domingo, 26 de mayo de 2019

Ojos que no ven… (Relato de no ficción)


Autora: Marta Tomihisa
Transitaba yo mi adolescencia, mientras mi hermana Namiko y su marido, poseían una próspera tintorería. Estaba ubicada en pleno centro de la ciudad de San Isidro, en un bullicioso entorno de comercios y abundante población.
Los sábados, cuando no iba a la escuela, yo solía ayudarles con su múltiple descendencia, además de realizar alguna tarea referente al negocio de limpieza, que tan próspero resultó para todos los miembros de la colectividad japonesa.
Casi nunca estaba en el mostrador, hacía algunas tareas de planchado o cosía botones desprendidos en el trajín del lavado. Eran actividades sencillas, que al final del día me recompensaban con algún dinero, el cual utilizaba para mis gustos exclusivos.
Algunas veces mi hermana, que atendía el mostrador, entraba a la vivienda para tomar unos mates mientras no había clientes que la esperaran. Solía contar anécdotas, muchas veces divertidas y otras insólitas, que compartía conmigo. Recuerdo algunas interesantes, aunque las que más despertaban mi curiosidad eran ciertos relatos referentes a un cliente ciego, muy amable y extrovertido que la inquietaba bastante, ya que mi hermana era una persona tímida. Namiko me confesó que dudaba de su ceguera, sorprendida ante la particular destreza que poseía para registrar todas sus prendas. Traía bastante ropa para limpiar y cuando venía a buscarla, solo bastaba ponerla sobre el mostrador y al simple tacto él las reconocía, como si las estuviera viendo. Cierta vez, que necesitaba un saco sport gris que había traído y que aún no había sido planchado, mi hermana intentó entregarle otro azul, que también le pertenecía pero que al tocarlo reconoció enseguida, interpretando el hecho como una broma sin siquiera molestarse, aunque por supuesto mis familiares se disculparon… Apremiada por su numerosa familia, sumada a la pesada carga de tantas obligaciones, mi hermana se había convertido en un ser taciturno. La intensa actividad laboral, casi no le permitía un mínimo descanso por lo que siempre estaba callada y agotada. Aunque la visita del ciego, le provocaba siempre una extraña sensación, ya que él detectaba su estado de ánimo con un simple saludo y solía interesarse por ella, quien percibía en esa mirada ausente un inexplicable don de percepción…
Las anécdotas se sucedieron, hasta que un día le expresé a mi hermana mi interés en conocerlo. Como el ciego era un ser metódico y siempre venía a la tintorería a determinada hora de la mañana durante los sábados, Namiko y yo planeamos que yo ya estaría en el local junto a ella, en absoluto silencio para poder observarlo detenidamente.
Visto que él no conocía mi existencia, me entusiasmaba esta situación y ese sábado antes de que él llegara, aguardé sentada en un banco ubicado junto a la caja.
Así fue que entró al local, saludó cordialmente y se quedó callado mientras aguardaba que le trajeran su ropa limpia…
Era un hombre de mediana edad, alto, delgado, de cabello casi rubio, ojos claros y ausentes, portando un bastón que apoyó contra la pared mientras saludaba con perfecta dicción y seguridad. Namiko lo atendió con premura y fue poniendo sobre el mostrador las prendas que iba descolgando de las perchas, mientras buscaba alfileres para sujetar el papel del envoltorio. Estaba concentrada en esta tarea, cuando el ciego exclamó:
–Parece que hoy tenemos visitas, ¿quién es esta dama que nos acompaña?
Me quedé tan perpleja por este comentario, que enmudecí de sorpresa…
Namiko me sonrió, mientras le respondía que yo era su hermana y que había venido de visita…
El hombre, levantó su mano derecha e hizo un ademán de saludo al cual yo contesté de inmediato, totalmente impactada por su intuición…
El ciego dijo:
–Ah, una chica tan joven… ¿Debe ser una buena ayudante, no? Pero…¿Cuál es tu nombre?
Por supuesto respondí, aunque un poco perturbada por la situación me retiré de inmediato al interior del local. Cuando mi hermana terminó de atender al sujeto, vino a mi encuentro y, totalmente impactadas por lo ocurrido, comentamos el suceso sin hallarle ninguna explicación…
¿Hay quizás un sexto sentido en los ciegos? ¿Acaso perciben cosas que nosotros los videntes, no podemos ver?
Nunca pude encontrar ninguna respuesta, para responder estas preguntas…

El tiempo pasó….
Una amiga me regaló el libro: “Sobre héroes y tumbas” del genial escritor: Ernesto Sabato.
Quien lo haya leído recordará la obsesión del personaje por los ciegos, la minuciosa descripción de hechos y acciones que van creando un clima de suspenso en extraños sucesos…
Cito alguno de sus pasajes: “Si fuera un poco más necio podría acaso jactarme de haber confirmado con esas investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me trajeron la primera revelación. Luego, a medida que fui creciendo fue acentuándose la prevención contra esos usurpadores, especies de chantajistas morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que los emparenta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en cuevas…”
Diré además, que en el transcurso de mi vida tuve un entrañable amigo ciego, irónico y mordaz como pocos, a quien aún extraño…
Pero no puedo dejar de pensar en aquel hombre que conocí, de aquel lejano tiempo en el que volvía a mi casa y me parecía verlo caminar detrás de mí, oculto en las tinieblas como una sombra perdida en la oscuridad, a la que aún rescato tan solo para mis recuerdos…  




jueves, 23 de mayo de 2019

Mis lecturas


Sinuhé el egipcio.  De Mika Waltari,
La segunda lectura me dejó tan maravillado como la primera. Cuesta entender que esta verdadera joya de la literatura no esté permanentemente mencionada entre las mejores que se hayan escrito. Bueno, eso opino yo comparándola con lo mejor que he leído, que no es tanto, pero es algo. Una auténtica novela histórica de aventuras y de reflexiones filosóficas. Recuerda un tanto a las andanzas de aquel de la Triste Figura y su inefable escudero. En efecto, Sinuhé es un médico egipcio (contemporáneo de Akhenaton y Tutankhamon) que recorre gran parte del mundo conocido por los egipcios, practicando su arte, curando enfermos generalmente pobres y desposeídos, siempre desinteresándose de la recompensa por sus servicios, aunque también llega a ser médico de los faraones. En esas andanzas, nos hace participar en batallas, hambrunas, catástrofes naturales y sociales inimaginables, siempre en el entorno de las sociedades de esa época. El conocimiento de la vida cotidiana de entonces que demuestra el autor es notable.
A pesar de su desinterés por lo material, el protagonista llega a ser inmensamente rico gracias a las picardías de su esclavo que, sin su conocimiento, le hace redondear enormes fortunas con toda clase de especulaciones y trapisondas. Por más que reiteradamente Sinuhé lo hace regalar y distribuir sus bienes entre los necesitados, Kaptah, que así se llama este leal servidor, siempre se las ingenia para rehacer las fortunas de su amo. Este desinterés por lo material y amor al prójimo, no le impidió a Sinuhé dejar a sus padres en la indigencia más absoluta, pretendiendo obtener los favores de una cortesana de lujo. Todo esto pesará sobre su conciencia hasta el final de la obra.
Algunos pasajes:
Dice Kaptah acerca del vino:
«A mi juicio, el oficio de tabernero es también el más seguro de todos porque la sed del hombre permanece inalterable pase lo que pase, y aunque se tambalease el poderío de los faraones, y los dioses se cayesen de sus tronos, las tabernas y las hosterías no estarían más vacías que antes. Porque el hombre bebe vino en su alegría y lo bebe en su tristeza; en el éxito alegra su corazón con el vino y en el fracaso lo consuela de igual modo; bebe cuando está enamorado y bebe cuando su mujer lo apalea. Acude al vino cuando los asuntos van mal; riega sus beneficios con el vino. Ni tan solo la pobreza impide al hombre beber vino».
Y acerca la pretensión de lograr la igualdad entre los hombres:
«Si llega un día en que no haya ricos ni pobres, existirán siempre los cuerdos e imbéciles, astutos e ingenuos. Así ha sido siempre y siempre será. El fuerte pone su pie sobre la nuca del débil; el astuto se lleva la bosa del cándido y hace trabajar al simple por su cuenta, porque el hombre es un animal engañador e incluso su bondad es incompleta, de manera que solo el hombre que está tendido para no levantarse más es completamente bueno. Ya ves lo que la bondad del faraón ha causado. Los que más lo bendicen son seguramente los cocodrilos del río y los cuervos ahítos de las cornisas del templo». 
Acerca de la venganza, reflexiona Sinuhé:
«…pero quiero decir aquí que la venganza embriaga y su sabor es delicioso, pero de todas las flores de la vida es la que más pronto se marchita, y bajo las delicias de la venganza ríe siniestramente una calavera. [...] y esto me demostró que la venganza no procura ninguna satisfacción, sino que  su dulzura es efímera y se vuelve contra su autor, abrasándole el corazón a fuego lento».
Gritar con los demás:
«Entonces comprendí que la mayor alegría del pueblo era poder gritar todos a la vez, sin que importara nada lo que se grita ni por qué se grita, pero al gritar con los demás uno se siente fuerte y está convencido de la justicia de la causa por la cual se grita. Horemheb estaba muy satisfecho y levantaba los brazos para saludar al pueblo».
Voces de Chernóbil.  De Svetlana Alexiévich.
El libro contiene una serie de testimonios, en forma de monólogos, de distintos protagonistas de esta verdadera hecatombe. No obstante, comienza con una somera “Nota histórica”, en la que se da una idea en cifras de esta tragedia, que continúa. Si bien la central nuclear está ubicada en Ucrania, por su cercanía con Bielorrusia y los vientos predominantes en ese momento, fue este país el más afectado de todos. Cerca de un cuarto de su territorio quedó en zona de desastre y sin posibilidades, en términos de vida humana, de recuperación. La mortalidad por cáncer de la población aumentó de 82 a 6.000 casos cada 100.000 habitantes…
El resto del libro son, como dije al principio, testimonios de bomberos, liquidadores, científicos, maestros, campesinos, etc. cada uno con su desgarradora historia, algunas heroicas. Pero la generalidad es la mentira y el ocultamiento oficial respecto de la magnitud de la catástrofe; en muchos casos se prefirió dejar a la gente librada a su suerte para “no crear pánico en la población”.
Entre los testimonios, abundan los críticos del gobierno comunista y del permanente ocultamiento por parte de las autoridades de la verdadera magnitud de los daños. Mandaron a bomberos y “liquidadores” a una muerte segura, prometiéndoles mejor paga y medallas de reconocimiento al mérito. El reclutamiento era forzoso, pero se los llamaba “voluntarios”.
Muchos también, comunistas convencidos, se muestran nostálgicos del estalinismo, creyendo que con mano dura, esto no hubiese ocurrido. También están los que creen que Gorbachov trabajaba para la CIA y todo fue un atentado orquestado desde Washington para contribuir al derrumbe de la URSS.
Algunas citas de los innumerables testimonios:
El átomo militar y el átomo para la paz:
«Seguramente nos hubiéramos acostumbrado mejor a una situación de guerra atómica como lo sucedido en Hiroshima, pues justamente para esa situación nos preparábamos. Pero la catástrofe se produjo en un centro atómico no militar, y nosotros éramos gente de nuestro tiempo y creíamos, tal como nos habían enseñado, que las centrales nucleares soviéticas eran las más seguras del mundo, que se podrían construir incluso en medio de la Plaza Roja. El átomo militar era Hiroshima y Nagasaki; en cambio el átomo para la paz era una bombilla eléctrica en cada hogar. Nadie podía imaginar aún que ambos átomos, el de uso militar y el de uso pacífico, eran hermanos gemelos. Eran socios. Nos hemos hecho más sabios, todo el mundo se ha vuelto más inteligente, pero después de Chernóbnil. Hoy en día, los bielorrusos, como si se tratara de “cajas negras” vivas, anotan una información destinada al futuro. Para todos».
Besar o no besar:
«Ahora, en lugar de las frases habituales de consuelo, el médico le dice a una mujer acerca de su marido moribundo: “¡No se acerque a él! ¡No puede besarlo! ¡Prohibido acariciarlo! Su marido ya no es un ser querido, sino un elemento que hay que desactivar”. ¡Ante esto, hasta Shakespeare se queda mudo! Acercarse o no, esa es la cuestión. Besar o no besar».
El humor, negro pero humor al fin, no está ausente en los testimonios:
«Una ucraniana vende en el mercado unas manzanas rojas, grandes y grita: “¡Compren mis manzanas! ¡Manzanitas de Chernóbli!”. Y alguien le recomienda: “Mujer, no digas que son de Chernóbil, que nadie te las comprará”. “¡Pero qué dices! ¡Las compran y cómo! ¡Unos, para la suegra; otros, para su jefe!”».
Acerca de la mentalidad soviética:
Respondió todo el mundo. Aceptaron acoger y tratar a nuestros niños en Italia, Francia, Alemania... La compañía aérea Lufthansa los trasladó a Alemania por su cuenta. [...] El padre de unos niños irrumpió en mi despacho y me exigió que le devolviera los documentos del chaval. «Allí a nuestros hijos les van a sacar la sangre. Van a hacer experimentos con ellos». Está claro que el recuerdo de la terrible guerra aún no se ha borrado. El pueblo recuerda. Pero aquí hay además otra cosa. Durante mucho tiempo hemos vivido tras una alambrada. En el campo socialista. Y teníamos miedo del otro mundo. No lo conocíamos. [...] La Unión Soviética cayó. Se derrumbó. Pero muchos siguieron esperando ayuda durante mucho tiempo de un gran y poderoso país que había dejado de existir. Mi diagnóstico es... ¿Quiere oírlo? Una mezcla de prisión y jardín de infancia: esto es el socialismo. El socialismo soviético. El hombre entregaba al Estado el alma, la conciencia, el corazón, y a cambio recibía una ración. La ración de Chernóbil.
Napoleón en Chamartín.  De Benito Pérez Galdós.
Siempre muy interesantes los relatos de PG de la historia de España de los años napoleónicos mezclados con la historia de Gabriel e Inés. Un poco largo y enrevesado el coloquio entre personajes acerca de la política del momento y, en cambio, fugaces los lances de los enamorados.
Acerca de la plebe, el autor nos regala:
Ayer ídolo, ayer amigo, ayer compañero de la vil plebe, cuyo traje y costumbre, y hablar y modos imitaba, hoy inmolado por ella con barbarie inaudita, con esa cruel presteza que ella emplea, ¡la infame furia!, en todas sus cosas.
Pero lo espantoso, lo abominable y más que abominable vergonzoso para la especie humana, fue lo que ocurrió después. La plebe tiene un sistema especial para celebrar las exequias de sus víctimas, y consiste en echarles una cuerda al cuello y arrastrarlas después por las calles, paseando su obra criminal, sin duda para presentarse a los piadosos ojos en la plenitud de su execrable fealdad. Esto pasó con el cadáver del infeliz regidor, a quien conocimos amante de Lesbia, amante de la Zaina, amante de todas, pues no hubo otro que como él prodigara su hermosa persona en altas y bajas aventuras; esto pasó con el cadáver del infeliz a quien llamo don Juan de Mañara, [...]. Pero apartemos los ojos; no miremos, no, ese despojo sangriento que por la calle de la Magdalena, y después por la del Avapiés, abajo, arrastran en inmunda estera unos cuantos monstruos, hombres y mujeres tan solo en la apariencia; cerremos los oídos a sus infames gritos y, sobre todo, no miremos ese destrozado cuerpo, aún caliente, a quien las puñaladas, los golpes, el frecuente tropezar, van quitando la figura humana, haciendo un girón lastimoso de lo que fue, de lo que era pocos minutos antes, hombre gallardo y gentil, y lo que es más digno de consideración, hombre dichoso y amable. Y mientras pasa esa salvaje bacanal, ese río de sangre y de infamia y de crimen, meditemos sobre las mudanzas mundanas, y especialmente sobre las cosas populares, las más dignas de meditación estudio.
¿Era [la víctima] el autor de la traición indudable descubierta [...]? Os diré francamente que yo tampoco lo sé.
La llamada de la tribu.  De Mario Vargas Llosa.
Se lee con verdadero placer al ir conociendo el pensamiento de los autores que marcaron la vida de Mario Vargas Llosa. En un primer capítulo, La llamada de la tribu, hace una recorrida por su orientación política desde su adolescencia hasta el presente y menciona a los autores que más influyeron en su pensamiento y postura filosófica. También hace una notable descripción y defensa del liberalismo, como doctrina profundamente humana. Nos cuenta su desencanto con Sartre, a quien tanto había admirado, cuando dijo que los escritores africanos debían «dejar la literatura para hacer la revolución y crear un país donde aquella fuera posible». (Yo me pregunto: ¿Cuándo dejó de escribir Sartre y qué revolución hizo? Y también me pregunto: ¿Qué literatura se produjo en los regímenes marxistas?). También su desencanto con la Revolución Cubana al enterarse de los campos de concentración donde recluían a trabajos forzosos a homosexuales, delincuentes comunes y opositores al régimen. En su acercamiento al liberalismo, mucho tuvieron que ver Thatcher y Reagan, que con sus políticas económicas liberales produjeron un verdadero relanzamiento de sus respectivos países. No por ello deja de criticarlos por su conservadurismo en temas sociales (aborto, homosexualidad, eutanasia y matrimonio igualitario). Ambos fueron grandes estadistas –dice– y contribuyeron notablemente al derrumbe de la URSS. Ninguno de ellos fue un líder carismático del tipo de Hitler, Mussolini, Fidel o Perón, pero precisamente no necesita serlo un estadista no populista, siendo que estos recurren al «espíritu de la tribu», según expresión de Karl Popper. Ese espíritu es el que mueve al hombre a arroparse en la pandilla, la hinchada o el nacionalismo, llevándolo a cometer atrocidades que en solitario no cometería. Menciona, exaltándolos, a Alberdi y a Carlos Rangel, ambos latinoamericanos, entre otros.
En su explicación del liberalismo, nos dice que «…no es una ideología más, esos actos de fe laicos tan propensos a la irracionalidad, a las verdades dogmáticas, [...] Es una doctrina que no tiene respuestas para todo como pretende el marxismo».
Los siguientes siete capítulos, los dedica sucesivamente a Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friederich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel, autores estos que marcaron su vida “ideológica”.
Adam Smith: es considerado como el padre del liberalismo, aunque también como «el padre de la Economía», cosa que, Vargas Llosa dice que hubiera dejado estupefacto a Adam Smith, quien se consideró a sí mismo como un moralista y un filósofo. Luego pasa revista sus principales obras:
·       La teoría de los sentimientos morales. Ya el título nos dice que es cierto que AS no se consideraba a sí mismo un economista. Se preocupa en él por dilucidar por qué las sociedades humanas se mantienen en cierta cohesión siendo como son los individuos tan disímiles. Ensaya acerca de la empatía y cree que, a pesar de los horrores de que el hombre es capaz, los buenos sentimientos prevalecen. Dice AS que «La naturaleza, cuando formó al ser humano para la sociedad, lo dotó de un deseo original de complacer a sus semejantes y una aversión original a ofenderlos». Tiene una fuerte aversión hacia los nacionalismos porque a menudo «nos predisponen a mirar con los celos y la envidia más malignos la prosperidad y grandeza de cualquier nación cercana».
·       La riqueza de las naciones. En este libro, AS buscó entender las causas que mantienen el orden natural y social y explicó las leyes del mercado, razón por la que se lo suele encasillar como economista. Y este “descubrimiento” del mercado como factor de progreso, fue lo que más ha trascendido de su obra, por más que en ella haya tratado numerosos temas. A diferencia de las teorías de Marx, esto se trató de una descripción de hechos y conductas humanas existentes y no de imaginaciones teóricas acerca del “hombre nuevo” y del devenir “inevitable” de la sociedad humana, todas afirmaciones de Marx que nunca se pudieron verificar en la realidad. Los intercambios libres y la división del trabajo permiten la mejor asignación de recursos; en esta tarea intervienen tanto compradores, como vendedores y productores, todos ellos sin mayor conciencia de lo que están aportando al bien común. Es el egoísmo –«la mano invisible»– y no el altruismo lo que permite el progreso y el bienestar generalizado. Esto es un sistema espontáneo y los enemigos del mercado libre son los privilegios, los controles y las prohibiciones. «Por regla general, el ciudadano no intenta promover el bienestar público ni sabe cuánto está contribuyendo a él. Prefiriendo apoyar la actividad doméstica y en vez de la foránea, solo busca su propia seguridad, y dirigiendo esa actividad de forma que consiga el mayor valor, solo busca su propia ganancia, y en este como en otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no entra en sus propósitos».
Ortega y Gasset: A pesar de no haber sido liberal en lo económico, cosa que deja a su liberalismo rengo, su aporte a estas ideas fue muy importante.
España invertebrada: en esta obra anticipa los problemas de los separatismos vasco y catalán. Rescata la colonización por sobre la conquista, entendiendo que no ha sido obra de la monarquía ni de la nobleza, sino del pueblo.
La rebelión de las masas: La masa no tiene clase social; pertenece a la tribu. Se han deshumanizado. Comunismo y fascismo son ejemplos de regresión del individuo al hombre-masa. Predijo con medio siglo de anticipación que solo la unión europea salvaría al continente del naufragio. Anticipó que el crecimiento de los estados llevaría a la ruina de las naciones. De esta misma obra son los siguientes párrafos, recopilados por mí:
1.- «La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal. [...] El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el Poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a si mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo –conviene hoy recordar esto– es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra.
»¡Convivir con el enemigo! ¡Gobernar con la oposición! ¿No empieza a ser ya incomprensible semejante ternura? Nada acusa con mayor claridad la fisonomía del presente como el hecho de que vayan siendo tan pocos los países donde existe la oposición. En casi todos, una masa homogénea pesa sobre el Poder público y aplasta, aniquila todo grupo opositor. La masa –¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?– no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella».
2.- «Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que permanentemente existe entre el tonto y el perspicaz. Este se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo; se parece discretísimo y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza. [...] El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio en mucho más funesto que un malvado, porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás».
3.- La misión del llamado «intelectual» es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra del intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban. Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral».
Friederich von Hayek: En The road of serfdom, señala que «la planificación centralizada socava de manera inevitable los cimientos de la democracia y fomenta el fascismo y el comunismo, que son dos expresiones del mismo fenómeno. Define al mercado como un sistema que nadie inventó, que se fue dando y  perfeccionando por azar por la irrupción en la historia humana de ese accidente que es la libertad. «… reglas de juego que privilegien al consumidor por sobre el productor, al productor sobre el burócrata, al individuo frente al estado y al hombre vivo de aquí y ahora por sobre aquella abstracción con la que justifican todos sus desafueros los totalitarios: la humanidad futura (MVLL)». «…nuestra civilización es en gran medida un resultado imprevisto y no pretendido de nuestro sometimiento a las reglas morales y legales que no fueron nunca inventadas con un resultado prefijado, sino que crecieron porque las sociedades que poco a poco las fueron desarrollando se impusieron en cada caso sobre otros grupos que seguían reglas diferentes, menos favorables al desarrollo de la civilización».
Es verdaderamente un regalo para el espíritu, la divagación acerca de “La Verdad” que hace Karl Popper, así como del gradualismo Vs repentismo o revolución, tema este que también aborda Ortega y Gasset en La rebelión de las masas.
Sería largo seguir transcribiendo y comentando párrafos de este importante alegato en defensa del liberalismo como fuerza verdaderamente progresista en el mejor sentido que a esta palabra se le pueda dar.
Viejas historias de Castilla la Vieja.  De Miguel Delibes.
Austeros y por momentos desgarradores relatos de la vida de pueblo en esas tierras de desmesuras y ascetismo al mismo tiempo. Sus personajes, tan identificados con el paisaje magro de las tierras del Quijote, no dejan de sorprendernos con sus empecinamientos.
Cito un párrafo donde nos dice lo que es morir en el pueblo:
… tomé el camino de Pozal de la Culebra, con el hato en el hombro y charlando con el Cosario de cosas insustanciales, porque en mi pueblo no se da demasiada importancia a las cosas y si uno se va, ya volverá; y si uno enferma, ya sanará; y si no sana, que se muera y que le entierren. Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, a los chopos y a los rastrojos. En las ciudades, se muere uno del todo; en los pueblos, no; y la carne y los huesos de uno se hacen tierra, y si los trigos y las cebadas, los cuervos y las urracas medran y se reproducen es porque uno les dio su sangre y su calor y nada más.
Operación Traviata.  De Ceferino Reato.
Al igual que en Disposición final, el autor nos entrega una obra periodística notable. Con el telón de fondo del asesinato de Rucci, nos muestra los entresijos de la política de esos tumultuosos meses de la llegada de Perón hasta su muerte. En ningún momento (o casi en ninguno) el autor da opiniones sobre lo que está ocurriendo, sino que transcribe testimonios de algunos de sus protagonistas, y reconstruye las situaciones y disputas del momento. Las opiniones corren por cuenta del lector, que, a poco que lea críticamente la obra, podrá ver con palmaria seguridad las pasiones poco reflexivas que animaban a la mayoría de ellos. La violencia era vista como el único, o al menos el más eficiente método de hacer política. No pasaba por las mentes afiebradas de algunos de ellos el hecho de que la inmensa mayoría del famoso y tan mentado pueblo no compartía tales métodos ni tales fines. O al menos los ignoraba. A tal punto llegaba su mesianismo, que, siendo como eran los Montoneros un grupo de elites de clases acomodadas, que pretendían sin embargo representar al proletariado, lanzaban consignas como: «¡La clase obrera dirige la batuta para que bailen los hijos de puta!». Y esta actitud, por más quee se dijeran peronistas, estaba claramente inspirada en Lenin cuando afirmaba que «…un pequeño grupo sin raíces en la clase trabajadora, tenía derecho, por el solo hecho de profesar la doctrina marxista, de proclamarse como único representante del proletariado y exclusiva encarnación de la conciencia proletaria». 
Cuando sí el autor da opinión es cuando reflexiona (pág. 132) acerca de la historia contada por los liberales o por los revisionistas. 

Con la notable salvedad del riojano Ángel Vicente Peñaloza, "El Chacho", un caballero que se destacó por respetar la vida de sus prisioneros, también los caudillos federales se apasionaron en derramar sangre de hermanos. Los historiadores "revisionistas" y "progresistas" suelen olvidar eso: recortan al peor Sarmiento, el que el 20 de septiembre de 1861 aconsejó a Mitre por carta que "no trate de economizar sangre de gauchos", pero ocultan al peor Juan Manuel de Rosas, el que prometió vengar el asesinato de su aliado Juan Facundo Quiroga asegurando que "la sangre argentina correrá en porciones". (Además, hay que tener en cuenta que, poco tiempo después de esas palabras severas, el 26 de octubre de 1837, Santos Pérez, el ejecutor de ese crimen, gritó: "iRosas es el asesino de Quiroga!", antes de que lo fusilaran en la Plaza de la Victoria por orden, precisamente, del Restaurador de las Leyes). Lo mismo sucede con el Chacho Peñaloza: los "revisionistas" y "progresistas" cuentan en detalle sus luchas contra el "centralismo porteño" de Mitre y Sarmiento, pero olvidan que también se había levantado contra otro "centralismo porteño", el de Rosas. En nuestras feroces guerras civiles los prisioneros quedaban a merced del vencedor, que generalmente los pasaba a degüello porque era el método más económico y popular de sellar la victoria, aunque algunos autores distinguen que los unitarios preferían castrar a sus rivales, mientras que los federales se inclinaban por cortar las cabezas de sus adversarios. Testículos versus cabezas, una muestra de salvajismo nacional muy extendido.
También opina, por supuesto, en el epílogo, a cuyos conceptos adhiero francamente con la pequeña salvedad de su opinión acerca de la teoría de los dos demonios:
SUPERIORIDAD MORAL
No existe ningún “ideal" que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el No matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, corno dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el No matarás cuando se trata de nuestros propios hijos.
Oscar del Barco en una carta a la revista cordobesa La Intemperie.
Muchos de quienes se reivindican ahora como los herederos de los montoneros y de la década del setenta adoptan un estatus de superioridad moral con relación al resto de la sociedad. Han construido un relato histórico que los libera de los pecados cometidos gracias a una memoria selectiva, que acomoda los hechos y les proporciona un autoconsuelo y una autoabsolución. Cuando son confrontados con sus errores y con sus crímenes, echan mano a los sueños y a los ideales que los animaban en aquellos años dorados, que eran tan grandiosos como cruentos: se pueden resumir en la construcción de una sociedad de hombres nuevos, iguales y libres, pero que debía surgir sobre el abono de mucha sangre, propia y ajena. Si eso no basta, convocan a los muertos, a los desaparecidos y a los torturados de la dictadura, como si la salvaje represión de los militares alcanzara para redimirlos integralmente. Una vez que los argumentos se acaban, optan por pasar al ataque e intentan descalificar a sus interlocutores, acusándolos, por ejemplo, de respaldar la teoría de los dos demonios. (Aclaro, por las dudas, que estoy en contra de esa teoría porque la barbarie del Terrorismo de Estado, de la dictadura, no puede ser equiparada con nada1). Confío en que la reconstrucción del asesinato de Rucci y la descripción de sus terribles consecuencias sirvan para poner en duda esa idea de un grupo particular que concentra el monopolio de la moral y de la ética, que es capaz de determinar con infalibilidad papal sobre lo bueno y lo malo. Un sector que, por ejemplo, segrega esos sumos sacerdotes, y sacerdotisas, que se ocupan de purificar a unos y de demonizar a otros, distribuyendo aureolas y cuernitos.
Me gustará agradecer a todos los que han colaborado con este libro, en especial a los ex montoneros que han admitido el error cometido por la Organización a la que pertenecían. Ellos ya se han reciclado, llevan una vida normal y no están conformes con esa visión pasteurizada de los grupos guerrilleros que predomina ahora, que los muestra casi como organizaciones no gubernamentales que se dedicaban a la promoción de los derechos humanos, las libertades civiles, la igualdad de género y la democracia. Su valentía contrasta con la actitud de otros, que incluso estaban colocados por encima de ellos en la jerarquía de la Orga. [Luego siguen agradecimientos].
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1) Cuando digo que no comparto su opinión sobre este tema es porque creo firmemente que la única diferencia entre unos y otros fue cuantitativa. Unos lograron el poder y tuvieron más capacidad de daño. Pero ambos creían que luchaban por un objetivo superior, que representaban el “sentir nacional” y no les preocupaba ni poco ni mucho lo que opinara en realidad el pueblo, al que tanto proclamaban representar.



Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...