domingo, 7 de enero de 2018

Misceláneas

Pueblos originarios. 
Las primitivas sociedades de cazadores–recolectores, ocupaban territorios muy grandes, con la consecuente bajísima densidad de población. Esto cambió sustancialmente con la Revolución Agrícola y se acentuó luego con la Industrial.
Naturalmente que, al pasar un pueblo de un sistema a otro, necesitó llenar espacios “subocupados” –desde su nueva perspectiva– por sus vecinos todavía cazadores. Estos últimos tuvieron que desplazarse o asimilarse, sin excepciones y, generalmente, por medios violentos.
Cuando fue la conquista y colonización de América, ocurrieron estos fenómenos con modalidades distintas, según el grado de desarrollo de las culturas aborígenes. Un caso fueron las grandes civilizaciones de Azteca e Inca, con su terrible cuota de sangre, traición y destrucción.
No fue así en la mayor parte del territorio argentino, donde, con escasísimas excepciones, estaba ocupado por tribus con organizaciones  cazadoras–recolectoras que ambulaban, a pie, por inmensos territorios en busca de pequeñas y escasas presas y frutos.
La irrupción de una civilización agrícola bastante desarrollada, o al menos de viejísimo cuño, inevitablemente terminó por desplazar o asimilar a los habitantes originales de nuestras pampas y de todo lo que se dio en llamar “el desierto”, como se denominaba a esa gran extensión despoblada.
Y otro impacto, de no menor trascendencia, fue la irrupción del ganado vacuno y equino que proliferó al amparo de la fertilidad del suelo; ya no volverían esos primitivos habitantes a ser lo que eran, por mucho que los nostálgicos de hoy, muchos de ellos desde citadinas poltronas o no menos citadinas mesas de café, clamen al cielo por el derecho de los pueblos primitivos a mantener sus tradiciones y a recuperar sus tierras. Por mucho que los descendientes de estos pueblos originarios reclamen querer hacerlo, no lo harán, no renunciarán al consumo de carne vacuna, al uso del caballo ni del automóvil, mucho menos, a la luz eléctrica o al teléfono celular y no se les pasa por la mente volver al primitivo sistema de caza y recolección.
Resulta muy conveniente –ahora que las tierras han adquirido enorme valor, gracias a la cultura occidental, capitalista y burguesa– reclamar enormes territorios, incluso lagos y montañas, como sagrados o propios de los descendientes de aquellos primitivos ocupantes originarios, aunque muchos de los que hoy reclaman, porten apellidos de indudable cuño español, galés, o italiano.
Todo eso no quiere decir que deban renunciar a muchísimos aspectos de su cultura ni de sus creencias; pero sí que es mucho más sensato y realista adaptarse a todo lo que la sociedad moderna les ofrece e integrarse a la Nación que, con toda seguridad, recibirá con los brazos abiertos a «todos los hombres del mundo que quieran habitar en suelo argentino», pero respetando las leyes.
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Presunción de inocencia
Toda acusación debe ser demostrada, y nadie duda de ello. Las innumerables denuncias y abrumadoras evidencias de corrupción contra funcionarios del gobierno K –dicen con acierto los adictos a ese “modelo”– deben ser probadas. Y bueno sería que tuviésemos una justicia que fuese creíble para todos los sectores.
Eso está bien para los jueces que tienen que decidir la libertad o prisión para los imputados de los delitos, pero no para los votantes, que deciden por otras cuestiones que, generalmente no requieren de pruebas, en el sentido del derecho. Por eso es que se votó como se votó, al ver que luego de más de 12 años, continúa (y aún aumenta) la violencia que nos prometieron combatir con inclusión social. También están allí la inflación, la pérdida del autoabastecimiento energético, el deterioro de la infraestructura vial y ferroviaria, la decadencia de la educación y otras yerbas.
Por lo visto, el votante opinó que, si todo eso no es fruto de la corrupción y el choreo descarado, entonces estamos frente a unos ineptos de marca mayor.
Pero veo con asombro que el concepto de “presunción de inocencia” que declaman en protección de los acusados de corrupción, no lo aplican al caso Maldonado, donde esos mismos aplaudidores, no vacilan en decir que se trató de una “desaparición forzada seguida de muerte” (DFSDM). ¿Lo afirman solo porque la carátula dice eso o porque concuerda con su preconcepto, deseosos de que Macri, efectivamente, sea igual a Videla?
Todas las pruebas obtenidas de la necropsia, están muy lejos de confirmar esa teoría. De la prueba testimonial tampoco se puede llegar a conclusiones que apunten en ese sentido, salvo que se le creyera al muchacho que, subido convenientemente a un caballo y provisto de no menos convenientes binoculares, afirmó lo que ya sabemos.
Creo que fue muy desacertada la decisión del juez de no cambiar la carátula a
“muerte dudosa”, ya que esta no excluye la posibilidad de que resulte una DFSDM pero deja abierta las posibilidades de otras mucho más verosímiles, a la luz de los testimonios y evidencias que arroja la necropsia.
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Justicia selectiva
Me conmueve la profunda preocupación por los temas de actualidad de que hacen gala ciertos convencidos adalides del modelo de la “Década ganada”.
Denuncian a la justicia por lo selectiva que es al investigar solo al club Independiente, porque está presidido por un insigne sindicalista, muy ansioso por el brutal ajuste neoliberal en la legislación laboral. Por cierto, no recuerdo que hayan mostrado igual desvelo y lacrimosas emociones por la selectividad de la AFIP investigando con minuciosidad y con despliegue cuasi militar “casualmente” solo al grupo Clarín, pero solo cuando su CEO había dejado de frecuentar almuerzos en Olivos mientras, en sus narices, don Cristóbal (no hablo de Colón, desde luego) se choreaba ocho mil palitos. ¡Eso sí que era selectividad! Claro, no era judicial sino que dependía directamente de Olivos.
Pero, volviendo a la Justicia, parecen no haber tomado nota que la que tenemos es la que quedó luego de los recordados 12 años, período en el que tuvieron las mayorías suficientes en el congreso como para modelar un Consejo de la Magistratura y unos jueces que hiciesen honor a su nombre.
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DDHH, ¿para todos?
La Declaración de los Derechos del Hombre no hace preferencias por razas, credos ni condiciones sociales y así debe ser. Asimismo, tratándose del trato a un reo, tampoco se puede dispensar distinto trato según la valoración que se haga de la magnitud de su crimen. Para eso están los códigos penales que los tipifican y establecen distintas penas, pero en ningún caso que el trato pueda ser discriminatorio.
Recuerdo a algún conspicuo representante de la pasada dictadura que, refiriéndose a los grupos armados de la izquierda, decía que no eran personas sino “subversivos”. Al considerarlos fuera de nuestra especie, no cabía con ellos ninguna contemplación ni resguardo de derecho alguno. Eso era la dictadura.
Por suerte, existe un consenso generalizado acerca de los DDHH. Pero… ¿existe en realidad ese consenso? ¿O hay quienes reclaman y proclaman a los cuatro vientos por su irrestricta aplicación solo para ciertos casos con los que se sienten identificados y no con otros?
Si estamos de acuerdo que, a cierta edad, o en cierta condición de salud es razonable y respetuoso de esos derechos permitir el arresto domiciliario, debemos exigirlo para todos los casos, por mucho que nos disguste la figura de un personaje por sus horrendos crímenes. ¿Por qué Timmerman puede estar en su casa y Etchecolatz no? Si le negamos su condición humana por lo atroz de sus crímenes, ¿en qué nos estamos diferenciando de aquel abominable personaje de la dictadura que comenté más arriba?
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Inflaciones
Quienes están dispuestos, más allá de toda evidencia, a demostrar no ya que este es el peor gobierno que imaginarse pueda, sino que el anterior era una verdadera joyita –lo que es aún más disparatado–, afirman que en aquellos doce maravillosos años el dólar pasó de 3 a 9,5 pesos mientras que en los actuales oprobiosos años (tan solo 2) trepó de 9,5 a 19… angelical planteo que no toma en cuenta, por ejemplo la mentira de los 9,5. Si alguien conoce al afortunado que podía conseguir un dólar a ese precio, que me lo presente. Bueno, en realidad, algunos importadores amigos sí lo conseguían, pero… eso es otra historia. La realidad indica que el dólar estaba a algo así como a $ 15 si la memoria no me falla lo cual cambia totalmente la ecuación.
Pero lo sustancial del problema no es eso sino que, aquellos insignes economistas, llegaron con una inflación absolutamente controlada y tuvieron, aunque lo nieguen, un notable viento de cola.  A pesar de esas favorables cuestiones no supieron mantener las condiciones recibidas; “chocaron la calesita”. Los perversos neoliberales de hoy, en cambio, llegaron con una inflación de holgados dos dígitos y tienen que vérselas con intentar resolverla; tal vez podría acusárselos de no saber hacerlo, pero ciertamente no la provocaron.
No sé, fijate.
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Estereotipos
Algunos personajes, con el aura de revolucionarios (solo en sus dichos, pero jamás en sus acciones), imaginan estereotipos que dan por sentado que son mayoritarios. Por ejemplo, un músico que congrega multitudes, asegura que el medio pelo o el tilingo argentino odia a Fidel Castro por sus logros, y los enumera. Solo una torcida mente puede creer que se odie a alguien por sus logros y no por otras cuestiones como la libertad para decidir su destino o para no ir preso por cuestiones ideológicas, por ejemplo.
Y, además, crean estereotipos por los cuales la clase media, siempre estúpida, despistada y queriendo ser “oligarcas”, solo se preocupan por la TV de 50 pulgadas, la minita que no conseguirán jamás, o que la fiesta de 15 de la nena sea más deslumbrante que la de la vecina. Solo le falta a estos esclarecidos personajes solicitar el cierre definitivo de las escuelas secundarias, por ser fábricas de clase media.
Pero lo curioso de estas “posturas”, es que provienen de personajes (del ámbito del arte o del deporte) que deben sus apabullantes éxitos económicos al capitalismo. ¿Podría un futbolista haber amasado una gran fortuna o un músico desplazarse en avión privado en un régimen como el que aplauden?
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