(Relato de no ficción por Marta Tomihisa).
Me había levantado tarde, como solía ocurrir los sábados por la mañana, en los que no iba a la escuela y todo era más relajado. Yo cursaba el segundo año de la secundaria y casi no tenía tiempo de socializar con mis amigos del barrio durante la semana, sumida en los deberes y la intensa actividad escolar. Para ese entonces, no existía el fabuloso recurso de internet, para investigar sobre las cuestiones que algunos profesores planteaban y había que recurrir a la biblioteca pues no había otra alternativa.
Esa mañana me desperté al escuchar a mi madre, abriendo la ventana de mi dormitorio, porque ya era casi mediodía y ella estaba ansiosa por verme en actividad. Luego del desayuno, fui al almacén del barrio para comprar algunas cosas que mamá necesitaba para preparar el almuerzo y fue ahí donde hallé a mi amiga Elena.
Ella parecía estar bastante alterada ante un suceso que, por supuesto, yo desconocía.
Una vecina del barrio, de nombre Palmira, había abandonado a su familia para ir tras los pasos de su enamorado…
Me pareció una historia realmente insólita, pues yo conocía a la fugitiva, además de ser muy amiga de Hugo, su único hijo. Al regresar del almacén le pregunté a mamá sobre el suceso, pero ella respondió que era una situación inesperada y que no era bueno sacar conjeturas de algo tan lamentable. Lo único que yo deseé a partir de ese momento, fue ver al niño abandonado, quien apenas tendría unos diez años…
Durante ese día me quedé pensando en el asunto, intentando recordar si en las veces que yo había estado en la casa de Hugo, había vislumbrado alguna situación de conflicto en ese ámbito familiar…
Pero no era así, siempre que los visité percibí un ambiente ameno, con padres muy interesados en la actividad escolar de su único hijo. Aunque sin duda comprobé la notable sobreprotección que ambos ejercían hacia Hugo, lo que lo había convertido en un ser delicado y poco sociable con el resto de los niños del barrio. Nunca salía a compartir juegos con otros chicos, ni pateaba la pelota, ni hacía despliegue de alguna actividad física. Leía bastante, además como era un tanto enfermizo y solía estar siempre resfriado durante la temporada invernal, solo en escasas situaciones se asomaba a la vereda. Imaginé entonces lo difícil que sería para este niño prescindir de su mamá; decidí verlo y ofrecerle mi amistad para que sintiera que no estaba tan solo, porque sin duda el mundo seguía girando con toda su intensidad.
Dejé pasar una semana y el sábado siguiente fui a visitarlo. Debo confesar que su reacción al verme, me llenó de tristeza, porque me dio un abrazo y sollozó con tanto desconsuelo, que me dejó sin palabras… Su padre no estaba, él se hallaba solo y realmente estaba muy angustiado ante la situación de abandono que estaba viviendo, aunque solo tuvo palabras de cariño hacia su madre, a quien como era de esperarse, extrañaba demasiado…
Realmente no sabía qué decirle, solo atiné a preguntarle si sabía a dónde había ido ella, lo que él respondió con una negativa. Durante la semana pensé mucho en él, en que debía haber una forma de averiguar en dónde se hallaba su madre, lo cual se presentaba como una tarea bastante difícil…
Sin embargo, el sábado siguiente cuando visité a Hugo, me contó que su mamá lo había llamado por teléfono y eso lo había alegrado mucho…
Para esa época, no era tan frecuente contar con un medio de comunicación tan importante como un teléfono propio, en mi casa jamás hubo alguno, por lo que yo estaba muy contenta de contemplar la expresión de felicidad de ese chico, mientras narraba la conversación que había tenido con su madre, la que había sido realmente tierna…
Ella le había dado un número de teléfono, para que la llamara las veces que deseara, por supuesto en ausencia de su padre… También le había dado los datos de donde se refugiaba. Hugo me mostró la dirección, ubicada a pocos metros de la estación Tigre, en un club deportivo, cerca de la calle de las palmeras, la cual yo conocía perfectamente.
El rostro de Hugo me alentó a idear un plan, para que él pudiera reencontrarse con su madre, más allá de la aprobación del padre al que por supuesto, no informaríamos del suceso.
Tampoco conté nada de esto a mi madre, quien seguramente, me habría conminado a no involucrarme en una situación que podía activar el enojo del padre de Hugo. Pero como yo no suelo preocuparme por lo que mis actos, siempre y cuando sean favorables hacia otra persona, puedan provocar, seguí elucubrando la forma en la que estos dos seres finalmente, se reencontraran…
La decisión ya estaba tomada…
Un sábado por la mañana, luego de pedirle al padre de Hugo que le permitiera acompañarme a la biblioteca, ubicada en el centro comercial de mi barrio, partimos ansiosos. Luego de comprar los consabidos boletos en la estación, subimos al tren y viajamos hasta la cercana ciudad de Tigre…
El breve viaje pareció eterno, para aplacar tanta ansiedad, Hugo estaba serio y yo intentaba conversar sobre algo intrascendente para que pudiera relajarse…
Por supuesto el niño, no decía una sola palabra, solo miraba taciturno el paisaje que desde la ventana podíamos disfrutar…
Al arribar a la estación Tigre, que era el final del recorrido, esperamos que el tren se detuviera y descendimos con premura. Era un día luminoso, ya había bastante gente paseando por la costa del río y algunas embarcaciones navegaban sobre las aguas, doradas y apacibles, hacia los recreos populares, en ese espacio tan turístico.
Hugo estaba callado, yo apoyé mi brazo en sus hombros y sin darnos cuenta apuramos el paso hacia nuestro destino…
Al llegar al lugar indicado, yo respiré hondo, anhelando lo mejor para este querido amigo…
El portón estaba abierto, por lo que entramos al club, que era espacioso, con frondosos árboles circundando el edificio, un perro pequeño vino a ladrarnos, mientras movía la cola en actitud pacífica. Seguimos avanzando por el sendero, hasta que de pronto la única puerta que habíamos divisado en el edificio se abrió y una figura femenina muy familiar, se encaminó hacia nosotros…
Palmira venía caminando con premura, a poca distancia de nosotros abrió sus brazos y avanzó sollozando, con intensa emoción hacia su hijo…
Fue un abrazo tan tierno, que mis ojos se nublaron y aunque no suelo llorar con frecuencia, esta vez sucumbí ante la imagen de esos dos seres, unidos por tanto cariño…
Luego, ella vino a mi lado y también me abrazó repitiendo con verdadera emoción:
–Gracias Martita…
Nos quedamos por lo menos una hora, charlando y luego visitando el lugar que parecía un club, un tanto abandonado. Vimos algunas personas en un pequeño gimnasio, luego entramos a un lugar aledaño a la cocina, en donde Palmira tenía su refugio.
Me sorprendió bastante la precariedad del espacio, visto que ella había vivido en una casa muy confortable, que nada tenía que ver con este ambiente…
Hugo y su mamá, se sentaron sobre un tronco en el patio y se pusieron a charlar amenamente, mientras yo recorría las instalaciones acompañada por el perro, un personaje simpático y sociable que no me perdía el rastro. Habiendo transcurrido una hora de nuestra llegada, le indiqué a Hugo que ya debíamos regresar, para no despertar sospechas. Él acató mi consejo y luego de despedirnos de su madre, nos encaminamos a la estación para volver a casa. En el viaje de regreso, Hugo estaba mucho más alegre y me contó que ahora estaba dispuesto a repetir este viaje solo. Su madre le había contado que ella no quería volver ver a su padre, pero que estaba muy feliz de poder reencontrarse con él…
Me encantó la expresión de entusiasmo del niño, su decisión de animarse al reencuentro, lo cual sería un secreto que guardaríamos los dos, hasta que solo el transcurso de la vida me permitiera contarlo…
Tiempo después, me casé y me mudé del barrio, solo en escasas oportunidades volví allí porque mi madre ya había muerto y solo me quedaban lazos de amistad, que aún conservo en mi corazón…
En cierta oportunidad, paseando por la calle comercial de mi ciudad me reencontré con Hugo, ya era un joven apuesto y sociable, su padre había fallecido y él aún vivía solo, en su casa paterna… Nos abrazamos recordando aquellos tiempos, mantenía una relación asidua con su madre que aún residía en Tigre. Me contó que como ella ya era una anciana, planeaba traerla de vuelta a su casa, para acompañarla en ese último tramo de su vida.
Le deseé buena suerte, él me abrazó tan cariñosamente que me conmovió…
Me dijo al oído:
Gracias a vos, me animé a todo…
Yo solo anhelo que sea feliz, porque al final la vida, siempre te da otra oportunidad…
7 comentarios:
Delicioso relato. Una vez más, ¡felicidades!
Susana nos dijo: ¡Qué lindo, Marta! Me encantó el cuento y cómo haces avanzar el relato atrayendo la atención del lector. Y si fue cierta esta historia, mucho más aún . Cariños.
Cómo siempre inmejorable .Abrazo para los cuatro .
Cómo siempre inmejorable Abrazo para todos.
Grace nos dijo: Hermoso tu relato Marta!!!! Tu actitud habla de tu calidez y bella persona!!!! Abrazo con cariño!
Mirta nos dijo: Muy bueno
Relato inspirador, a siempre animarse y seguir el corazón.
Publicar un comentario