Yo creo que es una rotunda falacia afirmar que no vienen inversiones a nuestro país por la imprevisibilidad de las reglas de juego en política y economía.
¿Quién dijo que en Argentina no es previsible un control de precios? ¿Alguien puede no prever que en nuestro país, de la noche a la mañana, se pueden cerrar las importaciones de clips para abrochadoras o de medicación contra el cáncer, así como de Biblias y calefones? Solo un argentino poco previsor puede no imaginarse que en algún momento no podrá extraer dinero de su cuenta bancaria cuando veranea en Uruguay. No me van a decir que nadie imaginó que irían por todo en la Justicia y en cuanta institución pueda suponer un obstáculo a sus planes.
Cuando, en épocas del finado Néstor, los precios comenzaban a “reacomodarse”, ¿no era previsible que terminaríamos con “sensaciones” superiores al 20%? Y, cuando ya estamos con tales “sensaciones”, ¿no nos estamos ya imaginando…? Mejor no decirlo.
Los que somos baquianos en estas cuestiones ya sabemos que todo esto es absolutamente previsible.
¿No era previsible que interviniesen en la libre contratación de los alquileres? Desde luego que era previsible la infinita bondad de nuestro gobierno progre saliendo en ayuda de los locatarios y arruinando a los locadores, de tal manera que disminuirá la oferta de inmuebles para alquilar, lo que terminará perjudicando, también, a los locatarios. Conociendo los genes del “movimiento nacional” esta intervención era absolutamente previsible. ¿Por qué esa insistencia en obligar a un particular a hacer beneficencia? Sería bueno tener una ley que mande a los legisladores a que, antes de votar leyes que obligan a terceros a ser filántropos, lo hagan ellos mismos con su patrimonio. Pero esto solo se me puede ocurrir bajo los vapores etílicos del tintillo nuestro de cada día; estando sobrio, me percataría de que son ellos mismos los que legislan.
Si se pincha un caño de agua, podemos tapar la pérdida con el dedo o con un chicle. También podemos cerrar la llave de paso. Pero está claro que ninguna de esas medidas soluciona el problema. También es evidente que la culpa no es del agua, a la que no podemos acusar de malvada ni caprichosa. Uno debe garantizarle al vital elemento un cauce seguro y natural por donde fluir de modo que no se le ocurra tomar caminos inconvenientes.
Parece ser que en Uruguay, además de buenos plomeros, hay mejores políticas económicas, porque a nuestros vecinos no se les ocurre comprar dólares a pesar de que, libremente, se venden por doquier. Tampoco los veo desesperados tratando de traer sus ahorros a la Argentina. Y eso me da que pensar que los técnicos que asesoran a nuestro gobierno son de los que creen que el problema se soluciona con el dedo o el chicle en la pinchadura. Por ello, en vez de averiguar por qué la gente prefiere ahorrar en dólares, le ponen restricciones a la compra; en vez de pensar por qué los argentinos quieren llevar sus ahorros al Uruguay (o a Bahamas), nos ponen todo tipo de restricciones a la adquisición de divisas. Cuando las cuentas no cierran, cuando los dólares se fugan, no analizan los porqués, sino que actúan sobre los efectos limitándonos en nuestras libres decisiones.
Controles de precios: Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Fiel a este apotegma, nuestros esclarecidos dirigentes se embarcan en cruzadas de controles de precios que nos llevarán a tropezar, no por segunda, sino por enésima vez con semejante obstáculo. No importa que, ya en época de los romanos, se intentara este tipo de intervención en la economía (se llegó hasta aplicar la pena de muerte) con resultados desastrosos. No importa que en épocas más recientes de nuestro país, se haya aplicado políticas semejantes con iguales resultados. Total, ante el previsible fracaso, fácilmente se encontrarán responsables entre los especuladores, agiotistas, capitalistas, cipayos y vendepatrias de siempre. Controlar, un poquito aunque sea, el gasto o la corrupción hubiese sido lo imprevisible.
Escasez de productos importados:
El siguiente es un divague de mi cosecha para ejemplificar cómo una medida aparentemente positiva (para algunas mentes nobles y progres) puede tener consecuencias imprevisibles (para esas mentes) pero muy previsibles para quien se detenga un momento a pensar.
Ficción: El Sr. Juan Pérez (Inspirado en el Sr. González de Rolando Hanglin. Le cambié el nombre, porque si no, sería plagio en lugar de homenaje).
El Señor Juan Pérez, con la indemnización que le dieron por despido, decidió jugarse a una inversión de riesgo. Puso un sushi bar, teniendo en cuenta el furor que esa dieta está haciendo por estos días. Contrató a un sushiman, dos ayudantes de cocina, un par de mozos y algún motoquero, para el delivery. Todo marchaba sobre rieles (no me refiero a los rieles de TBA, desde luego), los productos eran excelentes, la atención esmerada, el local estaba puesto con muy buen gusto y los precios resultaban razonables. El Sr. Pérez pensaba que, después de todo, había sido buenísimo que lo despidieran; le estaba yendo razonablemente bien y, además, podía dar trabajo a varias personas, lo que era su gran orgullo…
Nuestros siempre esclarecidos gobernantes, decidieron, previsiblemente, ante la falta de dólares, que habría que cerrar la importación de salmón. Después de todo, ¿a quién le importa que algunos chetos no puedan comer sushi? El interés del país está por encima de esas pequeñeces.
Cuando el Sr. Pérez vio que no podía conseguir salmón, la cosa se le puso fea. Todos los clientes entendieron perfectamente que el tema era ajeno a su voluntad. Las otras variedades que ofrecía el Sr. Pérez eran también muy buenas, pero… francamente, para comer sushi sin salmón, era preferible una muzza con anchoas y fainá, que sí se consigue (por ahora). El Sr. Pérez tuvo que cerrar. Los motoqueros, mozos, y ayudantes, allá fueron a tratar de conseguir otra colocación. El Sushiman no tuvo tanta suerte, porque muchos sushi bares también cerraron y solo consiguió empleo como lavacopas. Ahora el Sr. Pérez está sin trabajo y se “comió” la indemnización. Pero tiene mucha suerte: lo mantiene la suegra… La última vez que lo vi, fue a la orilla de una dársena, en Dock Sud. Mientras se ataba un adoquín al cuello, alcanzó a decirme: «A esto se le llama previsibilidad en las reglas de juego, ¿vio?.
Cualquier parecido con la realidad puede interpretarse a gusto del lector. Por lo visto, para el Sr. Pérez y sus empleados, no es tan superficial ni frívolo quedarse sin salmón.
4 comentarios:
Mirta nos dijo: La fina /punzante ironía es un gran marco para la triste realidad que estamos viviendo.
Abrazo
Antonio nos dijo: Muy, pero muy bueno
Bettina nos dijo: 👏👏👏👏👏
Bettina nos dijo: Genial el título!!!
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