En nuestro país sufrimos con frecuencia algunas “modas” de delincuencia, salvajismo, impericia o atropellos varios. En cierta ocasión fueron los derrumbes de edificios, en otra la de las tomas de tierras, después le tocó el turno a la toma de inmuebles desocupados, luego llegó la de los linchamientos y ahora recrudece la “justicia por mano propia” en la mano de jubilados.
Estos hechos, repudiables y no deseados por cualquier persona de bien, llevan a manifestarse en un sentido y en otro, con total ligereza.
Seguramente que una muerte violenta nunca puede ser deseable ni aplaudida. Pero no tengo dudas de que, si alguien tiene llevar las de perder en el hecho de violencia, es preferible que sea el que lo provocó. Y si el atacado, ejerciendo su legítimo derecho a defensa o aún en un exceso de tal derecho, termina matando, está claro que no es un ciudadano peligroso para la sociedad que anda matando con fines delictuosos, sino víctima de un hecho que no provocó.
A propósito de estos temas, hace algunos años escribí algo referido a los linchamientos que viene al caso de lo de hoy y que me permito reiterar:
07/04/14 De linchamientos y otras calamidades
Hace ya muchos años fui asaltado en mi consultorio. Amenazado con arma de fuego, quedé helado y desprovisto de toda sensación de miedo, furor o cualquier otra. Terminado el atraco, el ladrón huyó y la sangre pareció volver a llenar todo mi cuerpo, como en ebullición. Algo que no sabría bien como definir, pero que probablemente sea furia u odio, se apoderó de mí y, sin mediar ningún tipo de reflexión, salí en su persecución.
Un compinche lo esperaba en una moto con el motor en marcha, y por escasos metros no lo pude alcanzar, afortunadamente. Lo probable es que el mayor perjudicado hubiese sido yo mismo; no sé pelear, estaba solo y ellos era dos y armados. Todo esto que digo, lo pude reflexionar a posteriori. Lo que ahora pienso es que, en ese momento, desprovisto de reflexión alguna, yo era capaz de todo. ¿Qué significa todo? Bueno, todo es todo…
Si ocurría "todo", seguramente, hubiese tenido que enfrentar a un tribunal en el que se usaría a mi favor la emoción violenta y (no sé si a favor o en contra) el instinto de venganza.
Y no siempre es el ánimo de venganza lo que nos mueve. No hace tanto, iba yo conduciendo mi auto por los bosques de Palermo, cuando veo que a una muchacha le arrebatan su cartera. El ladrón huyó a todo correr. Mi primer instinto fue detener el auto, a riesgo de producir un choque, habida cuenta de lo tumultuoso del tráfico, y correr al delincuente. Otra vez la indignación, impotencia, furor y todo calificativo que uno imagine; pero claramente no era venganza –ya que no había yo sufrido el ataque– sino un deseo, quijotesco tal vez, de poner las cosas en su lugar. Por supuesto que no salí en persecución del ladrón (que ya me llevaba algunos cientos de metros de ventaja), pero, analizándolo luego, estoy convencido que hubiese sido capaz de cualquier extremo en caso de alcanzarlo.
¿Eso me convierte en un asesino potencial? Potencialmente tal vez todos lo seamos, pero aún así, no es comparable la reacción momentánea de una o varias personas (en el tumulto las pasiones suelen potenciarse; que le pregunten si no a los barras que asuelan nuestras canchas) con las conductas de un delincuente habitual, que hace del delito su forma de vida.
Entiendo perfectamente que el linchamiento o ejecución de un delincuente, es un acto condenable y reñido con las normas de convivencia que todos quisiéramos que se respeten. Pero el linchamiento no hace menos delincuente al delincuente. No sé si todos lamentan la ocurrencia de estos actos de linchamiento; yo personalmente sí y lo digo con convicción. Pero, teniendo en cuenta las mismas leyes indulgentes para con aquellos delincuentes que tanto daño y dolor nos provocan, debemos analizar los atenuantes para estas conductas.
Si se tiende a considerar al asesino, violador, punguista, escruchante o cualquier otra variedad de malviviente como a una víctima de la sociedad, ¿por qué no considerar a estos pretendidos justicieros del mismo modo y pensar que solo obraron por un súbito arrebato desprovisto de reflexión? Dirán, con toda razón, que eso no es justicia y estamos de acuerdo. Pero también debemos acordar que, en ese arranque, esa es la intención que los anima.
Entiendo que, en defensa de este “modelo”, algunos de sus seguidores crean que con la muerte de aquel infortunado muchacho rosarino, delincuente él, a manos de un tumulto exaltado, hayamos tenido un ladrón menos y cincuenta asesinos más. Fácil acusación formulada seguramente para minimizar la degradación social sostenida que es la verdadera responsable de la ola de violencia y aún de la “contraviolencia”, por llamarla de alguna manera sin pretender justificarla.
Lo que no parece que se pregunten o cuestionen es por qué el gobierno, tan eficiente en estrategias comunicacionales y de propaganda para sus logros reales y de los otros, no nos ha ilustrado acerca del plan integral –que debe tener pero que todavía no conocemos– y sus múltiples acciones tendientes a hacer algo por esta verdadera epidemia que nos aqueja. Tampoco parecen indignarse tanto cuando la violencia la ejercen los barrabravas, tan encarecidamente admirados por nuestra Prestante Dama. Tal vez porque desovillando esa madeja llegaríamos a poner en evidencia alguna connivencia o complicidad con conspicuos jerarcas o amigos del régimen.
Y quiero hacer notar un significativa diferencia entre los barras y los linchadores: mientras en el caso de estos últimos no hay siquiera una mínima sospecha de preparación u organización previa para ejecutar su acto violento, entre aquellos hay una verdadera asociación ilícita, que, con premeditación las más de las veces, preparan sus vandálicos actos. Pero nuestra Genial Oradora, se enternece con ellos y se maravilla porque “arengan y arengan”. Hasta llegó a justificar que, por el fallo equivocado de un árbitro, «el más educado y el más pintado quizás se manda un macanón». Si ella justifica el “macanón” por un error arbitral, ¿por qué sus adláteres se rasgan las vestiduras ante esta moda de los linchamientos? ¿Es incriticable la propaladora de tales afirmaciones? ¿Hay violencias buenas y otras malas? Eso parece, al ver la distinta vara con que se miden.
Todo personaje público que yo conozca, con excepción del incalificable D’Elía, repudian estos y cualquier otro hecho de violencia. Las diferencias surgen al analizar sus causas; algunos cometen el pecado de opinión de poner en evidencia el rotundo fracaso de las políticas públicas, si es que las hay, en esta materia. Contra ellos se descarga toda la furia oficial, por conducto de algunas de sus filosas lenguas, que tanto saben y hacen por aquella estrategia comunicacional que mencionábamos.
Pero hay más, ahora que se pusieron de moda los linchamientos –triste realidad que nos ofrece una sociedad en decadencia- uno oye argumentar a favor de estas conductas: «Está bien, así lo van pensar antes de chorear». Por más que uno insista en que NO está bien, que desde cualquier punto de vista es condenable, no logra convencer a quienes así opinan; ellos retrucan: «Si los que tienen que hacer algo, no hacen nada, es bueno que lo hagamos nosotros mismos». Como el argumento se basa en una realidad, en la anomia del estado, cuesta mucho encontrar la forma de torcer esa opinión.
Peor aún, hay quienes quieren volver a realidades de pesadilla: «Aquí tiene que venir alguien con mano dura, que mate a unos cuantos miles y se acaba el problema». Es en vano que uno le recuerde que eso ya pasó y solo se logró una cuota de dolor inmensa solo para volver al punto de partida y comenzar de nuevo, como en una noria… «Y te digo más, el cana que agarra a un chorro le tiene que meter un tiro aquí (señala el entrecejo); muerto el perro, se acabó la rabia. Una bala es más barata que mantener a esa porquería de gente en una cárcel de donde salen todavía peores». Una vez más, como la última parte de la argumentación es cierta, uno se ve en figurillas para torcer esa forma de pensar.
Otra cosa que oímos a menudo es el absoluto descreimiento por la clase política: «Lo único que les interesa a TODOS los políticos es llenarse los bolsillos». Esta frase, cargada de desánimo, abre el camino al deseo de soluciones drásticas como las que se enunciaron antes. Uno puede hacerles ver que aquellas actitudes no son nunca buenas, que hay que buscar la solución en el terreno de la política que es la única que puede llegar a resolver los conflictos sin agarrarse a tiros; que debe haber algún político que valga la pena; que se puede pensar en votar a otros que no hayan fracasado; pero todo resulta en vano.
Luego de 30 años de democracia, son tan pocos los logros al alcance de la gente común, o tal vez sea mejor decir que son tantos los retrocesos que es difícil cambiar esa forma de pensar. Aprendimos, por ejemplo, que con la democracia solamente no se come y se educa; para ello, además, hace falta una buena administración de los siempre escasos recursos y un plan serio de cómo lograrlo. También nos dijeron: «Síganme…» y nos defraudaron. Nos dijeron «¡Vamos por todo!» y vimos que “todo” era el crecimiento desmesurado del narcotráfico, de la violencia, el resurgimiento de los saqueos, la profusión de los piquetes y el retroceso inconcebible de la educación pública, gratuita y obligatoria, que tanto nos había destacado en décadas anteriores. Nos dijeron que la inseguridad se soluciona con inclusión social y, luego de diez años, la inseguridad empeoró, ¿Será que esa afirmación no era verdad o que no hubo tal inclusión?
Yo no sé qué tan extendida está esta forma de pensar, nostálgica de formas y regímenes totalitarios, pero existe; de otra manera no se producirían los linchamientos que hoy vemos casi a diario. Y uno no tiene más remedio que reconocer que, para torcer esa idea, LOS QUE MENOS HICIERON en estos 30 años de democracia, SON LOS POLÍTICOS, habida cuenta de los pobrísimos resultados obtenidos en casi cualquier campo de la acción de gobierno que podamos analizar.
3 comentarios:
Muy difícil el problema cuando no se lo quiere enfrentar sin que halla intereses de por medio.Abrazo .
Mirta nos dijo: Muy bueno. como de costumbre aunque en este tema muy especialmente es dificil opinar y prefiero no hacerlo aunque entre los buenos y los malos seria de agradecer que los malos fueran donde se merecen.
Un abrazo
Alicia nos dijo: Tal vez la justicia por mano propia deviene de la absoluta certeza de que como víctimas será la única a obtener ... lamentablemente en todos los casos conocidos el Estado, lejos de la idea de imparcialidad que pensaríamos acorde a la Justicia, sistemáticamente apoyará y beneficiará al victimario, agresor, perpetrador, etc.... por motivos que solamente aumentan su impunidad y nuestra indefensión 😔😔😔
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