Cuento
Autora: Marta Tomihisa
¡Ya llegan!
Abrió la ventana de par en par y vio el auto avanzando entre la
arboleda de eucaliptos, dejando atrás una estela de polvo amarillenta…
Emocionada por el reencuentro, Ana bajó la escalera corriendo y
saltando los escalones de dos en dos. El vehículo fue a estacionar frente al
alero de la entrada, debajo de la glicina y ella llegó antes de que las puertas
se abrieran.
La figura de su primo Mariano, junto a su tía Inés le emocionó el
corazón; ya hacían diez años que no se veían. El hombre de mediana estatura, ojos
claros y nostálgicos, cabello rojizo y prolijamente peinado, la miró con
ternura tratando de reconocer en esa adolescente eufórica a su prima hermana.
–¡Marianito!
Abrazó al muchacho, apretándose contra su pecho, oliendo su ropa y
anhelando rescatar el tiempo perdido. Le costó bastante reconocer en esta
persona a su compañero de la infancia, de tertulias y secretos...
Cuando él se fue para iniciar una carrera, ella tenía apenas nueve
años y él estaba por cumplir los dieciocho. Después sucedieron muchas cosas,
perdieron contacto y en escasas oportunidades le llegaban noticias de su vida, solo
cuando la tía Inés hablaba por teléfono con su madre y le contaba las novedades.
Ana y su mamá vivían en esta quinta que había sido de sus abuelos y que
había heredado su progenitora por ser hija única. La tía Inés y su madre en
realidad no eran primas, solo habían sido compañeras del secundario. A raíz de
esta amistad, su madre había conocido al que sería su primer marido, hermano de
Inés y ya fallecido. Ambas mujeres habían enviudado casi al mismo tiempo,
aunque Inés ya era madre de Mariano. La madre de Ana, apenas transcurrido un
mes de la muerte de su marido, había tenido una relación breve con el que sería
el padre de su hija, del que se había separado enseguida, sin volverse a ver.
La familia creía que Ana era hija del fallecido, su madre prefirió
conservar el secreto que solamente conocía Inés. Unidas por tantos lazos, las
dos mujeres eran muy amigas y sus hijos también.
Mariano la apartó para mirarla, exclamó sonriendo…
–¡Miren esta hermosa chica!
Antes de que pudiera reaccionar, Ana lo aferró de la mano y lo llevó
hasta su cuarto en donde había preparado un sofá cama, para que pudieran
compartir la habitación y no separarse más hasta su partida.
El joven se sentó, miró a su alrededor y luego dijo con serenidad:
–Bueno, ya vamos a ver dónde voy a dormir…
Ana lo miró sorprendida, no se le pasaba por la cabeza que él pudiera pernoctar
en otro lugar que no fuera a su lado. Aunque reconocía que la imagen que tenía
de su primo no era ésta, sino aquella del chico melenudo, enfundado en sus
jeans y sonriendo a la vida. Este hombre se vestía formalmente, tenía
movimientos medidos y era recatado y apacible, bastante diferente a aquél
compañero de aventuras de antaño.
Bajaron al comedor en donde las madres de ambos estaban charlando, luego
todos se reunieron alrededor de la mesa que ya estaba servida para la ocasión.
Apenas terminado el almuerzo, mientras las mujeres ordenaban la cocina,
los chicos salieron a caminar por el parque, para ir a sentarse debajo de los
sauces, a la sombra tibia de ese mediodía.
–Bueno, ahora contame todo…–Dijo Ana con tonito divertido.
–¿Todo? Anita, vos sabés que ya estoy en el último seminario de
teología, verdad?
–No, ni siquiera sé de qué se trata eso…
–Estoy por consagrarme a Dios…
–No me digas que querés ser cura…!
–Así es…
Ana, dejó de sonreír y lo miró detenidamente, como si tratara de
descubrir quién era este sujeto tan desconocido y a la vez tan familiar…
–¿Pero, por qué?
Mariano la tomó de la mano, mirándola fijamente respondió con otra
pregunta:
–¿Por qué no?
Ella le respondió de inmediato:
–¡Porque es aburrido!
El hombre la contempló con una expresión amable, en la cual ella creyó
ver algo de temor:
–Servir a Dios no es aburrido, Anita…
–¿Pero, igual me querés como antes?
–Por supuesto que te quiero, amo a todos los seres humanos…
–Yo te pregunté si me querés a mí…
Mariano se rió y exclamó:
–Seguís siendo la misma chica traviesa…aunque ya seas una mujer…
Ana abrazó con fuerza a su primo, él acarició su cabeza mientras
decía:
–¡Cuántas ideas locas hay por aquí!
Al llegar la tarde, los cuatro se sentaron en la galería para
compartir la merienda.
La tía Inés le preguntó a Ana cómo andaban sus estudios.
Ella estudiaba diseño gráfico y trabajaba en la librería del pueblo en
los ratos que le quedaban libres, para contribuir a la economía del hogar.
Un rato después de la cena, la dueña de casa y la tía Inés se fueron a
la cama, decidieron compartir la misma habitación. Mariano se ubicó en la
planta baja, en un sofá cama que había en el estudio.
Ana no hizo ningún comentario, se resignó a dormir sola porque
evidentemente él lo prefería así. Pero los dos se quedaron charlando en el
living, hasta que extenuados por las emociones, se despidieron para ir a la
cama. Durante la noche y a pesar del cansancio, ella caviló sobre la carrera
que Mariano había elegido y sintió una sensación de tristeza por las limitaciones
que esta le imponía. Por lo visto, ahora ni siquiera se animaba a compartir sus
sueños…
Durmió profundamente, al día siguiente al llegar el mediodía, bajó las
escaleras descalza deambulando por la casa sumida en el silencio.
Por una de las ventanas, vio que el auto en el que habían llegado las
visitas, no estaba. Se asomó a la galería y divisó a Mariano sentado en una
reposera, mirando hacia el camino. De vez en cuando el muchacho llevaba un
pañuelo a los ojos, como si estuviera llorando y secara sus lágrimas…
Ana se acercó despacito, su corazón palpitaba como si presenciara algo
íntimo, doloroso…
–¡Buenos días!
–Me asustaste…¡no te oí bajar!
–¿Pasa algo?
–No, solo recordaba…
–Algo triste?
–Algo que ya es pasado…pero ahora hablemos del presente, eh?
Mariano se recompuso, guardó el pañuelo húmedo en el bolsillo y la invitó
a sentarse a su lado.
–¿Dónde están nuestras madres?
–Fueron hacer compras al pueblo.
–¿Qué te parece si esta tarde, nos vamos a la laguna? –Preguntó Ana.
–No sé…tal vez…
Mariano suspiró y sonrió, como
si finalmente las sombras de los recuerdos se disiparan en su corazón.
–¡Vamos…no seas malo, hace mucho calor!
Después del almuerzo, luego de ordenar los platos, las mujeres se
fueron a dormir la siesta.
Ana volvió de su cuarto con la malla puesta y lista para ir al agua,
Mariano ante tal insistencia no tuvo más remedio que ir a prepararse.
Detrás de una arboleda de sauces, solitaria y apacible, la laguna era solo
un espejo del cielo azul colmado de sol. Un lugar apartado y silencioso, aunque
de vez en cuando el gorjeo de algún ave irrumpía en la quietud del entorno…
Se metieron corriendo al agua, como dos adolescentes traviesos que volvían
del pasado y se reencontraban finalmente…
–Esperá…escuchá el silencio…–dijo él, enigmático.
Ignorando su pedido, ella se sumergió y nadó hasta la otra orilla,
desde allí lo llamó gritando su nombre, con euforia:
–¡Vení Mariano…vení!
Él nadó pausadamente hasta llegar al otro lado, en donde Ana ya se
había sentado a esperarlo. Agotado por el esfuerzo, él se recostó junto a ella…
Ana extendió su brazo, buscando esa mano temblorosa, la apretó con
fuerza, luego se la llevó hasta los labios y la besó…
Hubo un silencio solo interrumpido por el gorjeo de algún ave,
distante…
–Quiero que estemos para siempre así…!
Mariano se incorporó, se tiró para atrás el cabello desordenado:
–Ana, no debemos tentar al mal…
–¿Tentar al mal? ¿No me dijiste que Dios es amor? Yo te quiero
Mariano…
–Mirá, yo quiero ser cura, nuestros caminos se tienen que separar,
sabés?
–No me importa…
–A mí sí me importa…
No hablaron más, Ana se recostó boca abajo y desprendió su corpiño
para que el sol bronceara su piel…
A su lado Mariano, inmóvil, con los ojos cerrados parecía dormitar,
aunque su corazón latía con inquietud…
El sol poderoso, entibiaba el aire, los cuerpos y los pensamientos…
Al día siguiente los invitados se despidieron, ellas se quedaron
nuevamente solas.
Un año y medio después de este encuentro, Mariano que ya había
cumplido sus anhelos y se había consagrado como sacerdote, oficiaba su primera
misa.
La ceremonia tendría lugar en la basílica de Luján, en la cual el
muchacho cumplía sus tareas. Asistirían los fieles y además los familiares del
cura, por lo cual Ana y su madre también habían sido invitadas. Aunque luego de
aquella visita, solo en escasas ocasiones se habían comunicado.
La catedral, majestuosa arquitectónicamente, estaba colmada de gente
en ese otoño templado y luminoso. Un órgano solemne irrumpió para dar comienzo
a la liturgia. Mariano de espaldas al público cumplía los ritos religiosos,
realizando todos los detalles a la perfección. Luego del sermón, un bello
pasaje de la biblia sobre la responsabilidad de los adultos para con su
descendencia, impregnó de meditación el recinto. Habiendo bendecido a los
presentes, el cura se dirigió hacia los que se acercaban a recibir la comunión.
En la hilera divisó la presencia de su familia y se apresuró para
llegar a ella, entre los últimos de la fila, se hallaban Ana y su madre.
La chica llevaba en sus brazos un niño pequeño, pelirrojo…
Se acercó sonriendo, mientras Mariano se detuvo mirando a la criatura,
temblando…
Con el brazo en alto, repitió:
–En el nombre del padre…
8 comentarios:
A medida que leía, crecían mis sospechas de que el curilla al final...¡pecaría! Mis felicitaciones por el bonito relato
Julio Elejalde
Alfredo nos dijo: "El sol poderoso entibiaba el aire, los cuerpos y los pensamientos". Por favor, Carlos, decile a Marta que esta frase me mató.
Mirta nos dijo: GRACIAS! muy hermoso como de costumbre.
Elsa nos dijo: La cosecha de este año ha sido muy buena. Felicitaciones a la escritora! Estos curas
...
A favor del bebé pelirrojo : que sea el padre ... de familia!!!!
Alicia nos dijo: 🤔🤔🤔 le gustará al Papa Francisco??? Qué transgresorrrrr...
Norberto nos dijo:Querida Marta, hoy leí el cuento por segunda vez porque estaba en duda, y lo entendí. Con esto te demuestro que a vos también te leo
Cristina nos dijo: Muy bueno el cuento, Marta!!!
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