Luego, fui premiada con un viaje a Mar del Plata, junto a dos de mis hermanas, Isabel e Irma, adolescentes y responsables de guiarme sana y salva, hasta la casa de Dora, la mayor de la familia y ya casada que llevaba adelante con mucho entusiasmo, un próspero negocio de tintorería, el cual se había activado como una interesante salida laboral para la gente de la colectividad nipona.
Luego de llegar, casi al mediodía de un día nublado, en el que una lluvia ligera opacaba la asistencia al balneario de los innumerables turistas que ya invadían la ciudad, nosotras tres nos fuimos a la playa.
Aún había nubes en el cielo, el viento soplaba con cierta intensidad, lo cual había provocado un notable descenso de temperatura que desalentaba a quienes aún se atrevían a caminar por la rambla. Pero nosotras, jóvenes y empecinadas, recorrimos la orilla y hasta nos mojábamos los pies, aunque ahí terminaba nuestra audacia, porque el agua estaba bastante fría.
Yo caminaba adelante, juntando piedras para luego arrojarlas al mar, hasta que, en un risco, me pareció ver una gaviota escondida y allí fui a comprobarlo…
Pero no era una gaviota, era un pingüino…
También yo me sorprendí bastante al hallarlo, porque este tipo de ave al que solo había podido contemplar en el zoológico, no había sido visto en ninguna playa de esta ciudad…
Mis hermanas se unieron a mí de inmediato, todas coincidimos en que algo le había ocurrido a este animal, para que estuviera detenido en este lugar y tan quieto… Me acerqué y él solo hizo un leve movimiento con su cabeza, pero no retrocedió y ni siquiera intentó alejarse de nosotras…
Entonces, descubrimos que tenía una herida sangrante en su pata derecha, cubierta de arena, en la que exhibía un corte profundo hacia arriba…
El animal emitió un graznido, pero no se movió del sitio, entonces yo extendí mi mano y lo toqué con mucha cautela, a lo cual él respondió con una mirada asustadiza, pero sin moverse del lugar en donde se hallaba…
Comprendimos de inmediato, que le dificultaba bastante caminar, por lo que en un impulso acaricié con suavidad su húmeda cabeza, para luego levantarlo con mucha delicadeza…
¿Pero, a dónde iríamos con él?
Improvisando un sostén con mi remera, lo puse junto a mi pecho y él ni siquiera se movió, solo sentí que su cuerpo húmedo, temblaba un poco…
Por supuesto, lo llevamos a la tintorería y las tres coincidimos en que la pileta en el que se sumergía la ropa antes de ser lavada, era el lugar adecuado para que él permaneciera hasta que su herida se curara.
No queríamos contarle de inmediato a mi hermana mayor, porque temíamos que no nos permitiera tenerlo…
Pero luego de pensarlo un poco, coincidimos en que sería mejor que ella lo supiera, esperando que nos permitiera conservarlo hasta su recuperación.
Y así fue. Aunque ella no podía creer que habíamos hallado, nada más y nada menos que un pingüino en esa playa, aceptó que lo conserváramos hasta que sanara. Fue un huésped mimado y atendido con esmero, traíamos para él, cornalitos y otros peces pequeños que devoraba con verdadero entusiasmo.
Además, ya caminaba con más agilidad, aunque seguía rengueando, recorriendo la tabla que habíamos puesto en el borde de la pileta.
Pero su destreza era nadar, esperando los obsequios que le llevábamos para su deleite, peces y hasta una manzana que cortamos en trozos y él engulló con bastante voracidad…
Los meses pasaron, su herida mejoró notablemente y casi se desplazaba con normalidad, así que mi hermana mayor insinuó que ya debíamos llevar al pingüino, nuevamente al mar…
Era una decisión difícil, porque nos habíamos acostumbrado a él, luego de esta larga estadía. Aún así, comprendimos que eso era lo mejor, para que pudiera regresar con su familia y continuar con su vida…
Después de una lluvia ligera, una tarde de ese incipiente otoño decidimos llevar a nuestro huésped a la playa, al mismo sitio en donde lo habíamos hallado, para que se orientara hacia su destino.
Elegimos un día nublado y fresco, tratando de evitar que hubiera otras personas observando la situación. Fuimos las tres, para despedirnos y desearle buena suerte, en su largo viaje de regreso…
Apenas lo depositamos en la playa, caminó entusiasmado hacia el agua, hasta que de pronto, giró la cabeza y nos miró fugazmente…
Un graznido agudo nos indicó, que este era su adiós…
Nos quedamos observándolo, hasta que se sumergió en el intenso oleaje que envolvió su pequeña figura, internándose por completo en el agua, hasta que no lo vimos más…
Finalmente retornaba a través del mar, hacia ese mundo tan anhelado, que se llama hogar…
3 comentarios:
Mirta nos dijo: Su estilo tan sencillo y cercano de contar sus historias hacen pensar que realmente le han sucedido personalmente y no son un resultado de su imaginación.O si? Gracias.
Elsa nos dijo: Muy bien por Marta y su pingüino !
Preciosa narración ,como siempre .Cariños TODOS.
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