Otra vez intento compartir libros que me han gustado
Misteriosa Buenos Aires. De Manuel Mujica Láinez
Asombra el autor por lo pulido y culto de su estilo. El común denominador de los cuentos es que transcurren en Buenos Aires, desde la misma fundación por Pedro de Mendoza hasta los primeros años del siglo XX.
Algunos de ellos me impresionaron por lo sutil de la trama que se deshace en un final original, tal el caso de Las ropas del maestro o bien inesperado y brutal como El hambre. En El ángel y el payador nos recrea con una payada entre Santos Vega y Satanás con final también notable. También los hay fantásticos como El espejo desordenado o El hombrecito del azulejo.
En todos despliega sus conocimientos de nuestra historia, así como de los usos y costumbres sociales de la Buenos Aires virreinal y del primer siglo de vida independiente.
A flor de piel. De Javier Moro
Cuando uno lee un libro que le parece extraordinario, siempre está tentado a volver a leerlo, aunque raras veces esto ocurre. Y, además, uno siente algún resquemor de que, luego de los años, la segunda lectura no nos parezca tan encantadora como la primera.
Por eso, cuando leemos por segunda vez un libro, y nos parece tanto o más bueno que en la primera lectura, es porque realmente lo es. Y eso es lo que ocurre con esta extraordinaria novela histórica. Recomiendo fervientemente su lectura a todo aquellos que gustan de una historia de aventuras, con el condimento extra de que está basada en hechos reales (en este caso, “reales” se refiere tanto a la realidad como a la realeza).
Este es el comentario que hice luego de la primera lectura:
«Gran relato de la poco conocida y muy quijotesca Real Expedición Filantrópica que emprendió el médico Francisco Xavier Balmis, llevando el reciente descubrimiento de Jenner de la vacunación antivariólica a todo el Imperio Español de principios del siglo XIX (y también a la China y algunas posesiones portuguesas de Asia). Aunque en algunos tramos se parece más a una crónica de viaje que a una novela histórica, no deja de entusiasmar en todo momento. Los protagonistas, verdaderos héroes que no dudaron en desafiar los peligros más aterradores y la indiferencia y corrupción de muchas autoridades de las distantes posesiones del Imperio Español, no tuvieron la suerte de pasar a la historia como las auténticas estrellas que fueron, como Pasteur, Koch, Fleming o el propio Jenner. Su expedición tiene características de epopeya; tengamos en cuenta que en esos tiempos no se tenía idea de la naturaleza del agente infeccioso (la teoría microbiana de la enfermedad es posterior), y muchísimo menos se manejaba la técnica para su cultivo. Por estas razones, la única manera de mantener el “fluido vacunal” era inoculando a un sujeto que no hubiese padecido la enfermedad; luego de que la vacuna “prendiera” y el fluido de la pústula en el lugar de la inoculación estuviese maduro, se lo extraía y se inoculaba a otro sujeto sano. Como la navegación de ultramar demandaba varias semanas y dependía de los vientos, debía llevarse una provisión de sujetos suficiente para las sucesivas inoculaciones. Como había que asegurarse de que los pacientes a inocular fuesen vírgenes frente a la enfermedad, se prefería llevar niños pequeños (entre 3 y 8 años). Desde luego que pocas o ninguna familia estaban dispuestas a prestar sus hijos para tal experimento, por más que se les asegurara que quedarían a salvo de la terrible enfermedad y que la Corona Española se haría cargo de su futura educación. Por ello echaron mano a niños de orfanatos o de familias de una extrema pobreza, que probablemente terminarían igualmente entregando esos niños para que otro se hiciera cargo de ellos. Llevar tantos niños en una embarcación del tipo de las habituales entonces, implicaba un problema logístico importante, por lo que se recurrió a la rectora del hospicio donde se encontraban la mayoría de ellos, Isabel Zendal. Junto con el mencionado Balmis, esta extraordinaria mujer termina siendo la heroína que faltaba para completar la narración. Una novela inolvidable».
Solo agregaría, hoy, que olvidé mencionar a otro héroe de esta historia: El doctor Josep Salvany que, como segundo al mando de la expedición, y a cargo de una de las dos campañas en que se dividió en Venezuela, realizó una auténtica proeza al desafiar, no solo al clima y la indómita geografía de Sudamérica, sino que también tuvo que lidiar contra su muy precario estado de salud, ya que sufría de tuberculosis. Y fue solo esta enfermedad que le quitó la vida, lo único que pudo impedir que terminara su misión.
La clave es la libertad. De Agustín Etchebarne
Aunque uno ya esté convencido de que las ideas del liberalismo son las que realmente sacan a los pueblos de la pobreza y el atraso, siempre es bueno entender, con demostraciones teóricas y empíricas los fundamentos de tal creencia. El autor afirma que la pobreza es un estado circunstancial en la vida de una persona y que los planes asistencialistas de subsidios, son lo peor que se le puede dar a un pobre y que jamás lograrán sacarlo de su condición de tal. Otra de las lacras que impiden el desarrollo de los países es la creencia en la famosa teoría de la dependencia. La prueba está, por ejemplo, en China, que cuando abandonó esa idea (para lo que tuvo que esperar a la muerte de Mao) comenzó a crecer a un ritmo tal, que en pocas décadas la llevó a la situación de hoy, que es la segunda economía del mundo (tal vez la primera, con datos actualizados). Y no es solo China:
Si observamos el país capitalista por excelencia, los Estados Unidos, veremos que además existe una extraordinaria movilidad social. Muchos latinos cruzan la frontera, arriesgando sus vidas, para ingresar a las promisorias tierras del "sueño americano". Eligen hacerlo porque saben que del otro lado encontrarán la oportunidad de progresar. Efectivamente, el 93% de los inmigrantes logra salir de la pobreza en apenas quince años. (Horowitz, 2015). Los países anglosajones como Australia y Canadá alcanzaron similares niveles de prosperidad. Japón, Alemania e Italia ingresaron al club de los "ricos y opulentos", luego de perder la segunda gran guerra e incorporar las instituciones de la democracia liberal del país invasor, los Estados Unidos. Japón llegó a ser la segunda economía del planeta, Alemania la tercera e Italia la quinta. En la década del 60 y 70 se sumaron los Tigres del Asia: Hong Kong y Singapur (ex colonias británicas), Taiwán y Corea del Sur. En 1989 cuando cayó el muro de Berlín, Alemania Oriental y otras ex repúblicas soviéticas se subieron al tren del progreso. Más recientemente otros países del Sudeste Asiático empezaron a salir de la pobreza. Incluso China –país que desde 1800 hasta 1975 había tenido un crecimiento per cápita nulo– en solo tres décadas sustrajo de la pobreza a 600 millones de personas. Más tarde la India, tradicionalmente más pobre que China, inició a partir de la década del 90 un proceso de apertura a la tecnología y a las ideas de Occidente y desde entonces es la nueva promesa. Aún en África, en las primeras décadas del siglo XXI encontramos seis países que mejoraron sus instituciones y se están sumando a la corriente.
Es un verdadero paseo por el conocimiento del desarrollo de los países donde las ideas liberales triunfan y donde no. Pone el ejemplo del mundo musulmán que, con 1400 millones de habitantes tiene solo siete premios Nobel (solo dos en ciencias) frente a Israel que, con solo 12 millones tiene algo así como 160 de dichos premios, casi todos en ciencias. ¿Qué pasó con el mundo musulmán que fuera otrora el creador de ciencia por antonomasia? Es la batalla de las ideas. La caída de los grandes imperios siempre es consecuencia del cambio de las ideas predominantes. Hay ejemplos muy claros de ello, no solo entre los árabes sino también en China y en la propia Argentina.
El primer caballero. De Elizabeth Chadwick
No siempre se lleva a la pantalla con tanto acierto un libro previamente escrito. A veces es al revés, se toma el guión cinematográfico para hacer un libro y el resultado suele ser francamente decepcionante. En este caso, creo que el libro se tomó de la versión de cine y el resultado es magnífico. Uno queda atrapado en la trama de esta excepcional novela y tiene el plus de tener en la mente, muy claras, las caras de los protagonistas. Allí, en ese triángulo amoroso entre Camelot, Arturo y Ginebra, no hay malos ni villanos, todos son puros de corazón y nobles de espíritu.
La amante del Restaurador. De María Esther de Miguel
La novela se ubica en los últimos tiempos del Régimen de Rosas. Con un estilo absolutamente original, su prosa resulta por demás atractiva. A través de la interacción de lo personajes, uno puede respirar el clima opresivo de la época y su cuota de sanguinaria crueldad. Si bien no es Rosas el principal personaje de la novela, su presencia está en forma permanente en ese clima del que hablé antes. Y los rasgos particulares de su personalidad, con el placer que le provocaba humillar aún a quienes le eran fieles, me hace acordar a personajes de nuestra política que me tocó conocer y tratar de cerca. A un condenado a muerte, que pide un confesor, le manda un bufón, enano, disfrazado de cura; o, por ejemplo, al mismo enano lo disfraza de obispo y, en una reunión social, hace que los concurrentes le besen el anillo, o recibir en calzoncillos a alguna personalidad que le pidió audiencia. Es una ficción, es cierto, pero las semejanzas con caudillescos conocidos, no me deja dudas de que habrá hecho cosas similares.
Gengis Kan. De Pamela Sargent
En una segunda lectura me dejó impresiones parecidas a la primera. Siendo lo que fue la vida de este personaje, debería ser muy mala la prosa y la estructura de la novela para que no resulte interesante. Y ello a pesar de la infinidad de personajes que la autora despliega, con nombres extraños a tal punto que ni siquiera uno sabe si son hombres o mujeres y, por momentos, eso provoca que uno se pierda un poco. Nos cuenta muy acabadamente la personalidad del gran conquistador, con sus grandezas y rencores, con bajezas, generosidad, ferocidad y ternura, todas en una sola persona que hacen que, para juzgarlo, uno debe ubicarlo en su tiempo y en su espacio físico. Siendo líder de un pueblo nómade, cargado de supersticiones y sin conocimiento de la escritura y otras ciencias de su época, tenía sin embargo la capacidad de apropiarse de esos conocimientos de los pueblos a los que sometía, pero tenía muy claro que, si sus generales y demás subordinados cedían a la tentación de la sofisticación que ya poseían los persas o los chinos y abandonaban su vida nómade y demás costumbres, terminarían perdiendo su increíble poder bélico.
La fatal arrogancia. De Firedrich Hayek
Tal vez por ser algo elevado para mis conocimientos, no he podido sacarle todo el “jugo”. Pero rescato algunos párrafos:
Casi todos ponemos nuestra aportación productiva al servicio de gentes que son para nosotros desconocidas, cuya existencia incluso ignoramos, mientras basamos nuestros propios ciclos vitales en el consumo de bienes y servicios facilitados por gentes que también desconocemos. [...] Ya Adam Smith advirtió esta dispersión del conocimiento al señalar que «el tipo de industria a la que el capital deba ser dedicado, y en qué rama de la producción implicará su incorporación superior valor, son cosas que, evidentemente, cada individuo, conocedor de las circunstancias del caso, podrá establecer con más acierto que cualquier estadista o legislador».
Dicho en otras palabras, es el individuo quien asigna recursos y esfuerzos mejor que cualquier burócrata.
La alarma malthusiana: el fantasma de la superpoblación.
No le faltaba razón a Marx al decir que el «capitalismo» ha creado el proletariado: por él pudo subsistir y sigue subsistiendo».
Es, pues, insostenible la tesis según la cual los ricos arrebataron a los pobres aquello que, en ausencia de dicha violenta apropiación, les habría –o podría haber– correspondido.
Sin los ricos, es decir, quienes fueron capaces de acumular el necesario capital, los pobres que hubieran logrado sobrevivir habrían sido mucho más pobres al verse en la perentoria necesidad de aprovechar tierras rigurosamente marginales, siempre bajo la amenaza de que la sequía u otras calamidades naturales les impidieran proporcionar alimento a sus hijos. La creación de capital modificó tales condiciones más que cualquier otra cosa. A medida que los capitalistas pudieron emplear a otras gentes en sus propios proyectos, su capacidad de garantizar la supervivencia del proletariado empezó a redundar en beneficio no sólo propio, sino también de otros. [...] Es, pues, evidente que no fue una simple minoría la que se vio beneficiada por la instauración de las instituciones de la economía de mercado tales como la propiedad privada, el respeto a los contratos, el libre comercio y el empleo de capital.
Sólo la envidia y la ignorancia pueden haber inducido a las gentes a criticar, en vez de encomiar, la posesión de unas riquezas superiores a lo que exige la simple satisfacción de las necesidades corrientes. La idea de que la acumulación de este capital se realiza siempre «a expensas de otros» implica el retroceso a planteamientos que, por muy evidentes que a algunos puedan seguir pareciendo, carecen actualmente de todo fundamento y hacen imposible cualquier adecuada comprensión del desarrollo económico.
La decadencia del comunismo a que me refiero ha tenido lugar, por supuesto, principalmente en aquellos países en los que se ha aplicado, donde no ha podido menos de defraudar las utópicas esperanzas. Pero sigue vigente aún en el corazón de muchas personas que no han experimentado sus reales efectos: en ciertos intelectuales de Occidente y entre los pobres de las zonas periféricas del orden extenso, es decir en el Tercer Mundo.
Alberdi y Roca. De Carlos Pedro Blaquier
Interesante y bastante exhaustivo recorrido por las “Bases” de Alberdi, con comentarios del autor. Con respecto a Roca, es muy sucinto relatando una cronología de la vida del General JAR. Rescato algunos pasajes:
Roca fue el heredero del pensamiento de Alberdi y su mayor realizador. A él se le debe, más que a cualquier otro, la transformación material de la Argentina, cuya obra se extenderá hasta 1930. Después de la crisis internacional de 1929, la Argentina comenzará a vivir los avatares que reflejan el malestar internacional, integrada a los sucesos mundiales. Así, por lo tanto, se abandonó aquel diseño alberdiano para sumergirse en una política económica cerrada al mundo que desembocó en pobreza generalizada.
El párrafo anterior no corresponde al autor de la obra sino a Juan José Cresto, que la prologa.
A propósito de la fiebre del oro en California, Blaquier, cita a Alberdi:
El oro podrá acumular miles de aventureros; pero solo la ley de libertad hará de esas multitudes y de ese oro un Estado civilizado y floreciente.
Alberdi también critica a Rivadavia por haber dedicado esfuerzos a la educación en ciencias morales:
No pretendo que la moral deba ser olvidada. Sé que sin ella la industria es imposible; pero los hechos prueban que se llega a la moral más presto por el camino de los hábitos laboriosos y productivos, de esas nociones honestas, que no por la instrucción abstracta. Estos países necesitan más de ingenieros, de geólogos y naturalistas, que de abogados y teólogos. Su mejora se hará con caminos, con pozos artesianos, con inmigraciones, y no con periódicos agitadores o serviles, ni con sermones o leyendas.
Y sigue con un concepto adelantado como 100 años:
El idioma inglés, como idioma de la libertad, de la industria y del orden, debe ser aún más obligatorio que el latín; no debiera darse diploma ni título universitario al joven que no lo hable y escriba.
Sigue Alberdi hablando de la Justicia:
La propiedad, la vida el honor, son bienes nominales, cuando la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a la merced de los pícaros. La ley, la Constitución, el gobierno, son palabras vacías, si no se reducen a hechos por la mano del juez que, en último resultado, es quien los hace ser realidad o mentira.
Y volviendo a Blaquier, en el epílogo de la parte dedicada a Roca y refiriéndose al régimen conservador, dice:
No se trataba de una aristocracia ni una oligarquía, como se ha dicho erróneamente, pues el poder político no se heredaba de padres a hijos ni era ejercido por una clase social ni por los sectores más adinerados. En efecto, presidentes como Sarmiento, Avellaneda y Roca procedían de modestos hogares provincianos y llegaron pura y exclusivamente por sus méritos. Era una Argentina abierta a los mejores, es decir, era una Argentina elitista, pero los mejores, desgraciadamente, no son nunca mayoría.
Y, hablando del cambio de régimen surgido de la Ley Sáenz Peña:
El cambio era inevitable porque era requerido por la gran mayoría, pero cabe preguntarse si esa mayoría fue efectivamente beneficiada por el cambio. Hoy, una gran proporción de nuestra población vive por debajo de la línea de pobreza, la desocupación es muy elevada, la instrucción pública y la salud pública son verdaderamente muy malas, el nivel de inseguridad personal es alarmante y las jubilaciones, excluidas las de privilegio, constituyen un verdadero despojo a quienes efectuaron aportes a lo largo de muchos años. Esa es la situación de la Argentina de hoy, de la Argentina que dejó de ser exitosa como lo fue en los tiempos del roquismo.
Archipiélago Gulag. De Alexander Soljenitsin
Impresionante relato acerca del sistema judicial/carcelario de la URSS. El autor comienza relatando los arrestos (generalmente por nimiedades o simplemente por la necesidad de cubrir un “cupo” de presidiarios previamente estipulado por las autoridades), continúa contándonos (no necesariamente en este orden), la pantomima de los juicios, las arbitrariedades de las leyes y código penales (para ciertos delitos, el código establece penas mínimas pero no máximas; de allí que cite un viejo dicho: “No le temas a la ley, témele al juez”), los traslados y, en fin, las interminables torturas físicas y sicológicas a que son sometidos los arrestados. En la casi totalidad de los casos, arresto era equivalente a condena. Y la comparación que hace de la vida de los presidiarios bajo el régimen de los zares y bajo el soviético, es espantosamente favorable a los zares.