martes, 30 de enero de 2018

Convivencia sin machismo

Autora: (Marta Tomihisa)
Nací de un matrimonio multirracial, pero tradicional en toda su estructura.
Mi padre era japonés y mi madre descendiente de italianos, de esa particular unión nacimos ocho hijos, siete mujeres y un varón. Soy la menor de esa familia.
Sin lugar a dudas, presencié el trato preferencial que los adultos prodigaban a mi hermano ante cualquier evento de nuestras vidas. Comprobé que cuando él nos visitaba, mi madre cocinaba las mejores milanesas, compraba su bebida preferida y dejaba sobre su cama una camisa impecable junto a su ropa interior como si se tratara de un huésped exclusivo en una misión diplomática. Pero como él vivía en otra ciudad, lejos de mi hogar, la situación no me afectaba en absoluto. Además, debo reconocer que siendo la menor y con padres bastante mayores siempre me sentí privilegiada junto a los adultos que poblaban mi casa. Los recuerdos que conservo de esa etapa de mi infancia son muy alegres, los sábados sobre todo, cuando mis hermanas se aprestaban a ir a algún evento bailable mientras practicaban los pasos para desplegar su encanto y enamorar a esos caballeros, con los que imaginaban concretar el sueño de amor que las colmara de una felicidad eterna…
Fui testigo entusiasta de la llegada de los primeros pretendientes de mis hermanas, ya que mi padre había muerto cuando yo aún era una niña y  recibir algún sujeto varón en nuestra casa le daba ese toque distinto a la rutina de tejidos y novelas románticas, que hacían demasiado monótonos nuestros días. Como he sido diferente a mis hermanas, tímidas y acomplejadas, incentivada por tantos adultos me volví temeraria y jamás eludí ninguna acción por más osada que pareciera para enfrentar cualquier reto que fuera desplegándose en nuestras vidas.
Así fue que demasiado pronto comprendí que estos caballeros, prolijos y regalones, que siendo novios se esmeraban por traer obsequios y comportarse como príncipes ante sus amadas, fueron cambiando a medida que el tiempo pasaba, que la familia se multiplicaba y que las chicas bonitas se desmoronaban en un cúmulo de tareas tediosas y pesadas, que las afeaban y enfermaban hasta apagar esas sonrisas que en otros tiempos las iluminaban…
Y hubo violencia, llantos y dolor…
Sin embargo debo reconocer que fui exceptuada de cualquier agresión, aunque me planté ante muchas situaciones familiares para defender a esas víctimas del maltrato a las que no se les permitía jamás hacer un alto en sus pesadas tareas para tomar un respiro, para llorar por sus sueños desmoronados como sus propias existencias. Aún las rescato con inmenso dolor en mi corazón, recordando sus miradas y sus palabras alentándome a no repetir sus tragedias, a luchar por mi propia integridad…
Alertada por semejantes ejemplos, jamás tuve un novio japonés. Un día me casé y elegí para mi existencia a quien fuera capaz de respetarme antes de amar, así fue mi vida…

En el año 1976 viajé a Japón, junto a mi marido argentino y mi cuñado Yoshio, mi hermana, su esposa y madre de sus hijas, siguió con su rutina laboral…
Conocí allí muchas mujeres extraordinarias, a quienes recuerdo con mucho afecto…
Nos alojamos en la casa de Keiko, hermana menor de Yoshio, desde donde salíamos todos los días para tomar el tren hacia la fabulosa ciudad de Tokio. Al atardecer volvíamos colmados de experiencias visuales tan extraordinarias, que estábamos agotados y felices ante el descubrimiento de tantas maravillas.
Una mañana, mientras tomábamos el desayuno prolijamente preparado por la adorable dueña de casa, casi de mi edad, ella me preguntó:
–Se siente bien, Marta san?
Me sorprendió la pregunta pues yo gozaba de muy buena salud en tan bello entorno, por lo que respondí que sí…Entonces, ella me contó que siempre cuando nos íbamos, nos observaba por su ventana y veía que Charlie ponía su brazo sobre mi espalda. Yo ya había notado que cuando ella y su esposo nos acompañaban, Keiko siempre caminaba un poco más atrás mientras él llevaba la delantera. Supuse que se trataba de lo angosto de la vereda, no hay grandes aceras en Japón, la falta de espacio es absolutamente notable…
Pero de inmediato comprendí que ella nunca tocaba a su esposo, porque ni siquiera compartían el mismo dormitorio ya que Keiko dormía con sus hijos, mientras él ocupaba otra habitación…
Ambas nos miramos, ambas comprendimos que nuestras vidas eran diferentes, que nuestras acciones eran actos indicativos de que el contacto humano no formaba parte de la existencia cotidiana nipona, que era solo un privilegio de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, si bien en el Japón de esos años, todavía existían los matrimonios arreglados entre familias conocidas, Keiko nos había contado que ella se había casado por amor…
¡Lo contó con tanto orgullo, que me conmovió el corazón!
Nuestras charlas se volvieron un intercambio de descubrimientos, le maravillaban nuestras costumbres, nuestras charlas divertidas chapuceadas de inglés y español, con la extraordinaria capacidad que poseemos los seres humanos para intercambiar experiencias en mundos tan diferentes, poblado de personas extrañas sorprendidas ante lo desconcertante y admirable del contacto humano…
Inexorablemente el tiempo ha pasado, muchas civilizaciones han erradicado ya su crueldad machista. Mis hermanos han muerto y yo he caminado un largo camino, añorando un mundo colmado de paz. Hasta en mi último aliento, anhelaré que la violencia de cualquier origen, se convierta solo en una circunstancia escasa y evitable, para erradicar definitivamente nuestro pasado cavernícola, para no claudicar y no retroceder jamás…

I

5 comentarios:

Charles dijo...

Susana nos dijo:
Hermoso Marta. Un relato conmovedor, lleno de ternura. Me encantó. Nos vemos. Cariños, Susana

Charles dijo...

Alfredo nos dijo:
como siempre..me resulta poco .Quiero seguir leyendo pero como es obvio la narracion tiene el limite de la historia misma.Que particular coincidencia,
coincidencia? en esta historia se aunan dos conceptos sobre los cuales hablaramos en la reunion en el CAUT ayer la violencia machista, y algo sobre lo que hablamos el miercoles pasado la necesidad de el contacto fisico como demostracion de afecto,Que coincidencia........no? abrazo


JELEJALDE dijo...

Además de que da la sensación de ser muy sincero, me ha parecido un precioso e instructivo relato. Gracias, Marta

Charles dijo...

Bettina nos dijo: Querida Marta, el último párrafo es simplemente maravilloso, resume con hermosas palabras el anhelo de tantos. Mi reflexión es que aún hay mucho camino por recorrer no solo para terminar con la faceta más horrible del machismo,que es la violencia, sino también con la discriminacion y gran desigualdad que todavía subsiste en muchísimos países. Hay que seguir trabajando y mucho para que algún día esté mundo sea mucho menos o casi nada violento .besos

Charles dijo...

Elsa nos dijo: He leído con mucho interés y placer los últimos ensayos de Marta. Como siempre encuentro en sus mensajes mucho en común.

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