domingo, 26 de mayo de 2019

Ojos que no ven… (Relato de no ficción)


Autora: Marta Tomihisa
Transitaba yo mi adolescencia, mientras mi hermana Namiko y su marido, poseían una próspera tintorería. Estaba ubicada en pleno centro de la ciudad de San Isidro, en un bullicioso entorno de comercios y abundante población.
Los sábados, cuando no iba a la escuela, yo solía ayudarles con su múltiple descendencia, además de realizar alguna tarea referente al negocio de limpieza, que tan próspero resultó para todos los miembros de la colectividad japonesa.
Casi nunca estaba en el mostrador, hacía algunas tareas de planchado o cosía botones desprendidos en el trajín del lavado. Eran actividades sencillas, que al final del día me recompensaban con algún dinero, el cual utilizaba para mis gustos exclusivos.
Algunas veces mi hermana, que atendía el mostrador, entraba a la vivienda para tomar unos mates mientras no había clientes que la esperaran. Solía contar anécdotas, muchas veces divertidas y otras insólitas, que compartía conmigo. Recuerdo algunas interesantes, aunque las que más despertaban mi curiosidad eran ciertos relatos referentes a un cliente ciego, muy amable y extrovertido que la inquietaba bastante, ya que mi hermana era una persona tímida. Namiko me confesó que dudaba de su ceguera, sorprendida ante la particular destreza que poseía para registrar todas sus prendas. Traía bastante ropa para limpiar y cuando venía a buscarla, solo bastaba ponerla sobre el mostrador y al simple tacto él las reconocía, como si las estuviera viendo. Cierta vez, que necesitaba un saco sport gris que había traído y que aún no había sido planchado, mi hermana intentó entregarle otro azul, que también le pertenecía pero que al tocarlo reconoció enseguida, interpretando el hecho como una broma sin siquiera molestarse, aunque por supuesto mis familiares se disculparon… Apremiada por su numerosa familia, sumada a la pesada carga de tantas obligaciones, mi hermana se había convertido en un ser taciturno. La intensa actividad laboral, casi no le permitía un mínimo descanso por lo que siempre estaba callada y agotada. Aunque la visita del ciego, le provocaba siempre una extraña sensación, ya que él detectaba su estado de ánimo con un simple saludo y solía interesarse por ella, quien percibía en esa mirada ausente un inexplicable don de percepción…
Las anécdotas se sucedieron, hasta que un día le expresé a mi hermana mi interés en conocerlo. Como el ciego era un ser metódico y siempre venía a la tintorería a determinada hora de la mañana durante los sábados, Namiko y yo planeamos que yo ya estaría en el local junto a ella, en absoluto silencio para poder observarlo detenidamente.
Visto que él no conocía mi existencia, me entusiasmaba esta situación y ese sábado antes de que él llegara, aguardé sentada en un banco ubicado junto a la caja.
Así fue que entró al local, saludó cordialmente y se quedó callado mientras aguardaba que le trajeran su ropa limpia…
Era un hombre de mediana edad, alto, delgado, de cabello casi rubio, ojos claros y ausentes, portando un bastón que apoyó contra la pared mientras saludaba con perfecta dicción y seguridad. Namiko lo atendió con premura y fue poniendo sobre el mostrador las prendas que iba descolgando de las perchas, mientras buscaba alfileres para sujetar el papel del envoltorio. Estaba concentrada en esta tarea, cuando el ciego exclamó:
–Parece que hoy tenemos visitas, ¿quién es esta dama que nos acompaña?
Me quedé tan perpleja por este comentario, que enmudecí de sorpresa…
Namiko me sonrió, mientras le respondía que yo era su hermana y que había venido de visita…
El hombre, levantó su mano derecha e hizo un ademán de saludo al cual yo contesté de inmediato, totalmente impactada por su intuición…
El ciego dijo:
–Ah, una chica tan joven… ¿Debe ser una buena ayudante, no? Pero…¿Cuál es tu nombre?
Por supuesto respondí, aunque un poco perturbada por la situación me retiré de inmediato al interior del local. Cuando mi hermana terminó de atender al sujeto, vino a mi encuentro y, totalmente impactadas por lo ocurrido, comentamos el suceso sin hallarle ninguna explicación…
¿Hay quizás un sexto sentido en los ciegos? ¿Acaso perciben cosas que nosotros los videntes, no podemos ver?
Nunca pude encontrar ninguna respuesta, para responder estas preguntas…

El tiempo pasó….
Una amiga me regaló el libro: “Sobre héroes y tumbas” del genial escritor: Ernesto Sabato.
Quien lo haya leído recordará la obsesión del personaje por los ciegos, la minuciosa descripción de hechos y acciones que van creando un clima de suspenso en extraños sucesos…
Cito alguno de sus pasajes: “Si fuera un poco más necio podría acaso jactarme de haber confirmado con esas investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me trajeron la primera revelación. Luego, a medida que fui creciendo fue acentuándose la prevención contra esos usurpadores, especies de chantajistas morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que los emparenta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en cuevas…”
Diré además, que en el transcurso de mi vida tuve un entrañable amigo ciego, irónico y mordaz como pocos, a quien aún extraño…
Pero no puedo dejar de pensar en aquel hombre que conocí, de aquel lejano tiempo en el que volvía a mi casa y me parecía verlo caminar detrás de mí, oculto en las tinieblas como una sombra perdida en la oscuridad, a la que aún rescato tan solo para mis recuerdos…  




3 comentarios:

Charles dijo...

Mirta nos dijo: Muy bueno.que más se puede decir?

Anónimo dijo...

Me encantó tu relato querida Marta, es sumamente descriptivo, muy agradable como nos sitúas en la escena, y luego la relación con el libro de Sábato.
Es cierto, tienen algo de misterioso los ciegos, y seguramente desarrollan otros sentidos y capacidades para compensar su ceguera.
Felicitaciones.

SUSANA MARIA BERBERY dijo...

Felicitaciones querida Marta!!! Tu relato me transportó a un mundo maravilloso y misterioso como es la ceguera, donde otros sentidos desconocidos para nosotros, los videntes, fluyen libremente. Un afectuoso abrazo mi dulce escritora y seguier deleitándonos con tus bellas obras.

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