Las virtudes burguesas. De Deirdre McCloskey
Un profundo recorrido por las ideas del liberalismo con mucha cuestión filosófica, no todas a mi alcance. No obstante se rescatan valiosísimos conceptos a favor de la moral burguesa y su poder de construir sociedades prósperas y razonablemente justas
Explica claramente y con ejemplos cómo los países pobres son aquellos donde, en lugar de la negociación, impera el robo y la apropiación del fruto del trabajo de aquellos que crean la riqueza.
También nos cuenta cómo fue que la burguesía, persiguiendo su lucro personal, ha contribuido más que ninguna otra clase social en la historia a la prosperidad de la población. Y el capitalismo es su expresión, en lo económico, de su esquema de valores. Y nos lo ilustra haciéndonos ver la calidad de vida de nuestros tatarabuelos con un ejemplo:
Se trata de un diario llevado a cabo por una mujer estadounidense de clase media o alta (sabía leer y escribir, cosa no tan frecuente por entonces en una mujer) de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Mckloskey reproduce algunas de las 10.000 entradas del diario, que nos dan una idea de la calidad de vida promedio de por entonces.
Asistí a los funerales de [nombre ilegible de un niño], fallecido el 19 de manera súbita, con apenas cuatro años y un día [...] La esposa del Capitán Lamb [y] las esposas de Solon Cook y Ebeneezer Davis Jr. murieron durante el trabajo de parto; los bebés también fallecieron [...] Una tormenta de nieve; frío para ser marzo [...] Me caí dos veces, una de camino allá y la otra de regreso [...] Recorrí caminos donde le nieve me llegaba casi a la cintura [...] Un poco después del mediodía me llamó Mr. Edson para que fuera a ver a su esposa, quien estaba por dar a luz [...] El río [era] peligroso pero llegué a salvo con la protección de Dios [...] Las pulgas no me dejaron dormir. Encontré 80 de ellas en mi ropa tras volver a casa [...] Limpié un poco del excremento al fondo de la letrina [...] El barril [de agua de lluvia] se congeló.
Todo ello quedó atrás, al menos para una enorme mayoría, gracias al capitalismo y su increíble capacidad de crear riqueza. A este respecto, cita a Joseph Schumpeter que, en 1942 dijo:
El éxito capitalismo no consiste, normalmente, en producir más medias de seda para reinas». [El verdadero éxito consiste] «en poner [las medias de seda] al alcance de las obreras como recompensa a un esfuerzo cada vez menor.
Explica también el arraigo que solemos tener a una ideología concreta por haberla abrazado en épocas tempranas de nuestra juventud y haber perdido la capacidad de reflexión sobre las mismas o a una sensación de traición ante la posibilidad de cambiar de rumbo.
Otro mito que derrumba es el de creer que la Revolución Industrial y el capitalismo liberal terminaron con la idílica vida rural de nuestros ancestros.
Por siglos, en todos los países del mundo, los pobres se han desplazado de la aldea a la ciudad con libertad si no es que júbilo, aun cuando las ciudades mataban a mucha gente. Piénsese en los cientos de millones de labriegos chinos que a partir e la década de 1990 se desplazaron a las ciudades al este del país, la migración más grande en su tipo de la historia. En 2004, vivir en los dormitorios de una fábrica en la ciudad de Changshu, al norte de Shangai, trabajar 77 horas a la semana durante 11 meses al año haciendo cánulas intravenosas para hospitales occidentales, y llevar a casa, 500 dólares netos (de hacer las cosas con mucho cuidado), parecía una mejor opción, para la joven de 19 años Bai Lin que quedarse en su aldea natal Dos Dragones.
Si en su condición de acomodado residente de una ciudad occidental que labora en su oficina, usted piensa que el trabajo al aire libre debe ser mucho mejor que estar enjaulado, es muy probable que nunca haya trabajado más de un día o dos al aire, que nunca haya segado los campos de Wiltshire o construido caminos en Massachussets, por no hablar de sembrar arroz en Dos Dragones. Hay una razón por la que, de poder elegir, casi todos prefieren trabajar bajo techo, en oficinas con calefacción y aire acondicionado en ciudades ajetreadas.
No obstante, muchos creen aún que la vida campestre o pastoril, era como la de la familia Ingals.
Estas son solo algunas de las razones que desarrolla para su inteligente defensa de las “Virtudes Burguesas” y de las bondades insuperables, hasta el momento, del capitalismo liberal.
El 19 de marzo y el 2 de mayo. De Benito Pérez Galdós
Deliciosa lectura, como se podía esperar de un autor de semejante talla. Con una maestría genial, nos intercala la historia central de la novela dentro de los episodios de la invasión napoleónica a España. Y los personajes, sin dejar de vivir sus historias de amores contrariados, de avaros, de ingenuos, de impetuosos, se ven inmersos en las inevitables intrigas previas a las revueltas que los van envolviendo irremediablemente.
Como es de rigor en autores de tal envergadura, nos da una imagen acabada de las pasiones que mueven a cada personaje y no solo con descripciones sino, simplemente, dejándolos actuar.
Para dar solo una idea de uno de los avaros, que nada tiene que envidiar al Sr. Grandet de Balzac, transcribo un párrafo de Pérez Galdós en el que una avarienta mujer aconseja a su empleado (casi un vasallo sirviente para todo menester):
Eres un rapaz de provecho; si sigues trabajando, a vuelta de diez años tendrás reunidos setenta duros, y si siempre persistes en tan buenas ideas, llegarás al fin de tu vida (pongo que vives sesenta años más…) con un capital de trescientos sesenta duros que tendrás guardaditos y los enterrarás antes de morirte, para que ningún heredero holgazán se divierta con tu dinero.
Bailén. De Benito Pérez Galdós
Continúa la saga de Gabriel y su amor complicado con Inés. Todo ello en el marco de la invasión napoleónica a España y el inesperado triunfo español, en Bailén, sobre las hiperprofesionales tropas imperiales.
Rescato unos párrafos muy logrados, respecto del Quijote y su consustanciación con el entorno en que lo ubicó Cervantes. algo extenso pero de una belleza poética como pocos autores pueden regalarnos:
Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país, donde el sol está en su reino y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero hase acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. En opinión general es la Mancha la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del vagón, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de don Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda.
Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el leguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores.
Respecto de la guerra y lo que insufla en el ánimo de la gente la proximidad de la batalla decía:
En Córdoba reinaba gran impaciencia por la tardanza del ejército de Castaños. Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo. A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no sé cómo las Juntas y los generales podían resistirla.
Principió el chaparrón de comentarios sobre la lentitud con que Castaños organizaba sus tropas: unos aseguraban que tenía miedo; otros, que estaba decidido a dar la batalla, pero que, seguro de perderla, tenía tomadas sus medidas para retirarse a Cádiz y huir a las Américas con lo más granado de sus tropas; otros en fin, se atrevieron a más, y pronunciaron la palabra traidor. Esta palabra no era entonces palabra, era un puñal [...] Inútil era decir a los impacientes de Córdoba que un ejército no se instruye, arma y equipa en cuatro días: nada de esto entendían. Aunque al través del tiempo nos parezca lo contrario, entonces se chillaba mucho, y también había quien tomara muy a pechos los asuntos de la guerra sólo por el simple placer de meter ruido, y también por hacerse de notar. Todos los días oíamos decir: «Mañana viene el ejército», o «Ya ha salido de Utrera, ya está en Carmona ... ». Pero pasaban los días y el ejército no venía.
En tanto, en Córdoba no cesaban los trabajos. Si no tienen ustedes idea de lo que es el delirio de la guerra, entérense de aquello. En los tiempos actuales, si hay guerra, las señoras, llevadas de sus humanitarios sentimientos, se ocupan en hacer hilas. ¡Ay!, entonces las señoras tenían alma para ocuparse en fundir cañones. ¡Cuando tal era el espíritu de las mujeres, cómo estarían los hombres! ¡Hilas! Allí nadie pensaba en tales morondangas.
Cosa parecida vivimos en nuestro medio cuando se avecinaba el enfrentamiento con el Reino Unido por Malvinas, tiempos en que todo el mundo opinaba acerca de armamentos, estrategias y logística, aún sin tener idea de lo que es oír el silbido de una bala.
El sueño más dulce. Doris Lessing
Un libro que va de menor a mayor; a tal extremo que, al principio, estuve a punto de abandonarlo. Muchos jóvenes que comparten una casa que los cobija a todos, hacen que la trama sea, en un principio, poco creíble y algo confusa. Pero con el correr de la lectura, se van aclarando los tantos. Es una muy interesante revisión de la cultura y las modas de los años 60 y décadas posteriores, con sus personajes arquetípicos, tanto el intelectual como el “revolucionario” y los acólitos que lo admiran, aunque su revolución sea de salón. También nos da una imagen tremenda del África postcolonial. Estos últimos capítulos son los que levantan el nivel de interés. Me hizo recordar “El ojo del leopardo” de Henning Mankell, que seguramente volveré a leer.
Fragmentos:
A propósito de la actitud dogmática de ciertos esclarecidos doctrinarios. Luego de oír demoledoras críticas al estalinismo, por parte de un camarada que soportó los rigores de la policía política del régimen por haber expresado algunas críticas, otro camarada, convencido de lo contrario, argumentaba que era «propaganda antisoviética pergeñada por la CIA». Dice la autora:
Uno puede pasar una hora y media escuchando información capaz de destruir los cimientos de su preciosa fe, o información que no coincide con lo que ya se ha aprendido, y no asimilarla.
El feminismo (o alguien a quien odiar):
Algunas personas han llegado a la conclusión de que nuestra mayor necesidad –la del ser humano– es tener alguien a quien odiar. Durante décadas, las clases altas desempeñaron este práctico papel, que en los países comunistas les acarreaba la muerte, la tortura y el encarcelamiento, y en países más ecuánimes, como Inglaterra, sencillamente las hacía merecedoras del oprobio general o de molestas obligaciones, como la de adquirir un acento cokney. No obstante, últimamente ese credo empezaba a quedar desfasado. El nuevo enemigo –los hombres– resultaba aún más útil, pues abarcaba a la mitad de la especie humana. A lo largo y ancho del planeta las mujeres enjuiciaban a los hombres. [...] Nunca han existido personas más arrogantes y seguras de su superioridad moral, ni con menor capacidad de autocrítica. Sin embargo, solo marcaron una etapa del movimiento de liberación de la mujer.
El ojo del leopardo. De Henning Mankell (Y lo volví a leer)
El autor, más conocido por su serie de novelas policiales que tienen como protagonista al inspector Kurt Wallander (que fueron llevadas a la pantalla en series tanto americanas como suecas), nos entrega una novela maravillosa, en la que un muchacho sueco, con una vida tortuosa por el abandono de su madre y el alcoholismo del padre, enfrenta, además, una tragedia que le ocurre a su amigo más cercano, de la que tiene motivos para sentirse culpable. Tal como le ocurre al autor, la vida del protagonista se reparte entre su Suecia natal, y África, adonde va siguiendo un impulso no muy explicable para el mismo protagonista, y con la intención de estar muy pocos días. Pero esos pocos días terminan siendo 18 años. Y ni siquiera en esos 18 años llega a entender la mentalidad del africano negro, así como ellos no llegan a comprender a los europeos blancos. A la afirmación de Einstein de que «Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio» podríamos cambiarle «prejuicio» por «creencia» o «superstición». Es que, siglos de una cultura, no se cambian en un par de generaciones. Nos da una idea de lo que es el África postcolonial, con sus secuelas de corrupción y violencia, no solo contra los blancos, sino entre los mismos negros. Y nos cuenta con toda claridad a dónde van a parar los importantes recursos que, como ayuda humanitaria, llegan al continente negro.
El libro de los amores ridículos. De Milan Kundera
Uno piensa al leer a Kundera que se sumergirá en la mentalidad de sus personajes buceando en abstracciones psicológicas que le demandarán notable esfuerzo intelectual. Y en este libro, ocurre exactamente eso. Son siete relatos y en el primero (Nadie se va a reír) nos llevamos una increíble sorpresa al encontrar que no parece que vaya a ser esa naturaleza de escritos ya que nos enfrenta con una trama llena de sorpresas en las que el protagonista se va enredando en las increíbles derivaciones de una mentira banal en la que incurre con buenas intenciones. No deja de tener esas profundidades que antes mencioné. En Eduard y Dios también nos llevamos una agradable sorpresa producto de equívocos que se producen. El resto de los relatos o cuentos no fueron hechos para mí.
Cito:
…la mayor desgracia que a uno le pueda ocurrir es un matrimonio feliz: no le queda la menor esperanza de divorciarse.
Otra:
¡Señoras y señores, aquéllas fueron semanas de padecimientos! Eduard sentía por Alice un deseo endiablado. El cuerpo de ella lo excitaba y precisamente ese cuerpo le era totalmente inaccesible. […] Por eso le propuso una vez, con cara de inocencia, ir el sábado y el domingo a visitar a su hermano que tenía una casa de campo en un valle boscoso, junto a un río. [...] pero Alice (en todo lo demás ingenua y confiada) adivinó astutamente sus intenciones y las rechazó de plano. Y es que no era Alice quien lo rechazaba. Era el mismísimo (eternamente vigilante y despierto) Dios de Alice.
Aquel Dios había sido creado a partir de una única idea (carecía de otros deseos o pensamientos): prohibía las relaciones extramatrimoniales. Era, por tanto, un Dios bastante ridículo, pero no nos riamos por ello de Alice. De los diez mandamientos que Moisés transmitió a la humanidad, nueve no corrían en su alma el menor peligro, porque Alice no tenía ganas de matar, ni de no honrar a su padre, ni de desear a la mujer de su prójimo; sólo había un mandamiento que ella sintiera como problemático y, por tanto, como un inconveniente real y una tarea; era aquel famoso sexto: no fornicar. [...]
Díganme, por favor, ¿dónde comienza la fornicación? Cada mujer determina aquí la frontera según unos criterios totalmente misteriosos. Alice no tenía inconveniente alguno en permitir que Eduard la besase y, tras muchos y muchos intentos, finalmente se resignó a que le acariciase los pechos, pero en medio de su cuerpo, pongamos por caso al nivel del ombligo, trazó una línea precisa que no admitía compromisos, más allá de la cual se extendía el territorio de las prohibiciones divinas, el territorio del rechazo de Moisés y de la ira del Señor.
Eduard empezó a leer la Biblia y a estudiar la literatura teológica básica; decidió luchar contra Alice con sus propias armas.