Autora: Marta Tomihisa
Transitaba yo mi adolescencia, mientras mi hermana Namiko y su marido, poseían una próspera tintorería. Estaba ubicada en pleno centro de la ciudad de San Isidro, en un bullicioso entorno de comercios y abundante población.
Transitaba yo mi adolescencia, mientras mi hermana Namiko y su marido, poseían una próspera tintorería. Estaba ubicada en pleno centro de la ciudad de San Isidro, en un bullicioso entorno de comercios y abundante población.
Los sábados, cuando no iba a la
escuela, yo solía ayudarles con su múltiple descendencia, además de realizar
alguna tarea referente al negocio de limpieza, que tan próspero resultó para
todos los miembros de la colectividad japonesa.
Casi nunca estaba en el mostrador,
hacía algunas tareas de planchado o cosía botones desprendidos en el trajín del
lavado. Eran actividades sencillas, que al final del día me recompensaban con
algún dinero, el cual utilizaba para mis gustos exclusivos.
Algunas veces mi hermana, que
atendía el mostrador, entraba a la vivienda para tomar unos mates mientras no
había clientes que la esperaran. Solía contar anécdotas, muchas veces divertidas
y otras insólitas, que compartía conmigo. Recuerdo algunas interesantes, aunque
las que más despertaban mi curiosidad eran ciertos relatos referentes a un
cliente ciego, muy amable y extrovertido que la inquietaba bastante, ya que mi
hermana era una persona tímida. Namiko me confesó que dudaba de su ceguera, sorprendida
ante la particular destreza que poseía para registrar todas sus prendas. Traía bastante
ropa para limpiar y cuando venía a buscarla, solo bastaba ponerla sobre el mostrador
y al simple tacto él las reconocía, como si las estuviera viendo. Cierta vez,
que necesitaba un saco sport gris que había traído y que aún no había sido planchado,
mi hermana intentó entregarle otro azul, que también le pertenecía pero que al tocarlo
reconoció enseguida, interpretando el hecho como una broma sin siquiera
molestarse, aunque por supuesto mis familiares se disculparon… Apremiada por su
numerosa familia, sumada a la pesada carga de tantas obligaciones, mi hermana se
había convertido en un ser taciturno. La intensa actividad laboral, casi no le
permitía un mínimo descanso por lo que siempre estaba callada y agotada. Aunque
la visita del ciego, le provocaba siempre una extraña sensación, ya que él
detectaba su estado de ánimo con un simple saludo y solía interesarse por ella,
quien percibía en esa mirada ausente un inexplicable don de percepción…
Las anécdotas se sucedieron, hasta
que un día le expresé a mi hermana mi interés en conocerlo. Como el ciego era
un ser metódico y siempre venía a la tintorería a determinada hora de la mañana
durante los sábados, Namiko y yo planeamos que yo ya estaría en el local junto
a ella, en absoluto silencio para poder observarlo detenidamente.
Visto que él no conocía mi
existencia, me entusiasmaba esta situación y ese sábado antes de que él
llegara, aguardé sentada en un banco ubicado junto a la caja.
Así fue que entró al local, saludó
cordialmente y se quedó callado mientras aguardaba que le trajeran su ropa limpia…
Era un hombre de mediana edad, alto,
delgado, de cabello casi rubio, ojos claros y ausentes, portando un bastón que
apoyó contra la pared mientras saludaba con perfecta dicción y seguridad. Namiko
lo atendió con premura y fue poniendo sobre el mostrador las prendas que iba
descolgando de las perchas, mientras buscaba alfileres para sujetar el papel
del envoltorio. Estaba concentrada en esta tarea, cuando el ciego exclamó:
–Parece que hoy tenemos visitas,
¿quién es esta dama que nos acompaña?
Me quedé tan perpleja por este
comentario, que enmudecí de sorpresa…
Namiko me sonrió, mientras le respondía
que yo era su hermana y que había venido de visita…
El hombre, levantó su mano derecha e
hizo un ademán de saludo al cual yo contesté de inmediato, totalmente impactada
por su intuición…
El ciego dijo:
–Ah, una chica tan joven… ¿Debe ser
una buena ayudante, no? Pero…¿Cuál es tu nombre?
Por supuesto respondí, aunque un
poco perturbada por la situación me retiré de inmediato al interior del local. Cuando
mi hermana terminó de atender al sujeto, vino a mi encuentro y, totalmente
impactadas por lo ocurrido, comentamos el suceso sin hallarle ninguna explicación…
¿Hay quizás un sexto sentido en los
ciegos? ¿Acaso perciben cosas que nosotros los videntes, no podemos ver?
Nunca pude encontrar ninguna
respuesta, para responder estas preguntas…
El tiempo pasó….
Una amiga me regaló el libro: “Sobre
héroes y tumbas” del genial escritor: Ernesto Sabato.
Quien lo haya leído recordará la
obsesión del personaje por los ciegos, la minuciosa descripción de hechos y
acciones que van creando un clima de suspenso en extraños sucesos…
Cito alguno de sus pasajes: “Si
fuera un poco más necio podría acaso jactarme de haber confirmado con esas
investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los
ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me
trajeron la primera revelación. Luego, a medida que fui creciendo fue
acentuándose la prevención contra esos usurpadores, especies de chantajistas
morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que
los emparenta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en
cuevas…”
Diré además, que en el transcurso de
mi vida tuve un entrañable amigo ciego, irónico y mordaz como pocos, a quien
aún extraño…
Pero no puedo dejar de pensar en aquel
hombre que conocí, de aquel lejano tiempo en el que volvía a mi casa y me
parecía verlo caminar detrás de mí, oculto en las tinieblas como una sombra perdida
en la oscuridad, a la que aún rescato tan solo para mis recuerdos…
3 comentarios:
Mirta nos dijo: Muy bueno.que más se puede decir?
Me encantó tu relato querida Marta, es sumamente descriptivo, muy agradable como nos sitúas en la escena, y luego la relación con el libro de Sábato.
Es cierto, tienen algo de misterioso los ciegos, y seguramente desarrollan otros sentidos y capacidades para compensar su ceguera.
Felicitaciones.
Felicitaciones querida Marta!!! Tu relato me transportó a un mundo maravilloso y misterioso como es la ceguera, donde otros sentidos desconocidos para nosotros, los videntes, fluyen libremente. Un afectuoso abrazo mi dulce escritora y seguier deleitándonos con tus bellas obras.
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