domingo, 16 de diciembre de 2018

Buenos amigos; grandes tesoros




Las lecturas:
Esta vez no haré un comentario acerca de libros o notas que he leído, sino simplemente, dejaré que los autores hablen por sí. Extracté algunos párrafos que me impresionaron lo suficiente como para no resistir la tentación de compartirlos. Los subrayados son de mi responsabilidad. 
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Ortega y Gasset,
En La rebelión de las masas (escrito en 1929, cuando el fascismo de Mussolini estaba en pleno ascenso), nos regala, entre otros aciertos, el siguiente párrafo:
«La perfección misma con que el siglo XIX ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que solo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportameitno que en vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre».
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Mario Vargas Llosa,
En La llamada de la tribu, hace una revisión de distintos pensadores que influyeron en su formación.
Del capítulo que destina a Isaiah Berlin, extracté lo siguiente:
1) Teorías y realidad. «Hace ya bastantes años perdí el gusto por las utopías políticas, esos apocalipsis —como el de Sendero Luminoso en el Perú de los años ochenta del siglo pasado— que prometen bajar el cielo a la tierra y, más bien, provocan iniquidades peores que las que quieren remediar. Desde entonces pienso que el sentido común es la más valiosa de las virtudes políticas. Leyendo a Isaiah Berlin vi con claridad algo que intuía de manera confusa. El verdadero progreso, aquel que ha hecho retroceder o desaparecer los usos y las instituciones bárbaras que eran fuente de infinito sufrimiento para el hombre y han establecido relaciones y estilos más civilizados de vida, se ha alcanzado siempre gracias a una aplicación sólo parcial, heterodoxa, deformada, de las teorías sociales. [...] El requisito fue siempre que esos sistemas fueran flexibles, pudieran ser enmendados, rehechos, cuando pasaban de lo abstracto a lo concreto y se enfrentaban con la experiencia diaria de los seres humanos. [...] No deja de ser una paradoja que alguien como Isaiah Berlin, que amaba tanto las ideas y se movía en ellas con tanta solvencia, fuera un convencido de que son éstas las que deben someterse si entran en contradicción con la realidad humana, pues, cuando ocurre al revés, las calles se llenan de guillotinas y paredones de fusilamiento y comienza el reinado de los censores y los policías».
2) Verdades contradictorias. «Todas las utopías sociales —de Platón a Marx—han partido de un acto de fe: que los ideales humanos, las grandes aspiraciones del individuo y de la colectividad, son capaces de congeniar, que la satisfacción de uno o varios de estos fines no es obstáculo para materializar también los otros. Quizás nada expresa mejor este optimismo que el rítmico lema de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. El generoso movimiento que pretendió establecer el gobierno de la razón sobre la tierra y materializar estos ideales simples e indiscutibles demostró al mundo, a través de sus repetidas carnicerías y sus múltiples frustraciones, que la realidad social era más tumultuosa e impredecible de lo que suponían las abstracciones de los filósofos prescribiendo recetas para la felicidad de los hombres. La más inesperada demostración —que aun hoy muchos se niegan a aceptar— fue la de que estos ideales se repelían uno al otro desde el instante mismo en que pasaban de la teoría a la práctica; de que, en vez de apoyarse entre sí, se excluían. Los revolucionarios franceses descubrieron, asombrados, que la libertad era una fuente de desigualdades y que un país en el que los ciudadanos gozaran de una total o muy amplia capacidad de iniciativa y gobierno de sus actos y bienes sería tarde o temprano un país escindido por numerosas diferencias materiales y espirituales. Así, para establecer la igualdad no habría otro remedio que sacrificar la libertad, imponer la coacción, la vigilancia y la acción todopoderosa y niveladora del Estado. Que la injusticia social fuera el precio de la libertad y la dictadura de la igualdad —y que la fraternidad sólo pudiera concretarse de manera relativa y transitoria, por causas más negativas que positivas, como en el caso de una guerra o cataclismo que aglutinara a la población en un movimiento solidario— es algo lastimoso y difícil de aceptar. Sin embargo, según Isaiah Berlin, más grave que aceptar este terrible dilema del destino humano, es negarse a aceptarlo (jugar al avestruz). [...] [Por eso cree] que en cuestiones sociales son siempre preferibles los éxitos parciales pero efectivos a las grandes soluciones totalizadoras, fatalmente quiméricas. [...] Significa que debemos tener conciencia de la importancia de la libertad de elegir. Si no hay una sola respuesta para nuestros problemas sino varias, nuestra obligación es vivir constantemente alertas, poniendo a prueba las ideas, leyes, valores que rigen nuestro mundo, confrontándolos unos con otros, ponderando el impacto que causan en nuestras vidas, y eligiendo unos y rechazando otros, o, en difíciles transacciones, modificando los demás. Al mismo tiempo que un argumento a favor de la responsabilidad y de la libertad de elección, Isaiah Berlin ve en esta condición del destino humano una irrefutable razón para comprender que la tolerancia, el pluralismo, son, más que imperativos morales, necesidades prácticas para la supervivencia de los hombres. Si hay verdades que se rechazan y fines que se niegan, debemos aceptar el error en nuestras vidas y ser tolerantes para con los demás. También admitir que la diversidad –de ideas, de acciones, costumbres, morales, culturas– es la única garantía que tenemos de que el error, si se entroniza, no cause demadiados estragos, ya que no existe una solución para nuestros problemas, sino muchas y todas ellas precarias».
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Bertrand Russel
En Misticismo y lógica, dice, a propósito de la libertad:
«En eso reside la auténtica libertad del hombre: en adorar sólo al Dios creado por nuestro propio amor al bien, en respetar sólo al cielo que inspira la lucidez de nuestros mejores momentos. En la acción, en el deseo, debemos someternos perpetuamente a la tiranía de fuerzas exteriores; pero en el pensamiento, en la aspiracion, somos libres, libres con respecto a nuestros prójimos, libres con respecto al mezquino planeta en que se arrastran impotentes nuestros cuerpos, libres incluso, mientras vivimos, de la tiranía de la muerte. Hagamos nuestro entonces ese poder de la fe que nos capacita para vivir constantemente en la visión del bien; y descendamos, en la acción, al mundo de los hechos, siempre con esta visión delante de nosotros. [...] de la libertad de nuestros pensamientos surge todo el mundo del arte y la filosofía y la visión de la belleza mediante la cual, por fin, reconquistamos a medias el mundo renuente. Pero la visión de la belleza sólo es posible para una contemplación liberada, para unos pensamientos no lastrados por el peso de deseos vehementes; y así la libertad sólo les llega a aquellos que dejan de pedirle a la vida que les proporcione alguno de los bienes personales que están sujetos a las mudanzas del tiempo».
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Ayn Rand
De La virtud del egoísmo extracté esto:
Solo en situaciones de emergencia uno debería ofrecerse a ayudar a desconocidos, si esto está dentro de sus posibilidades. Por ejemplo, el hombre que valora la vida humana y se encuentra en medio de un naufragio debería ayudar a los otros pasajeros a salvarse (aunque no a costa de su propia vida). Pero esto no significa que, una vez que todos hayan alcanzado tierra firme, deba dedicar sus esfuerzos a salvar a sus compañeros de viaje de la pobreza, la ingorancia, la neurosis o cualquier otro problema que tengan. Tampoco significa que deba pasar su vida naveganso por todos los mares en busca de náufragos a quienes salvar.
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El hecho de vivir en sociedad, en lugar de hacerlo en una isla desierta, no libera al hombre de la responsabilidad de mantener su propia vida. La única diferencia reside en que lo hace intercambiando (comerciando) sus productos o servicios por los productos y servicios de otros. Y, en este proceso de intercambio comercial, un hombre racional no busca ni desea más, ni tampoco menos, que lo que puede ganar con su propio esfuerzo. ¿Quién determina sus ganancias? El mercado libre, es decir: la elección y el juicio voluntairos de los hombres que están dispuestos a intercambiar con él sus propios esruerzos. [...] en este sentido, un hombre racional, jamás desea algo, o persigue una meta, que no pueda alcanzar a través de propio esfuerzo. Intercambia un valor por otros. Nunca busca ni desea lo que no ha ganado. Si trata de lograr un objetivo que requiere la cooperación de muchas personas, jamás contará con otra cosa que no sea su capacidad para persuadirlas y lograr su acuerdo voluntario.
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Al capitalismo y al liberalismo suelen culparlos de todos los males que aquejan a la humanidad. Y en este sentido el propio papa se encarga de ello en sus habituales discursos.
Al respecto me limito a reproducir algunos párrafos del artículo de Alberto Benegas Lynch en La Nación del 19/2/18:
«…se trata de consideraciones del Papa en el Palacio Episcopal de Lima, declaraciones que destacamos porque constituyen el eje central de su pensamiento en materia social. El núcleo de lo dicho es su alusión al "capitalismo liberal deshumano", que, según el Papa, es lo que hace daño en nuestra región y en otras partes del mundo.
»Actualmente hay pocos vestigios de capitalismo liberal puesto que los gastos públicos, los endeudamientos estatales y los intervencionismos gubernamentales se elevan en grados exponenciales. Los nacionalismos y el consecuente proteccionismo están haciendo estragos en Europa. [...] América Latina también se viene debatiendo en estos menesteres desde hace décadas.
»Lo que prima no es el capitalismo, sino las recetas estatistas. No resulta del todo claro si Francisco pondera la pobreza material o si la condena. Pero lo que sí debe resultar claro es que la inmensa mayoría de los pobres de esta tierra apuntan a salir lo más rápido posible de esa condición y lo han hecho en la medida en que se ha aplicado el "capitalismo liberal", es decir, el respeto recíproco y la liberación de la energía creadora».
Y, haciendo referencia a lo que al respecto dice la Biblia:
«Es de gran importancia tener presentes consideraciones bíblicas sobre pobreza y riqueza material para constatar el significado de estos términos en el contexto de los valores morales que deben primar sobre toda otra consideración, en concordancia con dos de los Mandamientos que hacen referencia a la trascendencia de la propiedad privada ("no robar" y "no codiciar los bienes ajenos"), lo cual es del todo armónico con los postulados de una sociedad abierta. Si la pobreza material fuera una virtud, habría que condenar la caridad puesto que mejora la situación del receptor».


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