El título de esta entrada es el de un libro muy recomendable.Se trata de un exquisito diálogo entre Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, dos chilenos conversos del marxismo al liberalismo. Y eran dos marxistas militantes antes y durante el gobierno de Salvador Allende. Reflexionan, desde luego, de la realidad pasada presente y futura de su Chile natal; pero no solo eso, sino de la evolución de las ideas en el mundo y de los acontecimientos trascendentales que ocurrieron en aquellas décadas de sus respectivos exilios. Todo ello con una erudición que nos deja asombrados.
Contra lo que muchos marxistas creen fervientemente, esa conversión no es traición por conveniencia. He oído hablar de lo dudosa que resulta la «fe de los conversos», frase a la medida de los judíos conversos en la época de Isabel la Católica. En aquel caso se trataba de convertirse para no ser llevados al exilio o aún al cadalso, perdiendo todo lo que poseían; siendo una conversión «para salvar el pellejo», es claro que era para dudar de esa fe. En este caso es solo una evolución personal de las ideas y convicciones cuando pudieron contrastarlas con otras realidades como fueron las vivencias en los países donde recalaron en su forzado exilio. Y esa conversión, tal como señala acertadamente Mario Vargas Llosa, no resulta una ventaja, sino todo lo contrario; hay que estar dispuesto a soportar el «baño de mugre» y las abundantes acusaciones de estar vendido al gran capital o al imperio que le endilgan los intelectuales progres que tanto abundan
Ampuero vivió muchos años en Alemania del Este y en Cuba, por lo que nadie le puede contar lo que es el comunismo para quienes viven dentro de un régimen de ese tipo. En el caso de Rojas, su exilio fue en Suecia, desde donde palpó lo que es vivir en un país capitalista, a pesar de la fama que tienen los escandinavos de ser socialistas y que claramente no lo son.
Rojas habla de la sabiduría de su abuelo, hombre muy culto e instruido:
… mi abuelo sabía mucho, y por ello no le costó ver en mí y en mis amigos revolucionarios a los nuevos santones armados que podían llenar la tierra de horror en nombre de la redención y el paraíso terrenal.
Y Ampuero contesta:
Esos son antecedentes muy poco conocidos y muy relevantes del marxismo que recalcan su carácter de religión atea. Esto es algo que los marxistas niegan con toda fuerza ya que pone en evidencia la falsedad del postulado fundamental de su doctrina: que se trata de una visión absolutamente científica, despojada de todo elemento de fe.
Y sigue Rojas:
Mi abuelo sabía que su nieto estaba jugando con un fuego que podía terminar incendiando toda la sociedad y por ello me decía con una mezcla de cariño y temor: «Hijo, no seas soberbio». Yo, en ese momento de exaltación revolucionaria, veía a mi abuelo como una reliquia del pasado y sus advertencias me resbalaban. Sin embargo, con los años he ido entendiendo la profundidad de lo que me decía. Era un llamado a no jugar a ser Dios, a entender las limitaciones de lo humano y que no podemos aspirar a construir utopías perfectas, porque la perfección no es de este mundo, ni tampoco el hombre nuevo. No podemos reinventarnos y transformarnos en seres angelicales, y cuando lo intentamos terminamos ejerciendo la violencia más despiadada contra el ser humano tal como es y como seguirá siendo por más que lo mandemos a campos de reeducación como los de Cuba, China o Unión Soviética. Toda esta reflexión se fue haciendo más y más evidente en el transcurso de mis estudios sobre el marxismo y sus raíces en la tradición cultural y religiosa occidental, pero se plasmó con toda exactitud leyendo aquella frase clave del Evangelio de Juan con la que Jesús responde a la pregunta de Pilatos sobre dónde estaba su reino: «Mi reino no es de este mundo». Con ello se marca una línea roja que no debemos pasar. Nuestro mundo debe estar hecho a la medida humana, de acuerdo a lo que somos, seres perfectibles pero no perfectos. Esa es para mí la base antropológica, por así decirlo, del liberalismo, que no quiere negar lo que somos ni imponernos hormas que no calzan con nuestra naturaleza, sino construir algo mejor sobre y para nuestra imperfección.
En otro pasaje, vuelve Rojas a analizar el tema del mesianismo que impera entre los rebeldes «revolucionarios»:
El problema se produce cuando a nombre de ese otro mundo nos rebelamos contra nuestra naturaleza humana y jugamos a ser dioses, cuando tratamos de convertir ese «más allá» que nos consuela en un «aquí y ahora» que nos invita a violentar lo que somos. Allí está el mal acechando y la tentación totalitaria.
Rojas, hablando de las infantiles actitudes de quienes, como él mismo, se disfrazaban de guerrilleros, dice:
Era un sueño y uno andaba como elevado en su rol de mesías revolucionario, mirando al resto de los mortales, pequeños e insignificantes, desde las cumbres olímpicas del que está dispuesto a morir y matar por un ideal grandioso.
Y la respuesta de Ampuero:
Esa es, precisamente, la disposición de ánimo que convierte al fanático en asesino. Y todo esto en un marco de irresponsabilidad total y desprecio total por la democracia chilena de entonces. Un drama se iba incubando…
Un tema recurrente entre círculos políticos e intelectuales (y aquí los autores hablan principalmente de Chile, pero es perfectamente aplicable al resto de Latinoamérica) es criticar todo lo malo, perverso, invasivo, atropellador e inmoral que, real o imaginariamente, se pueda decir de USA.
Los autores, si embargo, hacen algunos análisis muy interesantes de todo lo que de ese gran país deberíamos copiar.
Dice Ampuero:
¿En cuánto me marcaron veinticinco años de vida entre alemanes? ¿Y en qué medida he quedado marcado por catorce años de vida en Estados Unidos, que es un país muy generoso porque te pide muy poco a cambio, ni siquiera que sepas inglés? El estadounidense te da la ciudadanía y te deja ser quien quieras ser, y si quieres vives toda tu vida en el mundo que tus compatriotas han construido dentro de Estados Unidos. ¿Cuán chileno soy?, me pregunto, y en qué medida mis tensiones con el país, pues las he tenido y las tengo, se deben a que dejé de ser chileno hace mucho y a que actúo a veces más como alemán o como estadounidense, y en el primer caso exijo puntualidad y en el otro ando ofreciendo sonrisas a desconocidos y me visto informalmente porque en Estados Unidos poco importa tu aspecto, pero en Chile mucho.
Más adelante, Rojas comenta:
Solamente una sociedad de oportunidades que potencie la libertad de todos puede estar protegida contra los mesianismos totalitarios, como bien lo prueba la experiencia de Estados Unidos, que siempre ha sido el cementerio de los utopismos socialistas y el suelo fértil del emprendimiento y la democracia. Ello dependió del hecho básico que le dio a Estados Unidos, especialmente a partir de la Guerra de Secesión, su característica decisiva: esa «igualdad de condiciones», como la llamó Tocqueville, de los farmers, el acceso masivo a la tierra que hizo de los proletarios europeos propietarios norteamericanos y que también le cambió la vida a quienes se quedaban a vivir y trabajar en las ciudades de Estados Unidos. Fue el país de la igualdad de oportunidades y la libertad, y por eso floreció como ningún otro. Eso nos deja una gran lección y todo un programa de futuro a realizar: hermanar la libertad con la igualdad de posibilidades, así como también la autonomía individual con ese fuerte sentido de comunidad que aún impera en Estados Unidos. Esa es la base del culto estadounidense al éxito, al que triunfa, al que se enriquece, porque existe un sentimiento de vivir en una sociedad de oportunidades, meritocrática y abierta, tan distante de la nuestra.
Y sigue Ampuero:
Es cierto. He vivido casi quince años en Estados Unidos y mi impresión es que los estadounidenses tienen una relación sana con los exitosos y triunfadores, y con el concepto de fair play y de to play by the rules. Y no estoy idealizando, pero lo cierto es que si te sorprenden defraudando la fe pública o a las instituciones, las penas son tremendas, partiendo por las tributarias, pero para grandes y chicos. En Chile, en cambio, tenemos una relación complicada con el éxito ajeno: pensamos que el éxito o el triunfo del otro nos disminuye, que es un logro a costa nuestra; en Estados Unidos, en cambio, se cree que el triunfo del otro te beneficia, y ojalá sea contagioso.
Y no escatiman elogios a la sabiduría de los «Padres fundadores» de USA, Madison, Jefferson, Franklin y Adams entre otros, que supieron plasmar en la Constitución tantas y tan sabias prescripciones que tantos éxitos garantizaron a su país y que, hoy, son modelo a seguir por casi todo el mundo libre.
Es muy interesante cuando discurren acerca de la honestidad del ciudadano de a pie y de la confianza que hay en ello en algunos países desarrollados (habla de Alemania, Suecia y USA, pero podríamos ampliarlo a Suiza, Japón y tantos otros) en contraste con nuestros países de América Latina. Como respuesta a una reflexión de Ampuero a este respecto, Rojas dice:
Habiendo vivido en un país como España y estudiado bastante el caso argentino, no puedo estar más de acuerdo contigo. España está hoy destruida por su tolerancia, incluso ensalzamiento, de la pillería y la corrupción, esa «picaresca» tan alabada que hoy corroe a ese país como un cáncer que desestabiliza todas sus instituciones y su sistema político. Bueno, de Argentina ni hablar. La «viveza criolla» ha logrado lo que parecía imposible: lograr que un país con los recursos de Argentina, no sea uno de los más prósperos de la Tierra.