VOLTEADEROS (1)
Cualquier parecido con la realidad, no es ninguna casualidad…
Llevaba pocos minutos al frente de la oficina de Bromatología de Nuestro Municipio y me ponía al corriente de los asuntos que en ese momento se estaban diligenciando. Una de las tareas que más tiempo demandaba eran los trámites de habilitación de comercios de alimentos. Nuestra función era informar, previo al dictado del acto administrativo, si el establecimiento era apto, desde el punto de vista bromatológico, para su funcionamiento.
—Todos estos expedientes son los que ingresaron y aún no se han inspeccionado— me dijo el Sr. XX, señalando una pila de regular altura.
Este personaje era en los hechos el que estuvo a cargo de la oficina desde la renuncia del anterior jefe y hasta mi llegada.
—Estos otros en cambio, son los que ya han sido inspeccionados— agregó, mostrando una pila de altura monumental.
—¿Y por qué aún no se les ha dado salida? —pregunté.
—Bueno, lo que pasa es que entre ellos hay algunos que se deben volver a inspeccionar; otros, en los que el titular debe entregar alguna documentación faltante y solo son unos pocos los que están listos, con informe favorable –explicó el Sr. XX.
—¿Y están todos mezclados?
—Eh… bueno… lo que pasa es que a veces… ¡Los interesados tardan tanto en completar la documentación!
—Bien, pero eso no explica por qué están todos mezclados. Además ¿tienen esos interesados plazos concretos para entregar la documentación faltante?
—Bueno, habitualmente los intimamos a completar sus requisitos en un plazo no estimado.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunté, nuevamente con ingenuidad.
—Bueno, quiere decir que no se da un plazo concreto.
—Entonces, ¿el interesado puede tardar tres años en cumplimentar los requisitos? Y mientras tanto ¿siguen funcionando normalmente?
No creo que valga la pena abundar en detalles acerca de la serie de torpezas con que se pretendió explicar la situación. Lo cuento solo para que se tenga una idea general de los personajes con los que me las tenía que ver. Lo que recuerdo es que había otra pila aún de unos seis o siete expedientes separada prolijamente.
—¿Y estos otros? —pregunté.
—¡Ah…! Esos… esos son volteaderos.
No estoy hablando de la década del 30, sino de los años 90. Si alguien se sorprende, debo recordarle una vez más, que la realidad supera la fantasía más alocada.
Estos establecimientos pedían habilitación, en general, como Bar y pensión. De este modo podrían justificar el expendio de tragos, así como la existencia de habitaciones. Nadie dudaba de que, con la pretendida habilitación o sin ella, estos establecimientos funcionaban normalmente con el beneplácito de alguna autoridad municipal y policial.
Por lo tanto, había que ser cauteloso. Salir con la lanza en ristre, me podía llevar a un quijotesco final contra molinos de viento, pero hacer la vista gorda para no enfrentar a los poderosos, era convertirse en cómplice. Decidí que lo mejor sería esperar unos días para efectuar la inspección de estos establecimientos, plazo este que, esperaba, me serviría de “rodaje” en estas lides.
Al cabo de una semana llegó un funcionario de la Secretaría de Gobierno con un expediente en mano, indicando que, por orden del propio secretario, había que “sacarlo” con toda premura. Se trataba de un nuevo volteadero, que se presentaba como Bar, restaurante, parrilla y pensión.
Había entonces que poner manos a la obra sin dilaciones. Como no confiaba en mis inspectores para mandarlos solos, opté por hacer personalmente estas inspecciones. Desde luego, la visita no podría hacerse en el horario matutino habitual de la municipalidad, si no por la noche. Decidí entonces concurrir a las 20:00 horas.
El barrio no era de los más recomendables para un paseo nocturno, y el local resultó un tugurio de mala muerte con el sugestivo nombre de “El potrillón”.
Al entrar, en la penumbra del salón, nos atendió una “señorita” en paños menores, a la que le sobraban los años tanto como los kilos, que con meliflua y estereotipada voz nos prometió toda suerte de extraños y paradisíacos devaneos eróticos. Cuando nos identificamos como inspectores, se retiró a la trastienda de donde, de inmediato, surgió un “caballero” con aires de encargado que nos atendió durante la visita. Uno de los requisitos para todo aquel que trabaje en un establecimiento con expendio de alimentos es poseer libreta sanitaria. Desde luego que el encargado no la poseía y la señorita tampoco, si bien el caballero declaró que se trataba de una clienta… No pudo ni intentó explicar qué hacía una clienta vestida ¡con lencería erótica…! Pude constatar la presencia de una puerta en el fondo del salón y cuando pretendí franquearla para ver lo que suponía que serían las habitaciones de la pensión, el encargado me dijo:
—Allí no se puede pasar, están culeando… (2)
En el expediente figuraba un informe previo de la Dirección de Inspección General, que era ampliamente favorable para la habilitación de todos los rubros solicitados, aunque no había cocina para el restaurante y apenas si había dos sucuchos que oficiaban de baños. En mi informe declaré que se podría habilitar únicamente como bar, con expendio de bebidas y emparedados. También consigné que había una puerta que no se me permitió franquear, por lo que no podía abrir juicio acerca de lo que allí había y si se adecuaba para habilitar una pensión.
Con la premura digna de las causas nobles, se otorgó la habilitación para todos los rubros solicitados, haciendo caso omiso a mis salvedades.
Vaya uno a saber qué código no se cumplió entre estas gentes sin códigos, pero ocurrió que a los pocos días se dictó desde las altas esferas la clausura del establecimiento, abriéndose un sumario para determinar las responsabilidades de los funcionarios intervinientes. Tuve que comparecer ante el abogado sumariante y pude ver que el propio Secretario de Gobierno (de quien dependía la Dirección de Inspección General, que había otorgado su beneplácito para habilitar todos los rubros solicitados), particularizaba sus embates contra la oficina de bromatología (no dependíamos de su área sino de salud), que «… habiendo visto la existencia de dependencias a las que no pudo acceder, permitió que se habilite…».
—¿Yo permití que se habilite? ¡Pero si fue él quien habilitó con mi informe a la vista! Y de la opinión favorable de Inspección general ¿no dijo nada? —manifesté al sumariante sin ocultar mi indignación mayúscula.
Mi interlocutor me hizo notar que el Secretario de Gobierno no solo era Secretario, y por tanto estaba fuera del alcance de mis iras, sino que además era abogado.
—¿Quién creés que va a perder si vas contra él? — me dijo. Y agregó —Esto es pa’la gilada (3), aquí no va a pasar nada…
Teniendo en cuenta estas razones, expresé un par de conceptos en mi descargo y allí quedó la cosa.
Luego tuve que intervenir en otros casos más. Uno de ellos, de nombre “Porky’s”, era mucho más coqueto. Las señoritas (varias) eran más atractivas y el encargado, muy atento, nos ofreció sus servicios por cuenta de la casa. También nos explicaba que tenían autorización del comisario, del director de Inspección General de Nuestro Municipio y hasta dijo saber cuál es la tarifa semanal que cobraban esos dignos funcionarios.
—Entonces, ¿para qué piden habilitación? — pregunté, desconcertado.
—Sabés que pasa pibe, que por ahí viene algún juez que busca fama y por cualquier boludez te clausura. Si tenés habilitación, la cosa se le hace más difícil…
Sabiendo que el inspector que me acompañaba era médico, el encargado le sugirió que, si quería, podía pasar “a revisar” a alguna de las señoritas…
En otro caso, fuimos a un establecimiento de dimensiones novelescas. No recuerdo con claridad el nombre, pero era algo así como “Paradise” o “Éxtasis”. En un gran salón con luces sugerentes había una gradería donde las chicas estaban en oferta, como mercadería en exposición. Pudimos recorrer un laberinto de piezas y pasillos que para nada coincidían con los planos presentados para su habilitación. Algunas habitaciones estaban separadas entre sí por un delgado tabique de madera que ni siquiera llegaba al techo. En caso de incendio, solo la Divina Providencia permitiría que alguien saliera con vida. Una habitación, a la que pude entrar, estaba provista de una cama con colchón (¿Sábanas? No, en realidad no hacen falta…) y un tachito para lo que fuera necesario… En mi informe consigné la ausencia de libretas sanitarias de al menos quince alternadoras que, en ropa íntima, recibían a los clientes; que había un número no determinado de otras señoritas trabajando, pero que en el momento se encontraban en las habitaciones con clientes. Por lo anterior y una serie de otras falencias técnicas desaprobé su habilitación. Para mayor claridad –con la experiencia del caso anterior– expresé que aconsejaba su clausura inmediata. Por más que mis expresiones fuesen algo eufemísticas, dejaban muy en claro el tipo de actividades que allí se ejercían.
Desde luego, el informe previo de Inspección General era ampliamente favorable a su habilitación.
No tuve oficialmente más noticias del caso. No obstante, como en los pueblos chicos se sabe todo, yo estaba al tanto de que seguía funcionando normalmente.
Unos años más tarde, un canal de TV hizo una investigación periodística acerca de organizaciones mafiosas de prostitución que tenían su base de operaciones en un populoso municipio cercano y “sucursal” en Nuestro Municipio. Se pudo constatar que tenían reducidas a servidumbre a varias chicas, entre ellas a menores, provenientes en su mayoría de Paraguay. No necesito explicar que la sucursal mencionada era el establecimiento a que hice mención.
Ante el revuelo público que ello produjo y apoyados en mi informe (¡de cuatro años atrás!) las autoridades dictaron la inmediata clausura del establecimiento. Se mandó una gacetilla de prensa titulada: “Nuestro Municipio no avala la prostitución” cuyo contenido ni siquiera vale la pena recordar. Reitero, cuatro años durmió el expediente en la Secretaría de Gobierno según pude verlo al estar a cargo de la cuestión administrativa de la clausura. A los pocos días, las fojas que delataban tal “descuido” habían sido prolijamente sustituidas dejando borradas las huellas de tan injustificable demora.
Cosas que pasan en estas latitudes…
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(1) Por si alguien no lo sabe: un volteadero es un prostíbulo.
(2) Por si alguien no lo sabe: culear quiere decir… Bueno, ¡hagan un esfuerzo de imaginación!
(3) Por si alguien no lo sabe: Pa’ la gilada quiere decir algo así como pour la galerie, para la tribuna o para salvar las apariencias…