jueves, 20 de marzo de 2025

Diálogo de conversos

El título de esta entrada es el de un libro muy recomendable.Se trata de un exquisito diálogo entre Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, dos chilenos conversos del marxismo al liberalismo. Y eran dos marxistas militantes antes y durante el gobierno de Salvador Allende. Reflexionan, desde luego, de la realidad pasada presente y futura de su Chile natal; pero no solo eso, sino de la evolución de las ideas en el mundo y de los acontecimientos trascendentales que ocurrieron en aquellas décadas de sus respectivos exilios. Todo ello con una erudición que nos deja asombrados.

Contra lo que muchos marxistas creen fervientemente, esa conversión no es traición por conveniencia. He oído hablar de lo dudosa que resulta la «fe de los conversos», frase a la medida de los judíos conversos en la época de Isabel la Católica. En aquel caso se trataba de convertirse para no ser llevados al exilio o aún al cadalso, perdiendo todo lo que poseían; siendo una conversión «para salvar el pellejo», es claro que era para dudar de esa fe. En este caso es solo una evolución personal de las ideas y convicciones cuando pudieron contrastarlas con otras realidades como fueron las vivencias en los países donde recalaron en su forzado exilio. Y esa conversión, tal como señala acertadamente Mario Vargas Llosa, no resulta una ventaja, sino todo lo contrario; hay que estar dispuesto a soportar el «baño de mugre» y las abundantes acusaciones de estar vendido al gran capital o al imperio que le endilgan los intelectuales progres que tanto abundan

Ampuero vivió muchos años en Alemania del Este y en Cuba, por lo que nadie le puede contar lo que es el comunismo para quienes viven dentro de un régimen de ese tipo. En el caso de Rojas, su exilio fue en Suecia, desde donde palpó lo que es vivir en un país capitalista, a pesar de la fama que tienen los  escandinavos de ser socialistas y que claramente no lo son. 

Rojas habla de la sabiduría de su abuelo, hombre muy culto e instruido:

… mi abuelo sabía mucho, y por ello no le costó ver en mí y en mis amigos revolucionarios a los nuevos santones armados que podían llenar la tierra de horror en nombre de la redención y el paraíso terrenal. 

Y Ampuero contesta:

Esos son antecedentes muy poco conocidos y muy relevantes del marxismo que recalcan su carácter de religión atea. Esto es algo que los marxistas niegan con toda fuerza ya que pone en evidencia la falsedad del postulado fundamental de su doctrina: que se trata de una visión absolutamente científica, despojada de todo elemento de fe. 

Y sigue Rojas: 

Mi abuelo sabía que su nieto estaba jugando con un fuego que podía terminar incendiando toda la sociedad y por ello me decía con una mezcla de cariño y temor: «Hijo, no seas soberbio». Yo, en ese momento de exaltación revolucionaria, veía a mi abuelo como una reliquia del pasado y sus advertencias me resbalaban. Sin embargo, con los años he ido entendiendo la profundidad de lo que me decía. Era un llamado a no jugar a ser Dios, a entender las limitaciones de lo humano y que no podemos aspirar a construir utopías perfectas, porque la perfección no es de este mundo, ni tampoco el hombre nuevo. No podemos reinventarnos y transformarnos en seres angelicales, y cuando lo intentamos terminamos ejerciendo la violencia más despiadada contra el ser humano tal como es y como seguirá siendo por más que lo mandemos a campos de reeducación como los de Cuba, China o Unión Soviética. Toda esta reflexión se fue haciendo más y más evidente en el transcurso de mis estudios sobre el marxismo y sus raíces en la tradición cultural y religiosa occidental, pero se plasmó con toda exactitud leyendo aquella frase clave del Evangelio de Juan con la que Jesús responde a la pregunta de Pilatos sobre dónde estaba su reino: «Mi reino no es de este mundo». Con ello se marca una línea roja que no debemos pasar. Nuestro mundo debe estar hecho a la medida humana, de acuerdo a lo que somos, seres perfectibles pero no perfectos. Esa es para mí la base antropológica, por así decirlo, del liberalismo, que no quiere negar lo que somos ni imponernos hormas que no calzan con nuestra naturaleza, sino construir algo mejor sobre y para nuestra imperfección. 

En otro pasaje, vuelve Rojas a analizar el tema del mesianismo que impera entre los rebeldes «revolucionarios»:

El problema se produce cuando a nombre de ese otro mundo nos rebelamos contra nuestra naturaleza humana y jugamos a ser dioses, cuando tratamos de convertir ese «más allá» que nos consuela en un «aquí y ahora» que nos invita a violentar lo que somos. Allí está el mal acechando y la tentación totalitaria.

Rojas, hablando de las infantiles actitudes de quienes, como él mismo, se disfrazaban de guerrilleros, dice:

Era un sueño y uno andaba como elevado en su rol de mesías revolucionario, mirando al resto de los mortales, pequeños e insignificantes, desde las cumbres olímpicas del que está dispuesto a morir y matar por un ideal grandioso.

Y la respuesta de Ampuero:

Esa es, precisamente, la disposición de ánimo que convierte al fanático en asesino. Y todo esto en un marco de irresponsabilidad total y desprecio total por la democracia chilena de entonces. Un drama se iba incubando…

Un tema recurrente entre círculos políticos e intelectuales (y aquí los autores hablan principalmente de Chile, pero es perfectamente aplicable al resto de Latinoamérica) es criticar todo lo malo, perverso, invasivo, atropellador e inmoral que, real o imaginariamente, se pueda decir de USA. 

Los autores, si embargo, hacen algunos análisis muy interesantes de todo lo que de ese gran país deberíamos copiar.

Dice Ampuero:

¿En cuánto me marcaron veinticinco años de vida entre alemanes? ¿Y en qué medida he quedado marcado por catorce años de vida en Estados Unidos, que es un país muy generoso porque te pide muy poco a cambio, ni siquiera que sepas inglés? El estadounidense te da la ciudadanía y te deja ser quien quieras ser, y si quieres vives toda tu vida en el mundo que tus compatriotas han construido dentro de Estados Unidos. ¿Cuán chileno soy?, me pregunto, y en qué medida mis tensiones con el país, pues las he tenido y las tengo, se deben a que dejé de ser chileno hace mucho y a que actúo a veces más como alemán o como estadounidense, y en el primer caso exijo puntualidad y en el otro ando ofreciendo sonrisas a desconocidos y me visto informalmente porque en Estados Unidos poco importa tu aspecto, pero en Chile mucho.

Más adelante, Rojas comenta:

Solamente una sociedad de oportunidades que potencie la libertad de todos puede estar protegida contra los mesianismos totalitarios, como bien lo prueba la experiencia de Estados Unidos, que siempre ha sido el cementerio de los utopismos socialistas y el suelo fértil del emprendimiento y la democracia. Ello dependió del hecho básico que le dio a Estados Unidos, especialmente a partir de la Guerra de Secesión, su característica decisiva: esa «igualdad de condiciones», como la llamó Tocqueville, de los farmers, el acceso masivo a la tierra que hizo de los proletarios europeos propietarios norteamericanos y que también le cambió la vida a quienes se quedaban a vivir y trabajar en las ciudades de Estados Unidos. Fue el país de la igualdad de oportunidades y la libertad, y por eso floreció como ningún otro. Eso nos deja una gran lección y todo un programa de futuro a realizar: hermanar la libertad con la igualdad de posibilidades, así como también la autonomía individual con ese fuerte sentido de comunidad que aún impera en Estados Unidos. Esa es la base del culto estadounidense al éxito, al que triunfa, al que se enriquece, porque existe un sentimiento de vivir en una sociedad de oportunidades, meritocrática y abierta, tan distante de la nuestra. 

Y sigue Ampuero:

Es cierto. He vivido casi quince años en Estados Unidos y mi impresión es que los estadounidenses tienen una relación sana con los exitosos y triunfadores, y con el concepto de fair play y de to play by the rules. Y no estoy idealizando, pero lo cierto es que si te sorprenden defraudando la fe pública o a las instituciones, las penas son tremendas, partiendo por las tributarias, pero para grandes y chicos. En Chile, en cambio, tenemos una relación complicada con el éxito ajeno: pensamos que el éxito o el triunfo del otro nos disminuye, que es un logro a costa nuestra; en Estados Unidos, en cambio, se cree que el triunfo del otro te beneficia, y ojalá sea contagioso.

Y no escatiman elogios a la sabiduría de los «Padres fundadores» de USA, Madison, Jefferson, Franklin y Adams entre otros, que supieron plasmar en la Constitución tantas y tan sabias prescripciones que tantos éxitos garantizaron a su país y que, hoy, son modelo a seguir por casi todo el mundo libre.

Es muy interesante cuando discurren acerca de la honestidad del ciudadano de a pie y de la confianza que hay en ello en algunos países desarrollados (habla de Alemania, Suecia y USA, pero podríamos ampliarlo a Suiza, Japón y tantos otros) en contraste con nuestros países de América Latina. Como respuesta a una reflexión de Ampuero a este respecto, Rojas dice:

Habiendo vivido en un país como España y estudiado bastante el caso argentino, no puedo estar más de acuerdo contigo. España está hoy destruida por su tolerancia, incluso ensalzamiento, de la pillería y la corrupción, esa «picaresca» tan alabada que hoy corroe a ese país como un cáncer que desestabiliza todas sus instituciones y su sistema político. Bueno, de Argentina ni hablar. La «viveza criolla» ha logrado lo que parecía imposible: lograr que un país con los recursos de Argentina, no sea uno de los más prósperos de la Tierra.

domingo, 2 de marzo de 2025

Nuestras crisis

Reiteradamente hemos entrado en profundas crisis, y no es que, cuando salíamos de esas abismales simas, estábamos en el mejor de los mundos. ¿Cómo se explica esto?

La corrupción no explica todo

La enorme cantidad de dinero que se escurre por las alcantarillas de la corrupción, con todo el daño que produce y siendo un gran problema argentino, no es, si embargo, el origen y causa de todos nuestros males.

Insisto, más allá de la corrupción, con la que todos deberíamos estar de acuerdo en que es perniciosa para cualquier sociedad y cualquiera sea el signo político del gobierno, hay otras cuestiones que explican o justifican nuestras inveteradas y repetidas crisis.

Desde luego que esto no significa que debamos minimizar este flagelo tan arraigado ni que debamos resignarnos a que «Roban, pero hacen». En la lucha contra la corrupción, podremos ganar algunas batallas, incluso muchas, pero es utópico pensar que se podrá erradicar completamente; los funcionarios son de carne y hueso y, como ya sabemos, la carne es débil. Por eso, lo importante es eliminar la matriz corrupta que no solo daña por el dinero contante que se desvía hacia esos insaciables bolsillos, sino porque la acción de gobierno en general, está orientada a conseguir las mejores tajadas y no a lo que la población necesita.

Políticas equivocadas

Políticas equivocadas han sido aplicadas por los sucesivos gobiernos en forma constante (y no hablo solo de los gobiernos recientes). Me refiero al proteccionismo sin metas ni objetivos concretos, al intervencionismo estatal, a la imprevisibilidad en las reglas de juego, en controles y más controles en los precios y la economía en general, la imposición de cuotas y permisos, la legislación que permite el enquistamiento de mafias en sindicatos, en asociaciones empresarias y hasta en los clubes de fútbol como hemos visto en forma tan palmaria en tantas ocasiones. Muchas veces estas medidas son verdaderas «estaciones de peaje» que favorecen el accionar de los corruptos. 

Si al cabo de tanta «protección», tuviésemos una industria pujante y competitiva, podríamos justificar tales políticas, pero ¿cuál fue el resultado de la aplicación tan contumaz de estas políticas? Nos garantizaron una industria raquítica, no competitiva y subsidiada a costa de otras actividades más eficientes o bien con déficit e inflación lo que lleva indefectiblemente a niveles de pobreza inaceptables.

Y lo más importante: por creer que, cerrándonos al exterior, con aranceles a las importaciones y retenciones y hasta ¡prohibiciones a las exportaciones! (creo que esto es inédito en el mundo), hemos conseguido una economía pequeña, que no crece. Cuando eso ocurre, como la población sí crece, es inevitable que aumente la pobreza y con ella la tentación de maquillarla u ocultarla con subsidios y políticas cortoplacistas. Y la existencia de subsidios permanentes a las tarifas, al transporte, a los que no trabajan, a las madres solteras, a las embarazadas, a las que quieren abortar, etc., antes que mostrarnos la sensibilidad del gobierno, lo que nos muestran es el fracaso rotundo del modelo que hemos elegido hace ya muchas décadas; un país con políticas que favorezcan la prosperidad general, no necesita repartir subsidios al por mayor. Y como los recursos no alcanzan, precisamente porque la economía no crece, se recurre a la inflación, de la que no es fácil salir, o al endeudamiento, con lo que no solo hay luego que pagar lo adeudado sino también los intereses, lo que hace que aumente más todavía el déficit y así sigue la noria dando vueltas y más vueltas. Esta verdadera bola de nieve llega un momento que es imparable, porque genera más pobreza y con ella la violencia y la necesidad de más subsidios para pobres, indigentes, desocupados, jubilados, usuarios de servicios públicos, etc.

No está mal subsidiar si se tiene claro por qué, para qué y por cuánto tiempo; pero cuando se hace solo para disimular el fracaso de las equivocadas políticas, y se vuelve una constante y permanente carga para el erario, los resultados no pueden ser otros que los que vemos cíclicamente los argentinos. Todo por seguir el rumbo contrario al que toman los países exitosos.

¿Y en el “vecindario” qué pasa?

Nuestro vecino Chile (aquisito nomás) que redujo la pobreza a la mitad en pocos años; ¿qué políticas aplicó? Venezuela, que es líder en expulsión de ciudadanos; ¿qué políticas aplicó? ¿Qué políticas aplicó Taiwan, que tenía un 90% de su población viviendo en condiciones paupérrimas en 1948 y hoy esos guarismos se invirtieron? Ni hablar de Corea del Sur, que a principios de los ’50, salía de una guerra devastadora y con una población paupérrima y mayoritariamente agrícola. Nosotros, que en aquellos años de mediados del siglo pasado gozábamos todavía de una situación envidiable, ¿cómo logramos un presente tan pobre? Hace 100 años éramos top ten mundial en PBI/hab. Hoy Chile nos supera cuando en 1945 duplicábamos a nuestros vecinos. Y, hasta no hace mucho, éramos líderes en América Latina en cualquier índice económico, cultural o sanitario que quisiéramos medir. Hoy, mejor no hacer comparaciones.

Los intelectuales

Lo más asombroso es que, por más que la realidad nos muestre que estamos en el camino equivocado, seguimos insistiendo en él, como si aplicando las mismas recetas fuéramos a obtener resultados distintos. Y no menos asombroso es que tantos intelectuales, desde las cátedras inclusive, sigan sosteniendo sistemas que han fracasado reiteradamente en el mundo y no vean los que sí han producido resultados positivos. Ser partidario de estas fracasadas recetas está bien visto en todos los medios “intelectuales” y da prestigio. Y, desde las cátedras, nos meten ideología y doctrina disfrazadas de conocimiento.

Y siguen produciendo jóvenes imbuidos de ideas con tan poca constatación en la realidad y que, consecuentes con ello, piden más presupuesto para la universidad pública (nunca proponen de dónde saldrían tales recursos), pero se niegan a discutir siquiera lo poco razonable que es mantener el ingreso irrestricto y la gratuidad universitarias ¡aún para extranjeros no residentes!

Si tuviesen alguna amplitud de criterio, podrían analizar, por ejemplo, alguna estadística que muestre la estrecha correlación que hay entre los diez mejores países en Desarrollo Humano y los diez con mayor libertad económica. Si esto no les dice que estamos a contramano del progreso real, entonces ya nada los disuadirá. Contra un dogma, no hay razones que valgan.

Los empresarios

Desde luego que, en un país con políticas como las nuestras, un empresario para sobrevivir debe acercarse al calor del poder y recibir su cuota de prebendas, pero si los dejásemos trabajar libremente, solo controlando que sus actividades no se cartelicen, son los únicos generadores de riqueza. ¿Hay otra manera de sacar a tanta gente de la pobreza que no sea generando riqueza? El hecho creativo es necesariamente anterior al distributivo. La riqueza no es una cantidad estática en cuyo caso solo se trataría de tomar cada uno cuanto pueda o le plazca y, en ese caso sí, el que tiene mucho lo hizo a expensas del que nada tiene. Pero las cosas no son así, porque aún los productos naturales como el petróleo, los minerales o la fruta, hay que extraerlos o cultivarlos, y para ello necesitamos capital en maquinarias, mano de obra y, desde luego, materia gris.

Los políticos

Poco es necesario decir acerca de los políticos, ya que son los ejecutores del desastre argentino, aunque no deberíamos olvidar que somos sus mandantes y por tanto tenemos nuestra parte de responsabilidad en cuanto ocurre. Si bien es cierto que los políticos son elegidos por voto popular, no por eso dejan de ser un verdadero mamarracho. Con sueldos miliunanochescos, viáticos, choferes, asesores, etc. no se hacen cargo jamás de los resultados de su gestión. Un gerente de empresa o un futbolista afamado puede que cobren mucho más que un político, pero si no rinden… Para los políticos el rendimiento no preocupa; siempre habrá un chivo expiatorio para cargarle las culpas (ya volveremos sobre esto). Y en esto los jueces no le van en saga a los políticos, con la ganga, además, de que no pagan impuesto a las ganancias. Claro, son ellos los que interpretan la Constitución y las leyes, ¡y así lo interpretaron!

Y, porque viene al caso, me permito esta cita:

«No man's life, liberty or property are safe while the legislature is in session».

«La vida, la libertad o la propiedad de ningún hombre están a salvo mientras los legisladores sesionan». Mark Twain, citado por Héctor Huergo en Clarín.

Los sindicalistas

Caso aparte el de estos abnegados muchachos. Con cargos vitalicios (y hasta parece que, en algunos casos, hereditarios), se convierten en millonarios con ostentosas camperas, autos de alta gama con chofer y empresas “familiares” que monopolizan las obras que sus sindicatos ejecutan “para el bien de los afiliados”, desde luego. Al convertirse también en empresarios, no parecen demasiado preocupados por esa peccata minuta, que sería el conflicto evidente de intereses. Celosos defensores de las “conquistas sociales”, utilizan su poder extorsivo para conseguir sueldos que no suelen tener relación alguna con la productividad. Eso lleva necesariamente al empobrecimiento de quienes no pueden acceder a un trabajo en blanco o en gremios sin “poder de fuego”.

El chivo expiatorio

José Ignacio García Hamilton, en su libro ¿Por qué crecen los países? dice: «…en muchos países de nuestro continente parece que nuestro mejor amigo no es el perro, sino el chivo expiatorio».

Y para seguir negando la realidad y poner las culpas afuera, allí tienen al gran chivo expiatorio en el imperialismo, el capitalismo, el neoliberalismo, y varios “ismos” más.

Desde luego que los países poderosos e imperialistas existen, pero actúan en el mismo mundo en que Taiwan, Corea del Sur, Irlanda o Chile han logrado tan exitosos resultados (para citar solo los ejemplos anteriores), y a ellos no les impidieron forjarse un presente mejor. ¿Somos tan especiales que a nosotros no nos permiten progresar y a ellos sí?

Si persistimos con estas recetas equivocadas, que además fomentan la corrupción, nos espera un futuro semejante a los países africanos al sur del Sahara.

Y colorín colorado esperemos que este cuento se esté acabando.


Las marchas de los jubilados.

  Nadie puede dudar acerca de la crítica situación por la que atraviesan los jubilados y de su legítimo derecho a manifestar su descontento....