miércoles, 8 de mayo de 2019

El engaño (ficción)


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—Esto es gonorrea, viejo. No hay dudas —dijo Pablo, tomando actitud profesional. 
 —¿Dónde estuviste metiendo el bicho? —agregó. Al ver la cara de su amigo se apresuró a aclarar. —No es tan grave, se cura con antibióticos, pero mientras tanto tenés que hacerte un nudo en el pito. Mirá que es muy contagioso y se lo vas a pasar a Dolly.
—¿Qué le digo? —atinó a preguntar Ramiro.
—No sé, viejo. Yo podría ampararme en el secreto profesional, pero habiendo amistad de por medio, si Dolly me apura...
—Pero, no entiendo... solo fue una vez, con una mina que hacía una pasantía en la oficina, y no tenía pinta de sucia ni atorranta.
—Vos tampoco parecés sucio ni atorrante, y sin embargo…
Se quedaron en silencio unos instantes.
—Decime, junto con esto, ¿no puede haber otra cosa?— preguntó Ramiro.
—Si te referís al SIDA, por el momento quedate tranquilo, el análisis fue completo y no aparece nada.
La visita a Pablo lo había demorado bastante y luego, intentando poner orden en sus ideas, había caminado sin rumbo un buen rato antes de tomar el subte. La idea del SIDA descartado le produjo cierto alivio. Pero igualmente debía enfrentarse a situaciones que no sabía cómo encarar. Llegó a casa bastante más tarde que de costumbre.
— ¿Mucho trabajo?—preguntó Dolly al tiempo que lo besaba. A Ramiro se le ocurrió que no era un beso como el de todos los días.
—Sí— contestó —tenemos que preparar el informe de fin de año.
—Aquí llamó Valverde, preguntando por vos. Hace como una hora y media.
Por un momento pensó que la llamada de su jefe lo habría descubierto; pero el tono no era de reproche ni inquisidor.
—Lo que pasa es que estuve en la oficina de Juan—, mintió —y es probable que Valverde no se haya enterado. Mañana veré que quería.
Se sentó a tomar una gaseosa, mientras observaba a Dolly que preparaba la comida con desgano.
 —Hoy no tengo ganas de cocinar.
—Prepará cualquier cosa que no tengo mucha hambre— respondió.
Se quedaron en silencio. Él la contemplaba y admiró una vez más su figura. La ropa de entrecasa que llevaba puesta no alcanzaba a ocultar sus espléndidas caderas, y sus pechos jóvenes y provocativos que tanto seguía deseando. Su pelo sin arreglar, aumentaba su aspecto “salvaje”. Una incipiente oleada de deseo se apoderó de él, apagándose  de inmediato  y aumentando su angustia “...te tenés que hacer un nudo...”, le había dicho Pablo. ¿Cómo se las iba a ingeniar para rehuirla? ¿Cuántos días había dicho Pablo de abstinencia? No podía recordarlo, pero en todo caso siempre sería mucho. Repasó mentalmente su desempeño en los años en pareja que llevaban, y aunque solo fuese una semana de ayuno, sería muy difícil lograrlo sin dar explicaciones. Y creo que dijo dos o tres semanas, pensó.
—Estoy indispuesta— dijo ella.
La noticia le produjo un inmediato alivio. Era tirar la pelota afuera. Más adelante ya vería. La cena transcurrió casi en silencio, “¿Qué calor hoy ¿no?”, “Pasame la sal”. “¿Compraste fruta?”  Esto no lo sorprendió mucho, ya que su indisposición a veces la apagaba un poco. Sin embargo, Ramiro extrañó su chispeante diálogo habitual, en el que ella siempre lo sorprendía por la pasión con que hablaba de sus pinturas, y de su empleo: «Aunque a veces me aburre, es desafiante y me mantiene siempre alerta», solía decir. Hasta comentarios rutinarios acerca de temas del trabajo, ella se las ingeniaba para abonarlos con leña para el fuego de la hora del amor: «El tarado de Malnatti me explicaba cómo había convencido a un cliente para que no cambiara de proveedor, mientras me hacía babosas insinuaciones, mirándome el escote; y yo, todo el tiempo pensando qué iba a hacer esta noche el dueño de ese escote con su contenido». Y terminaba con esa risita entre ingenua y pícara que le hacía dar vuelta la cabeza.
Ramiro analizaba estos recuerdos como algo perdido para siempre. ¿Sería posible que por un instante de calentura, estupidez, o como se llame, que al fin de cuentas ni siquiera le proporcionó algo que valiese la pena, fuese ahora a perder todo aquello? ¿Cómo había sido? ¿cómo se llamaba la mina? Carmen. Ni el nombre le era atractivo. Recordó que lo único que realmente lo provocó fue el desparpajo de su encare: «¿Y siempre te vas de aquí derechito a casa?»  al tiempo que lo miraba a los ojos con descaro. Había remarcado el siempre. Esto lo había provocado mucho más que sus cruces de piernas o bamboleo de caderas, o por lo menos había despertado su orgullo machista: “Si una mina se te regala así, no podés pasar por gil”. Luego todo era olvidable, ni siquiera hubo “química” en la cama, y a la hora del clímax, los gemidos de ella le sonaron como la risa de un imbécil. Si hubiese tenido que calificarla, le habría puesto un cuatro de lástima. En cambio Dolly… ¡Ah! Dolly era otra cosa… sus peores desempeños eran para nueve puntos.
En el momento de dejar a Carmen en su casa, sintió repugnancia, luego frustración y vacío. A pesar de haberse bañado, se sintió sucio y contaminado. ¡Vaya si lo estaba!
Ahora se sentía en un callejón sin salida. No podía contarle a Dolly sin arruinar todo, por otro lado, si decidía callar, tendría que reanudar su actividad amorosa, y la contagiaría. ¡No podía contagiarla! La canallada sería mayor.
Un repentino pánico lo embargó. ¿Y si ya la hubiese contagiado? No podía soportar la idea. Las cosas se ponían mucho peor de lo que había pensado. ¡Ah! si el tiempo volviera para atrás, o si lo mandaran de improviso a un viaje al extranjero... Contaba de todos modos con tres o cuatro días para pensarlo, y no podía apartar la idea de su cabeza.
Esa noche, cuando fue a la cama, Dolly ya parecía dormir, volviéndole la espalda. Con suavidad le tocó el hombro, a lo que ella respondió con un leve gruñido. Sin embargo, Ramiro no oía su respiración acompasada, tan característica del sueño. A él también le costó dormirse...
Al día siguiente, despertó sobresaltado, algo tarde, de modo que intercambiaron saludos “¿Volvés tarde?”  “No sé, cualquier cosa te llamo”. Y salió a las corridas, aliviado de haber eludido una charla más comprometedora.
No bien llegó, le informaron la razón por la que el Sr. Valverde en persona lo había llamado: nueva legislación obligaba a revisar todos los planes trazados para el año siguiente, y el jefe quería que se ocupase personalmente del asunto. Asistió a una tediosa reunión de trabajo, que lo mantuvo ocupado toda la mañana, y de la que salió con gran cantidad de tareas para realizar. No tenía ni idea de cómo iba a hacer funcionar su cabeza para esa tarea si no podía dejar de pensar en Dolly. No obstante cumplió como pudo con sus deberes y salió a la hora de costumbre.
Al llegar a casa, lo sorprendió que Dolly no estuviera en su atelier pintando, sino acostada mirando el techo. Lo saludó con una sonrisa tristona, que él interpretó debida a malestares propios de esos días, “no me siento bien”, le había dicho.
Mientras tomaba unos mates, cuyo convite ella no aceptó, analizó las oportunidades de decírselo. Estaba claro que no tenía otra salida. Pero el tema era cómo y, sobre todo, cuándo. Podía tomarse como respiro esos dos o tres días que aún le quedaban, pero lo concreto es que se sentía miserable y ruin. Prolongando la cosa tal vez nada mejoraría, pero mientras no se supiera, todavía tenía la ilusión de que un milagro lo salvara de la pérdida de ese verdadero paraíso que era la vida con Dolly.
Súbitamente, lo asaltó un pensamiento. ¿No sabría ella algo? Esa actitud distante que mantenía desde ayer, ¿no sería porque ya sabía algo, o tal vez todo? El llamado de Valverde, ¿no la habría inducido a telefonear a alguno de los compañeros? Pero, con toda seguridad, ninguno le habría contado nada. Su cabeza parecía hervir. Contarle todo era firmar la sentencia de infelicidad, no hacerlo ya se veía que era imposible.
El teléfono interrumpió su calvario.
— ¿Se encuentra la Sra. Dolores Silvani?— preguntó una mujer de voz afectadamente meliflua.
—Sí... ¿de parte de quién?— respondió y preguntó Ramiro.
—A, C & asociados.
“¿Quiénes serán estos?” se preguntó Ramiro, yendo hacia el dormitorio a avisar a Dolly y se le ocurrió que podía ser alguna de esas agencias de detectives que lo estarían controlando. Mientras ella hablaba, alcanzó a oír varios “Ahá”, “claro”, “¿está segura?” y algunos monosílabos, pero turbado como estaba, no se animó a quedarse con ella y preguntar acerca de aquella llamada. Estaba aterrado. En ese momento se percató de que si no tuviese nada que ocultar, su actitud lógica sería quedarse junto a ella, interesarse en el tema, interrogarla, pero su terror era tal que no tuvo el coraje suficiente siquiera para disimular con inteligencia.
Pasó un largo rato, luego de que cortara la comunicación, hasta que por fin, ella apareció a la entrada de la cocina. Se quedó estática, apoyada en el marco, con ojos de haber llorado, y la cara descompuesta.    
—Dolly, por favor, creo que tenemos que hablar— dijo Ramiro.
—Sí, creo que nos debemos ciertas explicaciones— respondió Dolly con expresión grave. Le temblaban ligeramente los labios, en un rictus que Ramiro conocía muy bien.
—Yo creo...— intentó Ramiro, pero fue interrumpido por ella.
—Perdoname, Ramiro. Estás diferente, distante, y me llena de angustia y rabia la situación...— interrumpió un momento, como buscando las palabras —tengo una enfermedad venérea.
La noticia cayó como una bomba en los oídos de Ramiro, lo peor de sus temores ya había ocurrido. Se sentía a las puertas del infierno. El piso se le abría, y las paredes del hoyo eran totalmente resbaladizas.  
—Dolly, mi amor, daría cualquier cosa por que no sufras, por volver el tiempo atrás y que nada hubiera pasado...
Quedaron un instante en silencio.
—Es increíble que una cuestión de momento... —comenzó a explicar Ramiro— que nada tiene que ver con los sentimientos pueda arruinar para siempre lo más hermoso que hemos construido.
— ¡Por lo que más quieras, Ra! No sigas... me hacés daño.
—Dolly, yo lo único...
— ¡Basta! — interrumpió ella— Creo que te habrás dado cuenta de todo. No creo que me puedas perdonar nunca... y ni siquiera lo pretendo. No puedo seguir callando. Te fui infiel...—la cara de incredulidad de Ramiro la obligó a repetir — ¡Sí, te fui infiel...! y estoy viviendo un infierno, pagando mi culpa... —un sollozo entrecortado interrumpió sus palabras— no merezco ni tu perdón... nada, nada...  No solo te fui infiel; me enfermé y ¡tengo miedo de haberte contagiado!— corrió a refugiarse en el dormitorio.
Ramiro quedó estático, con la cara descompuesta, mirando a la nada…


Para todos los machistas que andamos por el mundo.


5 comentarios:

JELEJALDE dijo...

Interesante y divertido. ¡Felicidades, Carlos!

Charles dijo...

Norberto nos dijo: Jodido el asunto, no??????. Saludos.

Charles dijo...

Aldo nos dijo: Jajaja, buenísimo! gracias.
Para cuando quieras, tengo una buena anécdota sobre el tema, que -si te gustara- podrías trasladar al formato de cuento corto.
Abrazo!!!

Charles dijo...

Mirta nos dijo: Muy bueno.Lo que mas me gusto del cuento fue la observación final subrayada.

Charles dijo...

Elsa nos dijo: Como siempre he leído con interés y placer tu último regalo.
Buenisimo!
Tendrías que hacer una compilación de tus relatos y publicarlos.

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