y cariños para todos.Los "chicos " incluidos
Franco nos dijo: Muy tierna historia de Utopias..a veces se cumplen
Mirta nos dijo:GRACIAS! como de costumbre me ha encantado saludos.
Elsa nos dijo: Muy bien Marta! Me gustó tu historia de esa precoz damita enamorada del deportista!
Suele ocurrir en la edad del romance y los amores frustrados.
More more es todo lo que puedo decir!
Hola Martita! Me encantó la historia! Hermoso final! Beso
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