Autora: (Marta Tomihisa)
Cursé la primaria en los años ’50…
Cursé la primaria en los años ’50…
Era un edificio viejo, con
aulas de pisos de madera, pupitres y un gran pizarrón detrás del escritorio de
la maestra. Al ingresar al aula, se podía ver un retrato de nuestro respetado
prócer, el General San Martín. Todo era limpio y prolijo, nuestros guardapolvos
también, los alumnos íbamos perfectamente peinados, las chicas con el cabello
recogido y los varones oliendo a gomina. Cuando la maestra entraba al aula, nos
parábamos para saludarla, luego nos dedicábamos a aprender con buena
predisposición hasta que la campana nos indicaba que ya era la hora del recreo.
Entonces salíamos al patio, nos quedábamos charlando con nuestros compañeros
contándonos cosas, hallando coincidencias en nuestras propias vidas.
Nuestras familias eran un
conglomerado de inmigrantes pobres, sobreviviendo gracias a las oportunidades
que les había ofrecido este extraordinario país.
Al salir de la escuela, de
vez en cuando nos cruzábamos en la calle con algunos chicos que volvían de
colegios religiosos. Yo sentía mucha curiosidad por saber cómo eran esas
escuelas, por qué cada vez que alguien quería asustar a algún niño lo
amenazaban con internarlos en ellas. ¿Cuán tremendo era asistir a establecimientos
dirigidos por curas o monjas, qué pasaba con los niños que asistían a esos
claustros?
Un día charlando con una
vecina de mi edad, me contó que los chicos que iban a colegios religiosos no
tenían recreos, además, si se portaban mal los conminaban a un rincón,
arrodillados sobre maíces que se incrustaban en su carne hasta que lloraban
tanto que los perdonaban…
Mi hermana mayor que siempre
me tildó de rebelde, solía decirme que mi madre hacía averiguaciones para
recluirme como pupila en uno de esos establecimientos, o sea que viviría allí
alejada de mi hogar. Yo dudaba de semejante cosa, porque según me habían contado
esos colegios eran costosos y mis padres eran demasiado pobres para tomar decisiones
que hicieran tambalear la precaria situación familiar. De todas maneras, me
mantuve atenta e intenté no ser tan temeraria accediendo a colaborar en algunas
tareas rutinarias que jamás me han agradado (¡tampoco hoy!)
Ya cursaba la secundaria,
cuando una de mis hermanas contrajo matrimonio.
La ceremonia religiosa se
desarrollaría en la catedral de San Isidro. El imponente edificio que ocupa
prácticamente la manzana entera, era de una extraordinaria belleza.
El día de la boda, acudí a la
iglesia un rato antes acompañando a la madrina que era mi otra hermana mayor,
ya casada. Nos ubicamos detrás del altar, mientras esperábamos el comienzo de
la ceremonia. Mi hermana madrina que era un manojo de nervios, decidió sacarse por
un rato los zapatos de gran taco, porque le dolían los pies. Pero cuando
intentó volver a ponérselos, al agacharse, su vestido se descosió un poco
debajo de la axila. Se puso a llorar desconsoladamente y yo corrí entonces en
busca de una aguja por esos pasillos intrincados que llevaban a los aposentos
del cura…Traspuse una pequeña cocina, luego otro cuarto en el que había un
escritorio y libros apilados sobre él. Luego seguí por un corredor estrecho,
desde el que oí una musiquita parecida a un vals y allí lo descubrí a él…
El cura, sin sotana, estaba
en su dormitorio mirando hacia la ventana mientras tarareaba una canción, su
mano derecha sobre el marco que daba al patio tenía un cigarrillo encendido…
Quedé inmóvil detrás de él
que sin duda percibió mi respiración, arrojó el pucho hacia afuera y se dio
vuelta alterado por mi presencia y preguntó…
–¿Pasó algo?
Era un hombre de estatura
mediana, ojos claros y sonrisa austera que me observó mientras intentaba mostrarse
sereno, aunque su incomodidad era palpable…
Le expliqué que necesitaba
con urgencia una aguja, porque a la madrina se le había roto el vestido, él asintió
moviendo la cabeza. Luego se acercó a un aparador del cual sacó un costurero
que me entregó, ofreciéndome su mejor sonrisa. Le di las gracias y me fui.
Nunca he contado este
episodio, mi hermana madrina cosió su vestido, la novia fue casada y bendecida
por la mano que sostenía el cigarrillo y yo me sentí aliviada al ver al sacerdote
parado dignamente en el altar, como un ser humano común y capaz de llevar a
cabo un acto absolutamente ordinario. Dejé de temerle a las escuelas
religiosas, aunque jamás fui a ninguna…
En este último tramo de mi
vida, tengo una amiga monja a la que quiero con todo mi corazón y cuando la
llevo en mi auto canta una canción popular que alegra mi existencia, carga un
teléfono celular en el que recibe mensajes del Papa, pero también escribe mails
y tiene ¡face-book! Ella está completamente segura de que algún día ascenderé
al cielo, solo por haber comprendido que cuanto más auténtica sea una persona
más cerca andará del Paraíso…
Me gustaría estar de acuerdo…
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7 comentarios:
Bibi dijo:
Gracias Charly, bellísimo y entrañable el relato de Marta, espero seguir recibiendo las novedades de su blog.
Lo mejor para uds en el 2018, y wu sigamos teniendo fuerzas para resistir...un abrazo fuerte para los dos
BUENISISISIMO!!!!!!
La verdad muy bueno!
Como nos tiene acostumbrados Marta relatos de la vida misma pedazos de la historia también lugares comunes tiempo comunes realmente un relato maravilloso
Mirta nos dijo:
muchas gracias me parecio muy bonito aunque te dire que yo fui a uno de esos colegios de monjas.Eran monjas irlandesas y la verdad es que eran muy divertidas ultramodernas ademas de muy preparadas.De hecho una de ellas fui mi prof.de Literatura en 4 año del prof en la UCA.Para muestra la primera vez que oin o'i la palabra incesto fue en el colegio y la hermana nos explico lo que era especialmente puesto que estabamos viendo un poema de Lord Byron.Creo que habia, en ese entonces, congregaciones que no eran modernas para nada pero de ahi a "maices"...?En el colegio donde yo fui las pupilas se la pasaban muy bien ,eso era lo que nos contaban.
Agradezco que me lo hayas enviado y el retrato del cura es estupendo
Pese a todas las historias circulantes sobre los colegios religiosos (algunas tristemente ciertas, otras dudosas por lo menos) , siempre agra-
decí que mis padres hicieran el gran esfuerzo de enviarnos a ellos tanto a mí como a mi hermano (único ingreso el sueldo de mi padre, viajante de comercio), pues mis mejores recuerdos y amistades están relacionados, hasta el día de hoy, con lo cosechado entre sus paredes durante siete años de primaria y cinco de secundaria; tu hermoso relato me evoca nuestra confirmación, recibida en esa catedral a mis quince años; y hasta el extraño sentimiento de descubrimiento inesperado, al sorprender un religioso sin sus hábitos, extrañas sensaciones en nuestra niñez... Gracias, Marta !!!
Susana nos dijo:
Marta: Cuando empecé a leer me di cuenta de que conocía la historia porque la leí ni bien me la mandaste. Me gustó mucho. Siempre te digo lo mismo, la historia en sí es una hecho común, pero sabes crear muy bien todo el contexto de la historia, creas climas y eso es muy difícil. Te felicito, me encantó.
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