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¿Cuándo se jodió el Perú? Es la pregunta sobre la que gira la
novela de Mario Vargas Llosa “Conversación en La Catedral”.
¡Cuántas veces nos hemos preguntado lo mismo acerca de la
Argentina, que, hasta hace 100 años, supo estar en la misma “línea de largada”
de países que, hoy, son potencias económicas! ¡Y nuestro presente es tan pobre
y decepcionante!
Esta pregunta tiene respuestas para todos los gustos. Los habrá
que afirmen que fue en 1930 con el golpe contra Yrigoyen; otros estarán
convencidos que fue responsabilidad del régimen surgido en 1943 y su sucesor
hasta 1955; y es precisamente este año el que otros tomarán como inequívoca e
infausta fecha de profundización de la decadencia, al parecer perpetua, que
padecemos. Y habrá quien crea que la cosa comenzó con la Ley Sáenz Peña o con
el “Proceso” iniciado en 1976, año por demás aciago. Como diría la notable
filósofa Karina Jelinek: “Lo dejo a tu criterio”.
Tal vez nunca estaremos de acuerdo en cuál es la respuesta más
certera. Habría que analizar sin apasionamientos datos irrebatibles de la
economía y las ciencias médicas y sociales para establecer los puntos de
inflexión que demuestren tendencias, pero ya sabemos que los números y
estadísticas son sometidos invariablemente a un escrutinio cuyos resultados
dependerán de quién los analice.
Por todo ello es que desisto de encontrar la respuesta a esa
pregunta y analizo otra que es la que, hoy, me come el seso.
¿Por qué nos seguimos jodiendo en forma tan
persistente?
Cierta vez he leído que los políticos, en general, suelen decir y
hacer, lo que mayoritariamente la gente cree y quiere oír. Y la gente quiere
creer en soluciones que dependen del “buenismo”, y que las sanas intenciones de
repartir bienes y otorgar derechos es suficiente para lograr el tan ansiado
paraíso en la Tierra.
En una reciente charla de sobremesa, oí a un amigo decir que
estamos como estamos porque “los yanquis nos tienen agarrados del cuello”. Al ser una creencia bastante difundida, creo
que explica en gran medida el porqué del persistente fracaso: si la
responsabilidad de nuestros males está afuera, no es debido nuestra culpa; no
es que hacemos todo mal, sino que los malvados y poderosos vecinos del Norte no
nos dejan salir a flote; no es que gastamos más de lo que producimos, sino que el
imperialismo nos desangra; no es que hemos destruido la educación a niveles de
vergüenza, sino que la oligarquía nos exprime; no es que hemos mantenido
empresas ineficientes y empresarios prebendarios, sino que la competencia de
productos importados nos arruina; no es que nuestras leyes laborales sirven
para proteger a sindicalistas y empleados corruptos, sino que el capitalismo es
la madre de todos los males, y así hasta el infinito.
Y no importa que la realidad nos muestre que el odiado imperio le
permitió a Japón (luego de rendirlo incondicionalmente en 1945), tener hoy una
industria automotriz (entre otras) que le compite en su propia casa, en cambio
a nosotros no nos permite tal cosa; no importa que la realidad nos muestre que
es precisamente en los países donde el capitalismo funciona con menos
impedimentos donde mayor desarrollo se alcanzó y donde las diferencias sociales
son menos enervantes; aquí nos va mal por culpa del capitalismo (¡Si hasta el infalible papa lo dice!).
Y esto ha sido una constante de todos los gobiernos de los últimos
años; todos sin excepción. Algunos, además, han robado más que otros, pero el
verdadero mal –y no es que minimice el daño o la inmoralidad de la corrupción– está,
a mi entender, en el concepto de la realidad que tenemos mayoritariamente los
argentinos. ¿Por qué cambiar si la culpa no es nuestra? Entonces, seguimos
persistiendo en esas prácticas y así nos va.
Si escarbamos un poco en esa curiosa teoría, tal vez encontremos
una cuota de inmodestia notable al creer que somos tan especiales para nuestros vecinos del Norte que solo a nosotros no nos dejan surgir como dejaron que lo hagan Japón
o Corea del Norte. O países como Australia o Nueva Zelanda que tienen recursos
naturales parecidos a los nuestros. Ni hablar de ejemplos más cercanos como
Chile o el propio Perú, que algunas décadas después de la novela de Mario
Vargas Llosa ha cambiado su rumbo con resultados palpables.
2 comentarios:
Cristina nos dijo: Buenísimo Charlie!!!
El tema de la jodienda comenzó con el "general" y y no desaparecerá hasta que desaparezcan los "patriotas " que están. Ni
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