viernes, 22 de marzo de 2019

¿Hasta cuándo nos seguiremos jodiendo?


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¿Cuándo se jodió el Perú? Es la pregunta sobre la que gira la novela de Mario Vargas Llosa “Conversación en La Catedral”.
¡Cuántas veces nos hemos preguntado lo mismo acerca de la Argentina, que, hasta hace 100 años, supo estar en la misma “línea de largada” de países que, hoy, son potencias económicas! ¡Y nuestro presente es tan pobre y decepcionante!
Esta pregunta tiene respuestas para todos los gustos. Los habrá que afirmen que fue en 1930 con el golpe contra Yrigoyen; otros estarán convencidos que fue responsabilidad del régimen surgido en 1943 y su sucesor hasta 1955; y es precisamente este año el que otros tomarán como inequívoca e infausta fecha de profundización de la decadencia, al parecer perpetua, que padecemos. Y habrá quien crea que la cosa comenzó con la Ley Sáenz Peña o con el “Proceso” iniciado en 1976, año por demás aciago. Como diría la notable filósofa Karina Jelinek: “Lo dejo a tu criterio”.
Tal vez nunca estaremos de acuerdo en cuál es la respuesta más certera. Habría que analizar sin apasionamientos datos irrebatibles de la economía y las ciencias médicas y sociales para establecer los puntos de inflexión que demuestren tendencias, pero ya sabemos que los números y estadísticas son sometidos invariablemente a un escrutinio cuyos resultados dependerán de quién los analice.
Por todo ello es que desisto de encontrar la respuesta a esa pregunta y analizo otra que es la que, hoy, me come el seso.
¿Por qué nos seguimos jodiendo en forma tan persistente?
Cierta vez he leído que los políticos, en general, suelen decir y hacer, lo que mayoritariamente la gente cree y quiere oír. Y la gente quiere creer en soluciones que dependen del “buenismo”, y que las sanas intenciones de repartir bienes y otorgar derechos es suficiente para lograr el tan ansiado paraíso en la Tierra.
En una reciente charla de sobremesa, oí a un amigo decir que estamos como estamos porque “los yanquis nos tienen agarrados del cuello”.  Al ser una creencia bastante difundida, creo que explica en gran medida el porqué del persistente fracaso: si la responsabilidad de nuestros males está afuera, no es debido nuestra culpa; no es que hacemos todo mal, sino que los malvados y poderosos vecinos del Norte no nos dejan salir a flote; no es que gastamos más de lo que producimos, sino que el imperialismo nos desangra; no es que hemos destruido la educación a niveles de vergüenza, sino que la oligarquía nos exprime; no es que hemos mantenido empresas ineficientes y empresarios prebendarios, sino que la competencia de productos importados nos arruina; no es que nuestras leyes laborales sirven para proteger a sindicalistas y empleados corruptos, sino que el capitalismo es la madre de todos los males, y así hasta el infinito.
Y no importa que la realidad nos muestre que el odiado imperio le permitió a Japón (luego de rendirlo incondicionalmente en 1945), tener hoy una industria automotriz (entre otras) que le compite en su propia casa, en cambio a nosotros no nos permite tal cosa; no importa que la realidad nos muestre que es precisamente en los países donde el capitalismo funciona con menos impedimentos donde mayor desarrollo se alcanzó y donde las diferencias sociales son menos enervantes; aquí nos va mal por culpa del capitalismo (¡Si hasta el infalible papa lo dice!).
Y esto ha sido una constante de todos los gobiernos de los últimos años; todos sin excepción. Algunos, además, han robado más que otros, pero el verdadero mal –y no es que minimice el daño o la inmoralidad de la corrupción– está, a mi entender, en el concepto de la realidad que tenemos mayoritariamente los argentinos. ¿Por qué cambiar si la culpa no es nuestra? Entonces, seguimos persistiendo en esas prácticas y así nos va.
Si escarbamos un poco en esa curiosa teoría, tal vez encontremos una cuota de inmodestia notable al creer que somos tan especiales para nuestros vecinos del Norte que solo a nosotros no nos dejan surgir como dejaron que lo hagan Japón o Corea del Norte. O países como Australia o Nueva Zelanda que tienen recursos naturales parecidos a los nuestros. Ni hablar de ejemplos más cercanos como Chile o el propio Perú, que algunas décadas después de la novela de Mario Vargas Llosa ha cambiado su rumbo con resultados palpables.

2 comentarios:

Charles dijo...

Cristina nos dijo: Buenísimo Charlie!!!

mscernich dijo...

El tema de la jodienda comenzó con el "general" y y no desaparecerá hasta que desaparezcan los "patriotas " que están. Ni

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