miércoles, 31 de agosto de 2022

Golondrinas (Relato por Marta Tomihisa)


 

La puerta se cerraba a las 20 hs. en punto.

No importaba la estación del año, pues ni siquiera en verano, cuando los días se alargaban notablemente, permanecía abierta.

La hermana mayor, era la elegida perfecta para realizar el cerramiento...

Introducía con firmeza, la pesada llave en el hueco oscuro de la cerradura y daba dos vueltas contundentes que crujían, dentro del espacio de hierro, cumpliendo su tarea…

Jamás se detenía a mirar por los visillos, a la gente que caminaba por la vereda, ni sentía la fragancia del aromo cubierto de flores amarillas, que perfumaba la calle…

En ciertas oportunidades, la hermana menor la acompañaba hasta el zaguán, pero como ella era tan celosa de esta tarea encomendada por el padre, siempre prefería hacerlo sola.

Cuando volvía de esa tarea rutinaria, siempre tenía una expresión disimuladamente perversa, sentía que le había puesto un cerrojo a la libertad con todas sus tentaciones…

Inmediatamente la madre servía la cena. Entonces el padre, comentaba algún suceso interesante o aprovechaba para indicar algo referente a los modales, que a su entender debía corregirse.

Así concluían esas cenas, toda la familia, sentada a la mesa y en silencio…

Cuanto más disciplinado era ese momento, más satisfecho parecía estar el hombre de la casa...

Luego se retiraba a la sala para leer algún libro, bajo la luz de la lámpara de pie. Las mujeres se encargaban de ordenar la mesa y limpiar la cocina. Después iban a sus dormitorios, a tejer, a bordar o a charlar un rato.

Ella, que era la menor de la casa, tan solo deseaba leer, pero los libros que ya poseían, eran demasiado aburridos y además ya los había leído todos…

Así que recostada en la cama, dejaba fluir los pensamientos, su alocada imaginación la transportaba en absoluta libertad, a donde se le diera la gana. Esa era una sensación demasiado intensa, para sus jóvenes años.

Cuando cerraba los ojos, siempre trasponía aquella poderosa puerta y caminaba presurosa por la vereda, hasta llegar a la plaza…

Allí, se sentaba en un banco y leía, bajo un cielo generoso de luz y tibieza, oyendo a los gorriones volar de árbol en árbol, gozando de la libertad…

La puerta, además, cedía con facilidad y ni siquiera se oía la vieja bisagra quejándose, de tan tediosa rutina. Abierta de par en par dejaba entrar la luz a raudales, impregnándolo todo de movimiento y color…

Algunas veces también se sentía bella, se imaginaba luciendo su mejor vestido, con el cabello suelto y los labios pintados, enmarcando una sonrisa de intenso placer rumbo a la libertad…


Llovía torrencialmente esa tarde de otoño, cuando ella volvió del colegio como siempre acompañada por su hermana mayor. Entraron empapadas y corrieron a cambiarse la ropa. Traía algo entre sus útiles, que deseaba proteger a toda costa. 

Su madre le había obsequiado para su cumpleaños, “Rimas y leyendas” de Gustavo Adolfo Becquer.

En el recreo, leyó con entusiasmo algunos párrafos que le encantaron… 

Después de la cena intentó leer un poco más, pero estaba demasiado cansada. Una tos persistente la mantuvo despierta, durante casi toda la noche…

 A la mañana siguiente despertó afiebrada, el sudor humedecía su ropa, aunque la temperatura ambiente había descendido. Sintió que el cuerpo le dolía cuando quiso incorporarse, estaba un poco mareada…

La madre entró en el cuarto, sorprendida de no verla levantada todavía.

Al observar su semblante, supo que algo no estaba bien…

Luego trajo una palangana con agua y sumergió unos trapos, que humedecidos puso sobre su frente.

Por la tarde vino el médico de la familia, después de revisarla se retiró de la habitación y estuvo hablando en tono bajo con el padre.

Tenía neumonía y la fiebre no cedía…

A pesar de todo, ella extendió la mano y buscó debajo de la almohada el libro que había guardado celosamente, lo abrió en cualquier página:

“Volverán las oscuras golondrinas, en tu balcón sus nidos a colgar…”

Pero no pudo seguir leyendo, los párpados le pesaban y cerraban sus ojos.

Sumida en un profundo sopor, se adormeció suavemente…  

En medio de esas tinieblas febriles, descubría una caja sobre su mesa de noche, en cuyo interior hallaba la llave de la puerta. Entonces corría por el zaguán hacia la calle, pero al llegar a la entrada comprobaba angustiada que la llave ya no estaba, había desaparecido…

Entonces se desvanecía, nunca podía salir del encierro, ni siquiera pisar la vereda…

Los días pasaron, lentamente se fue recuperando, la fiebre bajó y ya no dormía tanto, las pesadillas también cesaron…

¿Cuánto tiempo había pasado, desde aquel lluvioso atardecer otoñal?

Una mañana luminosa, se sentó en la cama y comprobó con satisfacción que su frente ya no estaba húmeda…

Su hermana mayor vino a traerle el desayuno, le complació verla mejor.

Un rato después mientras retiraba la bandeja, la observó con una mirada inquisidora y preguntó…

–¿Este libro es tuyo?

Era el libro de poesías de Becquer. 

Con un movimiento de cabeza asintió sorprendida, extendiendo la mano para tomarlo, preguntó…

–¿Dónde lo encontraste?

–Me lo dio el cartero, vino ayer temprano a traer unas cartas. Lo halló en un banco de la plaza, tiene tu nombre…

Ella lo apretó contra su pecho, dubitativa, permaneció en silencio.

El señalador marcaba una página:

Abrió el libro, leyó en voz alta:

“Volverán las oscuras golondrinas…

domingo, 28 de agosto de 2022

Misceláneas

Nuestros problemas son tan recurrentes, que las situaciones que uno describe pueden seguir vigentes algunas décadas más tarde. Por eso me permito repetir algunas reflexiones que hice hace ya… un tiempito.

Tiro en los pies

Con esta expresión se quiere significar que, una medida o resolución que se tome aún con sanísimas intenciones (a veces a las apuradas, a veces por simple estupidez o por seguir ciegamente un dogma doctrinario), puede ser absolutamente perjudicial o contraria a lo que se intentaba lograr.

Así es que, los diarios piquetes que asolan Buenos Aires (imagino que otro tanto puede ocurrir en muchas ciudades del país), siempre reclamando mejores sueldos, más dádivas, subsidios, y toda suerte de “conquistas sociales”, solo logran: 1.- dificultar notablemente el acceso al trabajo de quienes, con sus impuestos, serán la fuente de donde saldrán los recursos reclamados, 2.- desalentar la inversión creadora de nuevas fuentes de trabajo (tal vez en su absoluta inconsciencia, no piensen en las fuentes de trabajo sino en más y más subsidios) y 3.- provocar en los perjudicados directos, que son quienes solo desean llegar a destino, sentimientos cuasi asesinos y contrarios a su causa.

Ortega y Gasset, en “La rebelión de las masas” lo dice con una claridad que parece haber sido escrito para la realidad argentina.

Mi tesis, pues, es ésta: la perfección misma con que el siglo XIX ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, [lo que no ven es] que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre.

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¿Generosidad o estupidez supina?

Me gustaría saber si en nuestros países limítrofes permiten que vayan argentinos a radicarse, y a girar remesas a sus países, y si les permiten atenderse gratis en los hospitales, y estudiar gratis en la universidades, y ocupar espacios públicos y... Somos todos hermanos latinoamericanos, pero algunos somos, además, medio b... buenudos.

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Salvación

«A este país lo salva el peronismo o no lo salva nadie». Notable frase que he oído más de una vez, pronunciada, desde luego, por algún adicto al escudo y la marchita.

Faltaría decir cuál es el peronismo que va a salvar al país. ¿El de López Rega, Isabel y la Triple A? ¿Será el de los montoneros y la “juventud maravillosa”, será el de Menem en los 90 o el de la Década Afanada? (digo “afanada” por el afán con que se dedicaron a lo suyo, no me malinterpreten). ¿Será el actual de las festicholas en Olivos con el país encerrado?

Más allá de cuál de sus variantes resulte ser la redentora, habría que preguntarse de qué necesita salvarse la Argentina. Porque si consideramos que de los últimos 39 años, desde la recuperación de la democracia, 26 fueron gobernados por el partido “salvador” y vemos la situación en que viven muchos de nuestros compatriotas, daría la sensación de que encargarle al PJ la salvación sería algo así como contratar a un borracho para que nos cuide el vino.

Y, hablando de “salvación”, vale la pena recordar un párrafo de Marcos Aguinis en “Un país de novela”.

Alternan en nuestro espíritu la solución y la salvación. Es útil reflexionar sobre esto. Porque la solución exige serenidad, autoconfianza y racionalidad; en cambio la salvación prescinde de ellas. La solución es tarea de uno, la salvación es tarea de otro. La solución puede ser fallida y demandar un nuevo esfuerzo; la salvación es infalible. La solución requiere paciencia, la salvación requiere ansiedad. [...] La salvación no necesita de la democracia sino del mesías. [...] Entonces, la salvación se oculta tras el antifaz de aparentes soluciones; pero en vez de impulsarlas, las sabotea; en vez de mejorarlas, las desacredita. Las soluciones fallidas se convierten en el camino de un recrudecimiento salvacionista.  



domingo, 21 de agosto de 2022

Los caminos de la vida

Ficción por Marta Tomihisa

El chico subió al tren, buscó un vagón en donde no hubiera tanta gente, ya que después era bastante complicado andar con la mano extendida esperando que le dieran unas monedas. Se paró al lado de un hombre que leía el diario y que, aún cuando él cantó con toda su energía, no se inmutó.


                🎵 “Los caminos de la vida…” 🎶


Eso cantaba, le gustaba mucho esa canción porque decía cosas que le hacían recordar a su propia vida.

Finalmente llegó a Retiro, anduvo entre la gente sin saber qué hacer. 

Tenía unas cuantas monedas ya guardadas en los bolsillos, sentía hambre, pero no quería gastarlas todavía, debía aguantarse un poco y a lo mejor a la vuelta la limosna era más generosa, entonces sí podría comprar algo para comer.


Fermina se sentó en el catre, en el que dormía junto a su hijo.

Los perros ladraban entretenidos, porque ya empezaban a pasar los que se iban a trabajar temprano. Ella también se tenía que ir. Se había acostado vestida porque hacía mucho frío, por lo que solo se calzó un par de zapatillas gastadas y levantó el tacho que tenía casi junto a la cama para ir a buscar agua. No se podía quejar, aquí en la villa había gente que vivía más lejos y también usaba esta canilla, que solo estaba a tres casillas de la suya. Había un viejo llenando un balde plástico que tenía la manija rota, pero luego el hombre se las ingenió para llevárselo sin derramar ni una gota. Ella haría lo mismo, regresó con el tacho a cuestas sin volcar nada y entró apurada a la casilla. Sintió que las manos le dolían, porque la maniobra de sostener el recipiente para no derramar el contenido, hizo que la artrosis que la afectaba desde hace un tiempo le produjera un intenso dolor, pero ni siquiera se quejó. Con un jarro sacó un poco de agua, para hacerle un mate cocido a su hijo, que todavía dormía.

Lo demás lo usaría para cocinar y el resto para tomar durante el día.

—Levantate Juan, vamos dormilón que me tengo que ir…

Él fue abriendo lentamente los ojos y una expresión vacía se instaló en su rostro, tendría unos cinco años y estaba encogido mirando hacia la pared.

La madre lo sentó y como si no tuviera ningún control sobre sus movimientos, se volvió a caer hacia atrás. 

—Vamos vago, que estoy apurada…

El chico era cuadripléjico de nacimiento. Todavía recordaba lo mucho que había llorado, cuando le dijeron que su hijo iba a ser un discapacitado para toda la vida. Por suerte, el César ya tenía seis años cuando nació el Juan, justo empezaba la primaria. Además, ostentaba una salud de hierro.

Como ella había pasado por una cesárea complicada, para tener a su segundo hijo, César, el mayor, le ayudó un montón y hasta se las arreglaba para ir a la escuela solo. Era increíble como este chico se animaba a hacer de todo, era siempre tan servicial y cariñoso con su hermano. Ella había enviudado de su primer marido, enfermo de cirrosis, el padre del César, y luego había empezado a salir con el que la había dejado embarazada del Juan. Este hombre estaba ahora en la cárcel, porque lo descubrieron vendiendo droga cerca de la escuela y como no había “arreglado” con la cana, fue a parar al calabozo.

Así que estaba sola con dos chicos, en la casilla 27 de la villa La Cava.

En realidad, esta era la vivienda de su hermana menor, quien había venido a la provincia de Bs As un par de años antes convencida de que aquí la vida sería más fácil, que podría trabajar sin problemas. Finalmente, ella terminó laburando de copera en un boliche de Carupá, haciendo de todo para subsistir. Por eso la mayor parte de los días, no se veían.

Cuando ella estaba en la casilla se la pasaba durmiendo, tenía poca paciencia para todos. Fermina ni siquiera podía encargarle que cuidase a los chicos, pero igual se las arreglaba bastante bien con la ayuda del César que se iba muy tempranito, para traer unos pesos cantando en el tren. Ella tenía la suerte de haber conseguido un buen laburo, limpiando la casa de una señora amable y generosa, que le daba lo que le sobraba de comida para que se lo llevara a sus chicos.

La señora Renata era una mujer viuda y sin hijos, que vivía en una zona muy linda en Olivos, la mayor parte del tiempo estaba postrada en su cama pues ya era una anciana y estaba muy enferma. Pero siempre tenía un gesto cariñoso, para con ella.

Sentó al chico en la silla de ruedas, que le habían conseguido en la salita, le trajo el jarrito con el mate cocido y unas galletas. Él comió con ansiedad y aunque no era muy expresivo se notaba que tenía hambre.

—Bueno me tengo que ir, ya va a venir el César o la tía, vos quedate tranquilo, ¿eh?


César, con once años de edad y la difícil responsabilidad de cuidar a su hermano mientras su madre trabajaba, era un chico jovial, aunque se sentía demasiado apremiado por las circunstancias. Bajó del tren y dio unas vueltas por Retiro. Cruzó a la plaza donde está la Torre de los Ingleses y se puso a correr a las palomas. Luego se entretuvo mirando a otros chicos que se acercaban a los taxis, abrían la puerta a los pasajeros y recibían una propina.

Le pareció una buena idea y decidió probar suerte, por lo que se arrimó a ellos. Eran dos varones de su edad y una chica, que tendría unos ocho años.

Les preguntó:  

—¿Cómo anda la cosa?

—Todo bien, si querés podés venir…—le respondió, el que parecía ser el líder del grupo.

Se quedó con ellos, casi al mediodía sintió que las piernas le temblaban, no había probado bocado desde que salió de su casa. Como había juntado una buena cantidad de monedas, abriendo las puertas de los autos, decidió comprarse algo para comer. Entró nuevamente a la estación Retiro, fue hasta un kiosco y compró un pancho. Lo devoró con ganas, luego pidió otro que también comió con avidez, de ahí fue al baño y tomó agua de la canilla.

Uno de los chicos, que había estado en la parada de los taxis con él vino a buscarlo.

—¿Querés jugar un picadito?

Traía en sus brazos una pelota casi nueva, la había comprado hace pocos días, con lo que le daban en la calle.

¡Tenía tantos deseos de jugar un poco! No lo hacía desde que había abandonado la escuela, presionado por su mamá. Ella le había dicho que como ya sabía hacer cuentas, era suficiente para ganarse la vida. 

Fue con los chicos a la plaza y durante un buen rato, pateó la pelota con entusiasmo. De pronto, se dio cuenta de que era más tarde que de costumbre, se despidió y corrió a subir al tren.

Se ubicó en medio de la gente, cantó con todas sus fuerzas:


            🎵 “¡Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba…!” 🎶


Fermina estaba terminando de pasar la aspiradora en el dormitorio de la señora, cuando el teléfono sonó. Estaba sola, porque la señora Renata había sido internada de urgencia, durante la noche. Oyó a la mujer que trabajaba de asistente de la anciana, balbuceando palabras que ella no podía oír bien desde donde estaba. De pronto, le pareció escuchar un llanto, apagó la aspiradora y se asomó para saber qué estaba ocurriendo.

La mujer aún tenía el teléfono en su mano. Lloraba con desconsuelo.

—Qué pasa?

—La Sra. Renata falleció…

No lo podía creer, era la peor noticia que podían darle.

Un rato después, la mujer le indicó que la siguiera, abrió un cajón de la mesa de luz y se dispuso a pagarle mientras le decía:

—Ya te podés ir, no hace falta que termines…

Salió a la calle, se había quedado sin trabajo, enferma y sola, con dos chicos que mantener. Caminó como si los pies le pesaran mucho, estaba desesperada por la situación que inevitablemente debía enfrentar.

Cuando llegó a la casilla, le sorprendió ver la puerta arrimada como ella la había dejado, sin embargo, pasado el mediodía, el César debía estar aquí cuidando a su hermano…

El chico se había caído de la silla de ruedas hacia delante, como si hubiera querido incorporarse. Corrió a levantarlo, estaba inmóvil y le sangraba la nariz, la saliva le caía por la comisura de los labios. Lo acostó sobre la cama y por un instante contempló el rostro pálido de su hijo, que respiraba débilmente y tenía como siempre esa expresión tan ausente…

Entonces, tomó el almohadón que había sobre la cama y sin pensar demasiado, lo puso sobre la cara del chico… Apretó con todas sus fuerzas hasta que vio que su pie derecho, descalzo, dejaba de sacudirse hasta que se aquietó totalmente… Levantó el almohadón y como si solo estuviese dormido, con la misma manta le limpió la saliva, le ordenó el cabello…

Luego se inclinó con mucha ternura, le dio un beso en la mejilla y le dijo casi en un susurro:

—Ahora sí te quedaste dormido, Juancito…

Mientras caminaba hacia las vías del tren pensó en el César, deseó con todo el corazón que su hijo que siempre había sido tan fuerte, pudiera sobrevivir en estos caminos tan injustos de la vida…


La escribanía Pérez Recalde situada en Avda. Santa Fe, estaba colmada de actividad a esta hora de la mañana. Los empleados iban y venían trayendo papeles, llevando documentos que el escribano debía firmar. Él estaba en su escritorio examinando certificados, mientras su secretaria le iba alcanzando los trámites que debía resolver con cierta urgencia. Una de sus empleadas trajo una carpeta, que parecía contener una gran cantidad de papeles.

Leyó la carátula: Renata Bruni

Dentro de esa carpeta había tres escrituras, la de la casa de la Sra Bruni en Olivos, otra propiedad que ella tenía en Pinamar y finalmente la de una casa en Tigre, cerca de la estación. Sobre esta última propiedad, hacía mención el testamento de esta señora.

Decía: “Cedo todos los derechos de la propiedad ubicada en la calle Enciso Nº 1323 de la localidad de Tigre a la Sra. Fermina Gómez, quien deberá habitarla junto a sus hijos. La mencionada propiedad se halla amueblada, todo lo que allí se encuentre será heredado por ella” 

El escribano inmediatamente, llamó por el interno:

—Por favor Alicia, tratá de ubicar a esta señora Fermina.

Decile que es por una herencia, que solo tiene que firmar unos papeles.

Se acomodó en su mullido sillón, pensó en voz alta:

—¡Qué afortunada es esta mujer!

jueves, 18 de agosto de 2022

¿En que momento se jodió el país?

La frase que, referida al Perú, obsesivamente bulle en la cabeza de Zabalita, el personaje de Mario Vargas Llosa en “Conversación en La Catedral”, suele rondar muchas cabezas en nuestro país.

Estarán quienes suponen que nuestra decadencia comenzó con el golpe de 1930, otros que en el del 43. También están los que afirman que en el 55, o en el 66 o en el 76 o en… 

No faltan quienes atribuyen todos nuestros males al peronismo, otros al liberalismo, al imperialismo al capitalismo, a la CIA, al Consenso de Washington, etc. 

Pero, teniendo más razón unos u otros, lo concreto es que estamos en un país que retrocede hace mucho tiempo, más allá de cuestiones puntuales. 

A riesgo de resultar sacrílego para una mayoría biempensante, yo creo que todo comenzó a desbarrancarse a partir de la Ley Sáenz Peña. Esta afirmación sé que me costará ser relegado al averno más espantoso, pero trataré de analizar algunas cuestiones.

No caben dudas de que la afamada ley trajo legitimidad a los (pocos) gobiernos que surgieron a su amparo. Legitimidad de origen no garantiza calidad de gestión, desde luego.

¿Por qué creo que allí comenzó nuestra decadencia? Pues porque el odiado “Régimen falaz y descreído” de los conservadores –que, a la postre no eran para nada conservadores sino verdaderamente transformadores– tenía un proyecto de país que, son sus más y sus menos, produjo un verdadero milagro en pocas décadas; en efecto, desde la caída de Rosas –ese sí que era un verdadero conservador– hasta la asunción de Yrigoyen, la transformación de nuestro país fue asombrosa y vertiginosa. 

De ser una sociedad poco menos que pastoril que se movilizaba en carreta, aquellos supuestamente conservadores nos llevaron a ser un país, que no solo incorporó ferrocarriles, teléfonos, subterráneos, todas cuestiones que inevitablemente se abrían paso en esas décadas en el mundo, sino que erradicó el analfabetismo antes que la mayoría de los países del mundo. En aquellos años de principios del siglo XX, el PBI de argentina era casi igual al de toda América Latina, incluido Brasil. Además, el PBI/h de nuestro país ya era superior a los de Francia, Italia y Japón, para mencionar solo algunos (García Hamilton Por qué crecen los países).

De aquella época de gloria nos queda poca cosa; podemos decir que gracias a la notable inversión en infraestructura, todavía tenemos aguas corrientes que son potables (cosa que pocos países fuera del primer mundo pueden mostrar); tuvimos una red de subterráneos casi medio siglo antes que otros países latinoamericanos y algunas que otras cosa más que atestiguan un pasado del que podemos estar orgullosos.

¿Qué proyecto de país vimos luego de 1916? Ya en épocas de Yrigoyen, pretendiendo “la igualdad”, “el socorro a los más necesitados” se asestó un golpe a los principios liberales que tanto progreso nos habían traído: se inauguró la figura del empleado público sin tareas específicas (ñoquis, que le dicen) y congelaron los alquileres, cosa en la que Perón no fue obviamente precursor.

Yendo a épocas más recientes, veamos algunos datos de nuestra decadencia:

Nuestro PBI/h en 1970 era superior a los de: España, Irlanda, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Chile. En 2001 (antes de la debacle, porque después es para llorar), España nos duplicaba, Irlanda nos triplicaba al igual que Hong Kong, Corea del Sur nos superaba en un 20% y Taiwán un 50%. Si hablamos de 2003, Chile también nos supera, y con los otros mejor no comparar. 

No es suficiente, por lo visto, con tener una constitución con sólidos principios que garanticen el progreso y la prosperidad de los pueblos si no va acompañada por ideas generalizadas en sentido parecido. Vemos que, con suma frecuencia, asistimos pasivamente al atropello de la constitución y no me refiero solamente a los golpes de estado tan frecuentes, sino a tantas leyes absurdas, verdaderas creadoras de miseria, que contravienen abiertamente esos principios sabiamente redactados en nuestra Constitución. Mientras no cambien las ideas dominantes en nuestra sociedad, no esperemos al líder providencial que nos saque del atraso.

¿Seguiremos pensando que la culpa de nuestros males es del imperialismo? Si así fuese; ¿por qué a nosotros sí y a los demás no?

jueves, 4 de agosto de 2022

Sonidos

Ficción por Marta Tomihisa

Acurrucado con las manos atadas hacia delante, había encontrado este pedazo de viga con clavos y astillas que le lastimaban las manos.

Con esto golpeaba, desesperadamente, la puerta cerrada por el hombre que lo había dejado allí, maniatado e indefenso… 

Se sentía como una mosca sujeta a la tela de una araña, la cual, habiendo atrapado a su presa, aún tarda en comérsela…

Hacía mucho frío, el lugar era enorme y lo sabía por el eco que producían todos los sonidos. Además, cuando se quedaba quieto oía el tráfico de la calle, los murmullos lejanos de la gente, incluso hacía un rato había escuchado la sirena de una ambulancia luego de una persecución policial, lo que avivó su deseo de ser rescatado del cautiverio.

El arranque de un ciclomotor lo paralizó, ¿sería algún vecino o su secuestrador…?

El apacible sonido de las campanas de una iglesia, lo motivó a seguir apaleando la puerta. La esperanza lo animó, aunque sintió angustia y bronca, decidió que saldría de alguna manera de este encierro…

¿Cuánto tiempo había pasado, desde que lo trajeron aquí?

No podía precisarlo.

Iba hacia atrás en sus recuerdos, se veía subiendo al auto de alta gama (propiedad de su jefe) luego de saludar al portero del edificio en el que trabajaba. Recordaba que previamente, había estado un buen rato ordenando los papeles de su escritorio para la actividad del día siguiente.

Debido a esto, fue el último en salir y comprobar que ya estaba oscureciendo. Hizo el recorrido habitual y al tomar el desvío, ese corto trayecto casi paralelo a la ruta algo lo impulsó a observar por el espejo y ver las luces de ese otro auto, que lo seguía demasiado cerca…

Después, todo pasó tan vertiginosamente…

Lo obligaron a detenerse, forzándolo a ubicarse en la intersección de una ruta, luego a meterse en el baúl de otro auto en el que había unas lonas tiradas y unos diarios viejos.

Cuando el vehículo estacionó finalmente, alguien levantó la tapa, se acercó a mirarlo y dijo:

–¿Y este boludo, quién es?

Después, lo habían dejado aquí…

Por suerte, a pesar de la tremenda situación, no entró en pánico, pero un escalofrío intenso, le recorrió todo el cuerpo. Además, estaba absolutamente convencido de que se trataba de un error.

¿A quién le podría interesar secuestrar a un empleado de oficina, que apenas podía mantenerse? Seguramente lo habrían confundido con otra persona…

Mordió con fuerza la cuerda que ataba sus muñecas, finalmente la desató.

Con las manos libres ahora, siguió golpeando con todas sus energías.

De pronto, la cerradura oxidada cedió y la puerta se entreabrió levemente.

De un salto, se incorporó... 

En ese momento, se dio cuenta de que le habían sacado los zapatos, pero al menos tenía puestas las medias, metió las manos en los bolsillos y descubrió que estaban vacíos. Sin pensar demasiado, avanzó por un gran galpón en donde había trastos viejos tirados por cualquier lado. Podía divisar los objetos, porque el vidrio de casi todas las ventanas estaba roto y había que caminar con cautela para no lastimarse. Por suerte, entraba la luz de la calle.

Fue hacia la única puerta que había, tenía el picaporte roto y se abrió sin problemas.

Ya en el exterior, la tormenta irrumpió tan imprevistamente que se sobresaltó, parado y descalzo, en medio de una orquesta de relámpagos y truenos…

Divisó una escalera casi pegada a la pared, que descendía a un patio interior cubierto de maleza crecida. 

Sintió que algunos pastos húmedos, le atravesaban las medias y se hundían en su carne, pero ni siquiera se quejó de la emoción que sentía al comprobar que estaba huyendo, hacia su liberación…

A la derecha, el alambre que separaba este inmueble de la casa vecina, estaba roto y caído hacia un lado. De un salto, lo sorteó y avanzó por allí, lo más rápido que pudo hasta llegar al cerco lindero y luego hasta el siguiente, trepando con mucha ansiedad, otro y otro más…

A esa hora del atardecer los patios de las viviendas estaban desiertos, el frío y la lluvia hacían que la gente permaneciera en el interior de sus casas.

De pronto escuchó voces, un murmullo casi armónico semejante a un cántico. Esta propiedad era la más grande y sólida de todas, decidió hacer una inspección ocular. Temblaba de emoción mientras avanzaba con mucha prisa y sigilo, empapado por la lluvia…

Recorrió un pasillo interminable hasta una puerta de madera, un cartel clavado sobre ella, decía:

Secretaría parroquial: 9 a 12hs

¿Un templo…?

Con sigilo, entró por un pasillo en penumbras, hasta llegar al recinto…

Caminó por el costado del altar, el sacerdote lo observó sorprendido pero divertido ante la inesperada presencia de ese hombre apurado y descalzo, caminando hacia él…

La voz apacible del cura, celebraba la misa hablando del regreso del hijo pródigo, repetía pausadamente las palabras del sermón:


“Hijo mío, ya has vuelto a casa…”

Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...