jueves, 30 de julio de 2020

Más libros

Otra vez intento compartir libros que me han gustado


Misteriosa Buenos Aires. De Manuel Mujica Láinez

Asombra el autor por lo pulido y culto de su estilo. El común denominador de los cuentos es que transcurren en Buenos Aires, desde la misma fundación por Pedro de Mendoza hasta los primeros años del siglo XX.

Algunos de ellos me impresionaron por lo sutil de la trama que se deshace en un final original, tal el caso de Las ropas del maestro o bien inesperado y brutal como El hambre. En El ángel y el payador nos recrea con una payada entre Santos Vega y Satanás con final también notable. También los hay fantásticos como El espejo desordenado o El hombrecito del azulejo.

En todos despliega sus conocimientos de nuestra historia, así como de los usos y costumbres sociales de la Buenos Aires virreinal y del primer siglo de vida independiente.

A flor de piel. De Javier Moro

Cuando uno lee un libro que le parece extraordinario, siempre está tentado a volver a leerlo, aunque raras veces esto ocurre. Y, además, uno siente algún resquemor de que, luego de los años, la segunda lectura no nos parezca tan encantadora como la primera.

Por eso, cuando leemos por segunda vez un libro, y nos parece tanto o más bueno que en la primera lectura, es porque realmente lo es. Y eso es lo que ocurre con esta extraordinaria novela histórica. Recomiendo fervientemente su lectura a todo aquellos que gustan de una historia de aventuras, con el condimento extra de que está basada en hechos reales (en este caso, “reales” se refiere tanto a la realidad como a la realeza).

Este es el comentario que hice luego de la primera lectura:

«Gran relato de la poco conocida y muy quijotesca Real Expedición Filantrópica que emprendió el médico Francisco Xavier Balmis, llevando el reciente descubrimiento de Jenner de la vacunación antivariólica a todo el Imperio Español de principios del siglo XIX (y también a la China y algunas posesiones portuguesas de Asia). Aunque en algunos tramos se parece más a una crónica de viaje que a una novela histórica, no deja de entusiasmar en todo momento. Los protagonistas, verdaderos héroes que no dudaron en desafiar los peligros más aterradores y la indiferencia y corrupción de muchas autoridades de las distantes posesiones del Imperio Español, no tuvieron la suerte de pasar a la historia como las auténticas estrellas que fueron, como Pasteur, Koch, Fleming o el propio Jenner. Su expedición tiene características de epopeya; tengamos en cuenta que en esos tiempos no se tenía idea de la naturaleza del agente infeccioso (la teoría microbiana de la enfermedad es posterior), y muchísimo menos se manejaba la técnica para su cultivo. Por estas razones, la única manera de mantener el “fluido vacunal” era inoculando a un sujeto que no hubiese padecido la enfermedad; luego de que la vacuna “prendiera” y el fluido de la pústula en el lugar de la inoculación estuviese maduro, se lo extraía y se inoculaba a otro sujeto sano. Como la navegación de ultramar demandaba varias semanas y dependía de los vientos, debía llevarse una provisión de sujetos suficiente para las sucesivas inoculaciones. Como había que asegurarse de que los pacientes a inocular fuesen vírgenes frente a la enfermedad, se prefería llevar niños pequeños (entre 3 y 8 años). Desde luego que pocas o ninguna familia estaban dispuestas a prestar sus hijos para tal experimento, por más que se les asegurara que quedarían a salvo de la terrible enfermedad y que la Corona Española se haría cargo de su futura educación. Por ello echaron mano a niños de orfanatos o de familias de una extrema pobreza, que probablemente terminarían igualmente entregando esos niños para que otro se hiciera cargo de ellos. Llevar tantos niños en una embarcación del tipo de las habituales entonces, implicaba un problema logístico importante, por lo que se recurrió a la rectora del hospicio donde se encontraban la mayoría de ellos, Isabel Zendal. Junto con el mencionado Balmis, esta extraordinaria mujer termina siendo la heroína que faltaba para completar la narración. Una novela inolvidable».

Solo agregaría, hoy, que olvidé mencionar a otro héroe de esta historia: El doctor Josep Salvany que, como segundo al mando de la expedición, y a cargo de una de las dos campañas en que se dividió en Venezuela, realizó una auténtica proeza al desafiar, no solo al clima y la indómita geografía de Sudamérica, sino que también tuvo que lidiar contra su muy precario estado de salud, ya que sufría de tuberculosis. Y fue solo esta enfermedad que le quitó la vida, lo único que pudo impedir que terminara su misión.

La clave es la libertad. De Agustín Etchebarne

Aunque uno ya esté convencido de que las ideas del liberalismo son las que realmente sacan a los pueblos de la pobreza y el atraso, siempre es bueno entender, con demostraciones teóricas y empíricas los fundamentos de tal creencia. El autor afirma que la pobreza es un estado circunstancial en la vida de una persona y que los planes asistencialistas de subsidios, son lo peor que se le puede dar a un pobre y que jamás lograrán sacarlo de su condición de tal. Otra de las lacras que impiden el desarrollo de los países es la creencia en la famosa teoría de la dependencia. La prueba está, por ejemplo, en China, que cuando abandonó esa idea (para lo que tuvo que esperar a la muerte de Mao) comenzó a crecer a un ritmo tal, que en pocas décadas la llevó a la situación de hoy, que es la segunda economía del mundo (tal vez la primera, con datos actualizados). Y no es solo China:

 

Si observamos el país capitalista por excelencia, los Estados Unidos, veremos que además existe una extraordinaria movilidad social. Muchos latinos cruzan la frontera, arriesgando sus vidas, para ingresar a las promisorias tierras del "sueño americano". Eligen hacerlo porque saben que del otro lado encontrarán la oportunidad de progresar. Efectivamente, el 93% de los inmigrantes logra salir de la pobreza en apenas quince años. (Horowitz, 2015). Los países anglosajones como Australia y Canadá alcanzaron similares niveles de prosperidad. Japón, Alemania e Italia ingresaron al club de los "ricos y opulentos", luego de perder la segunda gran guerra e incorporar las instituciones de la democracia liberal del país invasor, los Estados Unidos. Japón llegó a ser la segunda economía del planeta, Alemania la tercera e Italia la quinta. En la década del 60 y 70 se sumaron los Tigres del Asia: Hong Kong y Singapur (ex colonias británicas), Taiwán y Corea del Sur. En 1989 cuando cayó el muro de Berlín, Alemania Oriental y otras ex repúblicas soviéticas se subieron al tren del progreso. Más recientemente otros países del Sudeste Asiático empezaron a salir de la pobreza. Incluso China –país que desde 1800 hasta 1975 había tenido un crecimiento per cápita nulo– en solo tres décadas sustrajo de la pobreza a 600 millones de personas. Más tarde la India, tradicionalmente más pobre que China, inició a partir de la década del 90 un proceso de apertura a la tecnología y a las ideas de Occidente y desde entonces es la nueva promesa. Aún en África, en las primeras décadas del siglo XXI encontramos seis países que mejoraron sus instituciones y se están sumando a la corriente.

Es un verdadero paseo por el conocimiento del desarrollo de los países donde las ideas liberales triunfan y donde no. Pone el ejemplo del mundo musulmán que, con 1400 millones de habitantes tiene solo siete premios Nobel (solo dos en ciencias) frente a Israel que, con solo 12 millones tiene algo así como 160 de dichos premios, casi todos en ciencias. ¿Qué pasó con el mundo musulmán que fuera otrora el creador de ciencia por antonomasia? Es la batalla de las ideas. La caída de los grandes imperios siempre es consecuencia del cambio de las ideas predominantes. Hay ejemplos muy claros de ello, no solo entre los árabes sino también en China y en la propia Argentina.

El primer caballero. De Elizabeth Chadwick

No siempre se lleva a la pantalla con tanto acierto un libro previamente escrito. A veces es al revés, se toma el guión cinematográfico para hacer un libro y el resultado suele ser francamente decepcionante. En este caso, creo que el libro se tomó de la versión de cine y el resultado es magnífico. Uno queda atrapado en la trama de esta excepcional novela y tiene el plus de tener en la mente, muy claras, las caras de los protagonistas. Allí, en ese triángulo amoroso entre Camelot, Arturo y Ginebra, no hay malos ni villanos, todos son puros de corazón y nobles de espíritu.

La amante del Restaurador. De María Esther de Miguel

La novela se ubica en los últimos tiempos del Régimen de Rosas. Con un estilo absolutamente original, su prosa resulta por demás atractiva. A través de la interacción de lo personajes, uno puede respirar el clima opresivo de la época y su cuota de sanguinaria crueldad. Si bien no es Rosas el principal personaje de la novela, su presencia está en forma permanente en ese clima del que hablé antes. Y los rasgos particulares de su personalidad, con el placer que le provocaba humillar aún a quienes le eran fieles, me hace acordar a personajes de nuestra política que me tocó conocer y tratar de cerca. A un condenado a muerte, que pide un confesor, le manda un bufón, enano, disfrazado de cura; o, por ejemplo, al mismo enano lo disfraza de obispo y, en una reunión social, hace que los concurrentes le besen el anillo, o recibir en calzoncillos a alguna personalidad que le pidió audiencia. Es una ficción, es cierto, pero las semejanzas con caudillescos conocidos, no me deja dudas de que habrá hecho cosas similares.

Gengis Kan. De Pamela Sargent

En una segunda lectura me dejó impresiones parecidas a la primera. Siendo lo que fue la vida de este personaje, debería ser muy mala la prosa y la estructura de la novela para que no resulte interesante. Y ello a pesar de la infinidad de personajes que la autora despliega, con nombres extraños a tal punto que ni siquiera uno sabe si son hombres o mujeres y, por momentos, eso provoca que uno se pierda un poco. Nos cuenta muy acabadamente la personalidad del gran conquistador, con sus grandezas y rencores, con bajezas, generosidad, ferocidad y ternura, todas en una sola persona que hacen que, para juzgarlo, uno debe ubicarlo en su tiempo y en su espacio físico. Siendo líder de un pueblo nómade, cargado de supersticiones y sin conocimiento de la escritura y otras ciencias de su época, tenía sin embargo la capacidad de apropiarse de esos conocimientos de los pueblos a los que sometía, pero tenía muy claro que, si sus generales y demás subordinados cedían a la tentación de la sofisticación que ya poseían los persas o los chinos y abandonaban su vida nómade y demás costumbres, terminarían perdiendo su increíble poder bélico.

La fatal arrogancia. De Firedrich Hayek

Tal vez por ser algo elevado para mis conocimientos, no he podido sacarle todo el “jugo”. Pero rescato algunos párrafos:

Casi todos ponemos nuestra aportación productiva al servicio de gentes que son para nosotros desconocidas, cuya existencia incluso ignoramos, mientras basamos nuestros propios ciclos vitales en el consumo de bienes y servicios facilitados por gentes que también desconocemos. [...] Ya Adam Smith advirtió esta dispersión del conocimiento al señalar que «el tipo de industria a la que el capital deba ser dedicado, y en qué rama de la producción implicará su incorporación superior valor, son cosas que, evidentemente, cada individuo, conocedor de las circunstancias del caso, podrá establecer con más acierto que cualquier estadista o legislador».

Dicho en otras palabras, es el individuo quien asigna recursos y esfuerzos mejor que cualquier burócrata.

La alarma malthusiana: el fantasma de la superpoblación.

No le faltaba razón a Marx al decir que el «capitalismo» ha creado el proletariado: por él pudo subsistir y sigue subsistiendo».

Es, pues, insostenible la tesis según la cual los ricos arrebataron a los pobres aquello que, en ausencia de dicha violenta apropiación, les habría –o podría haber– correspondido.

Sin los ricos, es decir, quienes fueron capaces de acumular el necesario capital, los pobres que hubieran logrado sobrevivir habrían sido mucho más pobres al verse en la perentoria necesidad de aprovechar tierras rigurosamente marginales, siempre bajo la amenaza de que la sequía u otras calamidades naturales les impidieran proporcionar alimento a sus hijos. La creación de capital modificó tales condiciones más que cualquier otra cosa. A medida que los capitalistas pudieron emplear a otras gentes en sus propios proyectos, su capacidad de garantizar la supervivencia del proletariado empezó a redundar en beneficio no sólo propio, sino también de otros. [...] Es, pues, evidente que no fue una simple minoría la que se vio beneficiada por la instauración de las instituciones de la economía de mercado tales como la propiedad privada, el respeto a los contratos, el libre comercio y el empleo de capital.

Sólo la envidia y la ignorancia pueden haber inducido a las gentes a criticar, en vez de encomiar, la posesión de unas riquezas superiores a lo que exige la simple satisfacción de las necesidades corrientes. La idea de que la acumulación de este capital se realiza siempre «a expensas de otros» implica el retroceso a planteamientos que, por muy evidentes que a algunos puedan seguir pareciendo, carecen actualmente de todo fundamento y hacen imposible cualquier adecuada comprensión del desarrollo económico.

La decadencia del comunismo a que me refiero ha tenido lugar, por supuesto, principalmente en aquellos países en los que se ha aplicado, donde no ha podido menos de defraudar las utópicas esperanzas. Pero sigue vigente aún en el corazón de muchas personas que no han experimentado sus reales efectos: en ciertos intelectuales de Occidente y entre los pobres de las zonas periféricas del orden extenso, es decir en el Tercer Mundo.

Alberdi y Roca. De Carlos Pedro Blaquier

Interesante y bastante exhaustivo recorrido por las “Bases” de Alberdi, con comentarios del autor. Con respecto a Roca, es muy sucinto relatando una cronología de la vida del General JAR. Rescato algunos pasajes:

Roca fue el heredero del pensamiento de Alberdi y su mayor realizador. A él se le debe, más que a cualquier otro, la transformación material de la Argentina, cuya obra se extenderá hasta 1930. Después de la crisis internacional de 1929, la Argentina comenzará a vivir los avatares que reflejan el malestar internacional, integrada a los sucesos mundiales. Así, por lo tanto, se abandonó aquel diseño alberdiano para sumergirse en una política económica cerrada al mundo que desembocó en pobreza generalizada. 

El párrafo anterior no corresponde al autor de la obra sino a Juan José Cresto, que la prologa.

A propósito de la fiebre del oro en California, Blaquier, cita a Alberdi:

El oro podrá acumular miles de aventureros; pero solo la ley de libertad hará de esas multitudes y de ese oro un Estado civilizado y floreciente.

Alberdi también critica a Rivadavia por haber dedicado esfuerzos a la educación en ciencias morales:

No pretendo que la moral deba ser olvidada. Sé que sin ella la industria es imposible; pero los hechos prueban que se llega a la moral más presto por el camino de los hábitos laboriosos y productivos, de esas nociones honestas, que no por la instrucción abstracta. Estos países necesitan más de ingenieros, de geólogos y naturalistas, que de abogados y teólogos. Su mejora se hará con caminos, con pozos artesianos, con inmigraciones, y no con periódicos agitadores o serviles, ni con sermones o leyendas.

Y sigue con un concepto adelantado como 100 años:

El idioma inglés, como idioma de la libertad, de la industria y del orden, debe ser aún más obligatorio que el latín; no debiera darse diploma ni título universitario al joven que no lo hable y escriba.

Sigue Alberdi hablando de la Justicia:

La propiedad, la vida el honor, son bienes nominales, cuando la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a la merced de los pícaros. La ley, la Constitución, el gobierno, son palabras vacías, si no se reducen a hechos por la mano del juez que, en último resultado, es quien los hace ser realidad o mentira.

Y volviendo a Blaquier, en el epílogo de la parte dedicada a Roca y refiriéndose al régimen conservador, dice:

No se trataba de una aristocracia ni una oligarquía, como se ha dicho erróneamente, pues el poder político no se heredaba de padres a hijos ni era ejercido por una clase social ni por los sectores más adinerados. En efecto, presidentes como Sarmiento, Avellaneda y Roca procedían de modestos hogares provincianos y llegaron pura y exclusivamente por sus méritos. Era una Argentina abierta a los mejores, es decir, era una Argentina elitista, pero los mejores, desgraciadamente, no son nunca mayoría.

Y, hablando del cambio de régimen surgido de la Ley Sáenz Peña:

El cambio era inevitable porque era requerido por la gran mayoría, pero cabe preguntarse si esa mayoría fue efectivamente beneficiada por el cambio. Hoy, una gran proporción de nuestra población vive por debajo de la línea de pobreza, la desocupación es muy elevada, la instrucción pública y la salud pública son verdaderamente muy malas, el nivel de inseguridad personal es alarmante y las jubilaciones, excluidas las de privilegio, constituyen un verdadero despojo a quienes efectuaron aportes a lo largo de muchos años. Esa es la situación de la Argentina de hoy, de la Argentina que dejó de ser exitosa como lo fue en los tiempos del roquismo.

Archipiélago Gulag.  De Alexander Soljenitsin

Impresionante relato acerca del sistema judicial/carcelario de la URSS. El autor comienza relatando los arrestos (generalmente por nimiedades o simplemente por la necesidad de cubrir un “cupo” de presidiarios previamente estipulado por las autoridades), continúa contándonos (no necesariamente en este orden), la pantomima de los juicios, las arbitrariedades de las leyes y código penales (para ciertos delitos, el código establece penas mínimas pero no máximas; de allí que cite un viejo dicho: “No le temas a la ley, témele al juez”), los traslados y, en fin, las interminables torturas físicas y sicológicas a que son sometidos los arrestados. En la casi totalidad de los casos, arresto era equivalente a condena. Y la comparación que hace de la vida de los presidiarios bajo el régimen de los zares y bajo el soviético, es espantosamente favorable a los zares. 

 

domingo, 26 de julio de 2020

¿Justicia por mano propia?

En nuestro país sufrimos con frecuencia algunas “modas” de delincuencia, salvajismo, impericia o atropellos varios. En cierta ocasión fueron los derrumbes de edificios, en otra la de las tomas de tierras, después le tocó el turno a la toma de inmuebles desocupados, luego llegó la de los linchamientos y ahora recrudece la “justicia por mano propia” en la mano de jubilados.

Estos hechos, repudiables y no deseados por cualquier persona de bien, llevan a manifestarse en un sentido y en otro, con total ligereza.

Seguramente que una muerte violenta nunca puede ser deseable ni aplaudida. Pero no tengo dudas de que, si alguien tiene llevar las de perder en el hecho de violencia, es preferible que sea el que lo provocó. Y si el atacado, ejerciendo su legítimo derecho a defensa o aún en un exceso de tal derecho, termina matando, está claro que no es un ciudadano peligroso para la sociedad que anda matando con fines delictuosos, sino víctima de un hecho que no provocó.

A propósito de estos temas, hace algunos años escribí algo referido a los linchamientos que viene al caso de lo de hoy y que me permito reiterar:


07/04/14 De linchamientos y otras calamidades

Hace ya muchos años fui asaltado en mi consultorio. Amenazado con arma de fuego, quedé helado y desprovisto de toda sensación de miedo, furor o cualquier otra. Terminado el atraco, el ladrón huyó y la sangre pareció volver a llenar todo mi cuerpo, como en ebullición. Algo que no sabría bien como definir, pero que probablemente sea furia u odio, se apoderó de mí y, sin mediar ningún tipo de reflexión, salí en su persecución.

Un compinche lo esperaba en una moto con el motor en marcha, y por escasos metros no lo pude alcanzar, afortunadamente. Lo probable es que el mayor perjudicado hubiese sido yo mismo; no sé pelear, estaba solo y ellos era dos y armados. Todo esto que digo, lo pude reflexionar a posteriori. Lo que ahora pienso es que, en ese momento, desprovisto de reflexión alguna, yo era capaz de todo. ¿Qué significa todo? Bueno, todo es todo…

Si ocurría "todo", seguramente, hubiese tenido que enfrentar a un tribunal en el que se usaría a mi favor la emoción violenta y (no sé si a favor o en contra) el instinto de venganza.

Y no siempre es el ánimo de venganza lo que nos mueve. No hace tanto, iba yo conduciendo mi auto por los bosques de Palermo, cuando veo que a una muchacha le arrebatan su cartera. El ladrón huyó a todo correr. Mi primer instinto fue detener el auto, a riesgo de producir un choque, habida cuenta de lo tumultuoso del tráfico, y correr al delincuente. Otra vez la indignación, impotencia, furor y todo calificativo que uno imagine; pero claramente no era venganza –ya que no había yo sufrido el ataque– sino un deseo, quijotesco tal vez, de poner las cosas en su lugar. Por supuesto que no salí en persecución del ladrón (que ya me llevaba algunos cientos de metros de ventaja), pero, analizándolo luego, estoy convencido que hubiese sido capaz de cualquier extremo en caso de alcanzarlo.

¿Eso me convierte en un asesino potencial? Potencialmente tal vez todos lo seamos, pero aún así, no es comparable la reacción momentánea de una o varias personas (en el tumulto las pasiones suelen potenciarse; que le pregunten si no a los barras que asuelan nuestras canchas) con las conductas de un delincuente habitual, que hace del delito su forma de vida.

Entiendo perfectamente que el linchamiento o ejecución de un delincuente, es un acto condenable y reñido con las normas de convivencia que todos quisiéramos que se respeten. Pero el linchamiento no hace menos delincuente al delincuente. No sé si todos lamentan la ocurrencia de estos actos de linchamiento; yo personalmente sí y lo digo con convicción. Pero, teniendo en cuenta las mismas leyes indulgentes para con aquellos delincuentes que tanto daño y dolor nos provocan, debemos analizar los atenuantes para estas conductas.

Si se tiende a considerar al asesino, violador, punguista, escruchante o cualquier otra variedad de malviviente como a una víctima de la sociedad, ¿por qué no considerar a estos pretendidos justicieros del mismo modo y pensar que solo obraron por un súbito arrebato desprovisto de reflexión? Dirán, con toda razón, que eso no es justicia y estamos de acuerdo. Pero también debemos acordar que, en ese arranque, esa es la intención que los anima.

Entiendo que, en defensa de este “modelo”, algunos de sus seguidores crean que con la muerte de aquel infortunado muchacho rosarino, delincuente él, a manos de un tumulto exaltado, hayamos tenido un ladrón menos y cincuenta asesinos más. Fácil acusación formulada seguramente para minimizar la degradación social sostenida que es la verdadera responsable de la ola de violencia y aún de la “contraviolencia”, por llamarla de alguna manera sin pretender justificarla.

Lo que no parece que se pregunten o cuestionen es por qué el gobierno, tan eficiente en estrategias comunicacionales y de propaganda para sus logros reales y de los otros, no nos ha ilustrado acerca del plan integral –que debe tener pero que todavía no conocemos– y sus múltiples acciones tendientes a hacer algo por esta verdadera epidemia que nos aqueja. Tampoco parecen indignarse tanto cuando la violencia la ejercen los barrabravas, tan encarecidamente admirados por nuestra Prestante Dama. Tal vez porque desovillando esa madeja llegaríamos a poner en evidencia alguna connivencia o complicidad con conspicuos jerarcas o amigos del régimen.

Y quiero hacer notar un significativa diferencia entre los barras y los linchadores: mientras en el caso de estos últimos no hay siquiera una mínima sospecha de preparación u organización previa para ejecutar su acto violento, entre aquellos hay una verdadera asociación ilícita, que, con premeditación las más de las veces, preparan sus vandálicos actos. Pero nuestra Genial Oradora, se enternece con ellos y se maravilla porque “arengan y arengan”. Hasta llegó a justificar que, por el fallo equivocado de un árbitro, «el más educado y el más pintado quizás se manda un macanón». Si ella justifica el “macanón” por un error arbitral, ¿por qué sus adláteres se rasgan las vestiduras ante esta moda de los linchamientos? ¿Es incriticable la propaladora de tales afirmaciones? ¿Hay violencias buenas y otras malas? Eso parece, al ver la distinta vara con que se miden.

Todo personaje público que yo conozca, con excepción del incalificable D’Elía, repudian estos y cualquier otro hecho de violencia. Las diferencias surgen al analizar sus causas; algunos cometen el pecado de opinión de poner en evidencia el rotundo fracaso de las políticas públicas, si es que las hay, en esta materia. Contra ellos se descarga toda la furia oficial, por conducto de algunas de sus filosas lenguas, que tanto saben y hacen por aquella estrategia comunicacional que mencionábamos.

Pero hay más, ahora que se pusieron de moda los linchamientos –triste realidad que nos ofrece una sociedad en decadencia- uno oye argumentar a favor de estas conductas: «Está bien, así lo van pensar antes de chorear». Por más que uno insista en que NO está bien, que desde cualquier punto de vista es condenable, no logra convencer a quienes así opinan; ellos retrucan: «Si los que tienen que hacer algo, no hacen nada, es bueno que lo hagamos nosotros mismos». Como el argumento se basa en una realidad, en la anomia del estado,  cuesta mucho encontrar la forma de torcer esa opinión.

Peor aún, hay quienes quieren volver a realidades de pesadilla: «Aquí tiene que venir alguien con mano dura, que mate a unos cuantos miles y se acaba el problema». Es en vano que uno le recuerde que eso ya pasó y solo se logró una cuota de dolor inmensa solo para volver al punto de partida y comenzar de nuevo, como en una noria…  «Y te digo más, el cana que agarra a un chorro le tiene que meter un tiro aquí (señala el entrecejo); muerto el perro, se acabó la rabia. Una bala es más barata que mantener a esa porquería de gente en una cárcel de donde salen todavía peores». Una vez más, como la última parte de la argumentación es cierta, uno se ve en figurillas para torcer esa forma de pensar.

Otra cosa que oímos a menudo es el absoluto descreimiento por la clase política: «Lo único que les interesa a TODOS los políticos es llenarse los bolsillos». Esta frase, cargada de desánimo, abre el camino al deseo de soluciones drásticas como las que se enunciaron antes. Uno puede hacerles ver que aquellas actitudes no son nunca buenas, que hay que buscar la solución en el terreno de la política que es la única que puede llegar a resolver los conflictos sin agarrarse a tiros; que debe haber algún político que valga la pena; que se puede pensar en votar a otros que no hayan fracasado; pero todo resulta en vano.

Luego de 30 años de democracia, son tan pocos los logros al alcance de la gente común, o tal vez sea mejor decir que son tantos los retrocesos que es difícil cambiar esa forma de pensar. Aprendimos, por ejemplo, que con la democracia solamente no se come y se educa; para ello, además, hace falta una buena administración de los siempre escasos recursos y un plan serio de cómo lograrlo. También nos dijeron: «Síganme…» y nos defraudaron. Nos dijeron «¡Vamos por todo!» y vimos que “todo” era el crecimiento desmesurado del narcotráfico, de la violencia, el resurgimiento de los saqueos, la profusión de los piquetes y el retroceso inconcebible de la educación pública, gratuita y obligatoria, que tanto nos había destacado en décadas anteriores. Nos dijeron que la inseguridad se soluciona con inclusión social y, luego de diez años, la inseguridad empeoró, ¿Será que esa afirmación no era  verdad o que no hubo tal inclusión?

Yo no sé qué tan extendida está esta forma de pensar, nostálgica de formas y regímenes totalitarios, pero existe; de otra manera no se producirían los linchamientos que hoy vemos casi a diario. Y uno no tiene más remedio que reconocer que, para torcer esa idea, LOS QUE MENOS HICIERON en estos 30 años de democracia, SON LOS POLÍTICOS, habida cuenta de los pobrísimos resultados obtenidos en casi cualquier campo de la acción de gobierno que podamos analizar.

 

sábado, 4 de julio de 2020

Reencuentro


(Relato de no ficción por Marta Tomihisa).
Me había levantado tarde, como solía ocurrir los sábados por la mañana, en los que no iba a la escuela y todo era más relajado. Yo cursaba el segundo año de la secundaria y casi no tenía tiempo de socializar con mis amigos del barrio durante la semana, sumida en los deberes y la intensa actividad escolar. Para ese entonces, no existía el fabuloso recurso de internet, para investigar sobre las cuestiones que algunos profesores planteaban y había que recurrir a la biblioteca pues no había otra alternativa.
Esa mañana me desperté al escuchar a mi madre, abriendo la ventana de mi dormitorio, porque ya era casi mediodía y ella estaba ansiosa por verme en actividad. Luego del desayuno, fui al almacén del barrio para comprar algunas cosas que mamá necesitaba para preparar el almuerzo y fue ahí donde hallé a mi amiga Elena.
Ella parecía estar bastante alterada ante un suceso que, por supuesto, yo desconocía.
Una vecina del barrio, de nombre Palmira, había abandonado a su familia para ir tras los pasos de su enamorado…
Me pareció una historia realmente insólita, pues yo conocía a la fugitiva, además de ser muy amiga de Hugo, su único hijo. Al regresar del almacén le pregunté a mamá sobre el suceso, pero ella respondió que era una situación inesperada y que no era bueno sacar conjeturas de algo tan lamentable. Lo único que yo deseé a partir de ese momento, fue ver al niño abandonado, quien apenas tendría unos diez años…
Durante ese día me quedé pensando en el asunto, intentando recordar si en las veces que yo había estado en la casa de Hugo, había vislumbrado alguna situación de conflicto en ese ámbito familiar…
Pero no era así, siempre que los visité percibí un ambiente ameno, con padres muy interesados en la actividad escolar de su único hijo. Aunque sin duda comprobé la notable sobreprotección que ambos ejercían hacia Hugo, lo que lo había convertido en un ser delicado y poco sociable con el resto de los niños del barrio. Nunca salía a compartir juegos con otros chicos, ni pateaba la pelota, ni hacía despliegue de alguna actividad física. Leía bastante, además como era un tanto enfermizo y solía estar siempre resfriado durante la temporada invernal, solo en escasas situaciones se asomaba a la vereda. Imaginé entonces lo difícil que sería para este niño prescindir de su mamá; decidí verlo y ofrecerle mi amistad para que sintiera que no estaba tan solo, porque sin duda el mundo seguía girando con toda su intensidad.
Dejé pasar una semana y el sábado siguiente fui a visitarlo. Debo confesar que su reacción al verme, me llenó de tristeza, porque me dio un abrazo y sollozó con tanto desconsuelo, que me dejó sin palabras… Su padre no estaba, él se hallaba solo y realmente estaba muy angustiado ante la situación de abandono que estaba viviendo, aunque solo tuvo palabras de cariño hacia su madre, a quien como era de esperarse, extrañaba demasiado…
 Realmente no sabía qué decirle, solo atiné a preguntarle si sabía a dónde había ido ella, lo que él respondió con una negativa. Durante la semana pensé mucho en él, en que debía haber una forma de averiguar en dónde se hallaba su madre, lo cual se presentaba como una tarea bastante difícil…
Sin embargo, el sábado siguiente cuando visité a Hugo, me contó que su mamá lo había llamado por teléfono y eso lo había alegrado mucho…
Para esa época, no era tan frecuente contar con un medio de comunicación tan importante como un teléfono propio, en mi casa jamás hubo alguno, por lo que yo estaba muy contenta de contemplar la expresión de felicidad de ese chico, mientras narraba la conversación que había tenido con su madre, la que había sido realmente tierna…
Ella le había dado un número de teléfono, para que la llamara las veces que deseara, por supuesto en ausencia de su padre… También le había dado los datos de donde se refugiaba. Hugo me mostró la dirección, ubicada a pocos metros de la estación Tigre, en un club deportivo, cerca de la calle de las palmeras, la cual yo conocía perfectamente.
El rostro de Hugo me alentó a idear un plan, para que él pudiera reencontrarse con su madre, más allá de la aprobación del padre al que por supuesto, no informaríamos del suceso.  

Tampoco conté nada de esto a mi madre, quien seguramente, me habría conminado a no involucrarme en una situación que podía activar el enojo del padre de Hugo. Pero como yo no suelo preocuparme por lo que mis actos, siempre y cuando sean favorables hacia otra persona, puedan provocar, seguí elucubrando la forma en la que estos dos seres finalmente, se reencontraran…
La decisión ya estaba tomada…
Un sábado por la mañana, luego de pedirle al padre de Hugo que le permitiera acompañarme a la biblioteca, ubicada en el centro comercial de mi barrio, partimos ansiosos. Luego de comprar los consabidos boletos en la estación, subimos al tren y viajamos hasta la cercana ciudad de Tigre…
El breve viaje pareció eterno, para aplacar tanta ansiedad, Hugo estaba serio y yo intentaba conversar sobre algo intrascendente para que pudiera relajarse…
Por supuesto el niño, no decía una sola palabra, solo miraba taciturno el paisaje que desde la ventana podíamos disfrutar…
Al arribar a la estación Tigre, que era el final del recorrido, esperamos que el tren se detuviera y descendimos con premura. Era un día luminoso, ya había bastante gente paseando por la costa del río y algunas embarcaciones navegaban sobre las aguas, doradas y apacibles, hacia los recreos populares, en ese espacio tan turístico.
Hugo estaba callado, yo apoyé mi brazo en sus hombros y sin darnos cuenta apuramos el paso hacia nuestro destino…
Al llegar al lugar indicado, yo respiré hondo, anhelando lo mejor para este querido amigo…
El portón estaba abierto, por lo que entramos al club, que era espacioso, con frondosos árboles circundando el edificio, un perro pequeño vino a ladrarnos, mientras movía la cola en actitud pacífica. Seguimos avanzando por el sendero, hasta que de pronto la única puerta que habíamos divisado en el edificio se abrió y una figura femenina muy familiar, se encaminó hacia nosotros…
Palmira venía caminando con premura, a poca distancia de nosotros abrió sus brazos y avanzó sollozando, con intensa emoción hacia su hijo…
Fue un abrazo tan tierno, que mis ojos se nublaron y aunque no suelo llorar con frecuencia, esta vez sucumbí ante la imagen de esos dos seres, unidos por tanto cariño…
Luego, ella vino a mi lado y también me abrazó repitiendo con verdadera emoción:
–Gracias Martita…
Nos quedamos por lo menos una hora, charlando y luego visitando el lugar que parecía un club, un tanto abandonado. Vimos algunas personas en un pequeño gimnasio, luego entramos a un lugar aledaño a la cocina, en donde Palmira tenía su refugio.
Me sorprendió bastante la precariedad del espacio, visto que ella había vivido en una casa muy confortable, que nada tenía que ver con este ambiente…
Hugo y su mamá, se sentaron sobre un tronco en el patio y se pusieron a charlar amenamente, mientras yo recorría las instalaciones acompañada por el perro, un personaje simpático y sociable que no me perdía el rastro. Habiendo transcurrido una hora de nuestra llegada, le indiqué a Hugo que ya debíamos regresar, para no despertar sospechas. Él acató mi consejo y luego de despedirnos de su madre, nos encaminamos a la estación para volver a casa. En el viaje de regreso, Hugo estaba mucho más alegre y me contó que ahora estaba dispuesto a repetir este viaje solo. Su madre le había contado que ella no quería volver ver a su padre, pero que estaba muy feliz de poder reencontrarse con él…
Me encantó la expresión de entusiasmo del niño, su decisión de animarse al reencuentro, lo cual sería un secreto que guardaríamos los dos, hasta que solo el transcurso de la vida me permitiera contarlo…
Tiempo después, me casé y me mudé del barrio, solo en escasas oportunidades volví allí porque mi madre ya había muerto y solo me quedaban lazos de amistad, que aún conservo en mi corazón…
En cierta oportunidad, paseando por la calle comercial de mi ciudad me reencontré con Hugo, ya era un joven apuesto y sociable, su padre había fallecido y él aún vivía solo, en su casa paterna… Nos abrazamos recordando aquellos tiempos, mantenía una relación asidua con su madre que aún residía en Tigre. Me contó que como ella ya era una anciana, planeaba traerla de vuelta a su casa, para acompañarla en ese último tramo de su vida.
Le deseé buena suerte, él me abrazó tan cariñosamente que me conmovió…
Me dijo al oído:
­Gracias a vos, me animé a todo…
Yo solo anhelo que sea feliz, porque al final la vida, siempre te da otra oportunidad…

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