Y finalmente llegó la primavera y con ella también el 12 de octubre, fecha que no pasa desapercibida, tanto para sus cultores como para sus detractores. Fecha esta que es una bisagra de la historia como pocas. Fecha en la que medio mundo se anotició de la existencia de otro medio mundo.
Fecha en que culminó una de las epopeyas mayores de la Humanidad. Fácil es hoy cruzar el Atlántico, ya sea en barco o en avión. Aún no sería lo mismo si alguien se dispusiera a efectuar la travesía en una cáscara de nuez como eran las naves del almirante genovés. Y esto es porque no se trata, hoy, de un viaje a lo desconocido y con una tripulación altamente supersticiosa que imaginaba que pronto caerían al abismo. Pero, además, hoy seguramente podrían contar esos hipotéticos aventureros con GPS que los orientarían con una precisión que no podían prestar las brújulas o los sextantes.
Desde luego que ese descubrimiento notable trajo como secuela conquistas, despojos y atrocidades que eran, por otra parte, las reglas de uso de la época en que las guerras eran de conquista y otorgaban derechos de saqueo, violación, muerte y esclavización.
Las «leyes» de la guerra –vaya oxímoron– son una conquista muy reciente de la Humanidad.
Me permito a reproducir un texto que escribí hace algunos años:
Historias de saqueos e invasiones (y del respeto a la diversidad)
Con mucha frecuencia veo la dignísima preocupación de mucha gente por la reivindicación de las culturas amerindias precolombinas. Con toda seguridad los animan nobles sentimientos, pero creo que sus reclamos suelen tener poco espíritu crítico.
Negar que hubo un descubrimiento y enfatizar que sí hubo saqueo e invasión es mirar solo una parte de la historia. El descubrimiento que sí hubo fue, para la cultura europea, nada menos que un continente entero, con su flora, su fauna y sus civilizaciones. Y lo hecho por Colón fue un hito innegable para la humanidad que era inevitable que se produjera, más tarde o más temprano.
No menos tremendas deben haber sido las caídas de Roma a manos de los bárbaros, o la de Constantinopla por los turcos (ambas con los saqueos y la ocupación correspondiente) para mencionar solo dos muy sonadas. A su turno, los romanos habían invadido y dominado casi todo el mundo conocido entonces y, si seguimos, no acabaremos nunca de ver el rastro de guerras y desolación con que el ser humano fue regando su derrotero. La historia de la humanidad, pues, no es otra cosa que la invasión y dominación de los más débiles por los más fuertes. Atrocidades se cometieron siempre –también en nuestro continente, donde ya las había y en cantidades antes de la llegada de Colón– por codicia, por dogmas religiosos o por pura barbarie. Baste recordar el incendio de la biblioteca de Alejandría, «cuando el califa Omar hacía referencia a la biblioteca de Alejandría, manifestaba: Si no contiene más que lo que hay en el Corán, es inútil, y es preciso quemarla; si algo más contiene, es mala, y también es preciso quemarla» (Cita tomada de Wikipedia).
Si los indígenas americanos hubiesen dominado la navegación a vela, conocido la rueda, la escritura, la pólvora, la metalurgia del hierro y contasen, además con caballos sobre los que montar, todo eso antes que los europeos ¿quién hubiese invadido y saqueado a quién?
Analizando situaciones de la historia, vemos que, si bien los romanos fueron derrotados y saqueados, poniendo punto final a su imperio, sin embargo, los bárbaros no pudieron arrasar su cultura, por ser claramente superior; por el contrario, adoptaron sus instituciones, su arte, y sus costumbres y aún su alfabeto y mucho de su idioma, adaptándolos a sus modos y usos regionales. Y aún antes, los romanos que dominaron Grecia, ¿pudieron barrer su cultura o, más bien, la asimilaron?
En América no ocurrió esto o bien ocurrió en menor grado, porque el desarrollo de las culturas indígenas, era inferior a la cultura de los invasores. Creo que lo anterior merece una disquisición de mi parte, aunque tal explicación, probablemente no me salve de que me condenen a arder en el más abyecto de los avernos imaginados por la Santa Inquisición del INADI. Cuando hablo de la cultura de los conquistadores, no me estoy refiriendo particularmente a Pizarro, Alvarado o Cortés en forma específica, sino a España, a Europa y a occidente en general.
A poco que se estudie la evolución de cualquier sociedad primitiva, se verá que su desarrollo cultural pasa inexorablemente por diversas etapas, que se dan casi como regla matemática, pasando por las culturas de la piedra a la de los metales, con la secuencia: cobre, bronce, y hierro, para la construcción de herramientas. La escritura llega luego de estos avances o en sus postrimerías.
En la América precolombina, no se había llegado a la edad de los metales, solo había (y en eso habían alcanzado a un grado de sofisticación notable) un desarrollo de la artesanía de materiales preciosos –oro, plata y también pedrería– solo con fines ornamentales.
Es por ese menor desarrollo que las civilizaciones precolombinas no corrieron la misma suerte que la cultura romana, ya que, si bien no murieron, sí quedaron muy reducidas. Nadie niega todos los valores artísticos, sociales y tecnológicos que pudieron haber conseguido tanto Aztecas como Mayas (cuya cultura desapareció y no por culpa de Colón) o los Incas, pero ninguna de ellas brilló por su respeto a las libertades y los derechos individuales de las personas. No sabemos cómo hubiesen evolucionado estas civilizaciones sin la irrupción europea. Lo que sí sabemos es que no hay indicios de una concepción ética que los indujera a respetar a otras culturas o a otros individuos que, simplemente, perteneciesen a otras tribus, sino, más bien, todo lo contrario. Su historia cuenta con tantas guerras de conquista como cualquier otra. Del respeto a otras razas, nada podemos decir, habida cuenta de la homogeneidad que, en ese aspecto, había en América. Por ello, no podemos cuestionar el derecho de los españoles a la conquista de América sin hacerlo también con el derecho de Incas y Aztecas al sojuzgamiento de sus vecinos. Sobre todo, no podemos juzgar éticamente las conductas de hace cuatrocientos años con la moral de hoy.
Me animo a decir que todas las civilizaciones recelaron de sus vecinos y los esclavizaron o sometieron si pudieron, aún las precolombinas. Todas practicaron algún grado de discriminación para con los débiles, o minoritarios o simplemente no pertenecientes a lo que se entendía como “normal”, llámense homosexuales, dementes, epilépticos o retardados.
Esa fobia a lo distinto, es probablemente un carácter atávico que arrastramos desde épocas prehistóricas, que tuvieron su razón de ser y su utilidad para la conservación y defensa de la tribu. Una cierta uniformidad y cohesión, semejante a la de numerosos mamíferos sociales, da seguridad al grupo. Luego, la tolerancia a lo distinto no es genética sino cultural y, me animo a afirmar, bastante reciente en la historia de las civilizaciones, muy posterior al 12 de octubre de 1492. También me animo a decir que dicha tolerancia, también es producto de la civilización de occidente. Allí fue donde se habló por vez primera en la historia de los derechos humanos inalienables. De la declaración al hecho, hay, desde luego, un grande y sinuoso trecho que, probablemente, nunca se terminará de recorrer.
Hoy, aún los que defienden las culturas indígenas, no rechazan las instituciones del occidente europeo, tanto los que proclaman el socialismo como el liberalismo o los derechos humanos que todos hoy reconocen.
Algo positivo dejó, después de todo, la cultura europea en América.