sábado, 1 de septiembre de 2018

El forastero


Autora: (Marta Tomihisa)

La chica estaba a punto de cruzar la calle cuando sintió su presencia, lo miró de reojo para no parecer atrevida.
Continuó su camino, tratando de oír si sus pasos seguían acompañándola. No era la primera vez que lo veía, siempre tan serio y silencioso, con esos ojos claroscuros que trasmitían a su mirada una expresión extraña, perdida en algún espacio irreal, inalcanzable… ¿Andaría de visita por la ciudad?
Lo había encontrado por primera vez hace un par de semanas, en esta misma esquina cercana a su casa. Quedó impactada por esa figura tan especial, alta y delgada, pero él ni siquiera la había mirado. Pero no era un habitante de este pueblo, de eso estaba segura, ella había nacido aquí y con sus catorce años ya conocía a casi todos los lugareños y a él no lo había visto nunca. Siempre vestido con su saco oscuro, corbata al tono y ese andar taciturno, tan enigmático e indiferente al entorno. Este forastero, no parecía ser un turista.
¿A quién se le ocurriría venir a conocer San Carlos de Bolívar, un lugar tan aburrido y monótono? El verano había prolongado su clima caluroso y espléndido, hasta final de febrero. En marzo se reiniciarían las clases, el tedio de volver al colegio lo invadiría todo. Se dio vuelta, comprobó que ya no estaba…
Tenía muchas incógnitas sobre este desconocido, indiferente a su presencia.
Ella sabía que era una chica atractiva que jamás pasaba desapercibida, sin embargo él no la miraba nunca, ni siquiera ese día en que soltó su cabello y se puso la blusa azul, que tan bien le quedaba. Le intrigaba mucho este sujeto, por lo que decidió investigar y se lo comentó a su mejor amiga, Marisa, quien estaba al tanto de todas las novedades del barrio pero sin embargo no sabía nada de este personaje.
–¿Y qué edad tiene el “misterioso”?– Le preguntó ella.
¿Cómo podía saberlo, si nunca había hablado con él? Tenía que averiguar algo pronto, después las tareas escolares no le permitirían hacerlo. Entró apurada a su casa y de inmediato oyó la radio, su madre estaba en la cocina planchando:
–Hola Elenita, casi llegás para la merienda…
–Bueno, fui a visitar a Marisa y el tiempo voló…
Observó que la madre estaba planchando su camisa, que era parte del uniforme de la escuela. Faltaba más de una semana para el inicio de las clases y  ella ya estaba preparando todo, para no olvidar ningún detalle. Se sintió abrumada, su madre era muy exigente con respecto a la escuela. Su padre había muerto hacía ya cuatro años y su hermano mayor, apenas obtuvo el título de contador público, se había casado y mudado a Buenos Aires.
Ellas vivían solas en esta casa modesta, pero demasiado grande para dos personas. Se mantenían con la pensión que había dejado el padre, además la madre cosía, lo que aportaba un ingreso extra a la casa. Ambas eran austeras y a decir verdad, no había en un pueblo tan pequeño, carente de tentaciones, posibilidad alguna de malgastar el dinero. A lo sumo iban dos veces por mes a la matinée del cine del barrio, esa era una salida impostergable que compartían con mucho placer. Se sirvió un poco de arroz con leche, luego fue a su cuarto para meditar sobre el encuentro con el forastero. Recostada en la cama, abrió una revista que tenía sobre la mesa de luz.
Leyó su horóscopo, Escorpio: “Tendrás un encuentro interesante…”
Su corazón palpitó entusiasmado. ¿Era un vaticinio de lo que acontecería, o quizás una advertencia?
Los días transcurrieron sin que lo volviese a ver, hasta que una mañana alcanzó a divisar su singular figura, doblando en sentido contrario a donde ella iba.
Por supuesto se dispuso a seguirlo, aceleró el paso, pues él con sus largas piernas le llevaba una considerable ventaja. Repentinamente, el hombre se detuvo e ingresó en el único hotel del pueblo. Desde la vereda del frente, pudo observar el edificio austero de dos plantas. De pronto, por el balcón del primer piso él se asomó y abrió su ventana de par en par, estaba fumando. En ese fugaz instante, ella sintió que él la miraba, pero después desapareció…
No lo volvió a ver, pero era evidente que él residía allí.
¿Se habría percatado ahora, de su presencia? ¿La había mirado realmente?
Volvió sobre sus pasos, fue a comprar lo que su madre le había encargado. Estaba eufórica, finalmente había descubierto donde se hospedaba, aunque le preocupó pensar que si se trataba de un hotel, ese alojamiento era temporario…
Por el momento disfrutó del descubrimiento, entró a su casa cantando.
Estaba tan entusiasmada con el encuentro, que hasta colaboró en la preparación del almuerzo.
–Parece que algo te cambió el ánimo, puedo saber qué es…?– Preguntó su madre.
Como única respuesta, ella se acercó y le dio un beso en la mejilla. Después de ese suceso, pasaba con frecuencia por la vereda del frente del hotel, mirando su ventana, la cual siempre permanecía abierta. Pero no lo volvió a ver, lo que la sumergió en un estado de absoluta ansiedad.
Finalmente las clases comenzaron. Las puertas del Colegio Nacional se abrieron para dar paso a docenas de alumnos que fueron amontonándose en el patio, hasta ubicarse frente al aula. Allí se reencontró con sus compañeros del año pasado y su amiga Marisa, a quien veía con frecuencia pues vivían cerca.
En el acto de bienvenida, la directora no perdió la oportunidad de leerles un discurso que aunque fue breve, resultó como siempre aburrido. La preceptora los hizo entrar al aula, ellas se acomodaron en el último banco de la primera hilera, que estaba junto a la puerta. Todos hablaban, el murmullo era tal que daba la sensación de un zumbido de abejas, sostenido y apacible. La preceptora abrió una carpeta y pidió silencio golpeando las manos, lentamente las voces se acallaron y ella fue leyendo los horarios de las distintas materias. Mientras lo hacía una mujer de mediana estatura, que tendría unos cincuenta años de edad, de cabello enrulado y entrecano, entró en el aula. Se presentó como la profesora de Lengua, por lo que la preceptora se retiró dejándola a cargo de la clase.
Así  transcurrieron las horas, conociendo a los profesores de cada materia.
Algunos le parecieron más interesantes que otros, que siendo tan poco comunicativos eran incapaces de trasponer, la intrincada distancia que separa al alumno del docente. Al ingresar al aula en la última hora, Marisa que siempre estaba al tanto de las novedades, le contó que la profesora de Geografía se había jubilado y que no sabían quién iba a sustituirla. La preceptora entró y nadie le prestó demasiada atención, siguieron charlando hasta que la puerta se abrió totalmente, para dar paso a una figura masculina, longilínea, absolutamente familiar para ella…
¡Era él! El profesor, con actitud solemne pero entusiasta, saludó a la preceptora estrechando su mano, luego mirando hacia la clase dijo con un tono de voz enérgico y claro:
-Buenos días, alumnos…
El hombre de sus desvelos, el nuevo profesor de Geografía estaba allí, a pocos pasos de su banco…Se quedó inmóvil, muda ante su presencia.
Sin embargo, oyó perfectamente cuando decía:
-La geografía es una materia importante porque nos ubica, nos abre un panorama de nuestro lugar en el mundo…
Sus palabras eran de una sonoridad admirable, no podían ser ignoradas.
Por supuesto, le pareció que la hora de geografía había sido la más breve de todas. Ya en la calle, miró nuevamente el horario que les había dictado la preceptora, dos veces por semana tendría geografía, los lunes y jueves.
Estaba eufórica, no necesitaba seguirlo, lo encontraría esos días en el aula a escasos metros de su persona. Pensó en contárselo a Marisa, pero luego prefirió guardar su preciado secreto. Averiguando un poco, supo que él había venido de Buenos Aires, del Colegio Normal con otros compañeros que también se integraron al plantel del profesorado.
Por supuesto los lunes y jueves, ella se peinaba diferente, levantaba prolijamente sus medias y estaba tan atenta a la clase de geografía, como no lo estaba en las demás. El profesor dictaba su materia con mucho entusiasmo, su estilo era tan personal y entusiasta, que no había alumno que pudiera ignorarlo.
Obtuvo su mejor nota en geografía, en especial en los exámenes escritos, pues cuando el profesor la llamaba a pasar al frente, su desempeño no era muy lucido, sus piernas temblaban y le costaba hablar de la emoción que sentía.
Se quedaba mirándolo, esperando que él la descubriera e hiciera alusión a las veces que ella lo había seguido, pero eso jamás ocurrió. Solo en sueños se atrevía a preguntarle, si recordaba aquella oportunidad en la que se asomó al balcón de su cuarto y ella estaba allí, parada en la vereda esperando que él la mirase…
Este año su rendimiento escolar fue excelente, hasta tuvo una asistencia perfecta. Su madre estaba feliz, planeando una linda fiesta, para agasajarla al cumplir sus quince años. Su hermano vendría para esta oportunidad, además había prometido hacerse cargo de los gastos del festejo, pues le estaba yendo muy bien en su profesión. Sin embargo, a ella no le entusiasmaba la organización de la fiesta, no podía dejar de pensar que las clases terminarían un mes después, en noviembre. Ya no podría ver con la misma frecuencia al profesor, ni compartir esas inigualables horas.
El 24 de octubre día de su cumpleaños, jueves para más datos, ya estaba sentada aguardando la llegada del profesor, cuando Marisa en representación de los demás compañeros le hizo entrega de una tarjeta de felicitaciones.
Estaba firmada por todos, incluyendo la preceptora, con mensajes alusivos.
Mientras leía algunos entró al aula el profesor, quien fue informado del festejo. Luego los alumnos se ubicaron en sus respectivos lugares y por primera vez él la miró con una actitud más personal, incluso extendió su mano pidiéndole la tarjeta. Se la entregó de inmediato y observó emocionada, como él también se aprestaba a escribir algo.
Luego, el profesor se acercó a su banco y sonriendo le devolvió la tarjeta, mientras posaba la mano sobre su cabeza con incomparable ternura…
Emocionada, ella leyó el mensaje que él le había escrito:
“Que este Ángel Guardián elija siempre el buen camino, afectuosamente”:
Julio Florencio Cortázar

2 comentarios:

Charles dijo...

Norberto nos djo:
Muy bueno Marta.- Cariños.-

Charles dijo...

Elsa nos dijo:
Hermoso relato!
Les mando un abrazo

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