El combate perpetuo. De Marcos Aguinis
Extraordinaria narración de la novelesca vida de Guillermo Brown. Tan novelesca es su vida que, si fuese un relato de ficción, uno pensaría que el autor ha exagerado creando un personaje y unas aventuras poco creíbles.
Luego de inicuas injusticias, persecuciones, cárcel y hasta terribles enfermedades tropicales, una y mil veces se recupera y protagoniza notables hazañas. La indiferencia, la envidia y esa inveterada costumbre nuestra de no reconocer valores, salvo que se comparta dogmáticamente una ideología hizo que, más de una vez, fuera condenado al olvido.
Como no podía ser de otro modo, terminó sus días en una modestia tal que su viuda se vio obligada a vender todas sus propiedades, hasta sus anteojos personales. Entre otras notables virtudes, se destaca su hidalguía para con sus vencidos y con sus subordinados.
Si leyendo las últimas páginas, al lector se le escapa solamente un lagrimón y no más, es porque no supo apreciar lo indómito y desinteresado de su vida, así como tampoco fue capaz de reconocer la cálida pluma del autor, o la tersura de su prosa.
Un par de frases de G. B. que cita el autor:
«No me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos»
«Considero superfluos los honores y la riqueza cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores».
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La tiranía de la igualdad. De Axel Kaiser
El autor desarrolla una auténtica defensa del liberalismo desde la óptica de la pretendida igualdad impuesta desde arriba. Y lo hace no solo con un desarrollo teórico en el que demuestra su erudición y su preparación, sino también con ejemplos concretos de donde se han aplicado las ideas que él sostiene o las contrarias. Y los resultados no pueden ser más elocuentes. Me limito a transcribir algunos párrafos.
«Lo que se puede y debe hacer ciertamente es ayudar a los que están peor para que estén mejor, pero eso no es buscar igualdad sino el progreso de aquellos rezagados sin importar qué tan bien le esté yendo a los demás. Esta diferencia es esencial, pues no es lo mismo querer que todos estén igual a que todos estén mejor. Lo primero se logra con la fuerza estatal que suprime la libertad, lo segundo requiere de la libertad para generar prosperidad y de apoyos específicos del Estado que pueden o no resultar en mayor igualdad».
«Hitler prometió “la creación de un Estado socialmente justo” que “continúe erradicando todas las barreras sociales”. No deja de ser asombroso y alarmante que con estos antecedentes tanta gente se empeñe aún en la idea de un Estado providente que controle las dimensiones más sensibles de la vida de las personas».
«La izquierda denuncia una lógica del estricto egoísmo en las personas cuando se trata del mercado, pero una vez que se trata del Estado cambian de lógica y asumen que los gobernantes y burócratas tendrán una tendencia a hacer el bien y posponer su propio interés por el de los demás. Por alguna misteriosa razón los consumidores, los empresarios y los trabajadores persiguen su propio interés en el mercado, pero si pasan al Estado milagrosamente se convierten en criaturas desinteresadas semiangelicales velando por el bien común. La verdad es al revés: si en el mercado todos ganamos cuando al otro le va bien y nuestra honestidad es parte de nuestro activo para ser exitosos, en el Estado, como funciona sobre la base de la coacción, no es necesario ni ser honesto, ni preocuparse por el interés del otro, ni menos por cómo se gasta el dinero ajeno. Y es que en el mercado el coste de las malas decisiones lo asume la persona que tomó la decisión, mientras que en el Estado lo asume el contribuyente».
Tiene, además, estupendas frases de Hitler y Mussolini que dejan completamente claro que, ambos, están ideológicamente más cerca de la izquierda marxista que del liberalismo, por más que sistemáticamente se los cataloga en “la derecha”. No por nada Nazi, es una abreviatura de Nacional SOCIALISMO.
Más que seguir transcribiendo párrafos, lo ideal sería leer el libro entero
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La verdad de las mentiras. De Mario Vargas Llosa
Se trata de una serie de ensayos en los que analiza distintas obras literarias que lo han motivado.
Es muy interesante poder ver distintos enfoques que a uno, al leer las obras se le han pasado por alto. No es de extrañar, teniendo en cuenta la experiencia y la erudición del autor.
Entre otras, analiza obras de Albert Camus, Thomas Mann, James Joyce, Hermann Hesse, Aldoux Huxley, George Orwell, Vladimir Nabokov y varios más, entre los que hay varios que son, para mí, perfectos desconocidos. Y uno se entusiasma por leer alguna de esas creaciones o de volver a leerlas, ahora con la perspectiva que nos da Mario Vargas Llosa. Desde luego que él ha dedicado libros enteros a Madame Bovary de Flaubert (una de sus novelas y autor más admirados), a Los miserables de Victor Hugo y seguramente otros que no conozco. Pero siempre uno saca algo positivo de sus lecturas, por más que, a ratos, sus conceptos son demasiado elevados para lo rudimentario de mis apreciaciones.
En una introducción previa a los comentarios bibliográficos, dice:
De lo que llevo dicho parecería desprenderse que la ficción es una fabulación gratuita, una prestidigitación sin trascendencia. Todo lo contrario: por delirante que sea, hunde sus raíces en la experiencia humana, de la que se nutre y a la que alimenta. Un tema recurrente en la historia de la ficción es el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a alancear molinos de viento, y la tragedia de Emma Bovary no ocurriría si el personaje de Flaubert no intentara parecerse a las heroínas de las novelas románticas que lee. Por creer que la realidad es como pretenden las ficciones, Alonso Quijano y Emma sufren terribles quebrantos. ¿Los condenamos por ello? No, sus historias nos conmueven y nos admiran: su empeño imposible de vivir la ficción nos parece personificar una actitud idealista que honra a la especie. Porque querer ser distinto de lo que se es ha sido la aspiración humana por excelencia. De ella resultó lo mejor y lo peor que registra la historia. De ella han nacido también las ficciones. [...] Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes les ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y fantasías de desear mil. [...] La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal; la comprobación de que somos menos de lo que soñamos.
A propósito de Animal farm de George Orwell, dice:
Lo que es sometido a revisión es la idea de que la única forma de progreso real es el finalismo revolucionario, la solución violenta, radical y única. Si hay un mensaje persuasivo en Animal Farm no es a favor de la pasividad y el escepticismo, sino más bien en contra de las soluciones utópicas irreales y a favor de las viables, concretas y pragmáticas. Fijarse objetivos inalcanzables es condenar de antemano al fracaso los esfuerzos de mejora social. El progreso sólo es imposible cuando la meta está fuera de las posibilidades reales del hombre. Por eso conviene ser menos soñadores, menos nostálgicos, menos ideológicos y más realistas a la hora de encarar los problemas sociales y tener conciencia clara de que entre todas las injusticias una de las más graves está no sólo en la explotación económica sino en la existencia del poder: por ello debe ser siempre controlado, debilitado, pues, si no es así, crecerá y desviará en beneficio propio los esfuerzos de todos. Animal Farm es un llamado de alerta contra la ingenuidad de creer que la única fuente de la injusticia es la explotación económica. En verdad, es múltiple y el progreso no sería real y posible si ella no es detectada y combatida simultáneamente en todos los hilos y recovecos de la urdimbre social.
Tiene, al terminar la recopilación, un fuerte alegato a favor de la literatura y los efectos benéficos que aporta, no solo a quien lee, sino, gracias a su enriquecimiento, a la comunidad a la que pertenece.
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El nuevo intelectual. De Ayn Rand
El libro consta de un ensayo breve, que da nombre a la obra, y de extractos de sus novelas en las que se pueden entender algunos de los conceptos de su obra filosófica. Es tan notable y tan profundo que mejor transcribo pasajes que resultaron salientes para mi siempre parcial criterio.
Gran defensora del capitalismo y de los logros de la sociedad norteamericana con su Constitución, nos ofrece párrafos como el siguiente:
Los Fundadores no fueron ni místicos pasivos que adoraban la muerte ni saqueadores que buscaban el poder en forma insensata; como grupo político, fueron un fenómeno sin precedentes en la historia: eran pensadores pero también hombres de acción. [...] rechazaron la teoría del sufrimiento como el destino metafísico del hombre, proclamaron el derecho a la búsqueda de la felicidad, y estaban decididos a establecer en la Tierra las condiciones requeridas para la existencia apropiada del hombre, por el poder de su intelecto “sin mediar otra ayuda”. [...] La libertad intelectual no puede existir sin libertad política; la libertad política no puede existir sin libertad económica; el corolario es una mente libre y un mercado libre.
Y, hablando más concretamente del capitalismo:
El sistema social sin precedentes cuyos fundamentos fueron establecidos por los Fundadores, el sistema que instituyó los términos, el ejemplo y el patrón para el siglo XIX –y que se propagó por todos los países del mundo civilizado– fue el capitalismo. [...] El grado de libertad económica de cualquier país dado fue el grado exacto de su progreso. EUA, el más libre, logró ser el más avanzado. El capitalismo arrasó con la esclavitud en materia y en espíritu. Reemplazó al bárbaro y al hechicero, Al saqueador de riquezas y al vendedor de revelaciones, por dos tipos nuevos de hombres, el productor de riquezas y el proveedor de conocimientos: el hombre de negocios y el intelectual. [...] Mediante la organización del esfuerzo humano en empresas productivas, crea empleo para hombres de incontables profesiones. Es el gran liberador que, en el breve lapso de un siglo y medio, ha liberado a los hombres de la esclavitud de sus necesidades físicas, los ha relevado de la carga pesada y terrible de una jornada laboral de dieciocho horas de trabajo manual para la mera subsistencia, ha puesto fin a las hambrunas, las pestes, el terror y la desesperación paralizante en la cual la mayor parte de los hombres había vivido durante todos los siglos precapitalistas, y en la cual la mayoría de ellos todavía vive en los países no capitalistas.
Cuando la autora habla de la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo, dice que los intelectuales no fueron capaces de ver y transmitir lo eso significaba y que estaba ocurriendo delante de sus propias narices:
Los hombres que trabajaban en otras profesiones no fueron capaces de dar un paso atrás y observar. Si algunos veían que podían abandonar sus granjas por una probabilidad de trabajar en una fábrica, eso fue todo lo que supieron. Si sus niños tenían ahora la posibilidad de sobrevivir más allá de la edad de diez años (la mortalidad infantil había sido aproximadamente de un cincuenta por ciento en la era precapitalista), no pudieron identificar la causa. No podían decir por qué las hambrunas periódicas –que habían arrasado cada veinte años a la población "excedente" que las economías precapitalistas no podían alimentar– ahora habían llegado a su fin, así como las carnicerías de las guerras religiosas. [...] Los intelectuales eligieron no decírselo.
Los intelectuales, o su mayoría predominante, permanecieron siglos a la zaga de su época: todavía buscando el favor de los nobles protectores, algunos de ellos lamentándose por la "vulgaridad" de los emprendimientos comerciales, escarneciendo a aquellos cuya riqueza era "nueva” y, simultáneamente, culpando a estos fabricantes nuevos de riqueza por toda la pobreza heredada de los siglos en los que habían regido los dueños de la riqueza noblemente "no comercial”. Otros denunciaban a las máquinas como "inhumanas” y a las fábricas como una mancha en la belleza del campo (donde antes había horcas erigidas en los cruces de caminos). Otros demandaban un movimiento "de regreso a la naturaleza", a las artesanías, a la Edad Media. Y algunos atacaban a los científicos por indagar acerca de los "misterios" prohibidos e interferir con los designios de Dios.
La víctima de la injusticia más infame de los intelectuales fue el hombre de negocios.
[...] los intelectuales eran reacios a diferenciar entre el hombre de negocios y el bárbaro, entre el productor de riqueza y el saqueador. [...] Por lo tanto, no indagaban acerca de la procedencia de la riqueza o jamás se preguntaban qué la había hecho posible. [...] Tomaron como axioma, como un fundamento irreductible, que la riqueza sólo puede ser adquirida por la fuerza, y que una fortuna como tal es la prueba del saqueo, sin hacer ulteriores distinciones o averiguaciones necesarias.
Con la mirada todavía puesta en la Edad Media, mantenían este punto de vista en medio de un período en el cual una cantidad enorme de riqueza, jamás vista antes en el mundo, se mostraba a su alrededor. Si los hombres que habían producido esa riqueza eran ladrones, ¿a quién se la habían robado? Entre todas sus vergonzosas evasivas, la respuesta de los intelectuales fue: a aquellos que no la habían producido. [...]
Evadiendo la diferencia entre la producción y el pillaje, llamaron al hombre de negocios ladrón. [...] Evadiendo la diferencia entre la recompensa y el terror, lo llamaron explotador. Evadiendo la diferencia entre el comercio y la fuerza, lo llamaron tirano. El asunto más crucial que tuvieron que evadir fue la diferencia entre lo ganado y lo no ganado.
¿Y si hablamos del Pecado Original?
El nombre de este monstruoso absurdo es 'Pecado Original'. Un pecado sin tener opción es una bofetada a la moral y una insolente contradicción: algo que está fuera de la posibilidad de elección, está fuera del territorio de la moral. Si el hombre es malvado de nacimiento, no tiene voluntad ni poder para cambiar; y, si no tiene voluntad, no puede ser bueno ni malo: los robots son amorales. Considerar la naturaleza del hombre como su pecado es una burla a la naturaleza. Castigarlo por un crimen que cometió antes de nacer es una burla a la justicia. Considerarlo culpable en una cuestión en la que no existe la inocencia, es una burla a la razón. Destruir la moral, la justicia, la naturaleza y la razón por medio de un único concepto, es una hazaña del mal difícil de igualar.
Cuestiona al respecto la creencia de que el hombre nace con libre albedrío pero con “tendencia al mal” y al respecto dice:
El libre albedrío pero con una tendencia al mal es como un juego con dados “cargados”: obliga al hombre a esforzarse para jugar, asumir responsabilidades y pagar por el juego, pero la decisión está desequilibrada a favor de una opción que no puede evitar. Si esa “tendencia” es por su elección, no puede poseerla al nacer; si no la ha elegido, su albedrío no es libre. [...] Su mito declara que él comió el fruto del árbol del conocimiento, adquirió una mente y se convirtió en un ser racional. El conocimiento del bien y del mal lo convirtió en un ser moral. Fue sentenciado a ganarse el pan con el sudor de su frente: se convirtió en un ser productivo. Fue sentenciado a experimentar el deseo: adquirió la capacidad del goce sexual. Los males por los cuales se lo condena son la razón, la moral, la creatividad, la alegría; es decir, todos los valores cardinales de su existencia. No son sus vicios los que el mito de la caída del hombre explica y condena; no son sus errores los que se exhiben como su culpa, sino la esencia de su naturaleza humana. Fuera lo que fuere, ese robot que existía sin mente, sin valores, sin trabajo y sin amor en el Jardín del Edén, no era un hombre.
[...] Le has enseñado que su cuerpo y su conciencia son enemigos enzarzados en una lucha mortal, dos antagonistas de naturalezas opuestas, reclamos contradictorios, necesidades incompatibles; que beneficiar a uno es perjudicar al otro; que su espíritu pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión del mal que lo mantiene en cautiverio en esta Tierra; y que lo bueno es vencer al cuerpo, minarlo durante años de paciente lucha, cavando un camino hacia esa gloriosa salida que conduce a la libertad de la tumba.
Le han enseñado al hombre que es un inadaptado sin esperanzas compuesto por dos elementos, ambos símbolos de la muerte. Un cuerpo sin un espíritu es un cadáver, un espíritu sin un cuerpo es un fantasma; sin embargo esa es tu imagen de la naturaleza humana: el campo de batalla de un conflicto entre un cadáver y un fantasma [...]
Como producto de la división del hombre entre espíritu y cuerpo, hay dos clases de maestros de la Moral de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a los que llamas espiritualistas y materialistas; los que creen en la conciencia sin existencia y los que creen en la existencia sin conciencia. [...]
El bien, dicen los místicos del espíritu, es Dios, un ser cuya única definición es que está más allá de los poderes de comprensión del hombre; tal definición invalida la conciencia humana y anula sus conceptos de la existencia. El bien, dicen los místicos del músculo, es la Sociedad, una cosa a la que definen como un organismo que no posee forma física, un súper ser no corporizado en nadie en particular y en todos en general, en el cual participan todos excepto tú. La mente del hombre, dicen los místicos del espíritu, debe estar subordinada a la voluntad de Dios. La mente del hombre, dicen los místicos del músculo, debe estar subordinada a la voluntad de la Sociedad. [...] El propósito de la vida del hombre, dicen ambos, es convertirse en un zombi abyecto al servicio de una intención que no conoce, por razones que no debe cuestionar. Su recompensa, dicen los místicos del espíritu, le será dada más allá de la tumba. Su recompensa, dicen los místicos del músculo, le será dada en la Tierra… a sus tataranietos.
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Testimonios. De Victoria Ocampo
Especial capacidad de la autora de contar con gracia e inteligencia anécdotas que, si no son bien escritas, carecerían de interés y significado. Su honestidad intelectual la lleva a hacer ácidas críticas a ciertos personajes (Borges, por ejemplo), sin que por ello disminuya su admiración por su obra. Hermoso el testimonio acerca de Martínez Estrada, donde desliza frases como:
«Podré disentir con usted, eso es todo. Hasta podré disentir violentamente. No es la primera vez que esto me ocurre con un amigo sin que por eso deje de ser su amiga». O esta otra: «…estoy de acuerdo en que nuestro país ha bajado su nivel. Su nueva ola de incultura, su pobreza espiritual (que no es lo mismo que pobreza de espíritu), su fácil aceptación del más o menos, se han convertido en rasgos nacionales».
1 comentario:
Mirta nos dijo: Gracias por compartir. siempre interesante.
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