lunes, 9 de octubre de 2023

La guerra

 

Antiguamente el resultado de las guerras solía favorecer a los ejércitos más numerosos y disciplinados, siendo protagonista de las batallas la lucha cuerpo a cuerpo. Con el advenimiento del uso de las armas de fuego, igualmente siguieron jugando un papel muy importante los combates sobre el terreno. Hoy, buena parte del conflicto se resuelve en oficinas, pulsando botones. Ello no hace más humana la guerra, por la enorme capacidad de daño que se produce sobre poblaciones civiles. 

Es evidente que, si quienes deciden y programan las guerras tuvieran que ir a los frentes de batalla, tendríamos muchísimos menos conflictos.

Presenciamos en estos días una guerra entre dos pueblos que no pueden ser más parecidos y hermanados por historia raza y religión. Absurda guerra, como suelen serlo todas, que no parece tener fin. 

Como tampoco parece tener fin el conflicto, agudizado en estos días, entre Israel y sus vecinos.

Yo me pregunto entonces cuales son las verdaderas motivaciones de los conflictos e inmediatamente me vienen a la memoria estupendas reflexiones de consagrados autores.

Por ejemplo, Jonathan Swift en «Los viajes de Gulliver»:

Me preguntó cuáles eran las causas o razones usuales por las que un país le hacía la guerra a otro. Contesté [...] A veces la ambición de los príncipes que piensan que nunca tienen tierras o pueblos suficientes que gobernar; a veces la corrupción de los ministros que comprometen a sus señores en la guerra a fin de ahogar o distraer el clamor de los súbditos contra su mala administración. Las diferencias de opinión han costado muchos millones de vidas; por ejemplo; si la carne es pan o si el pan es carne; si el jugo de cierta baya es sangre o vino; si el silbar es un vicio o una virtud; [...] Ninguna guerra es mas furiosa y sangrienta, o de más larga duración, que las ocasionadas en diferencias de opinión, es especial si se tienen por objeto cuestiones sin importancia.

A veces la disputa entre dos príncipes es para decidir cuál de ellos desposeerá a un tercero de sus dominios, sobre los cuales ninguno de ellos tiene el menor derecho.

Una causa de guerra muy justificada es invadir a un vecino después de que su pueblo ha sido asolado por el hambre, destruido por la peste o desgarrado por luchas intestinas. [...] Si un príncipe envía fuerzas a una nación donde el pueblo es pobre o ignorante, puede legalmente dar muerte a la mitad de ellos y esclavizar al resto con el fin de civilizarlos y sacarlos del estado de barbarie en que viven. Una práctica honorable, frecuente y propia de los reyes cuando un príncipe desea la ayuda de otro contra una invasión es que el príncipe que vino en su ayuda, cuando el invasor ha sido expulsado, se apodere él mismo y mate, encarcele o destierre al príncipe al que ha venido a socorrer.

Otro autor que hace profundas y muy sentidas reflexiones acerca de este punto es Benito Pérez Galdós, en su admirable «Trafalgar». Los párrafos que transcribo son las reflexiones de un muchacho, grumete en una nave española que naufragó en la célebre batalla. El muchacho en cuestión se encuentra en un bote salvavidas, compartiendo su suerte con otros marineros, tanto españoles como ingleses:

La lancha se dirigió . . . ¿adónde? [...] La oscuridad era tan fuerte que perdimos de vista las demás lanchas, y las luces del navío Prince se desvanecieron tras la niebla, como si un soplo las hubiera extinguido. Las olas eran tan gruesas y el vendaval tan recio, que la débil embarcación avanzaba muy poco, y gracias a una hábil dirección no zozobró más de una vez. Todos callábamos, y los más fijaban una triste mirada en el sitio donde se suponía que nuestros compañeros abandonados luchaban en aquel instante con la muerte en espantosa agonía. No acabó aquella travesía sin hacer, conforme a mi costumbre, algunas reflexiones, que bien puedo aventurarme a llamar filosóficas. Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me turbaré ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de entonces. Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma? Pues bien: en nuestras lanchas iban españoles, e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres. Yo miraba a los ingleses remando con tanta decisión como los nuestros; yo observaba en sus semblantes las mismas señales de terror o de esperanza, y, sobre todo, la expresión propia del santo sentimiento de humanidad y caridad, que era el móvil de unos y otros. Con estos pensamientos, decía para mí: "¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?" Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: "Pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra, lo echa todo a perder, y sin duda en todas ellas debe de haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro — añadí— de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia". Así pensaba yo. Después de esto he vivido setenta años, y no he visto llegar ese día.

¿Veremos alguna vez llegar ese ansiado día? Yo estimo que no y no porque me queda poco en este mundo, sino porque las motivaciones que lleva a desencadenar las guerras, forman parte del acervo humano.




2 comentarios:

Cristina dijo...

Así es, difícilmente veamos ese día!
Lo tremendo es que se sumen otras naciones y las consecuencias sean más trágicas, abarcativas y la humanidad se autodestruya.

Charles dijo...

Mirta nos dijo:
El horror es inenarrable.El Papa pide oración y el rosario.

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