miércoles, 13 de noviembre de 2019

La maravilla de leer


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«Lo más importante que me ha ocurrido en la vida, es aprender a leer»[i]

Tal vez se pueda disentir y decir, por ejemplo, que lo más importante fue el nacimiento de nuestro primer hijo. O bien, un ciego que recupera la visión, es probable que no esté de acuerdo.
También es probable que, como en mi caso, se pueda valorar el altísimo valor de ese aprendizaje, solo muchos años más tarde; en aquellos lejanos días de mi primer grado de primaria, era solo una obligación que no estaba muy seguro de que fuese tan importante.
Pero lo cierto es que hoy, cuando leo un libro, tengo la sensación de que el tiempo y la distancia son cuestiones que la lectura supera. Así, creo poder oír las voces de Dostoievski, Víctor Hugo, Gabo García Márquez y, por supuesto, Cervantes.
El tiempo y la distancia no nos separan de Raskolnicoff, de Jean Valjean, de algún José Arcadio o Aureliano Buendía o del caballero andante más famoso y su inmortal escudero. ¿Podríamos saber algo de estos autores o personajes inolvidables si no fuese por la lectura?
Yendo a lo más cotidiano, me ocurre que, luego de leer un libro que me fascina, asombra, sorprende o simplemente me gusta, siento la necesidad de compartir con alguien lo que he leído, saber qué opinión le mereció, qué cosas encontró en la lectura que, tal vez, se me han escapado. Y, sobre todo, hacer conocer a quien quiera interesarse, acerca del o los tesoros que he encontrado. Por eso mi manía de escribir estas notas.
Les dejo mis comentarios y citas de algunas lecturas recientes y otras no tanto.



[i] La frase es de Mario Vargas Llosa.


Elogio de la culpa.  De Marcos Aguinis.
El autor nos regala una obra en la que el narrador es la Culpa. La Culpa psicológica, no la culpa legal. Como ya nos tiene acostumbrados, hace un despliegue de erudición notable. Cuenta interesantísimos episodios extraídos de las mitologías y de los pensadores griegos. Hace, por sobre todo, un encendido elogio a los aportes de Freud a la ciencia psicológica. Es tan profundo en estos temas que, por momentos, lo encontré fuera de mi alcance. Igualmente vale la pena.
Algunos pasajes:
«Yo sabía que la Culpa no tiene misericordia y abusa de su poder; que mucha Culpa es intolerable. Pero advertí que la ausencia total de Culpa hunde al nivel de la ruindad».
«…se intenta convencer de que eliminando gitanos de España, turcos de Alemania, musulmanes de Bosnia, negros de Inglaterra, bolivianos de Argentina y judíos de todas partes, se lograría mágicamente el bienestar. A su vez, líderes y gobernantes corruptos quieren convencer de que son víctimas de la prensa porque si ella no metiese tanta bulla, ¿a quién molestarían sus ganancias mal habidas? No son estas ganancias la fuente del escándalo –sostienen en la intimidad y en su barrosa conciencia…, sino el morbo de los periodistas».
«En conclusión, la tarea de restaurar el tejido roto entre cuerpo, mente y entorno ha fracasado y seguirá fracasando. El hombre es un ser impulsado por contradicciones insolubles. Pero estas contradicciones -no se asombre, lector- son las que le permitieron desplegar su fantástica aventura. Por haber abandonado el paraíso -el estado de naturaleza- edificó la cultura y sus maravillas. Por lo tanto, no se trata de hacerlo regresar al punto de ruptura, cosa que es absolutamente imposible. Se trata de conseguir que sus discordancias no terminen por destruido a él y a todo el planeta. ¿Alguien todavía duda de su vocación homicida? Espero que se hayan esfumado las ingenuidades sobre el hombre originariamente bueno.
»Día a día se profieren maldiciones que parecen balas de ametralladora; si cada una diera en el blanco no quedaría vida en la Tierra. Día a día muchos hombres se entrenan para destruir a otros encubriendo sus bajos instintos con motivos altruistas (patria, raza, seguridad, ideales).
«…Aristóteles insistía en los dorados justos medios. Pero insistía en ellos porque no es fácil conseguirlos. Si el justo medio fuera la ruta natural del hombre, ni siquiera habría que recomendarlo; nadie recomienda respirar. Si el hombre no tendiese a matar, ¿para qué se escribió el mandamiento “No matarás”?».

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La ejecución.  De Oliver Crawford.
Fantástica novela de corte policial con un trasfondo histórico referido a la barbarie Nazi. Se trata de cinco mujeres, sobrevivientes de Auschwitz-Birkenau que, llegadas USA, se arraigan allí, forman familias y corren distintas suertes tanto en lo familiar como en lo económico. Pero las une su pasado y su pasión por el Mah-Jong al que le dedican las noches de todos los miércoles durante 25 años. Por un tácito acuerdo, en esas reuniones jamás comentan aquel pasado tan doloroso. Hasta que, un día, una de ellas reconoce al dueño de un restaurante como su primer violador y principal torturador que, además, era jefe de las “experiencias médico-científicas” que se practicaba con mujeres, a las que, entre otras cosas, las inseminaban con semen de animales. Tan terrible encuentro, la obliga a romper el tácito acuerdo y lo comenta con las restantes. Una a una acuden al restaurante y reconocen a tan detestable sujeto. A partir de allí, la trama es apasionante, en primer lugar por las dudas y temores acerca de qué hacer, cómo hacerlo y quién lo debe hacer. Y luego, por las derivaciones que su decisión provoca en una trama – policial, como ya dije– tan inesperada como fantástica. Una verdadera joya.
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Cuatro mil años de controles de precios y salarios. De Schuettinger, R. y Butler, E.
Sin ser lo que esperaba, tiene, sin embargo buenos pasajes. En general es demasiado técnico para ser de divulgación. Rescato el fallo del Juez Bermejo (en minoría) de la Suprema Corte Argentina de 1922, en el que oponía a fijar precios para los alquileres, que es una verdadera joya de doctrina y nos muestra cómo en nuestro país, la Constitución suele ser letra muerta para los gobiernos de turno:
También rescato las “moralejas” de los controles de precios que terminan siempre creando escasez y mercado negro, o el despilfarro peronista:

«Durante el período peronista toda la economía quedó regimentada. Se estableció un rígido sistema de control de precios y salarios. Esos controles se extendieron rápidamente a todas las variables y factores económicos: tipos de cambio, crédito, tasas de interés, importaciones y exportaciones, cuotas y permisos de cambio, etc. Nada escapaba al control de las autoridades.
»Los resultados fueron los que siempre se observan en esos casos: caída de la producción y sobre todo de las exportaciones (en la Argentina, país conocido por su sobreabundante producción agropecuaria, se llegó a importar trigo y a comer pan de sorgo y racionar la carne); escaseces de toda clase; mercados negros; corrupción, y finalmente también insatisfacción social y sacudimientos políticos.
»Cuando se inauguró el gobierno peronista (1946) había el equivalente de 20.000 millones de dólares actuales [la obra fue escrita en 1979] en oro y divisas en la reserva del Banco Central. Esa suma, que superaba el plan Marshall para Alemania, fue rápidamente despilfarrada y en menos de tres años comenzaron a escasear los recursos. Esto llevó a la acentuación de los controles de precios y salarios que entre tanto se habían estado instrumentando. Conforme a lo dicho, toda la economía y la vida social y política del país fue regimentada. Esa opresión contribuyó finalmente, de una manera decisiva, a la caída de Perón».

Referido a las causas de la inflación y las ventajas que supone para los gobiernos, no así para el común de la gente. El autor remarca que sua causa fundamental es el excesivo gasto del gobierno y nunca traerá prosperidad para la población. Dice, entre otras cosas al respecto:
«La inflación es, según Friedman, “irresistiblemente atractiva para los soberanos, ya que es un impuesto oculto que al principio parece inofensivo y aún agradable, y por sobre todo, porque es un impuesto que puede aplicarse sin necesidad de legislación. Según el mismo autor (en Essays on inflation and indexation) el gobierno “se beneficia” en forma directa, entre otros de los siguientes modos:
Primero: la moneda adicional creada por el gobierno se utiliza para pagar gastos y deudas por encima de la recaudación por impuestos.
Segundo: la inflación producida lleva a los contribuyentes del impuesto a las ganancias a avanzar en la escala y pagan mayores impuestos no creados por ley».

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Un largo sueño en Tánger. De Antonio Lozano.
Originalísimo relato que gira alrededor de una mujer en estado de coma, incapaz de mover siquiera una pestaña, pero que sí puede oír lo que se habla a su alrededor. Demás está decir lo que esto significa para la persona en cuestión, al enterarse de todas las conversaciones que se establecen entre sus visitantes y en su presencia, suponiendo que ella no oye ni percibe nada. Así se entera realmente lo que ella significa para sus seres queridos o no tanto, pero que conforman su círculo más cercano.
El autor nos regala unas imágenes casi visuales de la ciudad de Tánger, tan especial, en aquellos tiempos previos a la Guerra Civil Española, con su cosmopolitismo, sus diferencias sociales y su composición multirracial.
Desde luego que la condición de la protagonista y todo lo que va descubriendo a lo largo del relato, la llevan (y nos llevan) a preguntarnos quiénes somos, quiénes creemos que somos y quiénes cree el resto que somos. Vale la pena, indudablemente, su lectura.
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El tiempo entre costuras. De María dueñas.
Fantástico relato de la “costurerita que dio el mal paso”. En este caso, luego de su terriblemente mala decisión de irse con quien suponía el amor de su vida, logra recomponerse, con recursos no del todo confesables pero obligada por la extrema necesidad. La circunstancias la ponen en un papel que jamás soñó con representar en su vida. Tenemos a una auténtica heroína de novela, con todos los ingredientes necesarios para ello. Y no por fantásticos o exagerados, molestan al lector, sino al contrario; ¿para qué está después de todo la ficción sino para exagerar? La acción transcurre en Madrid en tiempos previos al franquismo, luego en Tánger, cuando estalla la sublevación del Generalísimo, y luego en España durante la dictadura. La autora nos lleva de la mano por esas distintas geografías, ambientándonos en los aires que se respiraban en la época. El colorido de la ciudad internacional de Tánger, que no deja de ser indiscutiblemente mora está vívidamente narrado. Se lee de cabo a rabo pasando por momentos de un suspenso tal, que corta el aliento.
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Tiempos recios. De Mario Vargas Llosa.
Otra vez el genial Mario Vargas Llosa nos regala una novela a la altura de sus mejores obras. Con un cuidadoso estudio histórico y sobre el terreno, recrea, en forma novelada, los sucesos que precedieron y sucedieron al golpe de estado en Guatemala que derrocó al presidente Jacobo Árbenz.
Con muy buenas presentaciones de los personajes (no dice cuáles son reales y cuáles imaginarios, aunque da toda la sensación de que todos son de los reales), hace de su lectura un verdadero deleite y nos pinta a todo color el clima de época y las particularidades de esa sociedad tan postergada e injusta.
Quienes acusan al autor de estar comprado por el imperialismo y las corporaciones, podrían desengañarse al leer esta obra (si su espíritu acrítico se lo permitiese) en la que no escatima críticas a la intervención de la CIA en forma descarada en el golpe que destituyó a Árbenz. Y dicha intervención fue acusándolo de comunista al servicio de la URSS, pero solo para defender los dudosos e ilegítimos derechos de la United Fruit, empresa que supo magistralmente hacer el lobby necesario para convencer a los políticos y periodistas de entonces de tal mentira que, a fuerza de repetida, se tomó por verdad.
No importó que el propio Árbenz declarara, una y otra vez, hasta el cansancio, que su propósito era instalar en Guatemala, una república democrática que tuviese como modelo a la de USA. Tampoco importó que ninguna de sus medidas económicas y sociales desmintieran sus palabras.
El autor saca como conclusión (y aclara que es su opinión), que este golpe con descarada intromisión en los asuntos guatemaltecos de parte de la CIA y la diplomacia de Eisenhower, fue el puntapié inicial para lograr todo lo contrario a lo que se propusieron; claramente contradictorias fueron sus consecuencias: precipitaron a la Cuba de Castro a los brazos de la URSS, y su consecuente viraje al comunismo, para blindarse contra el poderoso vecino. Y no solo eso, sino que ayudó al inicio de las guerrillas y la violencia que luego sufrió todo el subcontinente.





jueves, 17 de octubre de 2019

Cosas que se ven en estos días…


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Si uno pasea por la calle comercial de su barrio o por otros barrios, podrá ver que, a media mañana o a media tarde, en un día laborable, abundan los jóvenes de ambos sexos (¿deberé decir jóvenes y jóvenas?) paseando con sus parejas y uno o más niños de cortísima edad, algunos en brazos o cochecitos, otros caminando a la zaga de sus progenitores. Se los ve despreocupados y, hasta me atrevería a decir, que muy cómodos con su condición de “ni-ni”.
Si uno en cambio pasa por la vereda del consulado de  Italia o España, por la cancillería o por la embajada de USA, podrá ver también a muchos jóvenes tratando de conseguir su ciudadanía, su visa o bien apostillar documentación para esos fines. Ellos se ven ansiosos por lograr salir de su condición de “ni-ni”, y para ello buscan otra latitudes.
La diferencia entre unos y otros, aparte de la mencionada respecto de la comodidad o incomodidad que la situación les produce, es la calidad de sus cerebros. No creo que los más preparados sean los que quieran obtener un plan, ni que los menos capacitados buscan salida en las embajadas.
Yo sé que me acusarán de discriminador, racista, oligarca, neoliberal y otras lindezas por el estilo por la anterior afirmación, pero creo que responde a una realidad, según la veo.
Y ello me lleva a ver nuestro futuro cargado de nubarrones que nada bueno presagian.
Para salir de la situación de postración en que nos encontramos, aparte de gobiernos razonables, sensatos y honestos, necesitamos, como cualquier país, contar con un capital humano que pueda construir esa prosperidad que tanto anhelamos.
Y, ¿cómo se mide el capital humano? No soy experto en estos temas ni sé si hay una fórmula matemática que lo exprese, pero se me ocurre una:

Capital Humano = (Cantidad x calidad) de cerebros.

No creo que quienes buscan la salida en otros países, sean precisamente los menos preparados, sino todo lo contrario. Quiere decir que estamos exportando (y quedándonos sin ellos) a los mejores cerebros con que contamos. O, dicho en términos de la fórmula matemática, estamos perdiendo el segundo factor de la ecuación. Y si perdemos la calidad...
Si a ello le sumamos que quienes optan por quedarse y “recibir un plan” son precisamente los que más hijos tienen (no hacen planes para tener hijos, sino que hacen hijos para tener planes), ya sabemos lo que nos espera en los próximos lustros.




domingo, 13 de octubre de 2019

Cámara de fotos


Autora: Marta Tomihisa.



Miró con curiosidad el ridículo pañuelo que su madre lucía sobre la cabeza, sujetando el cabello hacia atrás. Tenía unos arabescos circulares azules y marrones, parecía nuevo y ni siquiera era apropiado para este momento.
La mujer apretaba la mano de su hija menor, silenciosa y asustada junto al pozo en el cual enterrarían a su padre. Se acomodó la bufanda y pensó que la ceremonia del entierro era un absurdo total, estaba ansioso porque terminase de una vez por todas…
Oliver Collins no sentía pena, solo fastidio ante esta situación tenebrosa que debía afrontar.
Odiaba al fallecido, un borracho violento y manipulador que había hecho del hogar un campo de batalla. Golpeaba a quien tuviera al alcance, ebrio durante casi todo el día. Cuando estaba sobrio dormía hasta que la garganta seca lo despertaba y le marcaba el camino hasta el bar, luego regresaba dispuesto a pelearse con cualquiera. Desde chico oía a su madre defenderse de las agresiones, pero a medida que ambos envejecieron, la mujer optó por el silencio y solo se oían los insultos de él denigrándola hasta el hartazgo.
Se había cansado de preguntarle a ella por qué soportaba todo esto, nunca había obtenido respuesta. Ahora sentía alivio, una sensación de agotamiento inundaba su pecho como si hubiera corrido por un largo tramo y finalmente hubiera llegado al sitio indicado. Pero él no quería quedarse allí, en Foxford, en el pueblo en el que había vivido sus veintitrés años de existencia.
Anhelaba otros horizontes quizás para dejar atrás tantos años oscuros, inútiles para sus anhelos. No quería terminar como su padre, que ni siquiera había cumplido los cincuenta años y ya estaba muerto, deseaba algo más para su vida. Durante los últimos cinco años había trabajado en la fábrica de lana, al igual que su madre que aún lo hacía. Había ahorrado pacientemente todo el dinero que podía, para comprarse un pasaje e irse lejos.
En Irlanda las cosas estaban bastante tranquilas, en su pueblo no tenía otras perspectivas laborales y ni siquiera sociales. Sus amigos se habían ido a vivir con alguna chica, algunos ya eran padres y eso era todo lo que le esperaba.
Oliver quería ir a algún lugar de Latinoamérica, como lo había hecho su célebre compatriota el almirante William Brown, reconocido fundador de la armada argentina. Héroe nacional de ese país, alabado y homenajeado por sus habitantes. Muchas veces venían turistas desde allí para visitar su museo, para contemplar las fotos de sus flotas y el pueblo en donde el prócer había nacido. Él notaba la admiración en sus rostros, envidiaba una vida tan plena y arriesgada como la de Brown que sin embargo había prolongado su existencia hasta los ochenta años. Sólo de esa manera se podía envejecer con dignidad. Había mucha historia que lo unía a Argentina, hasta el Che Guevara tenía antepasados irlandeses y él lo admiraba. Sentía que solo un valiente podía haber llevado a cabo semejante revolución, eran las agallas irlandesas, sin duda…Sabía entre otras cosas que los argentinos también habían librado una batalla contra sus enemigos de siempre, los ingleses. Se disputaban la pertenencia de unas islas ubicadas en el océano Atlántico, aunque habían perdido esa disputa, esto le demostraba que ellos también compartían sus odios.
Ya estaba decidido, solo faltaba comprar el pasaje y recién entonces contárselo a la familia. No quería hacerlo antes para evitar que su madre le pidiese que se quedara, aunque hacia mucho tiempo que ella no requería nada.

Oliver no quería terminar su vida refugiándose en la taberna, repitiendo la amarga historia de su padre. Salvo a su hermanita a quien iba a extrañar mucho, no había otro pariente a quien rendirle cuentas. También estaba su tío Oscar, el hermano de su madre, a quien apreciaba considerablemente pero ya era un anciano y apenas se comunicaba con los demás. El viejo solía sentarse en un banco frente al río Moy, en donde permanecía horas intentando pescar aunque jamás lo lograba.
Ese lunes compró el ticket, en diez días estaría volando hacia Sudamérica y cumpliendo su sueño. Estaban cenando cuando se lo dijo a su madre, quien pareció no prestarle atención al asunto y siguió hablando de otras cosas sin importancia. Durante el fin de semana visitó al tío en la pensión en donde vivía, cuando le habló de su viaje el anciano demostró más interés del que se imaginaba. Sacó una caja de madera que guardaba debajo de la cama y le obsequió una vieja cámara fotográfica Leica, impecable, que había guardado durante mucho tiempo como su único tesoro.
 –Precisión alemana!– decía su tío.
Oliver no quería aceptarla pues ni siquiera sabía si funcionaba, pero el hombre le explicó cómo usarla e incluso le hizo una demostración para que comprobase lo bien que estaba.
El tío Oscar lo miró con sus apagados ojos azules, tan parecidos a los de él y dijo:
–Quiero que saques buenas fotos, para que las veamos cuando vuelvas…
Oliver se despidió apretando su mano huesuda, comprendió que era muy posible que nunca más se volvieran a ver…
Al llegar al aeropuerto internacional de Belfast, al que había visitado una sola vez en su vida, sintió una sensación de emoción y tristeza que lo incomodaron, pues detestaba las escenas sentimentales. Su madre y hermana habían venido a despedirlo, se embarcó de inmediato y ni siquiera dio vuelta la cabeza para saludarlas mientras se iba. No pudo ver que las dos lloraban agitando sus pañuelos, hasta que su figura desapareció definitivamente detrás de una puerta…
El viaje fue apacible, había volado una sola vez anteriormente para hacer un trámite en Londres. Pero ahora el trayecto era más largo, tenía mucho tiempo para pensar.
No quería quedarse en Buenos Aires, no deseaba vivir en una ciudad superpoblada. Pasaría allí un par de días y luego se iría hacia el norte a conocer la Quiaca, en Jujuy. Ese paisaje lo había subyugado, desde una revista de turismo de la cual había extraído toda la información que tenía de ese país. Además pensaba buscarse un trabajo en esa provincia y gozar del increíble entorno. Ya encontraría algo para hacer, siempre se podía ganar la vida trabajando de mozo, para eso había estado practicando el español. Leyendo en la biblioteca de su pueblo, directamente de un diccionario aprendió algunas palabras sueltas que le vendrían muy bien. No tenía mucho dinero, así que debía tomar decisiones y encontrar un lugar barato para quedarse en la capital de Argentina.
Al llegar al aeropuerto de Ezeiza estaba un poco mareado, luego de tanto viajar. Ni siquiera sabía qué momento del día era en Bs As, tomó un taxi rumbo a la ciudad, hacia un lugar llamado Retiro. Él tenía la información de que desde ese punto podría trasladarse al norte, a su lugar soñado.
El taxista lo dejó en una plaza, había mucha gente deambulando pues aún era de día. Así que anduvo mirando por todos lados, complacido de estar en ese fascinante país.


Había una torre y un gran reloj en ella, se fijó en la placa y leyó con sorpresa: “Torre de los ingleses”
–¿¡Por qué mierda los argentinos tienen esto, en el centro de su ciudad!?
Sacó su primera foto, luego se la mandaría al tío Oscar para que se riera un poco de este insólito homenaje al enemigo inglés.
Cruzó la calle mirando atentamente a las personas que pasaban apuradas, un relámpago en el cielo le advirtió que se venía una tormenta. Debía hallar de inmediato un lugar en donde pasar la noche, se dirigió a una calle un poco más solitaria. El aspecto del lugar era desprolijo, había bolsas de basura y papeles tirados por todas partes. La ciudad se veía bastante sucia, suponía que todavía no habían venido a limpiarla como correspondía.
Luego de caminar unas cuantas cuadras encontró un alojamiento, con un cartel iluminado que decía “Hospedaje”. No tenía buen aspecto así que supuso que sería barato, entró de inmediato pues la lluvia había comenzado a caer. Un hombre de bigote y cara redonda lo recibió en la recepción, comprendió de inmediato que Oliver pretendía pasar la noche allí. El precio de la habitación era conveniente, por lo tanto lo guió hasta ella indicándole además, en dónde se hallaba el baño. El lugar era precario, pero a simple vista estaba limpio y ordenado, igual no pretendía nada más. Se tiró en la cama y estiró las piernas, estaba cansado y contento pero además hambriento. Tendría que buscar un sitio donde comer algo, luego de ir al baño salió a la calle nuevamente. La lluvia había cesado, había menos gente en la calle y las primeras sombras del atardecer caían sobre las veredas. Caminó con cierto apuro y finalmente halló una cafetería en la que comió un sándwich y bebió una cerveza.
Enseguida regresó al hospedaje.
¡Buenos Aires! Ya estaba aquí, sus sueños se cumplían…
Durmió profundamente, a la mañana siguiente se dirigió hacia Retiro a comprarse un boleto para viajar al norte.
Un tráfico intenso de transeúntes y vehículos lo hizo detenerse varias veces, finalmente llegó a la estación del ferrocarril. El hombre de la boletería le explicó que allí no había ningún tren que fuese a Jujuy, que debía viajar en ómnibus, indicándole dónde estaba la terminal de ese transporte.
Finalmente allí, logró comprar un pasaje para su destino. Viajaría al día siguiente por la noche, ahorrándose el hotel, pues el trayecto duraba casi dieciséis horas. En esa zona vio docenas de vendedores ambulantes y sacó fotos por doquier, pues todo era muy colorido y alegre. Además había un desorden que jamás había visto en su pueblo en donde hasta los puestos de venta en el mercado, estaban prolijamente ordenados y limpios. Sin duda era un lugar extraño, la gente que atendía los puestos era morena, distinta a los transeúntes y en algunos casos hablaban un idioma diferente al español.
Oliver estaba muy contento de estar en una ciudad tan especial, con tantas etnias compartiendo la vida. En su pueblo no se veían extranjeros, los turistas llegaban en contingentes programados con circuitos acotados para visitar lugares tradicionales. Le gustó la diversidad de razas, el desorden, la desprolijidad imperante, pues todo era nuevo para él.
Esa noche luego de comer pizza siguió recorriendo calles y rincones, tratando de incursionar por toda la ciudad. Luego se sentó en el banco de una plaza, se dispuso a descansar un rato de su larga caminata. Allí estaba, cuando vio a los dos chicos que se le acercaban. El más alto, flaco, caminaba un tanto desgarbado, tenía varios piercing en la boca y las orejas. Un gran tatuaje cubría su hombro derecho, mostraba un gesto de marcado enojo.


El otro era petiso y casi un niño, tenía el pelo teñido de rubio y lo miraba fijo mientras sostenía un pequeño cuchillo en su mano…
El más alto le gritó:
–Dame un pucho, loco!
Oliver trató de entender:
–¿Pucho? Yo no hablo…!
El más bajo le arrebató la cámara y empezó a correr, entonces él intentó sujetar al otro y en el forcejeo sintió un dolor intenso en el cuello.
Los chicos huyeron llevándose la cámara y su mochila, mientras él tirado en el piso con un cuchillo clavado en el cuello, sentía la sangre inundar su garganta. Miró a su alrededor, se desvaneció…
Durante un breve lapso de tiempo, emitió un quejido que fue apagándose hasta desaparecer por completo.
Oliver murió allí en medio de esa plaza, bajo un cielo colmado de estrellas…
En la morgue le pusieron una etiqueta en la que decía NN, pues carecía de documentación.

En este local de San Telmo se puede hallar de todo, cosas que nadie imaginaba encontrar. Samuel no se podía quejar, su negocio era el más visitado de la cuadra. Esa mañana el sitio estaba colmado de gente, él ya había vendido bastante. Los que estaban entrando ahora eran turistas ingleses alojados en el Four Seasons, con excelente poder adquisitivo.
Miraron por todos lados buscando cosas interesantes, uno de ellos de edad avanzada, se acercó a una vitrina en la que había algunos objetos raros.
Le pidió a don Samuel que le mostrase una vieja cámara de fotos Leica, luego de revisarla un poco para saber en qué estado estaba, la compró.
Ya en el hotel el hombre abrió la máquina y vio que había un rollo puesto, lo guardó y al día siguiente lo envió a revelar. Eran unas lindas fotos de Buenos Aires, de lugares atestados de gente, de vendedores ambulantes sonriendo, sentados en las veredas, comiendo y hablando entre sí. La que más le gustó era una de la Torre de los Ingleses, un merecido homenaje a sus compatriotas.
Bueno, realmente estaban muy bien tomadas y le ahorraban aventurarse por lugares peligrosos, no recomendados para turistas.
Mirando la cámara, pensó en voz alta:
–Precisión alemana…

Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...