jueves, 16 de diciembre de 2021

Problemas recurrentes

Nuestros problemas son tan recurrentes, que las situaciones que uno describe pueden seguir vigentes algunas décadas más tarde. Por eso me permito repetir algunas reflexiones que hice hace ya… un tiempito.

Tiro en los pies

Con esta expresión se quiere significar que, una medida o resolución que se tome aún con sanísimas intenciones (a veces a las apuradas, a veces por simple estupidez o por seguir ciegamente un dogma doctrinario), puede ser absolutamente perjudicial o contraria a lo que se intentaba lograr.

Así es que, los diarios piquetes que asuelan Buenos Aires (imagino que otro tanto puede ocurrir en muchas ciudades del país), siempre reclamando mejores sueldos, más dádivas, subsidios, y toda suerte de “conquistas sociales” solo logran: 1.- dificultar notablemente el acceso al trabajo de quienes, con sus impuestos, serán la fuente de donde saldrán los recursos reclamados, 2.- desalentar la inversión creadora de nuevas fuentes de trabajo (tal vez en su absoluta inconsciencia, no piensen en las fuentes de trabajo sino en más y más subsidios) y 3.- provocar en los perjudicados directos, que son quienes solo desean llegar a destino, sentimientos cuasi asesinos y contrarios a su causa.

Ortega y Gasset, en “La rebelión de las masas” lo dice con una claridad que parece haber sido escrito para la realidad argentina.

Mi tesis, pues, es ésta: la perfección misma con que el siglo XIX ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre.

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¿Generosidad o estupidez supina?

Me gustaría saber si en nuestros países limítrofes permiten que vayan argentinos a radicarse, y a girar remesas a sus países, y si les permiten atenderse gratis en los hospitales, y estudiar gratis en la universidades, y ocupar espacios públicos y... Somos todos hermanos latinoamericanos, pero algunos somos, además, medio b... buenudos.

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Salvación

“A este país lo salva el peronismo o no lo salva nadie”. Notable frase que he oído más de una vez, pronunciada, desde luego, por algún adicto al escudo y la marchita.

Faltaría decir cuál es el peronismo que va a salvar al país. ¿El de López Rega, Isabel y la Triple A? ¿Será el de los montoneros y la “juventud maravillosa”, será el de Menem en los 90 o el de la Década Afanada? (digo “afanada” por el afán con que se dedicaron a lo suyo).

Más allá de cuál de sus variantes resulte ser la redentora, habría que preguntarse de qué necesita salvarse la Argentina. Porque si consideramos que de los últimos 38 años, desde la recuperación de la democracia, 26 fueron gobernados por el partido “salvador” y vemos la situación en que viven muchos de nuestros compatriotas, daría la sensación que encargarle al PJ la salvación sería algo así como contratar a un borracho para que nos cuide el vino.

Y, hablando de “salvación”, vale la pena recordar un párrafo de Marcos Aguinis en “Un país de novela”.

Alternan en nuestro espíritu la solución y la salvación. Es útil reflexionar sobre esto. Porque la solución exige serenidad, autoconfianza y racionalidad; en cambio la salvación prescinde de ellas. La solución es tarea de uno, la salvación es tarea de otro. La solución puede ser fallida y demandar un nuevo esfuerzo; la salvación es infalible. La solución requiere paciencia, la salvación requiere ansiedad. [...] La salvación no necesita de la democracia sino del mesías. [...] Entonces, la salvación se oculta tras el antifaz de aparentes soluciones; pero en vez de impulsarlas, las sabotea; en vez de mejorarlas, las desacredita. Las soluciones fallidas se convierten en el camino de un recrudecimiento salvacionista. 

 

 

martes, 7 de diciembre de 2021

Lecturas

Historia de la conquista del Perú.  De William Prescott 

Con la historia de la conquista del Perú, nuevamente sorprende este autor. Obra más lograda, a mi entender, y más entretenida que la referida a la conquista de México, nos da una idea no solo de los hechos estratégicos y bélicos que se pueden leer en cualquier libro de historia, sino también de las vicisitudes y penalidades increíbles que tuvieron que soportar los primeros conquistadores. La inmensa y variable geografía y climatología de ese impresionante imperio que era el de los Incas, fueron obstáculos si se quiere más formidables para la gesta de la conquista y posterior colonización que la resistencia que los incas pudieron ofrecerles.

La obra comienza, al igual que en la de México, con una semblanza de la civilización andina que es absolutamente fascinante. Vemos el perfecto mecanismo, podríamos decir de relojería, con que se manejaba la sociedad incaica. Todo estaba absolutamente reglamentado hasta detalles increíbles. Y, así como lograron algo absolutamente inédito en cualquier tiempo y espacio geográfico que es el hambre cero, también la libertad individual era cero. Cada individuo debía permanecer en la aldea donde nació y debía hacer lo que se le mandaba cada día de su vida. Los impuestos o tributos se pagaban con trabajo, ya que no existía la moneda. Primero se cultivaba la tierra del gobierno (ejércitos, sacerdotes y nobles), luego la de los ancianos de la aldea y los incapacitados y finalmente la tierra propia. A su vez, el producto de su trabajo era administrado por los funcionarios locales, de modo que se pudiera intercambiar parte del mismo por productos provenientes de otras regiones del vasto imperio. Y este control gubernamental llegaba a las cuestiones más íntimas de la vida de sus súbditos. Se trataba de un “suave despotismo”.

Las extraordinarias reglamentaciones con respecto al matrimonio bajo el reinado de los incas son sumamente características del talante del gobierno, que lejos de limitarse a asuntos de interés público, se introducía en los recovecos más privados de la vida familiar, no permitiendo a ningún hombre, por muy humilde que fuera, actuar por sí mismo, incluso en aquellas cuestiones personales en las que nadie excepto él o su familia como mucho, se supone que deberían estar interesados. No había peruano que fuera demasiado bajo para el amparo vigilante del gobierno. Nadie se encontraba tan alto como para que la dependencia de cada acto de su vida pasara desapercibida. Su misma existencia como individuo era absorbida dentro de la comunidad. Sus esperanzas y sus miedos, sus alegrías y sus penas, la más tierna compasión de su naturaleza, que normalmente quedarían fuera de la vigilancia, estaban todas reguladas por la ley. No se le permitía siquiera ser feliz a su propia manera. El gobierno de los incas era el más suave, pero el más escrutador de los despotismos. 

[El gobierno] «mostraba constantemente el interés afectuoso de unos padres con sus hijos, sin embargo los contemplaba solo como niños que nunca debían salir del estado de pupilaje para actuar y pensar por sí mismos, sino que todos sus deberes terminaban en la obligación de la obediencia ciega. 

A diferencia de lo ocurrido en México con Cortés, que aprovechó el descontento de las tribus sometidas por los aztecas con tremendas exacciones (que no eran solo en especies sino en vidas humanas para sacrificar a sus sanguinarios dioses), en Perú Pizarro pudo conquistar este bien ordenado imperio por la fortuita (y afortunada para los españoles) circunstancia de que estaba atravesando una inédita guerra interna por la sucesión al trono entre dos hijos de un gran Inca que fue Huayna Capac. Dos de sus hijos, Huáscar y Atahualpa, se disputaban por entonces la legitimidad de sus derechos sucesorios. Esto motivó que sus fuerzas estuvieran divididas y sus preocupaciones también.

El autor explora (y conjetura, desde luego) en las personalidades, propósitos, anhelos y ambiciones de muchos de los personajes, tanto españoles como indígenas. Sus reflexiones son sumamente interesantes al mostrarnos ciertos aspectos que no abundan en libros de historia más ortodoxos. 

Locos de Dios.  De Santiago Kovadloff 

El autor resalta la imagen de los profetas del antiguo testamento como críticos de las clases dominantes en Israel, por apartarse de la doctrina o la ley revelada al pueblo judío. Y compara ese mensaje con los de algunos personajes de la historia, como ser Jesús, Pablo de Tarso, Maquiavello, Camus o Mandela. Todos ellos, por convicción propia o por revelación divina, supieron enfrentar (de palabra aunque en casos, arriesgando el pellejo y aún perdiéndolo) al poder de turno. La prédica era de denuncia, sin pretender una rebelión ni la toma del poder, sino la toma de conciencia del pueblo o al menos de sus dirigentes. En esto, Mandela es una clara excepción ya que dio un paso más allá  de ese ideal: lo concretó. 

También dice que en Mandela, 

...el moralista y el hombre de acción se conjugan en él. [...] Pero, a diferencia del pueblo judío, que en su hora desoyó al profeta, el pueblo de Mandela escuchó a su líder. Y entonces lo imposible ocurrió. [...] Mandela decepcionó a los violentos. Desconcertó a los racistas que creían adivinar su desprecio. Pocos comprendieron, en el momento de su liberación, en qué había transformado aquel hombre su dolor. Pocos sabían que había extirpado el odio de su entendimiento.

Por su parte, cuando habla de Camus, nos relata la increíble capacidad que tuvo de comprender que la violencia siempre existirá, que el odio y la corrupción también; pero eso no es obstáculo, sino más bien aliciente, para denunciarlos y enfrentarlos. Intentar erradicar esos males es no comprender el alma humana. 

El libro es muy profundo en sus reflexiones sumamente abstractas; tanto lo es que vale la pena su lectura.

La invención de la Argentina.  De Nicolás Shumway 

La reciente lectura de este valioso libro me llevó a hacer una serie de reflexiones acerca de nuestro país.

El autor, oriundo de USA, es un apasionado de la historia argentina. Desarrolla en este ensayo una revisión de las ideas que recurrentemente sostiene nuestra clase política. «Ficciones orientadoras» es la forma como las llama. Lo que es notable, para el autor, es no solo la recurrencia sino más bien la falta de una idea que aglutine al conjunto de los argentinos o, al menos, a una mayoría importante. Algunas ideas que no se discutan y tras las cuales se encolumne el grueso de nuestros esfuerzos. Por el contrario, ya desde el principio (25 de mayo de 1810) las distintas percepciones de lo que debería ser el país, fueron irreconciliables, y los partidarios de cada bando jamás, o con rarísimas excepciones, pensaron en oír o analizar las razones del contrario y muchísimo menos acordar con él. 

Estuvo en la mente de muchos dirigentes del siglo XIX el exterminio del bando contrario; a su turno, los perseguidos, que pudieron ser los unitarios, los federales o los indios, también tenían como objetivo la eliminación de su anterior perseguidor. Hubo formas más sofisticadas, como el fraude, la proscripción, los ataques a la prensa crítica –con censura lisa y llana, aprietes, asfixia económica–, desafuero y encarcelamiento de legisladores opositores, etc. 

Podríamos decir que nuestros dirigentes se caracterizaron por el poco apego a las costumbres republicanas; cuando se accedía al gobierno, se pretendía el poder absoluto y para ello no se dudó en recurrir al fraude o a golpes de estado. Y a ello no escapan muchos de los que luego se declararon campeones de la democracia.

En este sentido, el autor nos transcribe una anécdota (no es literal, sino lo que recuerdo de ella): Estaba Lucio V. Mansilla leyendo El contrato Social y su padre, Lucio N., le dice: «Cuando se es sobrino de Rosas, no se lee este libro si se quiere seguir viviendo en el país». Toda una definición del clima de la época. 

Cita una frase que atribuye a Guido Spano: «Por muy malo que haya sido el gobierno de Rosas, los liberales, en su rigidez fanática, empeoraron las cosas». Y luego el autor reflexiona que Los “liberales” argentinos (Mitre), no dudaron en perseguir opositores, silenciar la prensa crítica, y eliminar a los caudillos» (tampoco es cita literal). Estos liberales, según el autor, reemplazaron caudillos de poncho por caudillos de frac; caudillos semibárbaros por caudillos semicultos. 

La concepción maniquea de la realidad, el absolutismo de creerse dueños de la Verdad Única –que en Sarmiento se expresa claramente como “civilización y barbarie”– llevó a la absoluta incomprensión de las verdades, siempre relativas, que pudieran expresar los adversarios, que siempre se vieron más bien como enemigos. 

¿Cuántas veces, en la historia reciente que hemos visto violar la Constitución “para defenderla”? 

¿Cuántas veces se recurrió a la eliminación del adversario, pensando que se terminaba con su causa? Desde Dorrego a Peñaloza o los desaparecidos de la “Guerra sucia”. ¿Se terminó con ello al bando contrario? 

El epílogo tiene reflexiones realmente jugosas de cómo nos ve un extranjero:

Epílogo (Fragmentos)

[...] Viajé a la Argentina por primera vez en 1975, [donde] tenía la intención de entrevistar a Borges y buscar documentos para mi tesis doctoral. [...] Mis primeros contactos con el país se mostraron severos críticos del peronismo, del caos político y económico de Isabel, y del "nazi-onalismo". También eran modelos de cosmopolitismo, cortesía y estilo, versados en ópera, arte, literatura, lingüística chomskiana, psicoanálisis lacaniano, cine europeo y todos los demás temas requeridos para ser "culto". [...] Estos argentinos se mostraron asimismo extraordinariamente hospitalarios para conmigo, así como indulgentes con el "primitivismo cultural" que los argentinos cultos suelen encontrar en los norteamericanos. Jamás me olvidaré de la ocasión en la cual fui presentado por un amigo argentino como "norteamericano pero culto". Con el tiempo, conocí a argentinos que reflejaban perspectivas muy distintas. Uno de ellos fue la mujer que hacía la limpieza de mi departamento, y que al cabo de varias conversaciones me dijo que yo nunca entendería a la Argentina hablando con Borges. [...] Aunque criticaba a Isabel, era leal al recuerdo de Perón: para ella seguía siendo el hombre que representó al pueblo humilde, el que puso en su lugar a la oligarquía antiargentina, el que defendió la soberanía nacional contra el capitalismo extranjero, el que hizo sentir a gusto en su papel a los trabajadores, el que salvaguardó las tradiciones católicas del país, y protegió a la familia. [...] También conocí a otros peronistas: izquierdistas que insistían en que Perón había sido un revolucionario con un idioma diferente; intelectuales que admitían los defectos de Perón, pero aun así insistían en que el peronismo era la única alternativa a los "vendepatria" liberales; historiadores peronistas que me hicieron oír por primera vez términos como "Historia Oficial" o "historia falsificada"; nacionalistas que se identificaban como "rosistas" y llamaban a sus enemigos "sarmientistas", aunque Rosas y Sarmiento descansaban en sus tumbas hacía muchos años; y un temible fanático antisemita para quien la Argentina era el último bastión de la cristiandad y que afirmaba que sólo eliminando a los subversivos antiargentinos (incluidos los curas tercermundistas) el país podría reclamar su puesto de primera línea entre las naciones. Las divisiones que estaba observando, y por supuesto comprendiendo sólo a medías, se me hicieron particularmente notorias en una de las experiencias más incómodas de mi vida. Antes de volver a los Estados Unidos, di una fiesta a la que invité a algunos de los que me habían ayudado en mi investigación. Con mi falta de experiencia, no tomé en cuenta el color político de mis invitados, por lo cual vinieron mezclados liberales y nacionalistas, cosmopolitas y populistas, sarmientistas y rosistas. No bien había empezado la fiesta, varios de mis invitados se trenzaron en acaloradas discusiones. Los liberales hablaban de la declinación nacional según las tasas de crecimiento económico, de inflación, salarios reales, productividad, producto bruto, problemas sociales, etc., todo lo cual me resultaba perfectamente comprensible en tanto soy una persona educada en los marcos del liberalismo. Los nacionalistas, en contraste, hablaban un idioma desconocido, con frases corno "el ser argentino" y "el pensamiento nacional". Según ellos, la necesidad más urgente del país era un presidente auténticamente argentino que pudiera resistir a las influencias externas y captar la voluntad genuina del pueblo más allá de las convenciones electorales burguesas. Por más esfuerzos que hice, no pude entender de qué estaban hablando, cosa que ellos atribuyeron al simple hecho de que yo no era argentino, explicación que también aplicaban a cualquiera que cuestionara sus presupuestos, no sólo a extranjeros. Pero lo que más me impresionó fue su retórica. Mis invitados hablaban lenguas distintas, que se remitían a ficciones orientadoras radicalmente diferentes. El consenso, o siquiera una apreciación del punto de vista ajeno, era imposible. Desde esa primera visita, he vuelto a la Argentina muchas veces y dedicado gran parte de mi vida profesional a estudiar la historia y la literatura argentinas. [...] sigue asombrándome hasta qué punto la Argentina moderna sigue en diálogo con su pasado, cómo los ecos de debates del siglo XIX siguen resonando en prácticamente toda discusión que tengan los argentinos sobre sí mismos y su país, cómo los fantasmas retóricos de Moreno, Hidalgo, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Andrade y Hernández siguen habitando el país. Estos fantasmas sobreviven quizás porque la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto de sus ficciones orientadoras. La Argentina es una casa dividida contra sí misma, y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra. [...] En el mejor de los casos, las divisiones argentinas llevan a una impasse letárgica en la que nadie sufre demasiado; en el peor, la rivalidad, sospechas y odios de un grupo por el otro, cada uno con su idea distinta de la historia, la identidad y el destino, llevan a baños de sangre como las guerras civiles del siglo pasado o la "guerra sucia" de fines de la década de 1970. Si bien las crisis recurrentes del país tienen, obviamente, muchas causas y explicaciones, no puedo evitar el sentimiento de que los mitos divergentes de la nacionalidad legados por los hombres que inventaron la Argentina siguen siendo un factor en la búsqueda frustrada de la realización nacional. 



miércoles, 3 de noviembre de 2021

Lecturas...

 Las virtudes burguesas. De Deirdre McCloskey

Un profundo recorrido por las ideas del liberalismo con mucha cuestión filosófica, no todas a mi alcance. No obstante se rescatan valiosísimos conceptos a favor de la moral burguesa y su poder de construir sociedades prósperas y razonablemente justas

Explica claramente y con ejemplos cómo los países pobres son aquellos donde, en lugar de la negociación, impera el robo y la apropiación del fruto del trabajo de aquellos que crean la riqueza.

También nos cuenta cómo fue que la burguesía, persiguiendo su lucro personal, ha contribuido más que ninguna otra clase social en la historia a la prosperidad de la población. Y el capitalismo es su expresión, en lo económico, de su esquema de valores. Y nos lo ilustra haciéndonos ver la calidad de vida de nuestros tatarabuelos con un ejemplo:

Se trata de un diario llevado a cabo por una mujer estadounidense de clase media o alta (sabía leer y escribir, cosa no tan frecuente por entonces en una mujer) de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Mckloskey reproduce algunas de las 10.000 entradas del diario, que nos dan una idea de la calidad de vida promedio de por entonces.

Asistí a los funerales de [nombre ilegible de un niño], fallecido el 19 de manera súbita, con apenas cuatro años y un día [...]  La esposa del Capitán Lamb [y] las esposas de Solon Cook y Ebeneezer Davis Jr. murieron durante el trabajo de parto; los bebés también fallecieron [...] Una tormenta de nieve; frío para ser marzo [...] Me caí dos veces, una de camino allá y la otra de regreso [...] Recorrí caminos donde le nieve me llegaba casi a la cintura [...] Un poco después del mediodía me llamó Mr. Edson para que fuera a ver a su esposa, quien estaba por dar a luz [...] El río [era] peligroso pero llegué a salvo con la protección de Dios [...] Las pulgas no me dejaron dormir. Encontré 80 de ellas en mi ropa tras volver a casa [...] Limpié un poco del excremento al fondo de la letrina [...] El barril [de agua de lluvia] se congeló. 

Todo ello quedó atrás, al menos para una enorme mayoría, gracias al capitalismo y su increíble capacidad de crear riqueza. A este respecto, cita a Joseph Schumpeter que, en 1942 dijo: 

El éxito capitalismo no consiste, normalmente, en producir más medias de seda para reinas». [El verdadero éxito consiste] «en poner [las medias de seda] al alcance de las obreras como recompensa a un esfuerzo cada vez menor.

Explica también el arraigo que solemos tener a una ideología concreta por haberla abrazado en épocas tempranas de nuestra juventud y haber perdido la capacidad de reflexión sobre las mismas o a una sensación de traición ante la posibilidad de cambiar de rumbo.

Otro mito que derrumba es el de creer que la Revolución Industrial y el capitalismo liberal terminaron con la idílica vida rural de nuestros ancestros.

Por siglos, en todos los países del mundo, los pobres se han desplazado de la aldea a la ciudad con libertad si no es que júbilo, aun cuando las ciudades mataban a mucha gente. Piénsese en los cientos de millones de labriegos chinos que a partir e la década de 1990 se desplazaron a las ciudades al este del país, la migración más grande en su tipo de la historia. En 2004, vivir en los dormitorios de una fábrica en la ciudad de  Changshu, al norte de Shangai, trabajar 77 horas a la semana durante 11 meses al año haciendo cánulas intravenosas para hospitales occidentales, y llevar a casa, 500 dólares netos (de hacer las cosas con mucho cuidado), parecía una mejor opción, para la joven de 19 años Bai Lin que quedarse en su aldea natal Dos Dragones.

Si en su condición de acomodado residente de una ciudad occidental que labora en su oficina, usted piensa que el trabajo al aire libre debe ser mucho mejor que estar enjaulado, es muy probable que nunca haya trabajado más de un día o dos al aire, que nunca haya segado los campos de Wiltshire o construido caminos en Massachussets, por no hablar de sembrar arroz en Dos Dragones. Hay una razón por la que, de poder elegir, casi todos prefieren trabajar bajo techo, en oficinas con calefacción y aire acondicionado en ciudades ajetreadas. 

No obstante, muchos creen aún que la vida campestre o pastoril, era como la de la familia Ingals.

Estas son solo algunas de las razones que desarrolla para su inteligente defensa de las “Virtudes Burguesas” y de las bondades insuperables, hasta el momento, del capitalismo liberal.

El 19 de marzo y el 2 de mayo. De Benito Pérez Galdós

Deliciosa lectura, como se podía esperar de un autor de semejante talla. Con una maestría genial, nos intercala la historia central de la novela dentro de los episodios de la invasión napoleónica a España. Y los personajes, sin dejar de vivir sus historias de amores contrariados, de avaros, de ingenuos, de impetuosos, se ven inmersos en las inevitables intrigas previas a las revueltas que los van envolviendo irremediablemente. 

Como es de rigor en autores de tal envergadura, nos da una imagen acabada de las pasiones que mueven a cada personaje y no solo con descripciones sino, simplemente, dejándolos actuar.

Para dar solo una idea de uno de los avaros, que nada tiene que envidiar al Sr. Grandet de Balzac, transcribo un párrafo de Pérez Galdós en el que una avarienta mujer aconseja a su empleado (casi un vasallo sirviente para todo menester):

Eres un rapaz de provecho; si sigues trabajando, a vuelta de diez años tendrás reunidos setenta duros, y si siempre persistes en tan buenas ideas, llegarás al fin de tu vida (pongo que vives sesenta años más…) con un capital de trescientos sesenta duros que tendrás guardaditos y los enterrarás antes de morirte, para que ningún heredero holgazán se divierta con tu dinero. 

Bailén.  De Benito Pérez Galdós 

Continúa la saga de Gabriel y su amor complicado con Inés. Todo ello en el marco de la invasión napoleónica a España y el inesperado triunfo español, en Bailén, sobre las hiperprofesionales tropas imperiales. 

Rescato unos párrafos muy logrados, respecto del Quijote y su consustanciación con el entorno en que lo ubicó Cervantes. algo extenso pero de una belleza poética como pocos autores pueden regalarnos:

Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país, donde el sol está en su reino y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero hase acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. En opinión general es la Mancha la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del vagón, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de don Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda. 

Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el leguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores. 

Respecto de la guerra y lo que insufla en el ánimo de la gente la proximidad de la batalla decía: 

En Córdoba reinaba gran impaciencia por la tardanza del ejército de Castaños. Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo. A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no sé cómo las Juntas y los generales podían resistirla. 

Principió el chaparrón de comentarios sobre la lentitud con que Castaños organizaba sus tropas: unos aseguraban que tenía miedo; otros, que estaba decidido a dar la batalla, pero que, seguro de perderla, tenía tomadas sus medidas para retirarse a Cádiz y huir a las Américas con lo más granado de sus tropas; otros en fin, se atrevieron a más, y pronunciaron la palabra traidor. Esta palabra no era entonces palabra, era un puñal [...] Inútil era decir a los impacientes de Córdoba que un ejército no se instruye, arma y equipa en cuatro días: nada de esto entendían. Aunque al través del tiempo nos parezca lo contrario, entonces se chillaba mucho, y también había quien tomara muy a pechos los asuntos de la guerra sólo por el simple placer de meter ruido, y también por hacerse de notar. Todos los días oíamos decir: «Mañana viene el ejército», o «Ya ha salido de Utrera, ya está en Carmona ... ». Pero pasaban los días y el ejército no venía. 

En tanto, en Córdoba no cesaban los trabajos. Si no tienen ustedes idea de lo que es el delirio de la guerra, entérense de aquello. En los tiempos actuales, si hay guerra, las señoras, llevadas de sus humanitarios sentimientos, se ocupan en hacer hilas. ¡Ay!, entonces las señoras tenían alma para ocuparse en fundir cañones. ¡Cuando tal era el espíritu de las mujeres, cómo estarían los hombres! ¡Hilas! Allí nadie pensaba en tales morondangas. 

Cosa parecida vivimos en nuestro medio cuando se avecinaba el enfrentamiento con el Reino Unido por Malvinas, tiempos en que todo el mundo opinaba acerca de armamentos, estrategias y logística, aún sin tener idea de lo que es oír el silbido de una bala.

El sueño más dulce.  Doris Lessing 

Un libro que va de menor a mayor; a tal extremo que, al principio, estuve a punto de abandonarlo. Muchos jóvenes que comparten una casa que los cobija a todos, hacen que la trama sea, en un principio, poco creíble y algo confusa. Pero con el correr de la lectura, se van aclarando los tantos. Es una muy interesante revisión de la cultura y las modas de los años 60 y décadas posteriores, con sus personajes arquetípicos, tanto el intelectual como el “revolucionario” y los acólitos que lo admiran, aunque su revolución sea de salón. También nos da una imagen tremenda del África postcolonial. Estos últimos capítulos son los que levantan el nivel de interés. Me hizo recordar “El ojo del leopardo” de Henning Mankell, que seguramente volveré a leer.

Fragmentos:

A propósito de la actitud dogmática de ciertos esclarecidos doctrinarios. Luego de oír demoledoras críticas al estalinismo, por parte de un camarada que soportó los rigores de la policía política del régimen por haber expresado algunas críticas, otro camarada, convencido de lo contrario, argumentaba que era «propaganda antisoviética pergeñada por la CIA». Dice la autora:

Uno puede pasar una hora y media escuchando información capaz de destruir los cimientos de su preciosa fe, o información que no coincide con lo que ya se ha aprendido, y no asimilarla.

El feminismo (o alguien a quien odiar):

Algunas personas han llegado a la conclusión de que nuestra mayor necesidad –la del ser humano– es tener alguien a quien odiar. Durante décadas, las clases altas desempeñaron este práctico papel, que en los países comunistas les acarreaba la muerte, la tortura y el encarcelamiento, y en países más ecuánimes, como Inglaterra, sencillamente las hacía merecedoras del oprobio general o de molestas obligaciones, como la de adquirir un acento cokney. No obstante, últimamente ese credo empezaba a quedar desfasado. El nuevo enemigo –los hombres– resultaba aún más útil, pues abarcaba a la mitad de la especie humana. A lo largo y ancho del planeta las mujeres enjuiciaban a los hombres. [...] Nunca han existido personas más arrogantes y seguras de su superioridad moral, ni con menor capacidad de autocrítica. Sin embargo, solo marcaron una etapa del movimiento de liberación de la mujer. 

El ojo del leopardo.  De Henning Mankell (Y lo volví a leer)

El autor, más conocido por su serie de novelas policiales que tienen como protagonista al inspector Kurt Wallander (que fueron llevadas a la pantalla en series tanto americanas como suecas), nos entrega una novela maravillosa, en la que un muchacho sueco, con una vida tortuosa por el abandono de su madre y el alcoholismo del padre, enfrenta, además, una tragedia que le ocurre a su amigo más cercano, de la que tiene motivos para sentirse culpable. Tal como le ocurre al autor, la vida del protagonista se reparte entre su Suecia natal, y África, adonde va siguiendo un impulso no muy explicable para el mismo protagonista, y con la intención de estar muy pocos días. Pero esos pocos días terminan siendo 18 años. Y ni siquiera en esos 18 años llega a entender la mentalidad del africano negro, así como ellos no llegan a comprender a los europeos blancos. A la afirmación de Einstein de que «Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio» podríamos cambiarle «prejuicio» por «creencia» o «superstición». Es que, siglos de una cultura, no se cambian en un par de generaciones. Nos da una idea de lo que es el África postcolonial, con sus secuelas de corrupción y violencia, no solo contra los blancos, sino entre los mismos negros. Y nos cuenta con toda claridad a dónde van a parar los importantes recursos que, como ayuda humanitaria, llegan al continente negro. 

El libro de los amores ridículos.  De Milan Kundera 

Uno piensa al leer a Kundera que se sumergirá en la mentalidad de sus personajes buceando en abstracciones psicológicas que le demandarán notable esfuerzo intelectual. Y en este libro, ocurre exactamente eso. Son siete relatos y en el primero (Nadie se va a reír) nos llevamos una increíble sorpresa al encontrar que no parece que vaya a ser esa naturaleza de escritos ya que nos enfrenta con una trama llena de sorpresas en las que el protagonista se va enredando en las increíbles derivaciones de una mentira banal en la que incurre con buenas intenciones. No deja de tener esas profundidades que antes mencioné. En Eduard y Dios también nos llevamos una agradable sorpresa producto de equívocos que se producen. El resto de los relatos o cuentos no fueron hechos para mí.

Cito:  

…la mayor desgracia que a uno le pueda ocurrir es un matrimonio feliz: no le queda la menor esperanza de divorciarse.

Otra:

¡Señoras y señores, aquéllas fueron semanas de padecimientos! Eduard sentía por Alice un deseo endiablado. El cuerpo de ella lo excitaba y precisamente ese cuerpo le era totalmente inaccesible. […] Por eso le propuso una vez, con cara de inocencia, ir el sábado y el domingo a visitar a su hermano que tenía una casa de campo en un valle boscoso, junto a un río. [...] pero Alice (en todo lo demás ingenua y confiada) adivinó astutamente sus intenciones y las rechazó de plano. Y es que no era Alice quien lo rechazaba. Era el mismísimo (eternamente vigilante y despierto) Dios de Alice. 

Aquel Dios había sido creado a partir de una única idea (carecía de otros deseos o pensamientos): prohibía las relaciones extramatrimoniales. Era, por tanto, un Dios bastante ridículo, pero no nos riamos por ello de Alice. De los diez mandamientos que Moisés transmitió a la humanidad, nueve no corrían en su alma el menor peligro, porque Alice no tenía ganas de matar, ni de no honrar a su padre, ni de desear a la mujer de su prójimo; sólo había un mandamiento que ella sintiera como problemático y, por tanto, como un inconveniente real y una tarea; era aquel famoso sexto: no fornicar. [...] 

Díganme, por favor, ¿dónde comienza la fornicación? Cada mujer determina aquí la frontera según unos criterios totalmente misteriosos. Alice no tenía inconveniente alguno en permitir que Eduard la besase y, tras muchos y muchos intentos, finalmente se resignó a que le acariciase los pechos, pero en medio de su cuerpo, pongamos por caso al nivel del ombligo, trazó una línea precisa que no admitía compromisos, más allá de la cual se extendía el territorio de las prohibiciones divinas, el territorio del rechazo de Moisés y de la ira del Señor. 

Eduard empezó a leer la Biblia y a estudiar la literatura teológica básica; decidió luchar contra Alice con sus propias armas. 

martes, 12 de octubre de 2021

El 12 de octubre


Hice un remix de dos publicaciones mías de años anteriores, porque creo que la fecha de hoy, amerita su consideración sin anteojeras y sin negación de partes de la realidad que supuso.

Hace poco más de 500 años, Colón llegó a estas tierras, abriendo las puertas para que, quienes vinieron luego, iniciaran la conquista, con la inevitable cuota de guerras, sangre y dominio.

Por la misma época, con diferencia de pocos años, los turcos invadieron Constantinopla, saqueando, matando y violando cuanto encontraron a su paso. 

Como antes habían hecho los romanos, los griegos, los hunos, los mongoles, y tantos y tantos otros. 

La historia de la humanidad consiste en una interminable serie de guerras, genocidios, conquistas y avasallamientos que parece no tener fin.

No obstante, también podemos sacar como conclusión que no todas fueron iguales.

Mil años antes que los romanos de Constantinopla, los romanos de Roma fueron arrasados por los bárbaros. Estos, sin embargo, no pudieron arrasar la cultura y las instituciones romanas, y terminaron por adoptarlas, adecuándolas a sus propias modalidades, costumbres y necesidades. Ello fue así porque el desarrollo de la cultura romana era superior a la de los bárbaros. 

No ocurrió lo mismo con las culturas aborígenes de América, cuyo grado de desarrollo era inferior al europeo y quedaron, por tanto, reducidas casi a la nada, en muchos casos. 

No vemos que los derrotados por los turcos (lo menciono por ser casi contemporáneos con el Descubrimiento de América) anden todavía lamentándose por aquella derrota. Derrota de una civilización muchísimo más antigua que las precolombinas. Antes bien, el mundo en general ve aquellas cuestiones como inevitables.

Por otra parte, a los grandes detractores de la gesta colombina, cabría preguntarles: 

¿Era tan idílica la vida de los pueblos americanos antes de la llegada del genovés?

¿No contó Hernán Cortés con la ayuda imprescindible de los pueblos sometidos por los aztecas para su conquista de México?

Y cuando digo que la cultura aborigen americana era de un desarrollo inferior a la europea lo digo porque, si quienes conocían la brújula, la navegación a vela, la metalurgia del hierro, la escritura, la rueda, la pólvora y la domesticación del caballo hubiesen sido los pueblos originarios de América; ¿quién hubiera conquistado a quién?

Estos pueblos originarios de América me merecen tanto respeto como el que más, pero debemos evaluar los acontecimientos de hace 500 años con una mirada histórica y veremos que aquello fue inevitable. Pasó ya medio milenio; es hora de mirar hacia adelante y construir la cultura posible acorde a las realidades de hoy.

¿Podemos seriamente creer que las espantosas injusticias y desigualdades sociales que vivimos hoy en América Latina son culpa de aquella conquista? Pasaron cinco siglos de aquellos terribles enfrentamientos que conllevó la conquista y las injusticias siguen. Vale la pena repetir palabras de Mario Vargas Llosa en un artículo titulado «Los hispanicidas» (que recomiendo leer completo) donde dice:

«… muchos de los horrores de la Conquista y de la incorporación del Perú a la cultura occidental se siguen perpetuando hasta hoy y los perpetradores tienen no sólo apellidos españoles o europeos, sino también africanos, asiáticos, y a veces indios. No son los conquistadores de hace quinientos años los responsables de que en el Perú de nuestros días haya tanta miseria, tan espantosas desigualdades, tanta discriminación, ignorancia y explotación, sino peruanos vivitos y coleando de todas las razas y colores».

Otra de las estupideces que suelen decirse acerca de la gesta de Colón es que muchos otros antes que él ya habían llegado a América, y en estos comentarios no faltan citas a supuestas o reales incursiones vikingas. Seguramente antes que Colón habían llegado los que dieron en llamarse pueblos originarios, probablemente los vikingos, y tal vez los esquimales (no sé muy bien la cronología). Pero lo que está fuera de toda discusión es que fue la epopeya colombina la que tuvo trascendencia y produjo efectos perdurables. Es claro que Colón descubrió América para el resto del mundo. Tan claro como que recién luego de sus viajes, el resto del mundo tuvo conocimiento de nuestro continente y llegó finalmente a corroborarse la teoría de la "redondez" de la Tierra. Teoría esta que es muy anterior a Colón, pero lo cierto es que el genovés fue el primero que tuvo la convicción así como el poder de persuasión (y los huevos necesarios) para largarse a demostrar con hechos, lo que otros afirmaban en los papeles. Esos son los grandes méritos de Colón.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Las conquistas sociales.

No hay conquista social que pueda sostenerse sin prosperidad económica. 

Toda conquista, beneficio, subsidio o derecho que se otorgue a un sector, es a expensas del resto de la población. Mientras más subsidios se otorguen, más pesada es la carga para el resto de los contribuyentes, lo que obliga a que más personas abandonen su situación de "aportantes" para pasar al sector de "beneficiados". esto lleva inevitablemente a más pobreza y exclusión, cuando los recursos no alcanzan.

La distribución del ingreso 

Debemos tener en claro que cualquier distribución de bienes o servicios que se pretenda, es posterior a la creación de ese bien o servicio; nadie puede distribuir, a título gratuito u oneroso, algo que no fue creado aún.

Luego, es de buen criterio que se debería dar fomento a las condiciones para que se cree la mayor cantidad de bienes en la sociedad. Si todo es escaso, por muy buena distribución que se haga,  solo habrá escasez para repartir.

Y es el afán de lucro privado lo que genera la riqueza, no solo del empresario o el innovador sino también de sus trabajadores, proveedores y clientes. 

En síntesis, no hay conquista social genuina que pueda sustentarse sin prosperidad económica. Sin este requisito cualquier beneficio que se logre, será para un sector a expensas de otro o de una crisis futura.

Hay que proteger la industria nacional

Supongamos que Alemania o cualquier país superdesarrollado, fabrica camisas de gran calidad y las vende a 20 euros la unidad. Pero, imprevistamente ingresan al mercado unas camisas coreanas (del Sur) a 10 euros y la calidad no es inferior; incluso tienen algún detalle que las hace más deseables. 

Los consumidores festejan de alegría, pero los industriales y el Sindicato de Obreros y Empleados de la Industria Camiseril Alemana (SOEICA), ponen el grito en el cielo clamando por protección arancelaria para que no queden 300 (o 500 o 1000) familias sin trabajo. «¡No podemos competir porque los coreanos tienen trabajo esclavo y nosotros tenemos que defender nuestras conquistas sociales!». Esta frase suena más argenta que teutona, pero es solo un divague.

Aquí se abren dos caminos:

1) El gobierno es progre (populista, dirán los liberales de la derecha recalcitrante) e inmediatamente pone un arancel del 100% a las camisas importadas. Los sindicalistas y los industriales aplauden y los consumidores, en general no están muy contentos que digamos, porque ahora tienen 10 euros menos para gastar en ir al cine o comprarse un kilo de asado los domingos (o salchichas, ya que son alemanes) o en cualquier otra cosa que, tal vez, provendría de una industria local más eficiente. Con el tiempo, otros sindicatos quisieron igualar estas “conquistas” y todo se encareció, quedando bien posicionados los que estaban amparados, mafiosamente, por sindicatos con poder de fuego y siempre a expensas de desocupados, jubilados, etc.   

2) El gobierno es liberal (de derecha endemoniada, dirán los progres) y no accede a tal cosa, diciendo: «Tengan en cuenta que los coreanos pagan los sueldos que su economía permite pagar. Si Uds. pretenden seguir cobrando los salarios de que disfrutan actualmente, aumenten la productividad de su trabajo o bien dedíquense a aparatología médica, a la industria farmacéutica o a la robótica; si van a seguir haciendo camisas, ganen lo mismo que los coreanos y compitan con ellos».

Los alemanes se dedicaron a otras cosas y con eso van tirando, aunque hay quien diga que tienen más pobres que nosotros…

Los coreanos, con el tiempo, comenzaron a ganar mejores sueldos y sus camisas no se encarecieron gracias a una mayor capitalización que permitió aumentar la eficiencia de su trabajo. A pesar de ello, llegaron los vietnamitas con camisas a menor precio y... Entonces, los coreanos se pusieron a fabricar teléfonos celulares y con eso van tirando. Y la rueda de la historia nos demostró quién tenía razón en este problema.

Como decía un autor que leí hace un tiempo. «Una medida económica, para ser considerada positiva, debe sostenerse en el tiempo y debe ser buena para el conjunto de la sociedad y no para un sector». [ "La economía en una lección" de Henry Hazlitt]. Traducido sería: dejen de hacer camisas y dedíquense a otra cosa o bien ganen lo que ganan los vietnamitas y compitan con ellos.

El salario mínimo y los precios máximos

Con sanísimas intenciones, una y otra vez se recurre a estos artificios por los que se obliga a vender por debajo de lo que uno quisiera y a contratar por encima de tal pretensión. En el caso de los precios máximos, su reiterado fracaso no desalienta a los poseedores de aquellas sanas intenciones que antes mencionábamos. Nadie se pregunta de dónde surge el derecho a obligar al dueño de una mercadería a venderla por un precio que no lo satisface. Lo que invariablemente se consigue es el desabastecimiento o la baja de la calidad del producto. Se trata siempre de administrar febrífugos en lugar de atacar las causas. Lo que ocurre es que las causas son provocadas, invariablemente, por quien luego quiere bajar la fiebre. Hay algunos ejemplos para demostrar este terrible error; sirve para ello la Alemania de la inmediata posguerra, donde la miseria generalizada persuadió a los interventores aliados a fijar precios máximos. Ni bien pudieron las autoridades alemanas tomar el control y liberaron los precios, se acabó con el mercado negro, el desabastecimiento y ¡los precios bajaron!

Algo parecido podemos decir del salario mínimo. Todos quisiéramos que cualquier salario alcanzara para que el que lo recibe pueda vivir dignamente. Pero el valor del salario, no se puede establecer por decreto. Lo que se consigue con ello, es que, quienes se quedan sin empleo, son los menos calificados, que aceptarían trabajar por algo menos que el mínimo establecido. Y, el potencial empleador no contrata a alguien para tareas de baja calificación, si tiene que pagar por encima de ese mínimo arbitrario.  

Hace poco leí una comparación muy lograda: "El salario mínimo se asemeja a una ciudadela sitiada. En su interior, los que trabajan y que no esperan compartir nada, han construido en torno de la ciudadela una muralla lo más alta posible: se llama salario mínimo". [tomado de "La solución liberal" de Guy Sorman]. Demás está decir que los custodios de dicha muralla, son los sindicalistas.

Y colorín colorado, seguimos aplicando recetas que han fracasado una y otra vez y no aplicamos las que sí han demostrado ser exitosas.

miércoles, 11 de agosto de 2021

¿Qué pasa en el mundo y qué nos pasa a nosotros?

En una discusión con un amigo, yo opinaba que el modelo político y económico de Chile, era muy superior al nuestro. A este planteo, él me retrucó que, habiendo estado en Chile, pudo apreciar que hay una miseria espantosa, muy superior a la nuestra…

Eso me recuerda las opiniones de quienes vuelven de una visita a Cuba que, no casualmente, concuerdan con la posición política previa; los amantes del progresismo de izquierdas, cuando no de la izquierda más radicalizada, no paran de cantar alabanzas a lo que allá vieron. Por su parte, quienes son más amigos de las democracias liberales, nos cuentan las privaciones sin cuento que en la caribeña isla se padecen. 

La discusión con mi amigo a que hago referencia ocurrió allá por 2015 o 16. Lo aclaro para que no se piense que dejo fuera al gobierno de Macri en un intento de protegerlo. No es así, incluso creo que durante ese mandato, no se cambió en lo sustancial, esta forma de hacer política económica.

Decidí entonces recurrir a datos concretos. Hice una comparación de la evolución del PBI y del PBI/h de varios países de Sudamérica, para ver cómo hemos hecho las cosas en las últimas décadas. La comparación está hecha con datos del FMI y de Naciones Unidas, desde 1980 para acá, para no ir tan lejos. 

Es importante tener en cuenta que esos 36 años son más que suficientes para que un país pueda mostrar una tendencia y, si fuera el caso, salir de una profunda crisis para elevarse a niveles de primer mundo. Digo esto porque, tanto Alemania como Japón, después de la devastación sufrida en la Segunda Guerra Mundial, al cabo de un período similar, ya eran nuevamente potencias en lo económico y habían sacado a la casi totalidad de sus habitantes de la pobreza a que habían llegado al final del conflicto. Ni hablar del espectacular progreso de Corea del Sur que de ser, hace algo más de 50 años, una economía agrícola con una población muy pobre, llegaron a ser lo que hoy son.

Algunos datos. El PBI de Argentina creció de 1980 a 2015 un 175%. Muy modesto  si lo comparamos con Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay. Uruguay, que es quien tuvo el crecimiento más  leve de los mencionados, creció un 474%. Siguen, en orden ascendente, Colombia con 541%, Chile y Perú con algo más de 880% y Brasil con un sorprendente ¡1008%! (a pesar de la fortísima caída del 31% en el último quinquenio).

Si analizamos el PBI/h, que es un dato que nos acerca más a la calidad de vida de los habitantes, también tenemos sorpresas: en 1980, Argentina lideraba con holgura el lote de estos países con U$S 8.800, cuando Uruguay, el segundo, alcanzaba un humilde U$S 3.800.

En 1990, seguíamos liderando el grupo (a pesar del importante retroceso sufrido llegamos a ese año con U$S 5.122), pero ya no tan holgadamente porque Uruguay, que mantenía el 2º puesto, mostraba un retroceso muy leve y llegaba con U$S 3.328. Brasil, por su parte, fue el que mostró un progreso más importante pasando de U$S 1.257 a U$S 3.180 (253% de incremento).

Durante los 90, Argentina no hizo tantos papelones; si bien no mostró el mayor incremento en este rubro (aumentó un 178% contra un 213% de Uruguay), le alcanzó, sin embargo, para seguir liderando el grupo con U$S 9.126, quedando el 2º puesto otra vez para Uruguay, pero ya más cerca con U$S 7.091.   

En 2010, ya fuimos relegados ¡al cuarto puesto! detrás de Chile, Uruguay y Brasil, en ese orden. Para 2015, recuperamos el tercer puesto merced al brutal retroceso de Brasil. 

Todo ello me lleva a pensar que estamos haciendo las cosas francamente mal. Tengo la sensación de que nos pasamos la vida pensando que la culpa la tiene este o aquel gobierno. Que si no fuese por tal o cual desdichado político de hoy o de hace 70 años, estaríamos mucho mejor. Que el origen de todos los males radica en la política llevada a cabo por los militares, por los civiles, por los de la derecha o por los de la izquierda. Que la culpa es del imperialismo o de los términos del intercambio.

Si echamos una mirada al mundo, veremos que algunos países han progresado genuina y sostenidamente. Por suerte, en este lote de países prósperos, no se encuentran solamente los llamados países centrales, con su fama de imperialistas y de haber conseguido su bonanza a expensas del resto del mundo. Por el contrario, hay numerosos países que nada tienen de ello y han prosperado. Solo para mencionar algunos: Nueva Zelanda, Corea del Sur, Singapur, Irlanda, Canadá, Australia. Y más cercanos a nosotros, vemos que Chile, Brasil, Uruguay y Perú (y probablemente haya más ejemplos), han tenido mejor desempeño que nosotros. En muchos aspectos, todavía podemos pensar que estamos mejor que ellos y es cierto. Pero si analizamos los puntos de partida, veremos que no tenemos mucho para enorgullecernos.

Esos países existen en el mismo mundo con las mismas reglas internacionales y conviven con los mismos imperialismos que nosotros. Cuesta creer que seamos tan especiales que los imperios se dedican impedirnos crecer y desarrollarnos solamente a los argentinos. 

Podríamos entonces imitar a aquellos países en algunas políticas.


Datos de la realidad:

Se discute largamente si es preferible el modelo socialista, marxista o estatista al modelo capitalista, liberal o de mercado. Más que la discusión teórica sería bueno comparar el desempeño de los países que tomaron uno u otro camino y veremos que la realidad (que es la única verdad, según dijo alguien a quien suele citarse como fuente de toda sabiduría) nos muestra claramente cuál es el mejor camino a seguir. Como dijo una estadista de primer orden: «El peor enemigo del comunismo no es el capitalismo; es la realidad».

No soy experto en economía, nadie lo duda, pero me aventuro a incursionar en algunos temitas que carcomen mi menguado caletre.

Creo que algunos conceptos de la teoría económica, son contraintuitivos. Hemos oído hasta el cansancio que “hay que proteger nuestra industria” y, para ello, se toman una serie de medidas en ese sentido, como ser la protección arancelaria para las importaciones, las políticas de “compre argentino”, cuando no el cierre liso y llano de las importaciones.

A primera vista, hacer todo lo contrario va contra lo que parece evidente; si abrimos las importaciones, parece inevitable que nuestra industria no podrá competir y finalmente sucumbirá, con lo que quedará mucha gente sin trabajo.

Hasta allí la cantinela que hemos oído hasta el hartazgo y que va a favor de lo que parece tan evidente…

Pero ¿nos hemos puesto a pensar cómo hicieron otros países para tener industrias que sí pueden competir y con éxito? La primera respuesta es que ellos primero se industrializaron y luego abrieron sus economías a la competencia internacional. Bien, eso podría ser cierto para los países que primero llegaron a ese estatus, pero no es aplicable a países como Corea del Sur, que hace poco más de medio siglo tenía una economía agrícola de subsistencia y hoy exhibe un poderío industrial que compite en todo el mundo. Y no es un país imperialista. También tenemos los ejemplos de Australia, Canadá o Nueva Zelanda, que no solo no fueron imperialistas sino que sí fueron colonias y hoy exhiben un estándar de vida envidiable.

Entonces, una vez más conviene recurrir a datos fríos de la realidad: Si analizamos las economías más libres y abiertas del planeta, vemos que los países más ricos y con menos desigualdades sociales son aquellos que tienen las economías más abiertas del planeta. La correspondencia entre estos distintos datos, nos lleva a pensar que, necesariamente hay una relación causa/efecto. ¿O debo dejar el tintillo?



Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...