Autora: (Marta Tomihisa)
Marzo 31 de 1976
Marzo 31 de 1976
Anochecer de otoño, 21 Hs:
Estoy cocinando, el puré ya está listo y
las milanesas se fríen ruidosamente en la sartén. Charlie juega amorosamente
con Danielito, un niño de dos años que hospedamos momentáneamente con nosotros,
pues su padre es un isleño que debe someterse a una operación quirúrgica y no
tiene dónde dejar al niño, por lo que acudió al municipio y de allí me
contactaron para que lo cuidara. Marcela, mi sobrina, está sentada en un sillón
del living y estudia atentamente sus lecciones, todo es apacible…
Acomodo la última milanesa en la fuente,
cuando oigo el timbre y aunque no esperábamos visitas, pienso: Donde comen
cuatro pueden comer cinco…
Mi marido se acerca a la puerta y antes de
abrirla pregunta:
–Quién es?
Una voz masculina contesta:
–Charlie…
Entonces él abre y desde la cocina yo solo veo
su rostro, pues la puerta al abrirse me impide ver a nuestro visitante. En la
cara de mi marido hay una expresión de sorpresa y temor…
Recién cuando la puerta se cierra puedo ver
a nuestros visitantes, son tres hombres portando armas, pequeñas ametralladoras
con las cuales apuntan a mi marido, mientras le ordenan que vaya hacia el
dormitorio. Al instante voy tras ellos, aunque parecen ignorarme…
Nos hacen sentar en la cama. El más bajo,
morocho de pelo corto y bigote, vestido con pantalón y campera de jean, es el
que dirige el interrogatorio, mientras los otros dos están concentrados en
revisar todo el departamento.
Marcela despavorida trata de calmar al niño,
que siente la tensión del momento e insiste en estar con nosotros. El que se
queda en el living, es alto, delgado de cabello castaño y corto y bigote, le
grita a Marcela que permanezca sentada, pues ella intenta entrar al dormitorio.
Charlie reacciona y le pide al hombre que no le grite, la respuesta es tan
absurda como toda la situación:
–Ah, los profesionales siempre tan
prepotentes!
El tercero está revisando la habitación en
la cual mi marido tiene todo su equipo fotográfico, que acabamos de adquirir en
nuestras recientes vacaciones en Japón…
Dice burlonamente:
–Así que te dedicás al contrabando?
Mi marido sorprendido ante tal acusación,
muestra los pasaportes en donde todo se halla rigurosamente declarado. El
hombre que nos ha estado interrogando, observa detenidamente mi fotografía y
dice:
–Esta es la que estamos buscando…
Lo dice como si no me hubiera identificado
personalmente, entonces yo se lo hago notar:
–Esa soy yo…
Por un instante me mira como si dudara de
mis palabras, pero cambiando un poco el
tono agresivo de su voz, ahora nos habla sin tutearnos:
–Nos va a tener que acompañar, para
reconocer algunas personas que Ud. seguramente conoce…
Nombra a algunos de mis compañeros de
trabajo, en especial a mi amiga Lia…Me dispongo a acompañarlos, voy al baño y
me pongo pantalones largos, cuando ya estoy lista veo la angustia en el rostro
de Charlie que insiste en venir con nosotros, les pregunta reiteradas veces:
–Adónde la llevan?
–A la brigada de La Plata…
Es la respuesta de uno de ellos, que se
identifica como el oficial Vázquez.
En ese mismo momento, con gesto mecánico
cuelgo mi cartera del brazo y en ese instante pienso que pocos días antes,
alguien me comentó que se efectuaban algunos operativos policiales en los que
detenían a personas y a través de ellas a todas las amistades que hallaban en
sus agendas telefónicas. Recuerdo entonces que yo también poseo una y mientras
mi marido increpa a esos hombres, la saco de mi cartera y la deslizo cuidadosamente
sobre una silla apoyada a la mesa. Todo ante la vista de Marcela que me mira
aterrada, pero que por suerte no dice ni una sola palabra…
Charlie angustiado, me obliga a llevar un
abrigo y salgo de mi casa con el hombre de la campera de jean aferrando mi
brazo, porque llevo suecos y me cuesta apurarme. Asciendo a un Ford Falcon
oscuro que nos espera con el motor encendido, diviso en su interior a otros
hombres. Me indican sentarme adelante, entre dos de mis visitantes. Recién
cuando el auto se pone en marcha, comienzo a sentir una sensación de
inquietud... Pero trato de estar serena, convencida de no haber hecho nada de
lo cual preocuparme, pero inevitablemente los latidos de mi corazón se aceleran
y entonces, recuerdo que he olvidado un medicamento que tomo hace un par de
años para aliviar una taquicardia. Le pido al hombre de la campera que está
sentado a mi lado, que vuelva para poder buscar mi medicamento y con extrañeza
compruebo que accede inmediatamente pero
es inútil, en mi departamento ya no queda nadie y yo he olvidado las llaves… Mi
marido seguramente, ha acudido en busca de ayuda…
Frente a los monoblocks de la calle Madero
y Sobremonte el auto se detiene. En el parque que los circunda, veo hombres
armados escondidos entre la maleza… Mientras el auto está detenido el sujeto
que está al volante, ha bajado y habla con otros individuos que andan por allí.
Uno de ellos se acerca al auto y observándome, con tono amenazador dice:
–Ah, esta es la de la lista!
–¿Qué lista?– pregunto…
No me responde y se aleja. Estoy
desorientada y le digo al hombre que está a mi derecha y que ni siquiera me
mira, mientras aferra sobre su pecho un arma:
–Quienes son esos?
–Yo soy policía y ellos son del ejército,
es un operativo conjunto. Ahora cállese la boca…
El hombre que manejaba el auto y que había
bajado, ahora se acerca y me invita a cambiar de vehículo, a otro auto muy parecido
a este y que está estacionado adelante, pero esta vez me indican sentarme
atrás. Hay un sujeto ya ubicado al volante y otro junto a mí. El que está a mi
lado es un muchacho joven, absolutamente inmóvil, vestido con ropa de fajina, el
de adelante está vestido de igual forma, es un hombre de mediana edad, de
cabellos castaños y cortos, ambos están armados.
Pregunto desorientada:
_Qué es lo que pasa?
El hombre que está al volante, me mira por
el espejo y responde:
–Estamos haciendo operativos por esta zona,
porque hay muchos subversivos…y nosotros los vamos a parar…
–Bueno, a mí me hubiera gustado que el
gobierno terminara su mandato…
–No se preocupe, nosotros solo vamos a
hacer una limpieza…
–Espero que Uds. no sean los que se llevan a
la gente, que después aparece muerta, ¿no?
–No señora, esas cosas las hacen los
subversivos…Pero a lo mejor, Ud. conoce gente que esta metida en algo y nos
puede ayudar…
El diálogo se interrumpe abruptamente, el
hombre desciende del auto inesperadamente y vuelve al instante para indicarme
que debo cambiar otra vez de vehículo. Creo que subo al mismo auto que me trajo
a este lugar. Apenas me siento, el conductor pone tan bruscamente el auto en
marcha, que debo sostenerme para no chocar con el asiento delantero.
Un momento después me dice que no vamos a
la brigada de La Plata sino a la comisaría de San Fernando, asiento sin darle
demasiada importancia al hecho, sin embargo ahora comprendo que en ese instante
me estaban perdonando la vida…
Estacionamos frente a la vieja comisaría de
mi ciudad, el hombre que maneja aferra mi brazo y me guía hasta una pequeña
oficina, en la que solo hay dos sillas y un escritorio viejo, inmediatamente
aparece otro hombre de unos cuarenta años, semicalvo, de estatura mediana y tez
blanca, que viste una polera bordó arremangada y un pantalón oscuro.
Me pide que vacíe mi cartera sobre el
escritorio, seguidamente observa detenidamente todos los objetos desparramados
sobre la mesa y hasta desarma una estilográfica que luego no puede volver
armar. Me pregunta si soy estudiante, cuál es mi nacionalidad y finalmente si
tengo alguna agenda…Le respondo que no…
Eso fue todo, repentinamente el hombre
desaparece y entra otro, el que me había traído, quien me informa que me llevará
de vuelta a mi departamento y que ya puedo guardar mis cosas. Un rato después,
me invita a sentarme en la parte trasera de un Peugeot 504 celeste, estacionado
frente a la comisaría. Junto al volante, hay una joven a quien le pregunto si
también fue detenida, a lo cual me responde:
–No, yo soy la novia del oficial Moyano.
Ese apellido no era el que ese hombre, le
había dado a mi marido…
Mientras nos dirigimos a mi domicilio, el sujeto
trata de explicarme que mi detención se debe a que mi amiga Lía ha desaparecido
y que cuando alguien huye de esa forma se vuelve sospechosa…Respondí que todo
se trataba de un error, que ella no había huido porque no tenía nada que
ocultar y que estaba completamente segura de que iba a aparecer en cualquier
momento.
Pocas cuadras antes de llegar a mi casa, en
un restaurante de la zona veo a mi marido tratando de hablar por teléfono, entonces
le pido al hombre que se detenga para reunirme con Charlie que aún tiembla de
temor y se emociona mucho al verme.
Al día siguiente nos enteramos que nuestros
amigos, Lía y su esposo Eduardo, habían sido secuestrados de su domicilio y
torturados, hasta que finalmente fueron liberados luego de una noche de terror.
Esto marcó una persecución descarnada, que obligó
a nuestros queridos amigos a tomar la dolorosa decisión, de abandonar
definitivamente nuestro país….
Nos enfrentamos entonces, a la más patética
fase de nuestra historia, de tortura y muertes, para repeler la escalada de
secuestros y bombas que ya se habían cobrado demasiadas vidas de tantos ciudadanos
inocentes…
El accionar de la guerrilla fue repelida
por el terrorismo de estado, creando el caos y denigrando profundamente al
país…
Largos y tenebrosos siete años de violencia
instalada, para responder a esa otra violencia agazapada, en la que cada
habitante fuimos rehenes por el simple hecho de ser ciudadanos…
A pesar de todo salimos ilesos, pero con el
corazón maltratado comprendiendo con mucho dolor, que nuestro país había sido dañado
por quienes prefirieron la muerte de sus propios hermanos, para saldar deudas
de odio que solo consiguieron denigrar a la patria…
Repito las sabias palabras de don Ernesto Sabato:
«Nunca más…»