-Autora: (Marta Tomihisa)
Cuando yo
nací, mis padres contaban con más de cuarenta años de vida y la menor de mis
hermanas ya tenía nueve, mis días se desplegaban entonces en un mundo de
adultos que consentían mis gustos y me trataban con especial consideración.
Mi padre
había sido bautizado con el nombre Carlos, aunque su verdadero nombre era
Tatsuzo que para la iglesia católica era considerado pagano y como mi madre
deseaba casarse por el rito católico, aceptó cambiarlo aunque le costaba
bastante pronunciarlo.
Mi papá
me llevaba y traía de la escuela todos
los días, tenía demasiado tiempo libre porque no conseguía un trabajo formal en
su oficio de peluquero, a pesar de que en mi barrio había una próspera
peluquería cuyo dueño solía pedirle a mi padre que afilara sus tijeras y navaja
ya que él no sabía hacerlo. Mi padre tenía una piedra y otros elementos, con
los cuales realizaba esa tarea.
Pero el
peluquero se negó a emplear a mi papá, ya que para esa época no eran bien
vistos los inmigrantes japoneses, eran los finales de los años ’40 y luego de
que Japón perdiera la guerra…
Mi padre entonces,
solía hacer algunas tareas de lavado en la tintorería de mi hermana mayor ya
casada, con lo cual obtenía algún ingreso monetario pero además tejía redes
para pescar, armaba cañas para esa actividad y las vendía en el puerto de Tigre
a algunos pescadores.
Además
había armado una huerta en el fondo de mi casa, de la cual obteníamos gran
parte de las legumbres que consumíamos, también había construido un gallinero del
cual recogíamos huevos para consumir y vender en el barrio y con frecuencia
alguna gallina para el puchero.
Aunque mi
padre parecía estar siempre de buen humor, supongo que la frustración de no
poder colaborar con un ingreso fijo en el hogar debe haberlo angustiado
bastante, ya que mis hermanas mayores tuvieron que salir urgente a trabajar…
A punto
de cumplir mis nueve años, un sábado por la mañana vi a mi madre correr hacia
el baño en el que se suponía mi padre estaba afeitándose, luego volvió hacia el
lavadero con la camisa de papá manchada de sangre…
Papá fue
llevado por mi madre hacia su dormitorio, para ser acostado en su cama y cuando
me acerqué a verlo tenía los ojos cerrados y una extraña palidez. Mi madre
preparó un té y le pidió a una de mis hermanas que llamara a mi hermana mayor,
para que le preguntara al médico que tenía por vecino si podía venir a ver a mi
padre. Por la tarde llegó un señor, con un maletín de cuero y luego de haber
revisado al enfermo habló con mi madre. No existían para ese entonces las
emergencias médicas, por lo que no recibió una asistencia física demasiado
esmerada, aunque durante la semana siguiente parecía estar mejorando, igual
estaba pálido y casi no hablaba, solo movía su mano cuando quería que
cerráramos su ventana…
Días después,
su situación física empeoró y fue internado en el hospital público en donde
murió…
Recuerdo
a mi padre en su funeral, recuerdo haber pensado que solo estaba bromeando ya
que su cara tenía una expresión tan plácida que parecía dormido, también recuerdo
que alguien me alzó para que pudiera despedirme de él y yo toqué su brazo, tan
familiar y cálido y ahora tan tieso y frío…Pero como mi padre era un gran
bromista, imaginé que en otro momento despertaría para volver a casa y llevarme
a la escuela…
Mi hogar
cambió, mi mamá se volvió más taciturna de lo que era, mis hermanas solo escuchaban
la radio muy bajito y yo iba a la escuela con otros chicos más grandes del
barrio, que a pedido de mi madre me llevaban y me traían de vuelta a casa. Mi
vida se sumergió en una tristeza insoportable, porque mi hogar se oscureció y
se colmó de silencios con mi familia vistiendo de negro, con llantos
disimulados en un inexplicable final que nadie había imaginado…
El tiempo
pasó, un año después de casarme mi madre también murió…
Yo
trabajaba en el municipio de mi pueblo cuando se cumplieron los veinte años del
fallecimiento de mi padre, por lo que me informaron desde la oficina
correspondiente que sus restos debían ser removidos de su tumba. Con una de mis
hermanas me dirigí al cementerio, para colocar sus huesos en una urna y luego ponerlos
en el nicho junto a mamá.
Era una
mañana de primavera, había un sol plácido iluminando ese extraño espacio con
sus cruces irregulares y tiesas como flechas señalando el destino final de los que
aquí habían llegado…
Mi
hermana y yo nos sentamos al borde de la tumba, a la espera de los peones que
debían cavar en la tumba de mi padre. Aparecieron dos hombres con sus palas y
su ropa de grafa, a uno lo conocía de haberlo visto por mi oficina, nos
saludamos y ellos de inmediato se pusieron a trabajar manteniendo una charla en
la que de vez en cuando se sonreían. Mi hermana ya lloraba pero yo no podía
hacerlo, porque aún no había tomado conciencia de que estaba por recibir en mis
manos los últimos restos de mi padre…
Mi hermana
había traído una manta y una bolsa, además de un pequeño cepillo, eran
elementos que seguramente nos servirían en la extraña tarea que debíamos
realizar. Luego de hacer un montículo de tierra considerable, uno de los
hombres entregó a mi hermana el primer hueso sucio y oscuro que ella acomodó
sobre la manta. Yo solo observaba la escena, sin poder relacionar esos pedazos
embarrados con el cuerpo de mi padre. Mi hermana seguía sollozando en silencio
y de vez en cuando se sonaba la nariz, el hombre que me conocía me sonreía intentando
relajar la tensión. De pronto sacó una calavera, allí mi entereza se desintegró…
Es
difícil explicar con palabras la sensación que me invadió, fue inútil intentar considerar
que esa frágil osamenta que estaba aferrando con mis dos manos, era mi padre…
Mi
hermana me indicó que debíamos transportar los restos a la pileta más cercana,
para tratar de limpiarlos del barro adherido, por lo que fuimos con la manta y
el cepillo a cuestas hacia ese lugar que por suerte estaba cerca. Debajo del
agua, los huesos empezaron a aclararse, pero para nuestro desconsuelo a la
simple fricción del cepillo se partían…
Oí que
uno de los peones me llamaba y volví a la tumba, cuando me acerqué me entregó
un tazón de laca que mi madre había puesto en el cajón de papá durante su
velorio, era el único elemento que había traído de su país natal…Entonces lo
tomé entre mis manos y lloré desconsoladamente, como si en ese instante hubiera
tomado conciencia de que ya no quedaba nada por buscar, que esto era lo último
que rescataríamos de él, ya que ni siquiera los huesos podríamos preservar porque
solo nos quedaban pedazos de su esqueleto, manchados de barro y nada más…
Los
hombres siguieron cavando hasta que ya no había nada por hallar, el que me
conocía me dijo a modo de despedida y viéndome llorar: “Tan linda y tan
llorona, ¡qué va a decir tu papá!”
Le sonreí
por su intención de consolarme, les agradecimos su paciencia ante nuestro
dolor…
Pusimos los
huesos en una bolsa y luego en una urna de madera, que había sido de algún
familiar y la llevamos al nicho de mi madre para que volvieran a estar juntos,
como lo habían estado durante toda su existencia…
La vida y
la muerte se entrecruzan irremediablemente en nuestro camino, los seres que
amamos se van aun cuando el tiempo que compartimos jamás sea suficiente para
despedirlos…
Sayonara
Papá…
6 comentarios:
Marta es un relato conmovedor. Te felicito sobre todo porque tenes mucha memoria y es lindo recordar hechos y sensaciones vividas junto a nuestros seres más queridos. Además tenés una prosa muy expresiva . Cariños.
Mirta nos dijo:
muy hermoso
Norberto nos dijo:
Que tristes son las realidades.- Saludos.-
Hermosa Marta,tan conmovedor relato deja sin mucho para agregar,solo que el recuerdo de tu padre jamas necesitara ser desenterrado por que nunca sera sepultado
Abrazo
Elsa nos dijo:
Quedé en una especie de shock al enterarme de cosas que no conocía, como la exhumación de los restos de una persona para ser reducidos. Este tema ha sido siempre muy sensitivo y no puedo pensar que dos chicas hayan tenido que transportar los huesos para lavarlos.
Esto me parece salido de una historia de siglos atrás.
Me imagino el impacto que habrá tenido en Uds.y creo que yo no hubiera tenido tu temple y coraje de pasar por ese trance.
Susana nos dijo:
Marta es un relato conmovedor. Te felicito sobre todo porque tenes mucha memoria y es lindo recordar hechos y sensaciones vividas junto a nuestros seres más queridos. Además tenés una prosa muy expresiva . Cariños.
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