domingo, 16 de agosto de 2020

El globo azul

  


 Relato de no ficción por Marta Tomihisa


Mientras su madre la peinaba, ella se paró bien derecha, como en la escuela…

Tenía una cinta azul entre los dedos, era de terciopelo y muy suavecita, mamá la anudaría a su cabello…

–Portate bien, no sueltes la mano de papá…

Estaba entusiasmada, ya tenía siete años y era la primera vez que iba de paseo al centro de la ciudad, esto la entusiasmaba mucho.

La cinta bien sujeta a su cabello negro, tan brillante y lacio le daba un aspecto elegante y prolijo.

Ya se quería ir, su padre había guardado los anteojos en el bolsillo del saco, estaban listos para salir. Caminaron unas pocas cuadras hasta llegar a la estación, en el momento en el que subieron al andén las barreras bajaron, indicando la llegada del tren. Una campanilla chillona irrumpió en el ambiente, luego la bocina poderosa del tren acompañó su llegada.

Subió con firmeza los escalones de metal, fue a sentarse en un asiento de cuero marrón, del lado de la ventanilla.

No se quería perder nada, las estaciones se sucedían una tras otra, la gente subía y bajaba en cada oportunidad, algunas con apuro y otras no…

Varias personas iban paradas, pues a esa hora de la mañana viajaban muchos pasajeros. Su padre le indicó que se sentara sobre sus rodillas, porque una anciana había subido y él le ofreció su asiento. La mujer tenía un suave perfume a menta, lucía un sombrerito de paja con una cinta amarilla. Le sonreía con dulzura, abrió su cartera, le ofreció un caramelo. Era mentolado, por supuesto.

Finalmente, la imponente estación Retiro fue devorando al tren, todos descendieron demostrando apuro. La anciana se perdió entre la multitud, ella se aferró emocionada a la mano de papá.

Caminaron por el gran salón inundado de gente y quioscos repletos de golosinas, pero ella no pidió nada, el paseo recién comenzaba…

Cuando salieron a la calle la bocina de los automóviles, el intenso tráfico de vehículos y personas, la abrumaron. Tenían que tomar un colectivo, para ir hasta el centro de la ciudad e hicieron una larga cola para subir al transporte público. Realmente había muchos pasajeros, por lo que viajaron parados, aferrados a los asientos y tratando de sostenerse al andar. Ella sintió que la cinta de su cabello se había desatado, se la sacó y la guardó en su bolsillo. Apenas podía ver la calle, apretujada entre tantas personas.

Por suerte el viaje fue muy breve, al bajar el padre la fue guiando hacia la puerta del ómnibus. Ya en la vereda avanzaron por una gran plaza, llena de gente y autos paseando por doquier.

De pronto, vio la imponente cúpula de un edificio muy alto…

¡Qué iglesia tan rara! pensó.

Pero no era una iglesia, era el Obelisco…

No comprendió para qué habían construido ese edificio tan extraño, con una ventanita tan chiquita, en medio de la calle…

Parece que solo se podía admirar por afuera…

Recorrieron su entorno, había muchas personas haciendo lo mismo, después de caminar a su alrededor se sentaron en un banco, cerca de un cantero lleno de margaritas en flor. Después de un rato, enfilaron de regreso hacia donde estaban las paradas del ómnibus.

En ese sendero de la plaza, había un acaramelado aroma a pochocho, un muchacho empujaba un carrito colmado de esa golosina, se oía un tintineo travieso anunciando su paso.

También estaba el hombre que vendía globos multicolores.

A ella le encantaba todo lo que veía, su padre la miraba complacido…

Señalando los globos, dijo:

–Elegí uno…

Rojos, azules y blancos.

Le hubiera gustado tanto quedarse con todos…

El hombre desató el que ella había señalado, uno azul igual a la cinta de su cabello. Estaba muy contenta, este era un regalo inesperado…

Lo acarició con delicadeza, recorrió con sus dedos suavemente la piel frágil e inestable.

Mientras su padre buscaba la billetera para pagar, pero le notó una expresión preocupada en el rostro. No hallaba el dinero, descubrió con fastidio que le habían robado la billetera…

Ella comprendió que debía dejar su globo, se lo devolvió al hombre conteniendo el llanto, pero no lloró…

El padre la levantó en sus brazos, la acarició con ternura.

–Otro día te lo compro…

Se aferró a su cuello, no sabía qué responder.

Fueron caminando hacia Retiro, porque no tenían dinero para viajar en el ómnibus, total era un lindo día...

Por suerte, al menos conservaban el boleto de ida y vuelta del ferrocarril.

Ya sentada en el tren metió la mano en el bolsillo, sintió un gran alivio al encontrar allí todavía, su hermosa y arrugada cinta azul…

 

4 comentarios:

Verito dijo...

Feliz día a esa niña que contuvo las lágrimas. Hermoso relato

JELEJALDE dijo...

Delicioso relato. Una vez más, ¡felicidades!

Charles dijo...

Mirta nos dijo: GRACIAS! Sweet como de costumbre?

PATO dijo...

Pensé por un momento que el que vendía los globos se lo regalaba .Muy lindo y conmovedor.

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