sábado, 10 de julio de 2021

Una pizca de sal

Relato por Marta Tomihisa


El atardecer irrumpía rojizo y calmo en este día de otoño… 

Estaba a punto de hacer la cena cuando comprobó que no tenía sal, lo que era imprescindible para la preparación de la comida.

No tuvo más remedio que salir a comprarla. Se puso la campera, pues una brisa helada soplaba y había bajado bastante la temperatura…

Ya en la calle apuró el paso, se dirigió hacia el almacén más cercano a su domicilio. Descubrió con fastidio que ya estaba cerrado, por lo que se encaminó al supermercado, que había a cuatro cuadras de allí.

Entró bastante apurada, pues no tenía ganas de deambular por los pasillos, eligiendo otra cosa que le hiciera falta. Fue directo al grano, a buscar tan solo lo que necesitaba. Estaba parada entre las góndolas, cuando se distrajo por un instante observando los condimentos.

De pronto ocurrió algo tan extraño, que la dejó sorprendida…

Un hombre de mediana estatura, un tanto obeso y de pelo canoso, se ubicó a su lado e ignorándola extendió su mano lo más alto que pudo. Escondió entre los productos, algo que ella no alcanzó a ver…

Luego de hacerlo se dirigió hacia el fondo del local, sin mirarla siquiera. Mientras estaba ensimismada en sus pensamientos, una mujer que avanzaba apurada se la llevó por delante. Tenía una expresión de susto, balbuceaba algo que ella no pudo entender.

Tomó lo que había venido a comprar y cuando se dirigía hacia la caja, casi choca con el chico del supermercado que le advirtió con una actitud temerosa: “Están en la caja…”

¿Quiénes estaban en la caja…? ¿Qué estaba pasando…?

Trató de mirar entre los stands de productos apilados prolijamente y entonces, desde un ángulo, divisó a un hombre armado con una especie de escopeta o algo parecido, que le apuntaba a una de las cajeras…

Después vio a otro en la entrada, mirando hacia la calle, mientras el tercero deambulaba por el pasillo, junto a las puertas de entrada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, retrocedió sobre sus pasos y se escabulló hacia atrás, hacia donde se había ido el hombre gordo.

Desde una puertita, detrás de un mostrador, alguien le hizo señas y sin pensarlo demasiado se metió por ella. Había varias personas en este lugar, que era una especie de alacena gigante donde había productos en cajas apiladas por doquier. Hacía mucho frío allí, además estaba en penumbras.

Alcanzó a ver al hombre obeso y a la mujer que la había atropellado, todos se habían refugiado en este sitio, pues el supermercado estaba siendo asaltado. Realmente, no podía ser más inoportuna su compra…

Alguien dijo, casi en un murmullo: ”Ya llamaron a la policía…”

De pronto, atropelladamente, entró un chico del supermercado exclamando eufórico: “Viene la cana…!”

El corazón le palpitaba con fuerza, sus piernas temblaban…

Se oyeron corridas y gritos que provenían del salón de ventas, contuvo la respiración. Inesperadamente alguien entró, un muchacho con un pasamontañas cubriendo el rostro, tambaleante y con el brazo ensangrentado…

Se sentó en el suelo, los miró con rabia y dijo:

“Al que se mueva lo bajo!...” 

Todos permanecieron quietos, asustados y en silencio…

Sin embargo, el muchacho no estaba armado y en un gesto de fastidio se quitó el gorro exhibiendo su cara asustada. Intentó sacarse la campera, pero se inclinó hacia adelante en un gesto de dolor…

En cuestión de segundos un policía abrió la puerta y gritó, abalanzándose con violencia sobre el chico:

“Salgan todos…!”

En ese desorden, unos a otros se empujaban para poder salir rápido…

Todo el grupo enfiló hacia la salida, llena de policías, gente y bullicio…

El hombre canoso estiró su mano al pasar por una góndola, sacó la billetera que había escondido allí y con un gesto de alivio exclamó:

” Acabo de cobrar el sueldo, lo salvé de milagro!”

Cuando ya estaban en la vereda, se separaron sin siquiera despedirse…


Aceleró el andar, las sombras de la noche ya habían oscurecido el cielo. 

Cuando llegó a su casa, su marido con gesto de fastidio le preguntó:

“¿Dónde te metiste?” “Los chicos se fueron al cine…”

Entonces, se dio cuenta de que en sus manos todavía tenía el paquete de sal y que ni siquiera lo había pagado…

Respondió con alivio: “Fui a buscar sal…”


  

3 comentarios:

Charles dijo...

Mirta nos dijo: a mi madre le paso algo parecido.solo que fue con una cartera en una tienda de esas muy caras. Cuando fue a tomar el tranvia alargo el brazo y se dio cuenta que tenia una carteria que no habia pagado.Obvio que volvio!Cosas que pasan.
Abrazo.

JELEJALDE dijo...

Interesante y ameno relato, con una buena dosis de intriga. Mis felicitaciones a la autora.

Jacqueline dijo...

Un flash Martíta! Me encantó el relato. Me hizo acordar a un episodio que le pasó a mi hijo hace algunos años, en una estación de servicio sobre Maipú y Paraná. Cargó nafta y se dirigió al local para pagar. Sacó la billetera entrando al lugar, y un hombre le arrancó la billetera, y le dijo: "dame eso también!" Había entrado justo en el momento del asalto. Beso!

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