martes, 23 de abril de 2019

Decadencia argentina


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Como decía Serrat: «Harto ya de estar harto, ya me cansé». En las discusiones de política, jamás se llega a algo cierto. Y yo me pregunto: ¿por qué no mirar, en el mundo, a los países que han logrado, no la perfección porque no es tarea humana, sino al menos un razonable grado de bienestar para la mayoría de sus ciudadanos? Y entonces, elucubré estas reflexiones.
El retroceso argentino
Podemos no estar de acuerdo en las causas, pero lo que es innegable es que Argentina está en un claro camino de retroceso. Si comparamos la evolución (tal vez debería decir involución) de la economía argentina en las últimas décadas, con cifras que difícilmente se podrían refutar, el panorama es muy desalentador.
En efecto, en 1980 liderábamos en América Latina en materia de PBI/Hab holgadamente: 8.800 U$S/hab para nuestro país, mientras que Uruguay, el segundo, mostraba un modesto 3.800. No es el caso analizar década por década, pero sí podemos decir que en 2019 fuimos relegados al ¡7º puesto! detrás de Uruguay, Panamá, Chile, Costa Rica, México, y Brasil, en ese orden. (y no estamos considerando muchos pequeños países insulares caribeños como Bahamas, Barbados, Trinidad y Tobago, etc.). Y, aclaremos, las cifras son aterradoras: Uruguay tiene un PIB/h de 17.870 U$S mientras que nosotros mostramos un vergonzoso 9.050, cifra aceptable para aquellos mencionados años 80 del siglo pasado. ¡Pasaron 40 años y no crecimos!
Y mejor no compararnos con otros países como Australia, Nueva Zelanda o Corea del Sur, porque ya tendríamos que llorar amargamente.
Entonces, lo único sensato, sería ponerse a pensar en soluciones sin condicionamientos dogmáticos de apego a ideologías que nos pueden haber resultado gratas o atractivas.
Las ideologías
Si analizamos las corrientes doctrinarias que prevalecen en la política, veremos posturas estatistas e intervencionistas tipo marxismo en todas sus variantes socialistas, trotskistas, comunistas, etc. y los fascismos, nazismos y falagismos, todo eso por un lado y, por el lado opuesto, las posturas liberales que sostienen que cuanto menos intervenga el Estado en las transacciones libres de los individuos, mejor es para el conjunto.
Podemos discutir hasta el día del Juicio Final acerca de las bondades o desaciertos teóricos de una ideología y su superioridad sobre otra y probablemente jamás nos pondremos de acuerdo. Lo importante es, o sería, no abrazar una ideología como artículo de fe religiosa considerando un sacrilegio abandonar tal postura. Se trata de estudiar un poco aún las teorías con las que creemos no estar de acuerdo y tener la honestidad intelectual de corregirse para no persistir en el error, y cambiar a tiempo.
Por ello, sería interesante analizar los resultados concretos obtenidos por uno u otro sistema, más que las sanas intenciones en que se apoyan esas teorías.
Los ideólogos
Tanto Adam Smith, por un lado y Karl Marx, por el otro, hicieron un concienzudo análisis de cosas que ocurrían ya en la práctica. El primero enunció sus famosas teorías del mercado como agente de conexión entre productores y consumidores. No inventó nada, simplemente observó y describió lo que era verificable y que ocurría en la realidad.
Marx, por su parte, también hizo un escrupuloso estudio de la economía y la sociología de su momento histórico y explicó con detalle y acierto cómo la burguesía y la Revolución Industrial habían logrado una creación de riqueza como nunca antes había conocido la humanidad. Pero, a mi juicio, pecó de futurólogo y postuló un errado determinismo en la historia, y podemos comprobar que sus predicciones no se cumplieron en lo absoluto. Por ejemplo, el hecho de que el Capital necesariamente se construía por la explotación del obrero, razón por la que, en su evolución, llegaría a esclavizar de tal modo al proletariado que este terminaría por rebelarse contra la burguesía dominante. Nada de eso ocurrió y, por el contrario, el  proletariado de los países capitalistas más desarrollados, tiene niveles de vida que envidiarían sus semejantes de países o de sociedades del tercer mundo donde existen regímenes socialistas o capitalistas a medias.
Como el socialismo nunca funcionó como se predijo, quienes adhieren a tal doctrina, siempre argumentan que en tal o cual caso no funcionó por culpa de las fuerzas de la reacción, o las multinacionales, o los dirigentes que se aburguesaron, etc. Y hasta podríamos, haciendo un esfuerzo, creerles. Lo que no es sensato es comparar los capitalismos que existen en la realidad, con todos sus defectos (donde también hay corruptos, desde luego), contra los colectivismos teróricos, donde, por supuesto, todo funcionaría a las mil maravillas. Pero, aún así, cuando hablamos de capitalismos reales, debemos considerar aquellos donde reina la libertad económica y no en países como el nuestro y tantos otros, donde el intervencionismo es la regla.
Por eso, ¿qué pasa si salimos de la discusión teórica y analizamos los resultados, medibles, en la práctica de unas teorías y de las otras?
Veamos:
Singapur
Lo que ninguna discusión teórica puede refutar son los resultados empíricos de algunos casos paradigmáticos como el de Singapur. Luego de ser colonia británica por largos años y de haber padecido la 2ª Guerra Mundial, logró su independencia, por la retirada del Reino Unido en los tempranos años 60 del siglo pasado. Y luego de una frustrada reincorporación a Malasia, se declaró independiente. Pobres de pobreza absoluta, hoy están en el 8º puesto de PIB/Hab, mientras que nosotros estamos en el lugar 71…¿qué hicimos nosotros?: cantamos alegremente «Combatiendo al capital». Por su parte, contra la idea dominante en el Tercer Mundo de que las multinacionales nos mantienen en el atraso y la explotación, ¿qué hicieron ellos?; bueno que lo diga su Primer Ministro:
Cuando la mayoría de países del Tercer Mundo denunciaba la explotación de las multinacionales occidentales, en Singapur las invitamos a entrar. De ese modo conseguimos crecimiento, tecnologías y Know-how que dispararon nuestra productividad más de lo que podría haberlo hecho cualquier política económica alternativa. - Lee Kuan Vew, Primer Ministro de Singapur.
Y, por si esto no fuera suficiente para entender las políticas económicas que, en ese país obtuvieron éxitos tan rotundos, al consultar el ránking de naciones según el Índice de Libertad Económica, vemos que ocupa el 2º lugar en la tabla de posiciones, solo detrás de Hong Kong. Mucha libertad económica y excelentes resultados medibles.
Y este par causa/efecto está tan a la vista que no se me ocurre cómo podría ser refutado. Hoy, Singapur está noveno entre los países con mayor Índice de Desarrollo Humano mientras que Argentina (generalmente enemiga de los capitales extranjeros) ocupa un mediocre 47º puesto en este ítem. Y, por si lo anterior fuese poco, Singapur cuenta con un sistema de salud que es considerado el mejor del mundo por los organismos competentes de Naciones Unidas. En aquellos no tan lejanos años 60 ¡cómo nos envidiarían los habitantes de Singapur!
Y si alguien todavía piensa que Asia es una realidad diferente, no aplicable a nosotros, podemos citar a Irlanda, que de ser la cenicienta de Europa, en pocos años de apertura comercial hoy está en el 5º puesto con 77.100 U$S/h. Y, todavía, más cerca, Uruguay y Chile con muchísima más libertad económica, casi nos duplican en estos guarismos.
¿Cuántos países con sistemas socialistas, comunistas o intervencionistas, pueden mostrar algún resultado semejante?
Necesidad de cambiar
Cualquiera sea la idea política que tengamos, no podemos negar que, desde hace muchos años, no hemos abandonado las políticas proteccionistas y restrictivas y (por ello) estamos en una decadencia innegable. Nadie en su sano juicio puede creer que, siguiendo las mismas recetas, tendremos resultados, esta vez, mejores.
Es evidente que un proceso en la dirección correcta, sincerando la economía a los niveles reales de nuestra capacidad y eficiencia en la producción, obligaría a un sacrificio evidente para algunos sectores de la sociedad. Ese precio es el que la ciudadanía, en su mayoría, no está dispuesta a pagar. Pero lo que no deberíamos dejar de analizar es el precio de no cambiar.
Salir de la adicción a drogas diversas, de la obesidad, del tabaquismo, o del alcoholismo, implica un sacrificio inmediato, siempre doloroso, por la abstinencia. Y ese sacrificio se comienza a pagar en el mismo momento en que se inicia el tratamiento. Esa es la razón por la que, en la mayoría de los casos, se fracasa en el intento. Pero, si no cambiamos, más temprano que tarde pagaremos un precio mucho mayor.
¿Cuántos argentinos estarían dispuestos a votar a un candidato que, en lugar de prometer el paraíso mañana, les prometiese el sacrificio de la abstinencia en lo inmediato? Yo creo que serían menos aún que aquellos que pueden triunfar en su lucha contra la adicción a las drogas.
¿Está nuestra sociedad dispuesta a un sacrificio inmediato en aras de una mejora futura? Yo lo dudo y, en parte, lo comprendo: ¿a cuántos sacrificios nos han sometido ya sin que pudiésemos capitalizarlos? Pero, tengamos en cuenta que  fueron siempre los mismos, los que sostienen que es el Estado presente, intervencionista y empresario el que nos sacará adelante.
Sostenimiento de las «Conquistas sociales»
Es de elemental sentido común que no hay conquista social que pueda sostenerse sin prosperidad económica. No obstante es sistemático que, cuando se pretende hacer un ajuste de las cuentas porque “no cierran”, o cuando, simplemente, se plantea el tema en alguna mesa de debate, hay gritos en el cielo y rasgado de vestiduras por parte de sensibles progres de izquierda que dicen defender las «Conquistas sociales». La consecuencia lógica de mejorar cualquier estatus económico sin la correspondiente mejora en la productividad, será siempre en beneficio de un sector a expensas de otros. En nuestro caso es evidente que los trabajadores sindicalizados en gremios con «poder de fuego», obtendrán beneficios a costa de trabajadores en negro, desocupados o docentes… Porque, por más huelga que hagan estos últimos, está visto que a  la sociedad argentina le importa poco la educación.  
Creación Vs. distribución de la riqueza
Las desigualdades extremas nunca son deseables para cualquier sociedad. No obstante, lo que en realidad se debe repudiar y remediar, más que la desigualdad, es la pobreza extrema. Y la realidad ha demostrado hasta el hartazgo, que no se logra sacar de la pobreza a los más desfavorecidos «combatiendo al capital», sino todo lo contrario. Es la inversión en capital lo que genera riqueza y puestos de trabajo. Es de absoluta lógica que la creación de la riqueza es necesariamente previa a cualquier forma de su distribución. Algunos convencidos de que el problema es la distribución, hacen referencia a que, hace algunas décadas el trabajo obtenía el 50% del ingreso y el capital el otro 50 (el «fifty/fifty», con que se babean). Da la casualidad que fue precisamente en esos tiempos cuando comenzó la decadencia evidente. Yo me pregunto: ¿es mejor el 50% de una medialuna o el 30% de una pizza completa?
¿Qué elige la gente cuando puede?
Los desesperados de Centroamérica, de medio Oriente y de África; ¿Van a Venezuela, a Cuba, a Corea del Norte? ¿Son estúpidos por ir precisamente a países capitalistas?
No debemos olvidar que el Muro de Berlín lo construyeron los orientales para que sus ciudadanos no huyesen hacia occidente, mientras que el muro que pretende construir Trump (tan condenable como cualquier muro de estas características) es para que no entren quienes anhelan llegar al “infierno capitalista”.
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Si con todas estas razones todavía se afirma que las doctrinas socializantes son preferibles a liberalismo, me gustaría oír opiniones sustentadas en realidades, no en espejismos.

1 comentario:

Charles dijo...

Norberto nos dijo: Cada vez tenes más razón de lo escribiste. Saludos.

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