domingo, 21 de agosto de 2022

Los caminos de la vida

Ficción por Marta Tomihisa

El chico subió al tren, buscó un vagón en donde no hubiera tanta gente, ya que después era bastante complicado andar con la mano extendida esperando que le dieran unas monedas. Se paró al lado de un hombre que leía el diario y que, aún cuando él cantó con toda su energía, no se inmutó.


                🎵 “Los caminos de la vida…” 🎶


Eso cantaba, le gustaba mucho esa canción porque decía cosas que le hacían recordar a su propia vida.

Finalmente llegó a Retiro, anduvo entre la gente sin saber qué hacer. 

Tenía unas cuantas monedas ya guardadas en los bolsillos, sentía hambre, pero no quería gastarlas todavía, debía aguantarse un poco y a lo mejor a la vuelta la limosna era más generosa, entonces sí podría comprar algo para comer.


Fermina se sentó en el catre, en el que dormía junto a su hijo.

Los perros ladraban entretenidos, porque ya empezaban a pasar los que se iban a trabajar temprano. Ella también se tenía que ir. Se había acostado vestida porque hacía mucho frío, por lo que solo se calzó un par de zapatillas gastadas y levantó el tacho que tenía casi junto a la cama para ir a buscar agua. No se podía quejar, aquí en la villa había gente que vivía más lejos y también usaba esta canilla, que solo estaba a tres casillas de la suya. Había un viejo llenando un balde plástico que tenía la manija rota, pero luego el hombre se las ingenió para llevárselo sin derramar ni una gota. Ella haría lo mismo, regresó con el tacho a cuestas sin volcar nada y entró apurada a la casilla. Sintió que las manos le dolían, porque la maniobra de sostener el recipiente para no derramar el contenido, hizo que la artrosis que la afectaba desde hace un tiempo le produjera un intenso dolor, pero ni siquiera se quejó. Con un jarro sacó un poco de agua, para hacerle un mate cocido a su hijo, que todavía dormía.

Lo demás lo usaría para cocinar y el resto para tomar durante el día.

—Levantate Juan, vamos dormilón que me tengo que ir…

Él fue abriendo lentamente los ojos y una expresión vacía se instaló en su rostro, tendría unos cinco años y estaba encogido mirando hacia la pared.

La madre lo sentó y como si no tuviera ningún control sobre sus movimientos, se volvió a caer hacia atrás. 

—Vamos vago, que estoy apurada…

El chico era cuadripléjico de nacimiento. Todavía recordaba lo mucho que había llorado, cuando le dijeron que su hijo iba a ser un discapacitado para toda la vida. Por suerte, el César ya tenía seis años cuando nació el Juan, justo empezaba la primaria. Además, ostentaba una salud de hierro.

Como ella había pasado por una cesárea complicada, para tener a su segundo hijo, César, el mayor, le ayudó un montón y hasta se las arreglaba para ir a la escuela solo. Era increíble como este chico se animaba a hacer de todo, era siempre tan servicial y cariñoso con su hermano. Ella había enviudado de su primer marido, enfermo de cirrosis, el padre del César, y luego había empezado a salir con el que la había dejado embarazada del Juan. Este hombre estaba ahora en la cárcel, porque lo descubrieron vendiendo droga cerca de la escuela y como no había “arreglado” con la cana, fue a parar al calabozo.

Así que estaba sola con dos chicos, en la casilla 27 de la villa La Cava.

En realidad, esta era la vivienda de su hermana menor, quien había venido a la provincia de Bs As un par de años antes convencida de que aquí la vida sería más fácil, que podría trabajar sin problemas. Finalmente, ella terminó laburando de copera en un boliche de Carupá, haciendo de todo para subsistir. Por eso la mayor parte de los días, no se veían.

Cuando ella estaba en la casilla se la pasaba durmiendo, tenía poca paciencia para todos. Fermina ni siquiera podía encargarle que cuidase a los chicos, pero igual se las arreglaba bastante bien con la ayuda del César que se iba muy tempranito, para traer unos pesos cantando en el tren. Ella tenía la suerte de haber conseguido un buen laburo, limpiando la casa de una señora amable y generosa, que le daba lo que le sobraba de comida para que se lo llevara a sus chicos.

La señora Renata era una mujer viuda y sin hijos, que vivía en una zona muy linda en Olivos, la mayor parte del tiempo estaba postrada en su cama pues ya era una anciana y estaba muy enferma. Pero siempre tenía un gesto cariñoso, para con ella.

Sentó al chico en la silla de ruedas, que le habían conseguido en la salita, le trajo el jarrito con el mate cocido y unas galletas. Él comió con ansiedad y aunque no era muy expresivo se notaba que tenía hambre.

—Bueno me tengo que ir, ya va a venir el César o la tía, vos quedate tranquilo, ¿eh?


César, con once años de edad y la difícil responsabilidad de cuidar a su hermano mientras su madre trabajaba, era un chico jovial, aunque se sentía demasiado apremiado por las circunstancias. Bajó del tren y dio unas vueltas por Retiro. Cruzó a la plaza donde está la Torre de los Ingleses y se puso a correr a las palomas. Luego se entretuvo mirando a otros chicos que se acercaban a los taxis, abrían la puerta a los pasajeros y recibían una propina.

Le pareció una buena idea y decidió probar suerte, por lo que se arrimó a ellos. Eran dos varones de su edad y una chica, que tendría unos ocho años.

Les preguntó:  

—¿Cómo anda la cosa?

—Todo bien, si querés podés venir…—le respondió, el que parecía ser el líder del grupo.

Se quedó con ellos, casi al mediodía sintió que las piernas le temblaban, no había probado bocado desde que salió de su casa. Como había juntado una buena cantidad de monedas, abriendo las puertas de los autos, decidió comprarse algo para comer. Entró nuevamente a la estación Retiro, fue hasta un kiosco y compró un pancho. Lo devoró con ganas, luego pidió otro que también comió con avidez, de ahí fue al baño y tomó agua de la canilla.

Uno de los chicos, que había estado en la parada de los taxis con él vino a buscarlo.

—¿Querés jugar un picadito?

Traía en sus brazos una pelota casi nueva, la había comprado hace pocos días, con lo que le daban en la calle.

¡Tenía tantos deseos de jugar un poco! No lo hacía desde que había abandonado la escuela, presionado por su mamá. Ella le había dicho que como ya sabía hacer cuentas, era suficiente para ganarse la vida. 

Fue con los chicos a la plaza y durante un buen rato, pateó la pelota con entusiasmo. De pronto, se dio cuenta de que era más tarde que de costumbre, se despidió y corrió a subir al tren.

Se ubicó en medio de la gente, cantó con todas sus fuerzas:


            🎵 “¡Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba…!” 🎶


Fermina estaba terminando de pasar la aspiradora en el dormitorio de la señora, cuando el teléfono sonó. Estaba sola, porque la señora Renata había sido internada de urgencia, durante la noche. Oyó a la mujer que trabajaba de asistente de la anciana, balbuceando palabras que ella no podía oír bien desde donde estaba. De pronto, le pareció escuchar un llanto, apagó la aspiradora y se asomó para saber qué estaba ocurriendo.

La mujer aún tenía el teléfono en su mano. Lloraba con desconsuelo.

—Qué pasa?

—La Sra. Renata falleció…

No lo podía creer, era la peor noticia que podían darle.

Un rato después, la mujer le indicó que la siguiera, abrió un cajón de la mesa de luz y se dispuso a pagarle mientras le decía:

—Ya te podés ir, no hace falta que termines…

Salió a la calle, se había quedado sin trabajo, enferma y sola, con dos chicos que mantener. Caminó como si los pies le pesaran mucho, estaba desesperada por la situación que inevitablemente debía enfrentar.

Cuando llegó a la casilla, le sorprendió ver la puerta arrimada como ella la había dejado, sin embargo, pasado el mediodía, el César debía estar aquí cuidando a su hermano…

El chico se había caído de la silla de ruedas hacia delante, como si hubiera querido incorporarse. Corrió a levantarlo, estaba inmóvil y le sangraba la nariz, la saliva le caía por la comisura de los labios. Lo acostó sobre la cama y por un instante contempló el rostro pálido de su hijo, que respiraba débilmente y tenía como siempre esa expresión tan ausente…

Entonces, tomó el almohadón que había sobre la cama y sin pensar demasiado, lo puso sobre la cara del chico… Apretó con todas sus fuerzas hasta que vio que su pie derecho, descalzo, dejaba de sacudirse hasta que se aquietó totalmente… Levantó el almohadón y como si solo estuviese dormido, con la misma manta le limpió la saliva, le ordenó el cabello…

Luego se inclinó con mucha ternura, le dio un beso en la mejilla y le dijo casi en un susurro:

—Ahora sí te quedaste dormido, Juancito…

Mientras caminaba hacia las vías del tren pensó en el César, deseó con todo el corazón que su hijo que siempre había sido tan fuerte, pudiera sobrevivir en estos caminos tan injustos de la vida…


La escribanía Pérez Recalde situada en Avda. Santa Fe, estaba colmada de actividad a esta hora de la mañana. Los empleados iban y venían trayendo papeles, llevando documentos que el escribano debía firmar. Él estaba en su escritorio examinando certificados, mientras su secretaria le iba alcanzando los trámites que debía resolver con cierta urgencia. Una de sus empleadas trajo una carpeta, que parecía contener una gran cantidad de papeles.

Leyó la carátula: Renata Bruni

Dentro de esa carpeta había tres escrituras, la de la casa de la Sra Bruni en Olivos, otra propiedad que ella tenía en Pinamar y finalmente la de una casa en Tigre, cerca de la estación. Sobre esta última propiedad, hacía mención el testamento de esta señora.

Decía: “Cedo todos los derechos de la propiedad ubicada en la calle Enciso Nº 1323 de la localidad de Tigre a la Sra. Fermina Gómez, quien deberá habitarla junto a sus hijos. La mencionada propiedad se halla amueblada, todo lo que allí se encuentre será heredado por ella” 

El escribano inmediatamente, llamó por el interno:

—Por favor Alicia, tratá de ubicar a esta señora Fermina.

Decile que es por una herencia, que solo tiene que firmar unos papeles.

Se acomodó en su mullido sillón, pensó en voz alta:

—¡Qué afortunada es esta mujer!

4 comentarios:

JELEJALDE dijo...

Aunque es una historia muy cruda y triste, resulta amena, interesante y con cierta intriga. Mis felicitaciones a la autora.
Saludos cordiales
Julio

mscernich dijo...

todo depende del color del cristal con que se mira.El ser afortunado , también.Pero siempre queda la esperanza.

Pato dijo...

Muy triste,con un buen final.Abrazos a TODOS.

Charles dijo...

Alicia nos dijo: Qué historia tan dura… duele pensar cuánta gente sobrevive diariamente a sus propias tragedias 🤦🏼‍♀️🤦🏼‍♀️🤦🏼‍♀️

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