Graciela Camaño dijo: «No se puede juzgar al movimiento obrero por un par
de rufianes».
Tiene razón la diputada, al menos en parte.
Seguramente habrá algún dirigente gremial que cumple acabadamente su deber,
como deben haber habido militares durante el Proceso que no mataron ni torturaron y algún policía bonaerense que no coimea. Pero de allí a afirmar que se trata
de un “par de rufianes”, hay un notable trecho. Debería explicar la legisladora
cómo es posible que los dirigentes sindicales sean poco menos que vitalicios, ni
bien acceden a su cargo. Y, para peor, suelen ser colocaciones dinásticas;
ejemplos no faltan. Como si en nuestro país no se hubiesen abolido las
prerrogativas de sangre. Quisiera saber cuántos de estos reyes sindicales
pueden resistir una auditoría a su patrimonio. Si se hiciera y se confirmara
que se trataba solo de “un par”, le daría la razón a la Sra. de Barrionuevo.
Barrionuevo dijo: «Alfonsín y De La Rúa atacaron a los sindicatos y no
terminaron su mandato». Para este monárquico jeque gastronómico, pretender
cambiar la ley de asociaciones profesionales por la vía parlamentaria legal, es
atacar a los sindicatos. ¿No sería que sentía atacado su reinado? En el caso de
De La Rúa, no tengo claro cuál fue su osadía, pero recuerdo que la entonces
Ministra de Trabajo pretendía precisamente una auditoría como la que mencioné
antes. Si estas referencias no son una amenaza “destituyente” (como gustaba
calificar la inefable presirreina a cualquier crítica, por leve que fuera), me
gustaría que me ayuden a calificarlas.
Zaffaroni dijo: «Quisiera que este gobierno se vaya lo antes
posible». Otro ejemplo de “discursos destituyentes” que se encuentra en línea
con los deseos del sector que vio relegados sus privilegios cuando no sus
curros descarados. Antes de que el gobierno actual pudiera haber desarrollado
cualquiera de sus políticas y mucho antes todavía de que sus resultados fuesen
palpables, ya todo el clan de aplaudidores dogmáticos del “modelo”, anhelaban,
deseaban y necesitaban que todo fuese malo, feo, corrupto, miserable y
perverso. Así se calificará a cualquier medida que tome el actual gobierno. Ni hablar
de los traspiés (innegables) que puedan cometer sus funcionarios. Es
terriblemente más condenable el maltrato verbal de un ministro a su empleada
que la posesión de una red de prostíbulos en sus propiedades de ¡un juez de la
Corte Suprema! Claro, se trata de un ministro del odiado, derechista y
explotador ingeniero y de un juez adicto al “modelo”. Si hubiese sido un juez
amigo del actual gobierno y un ministro del anterior, se volverían las tornas.
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