domingo, 9 de junio de 2019

La ortografía


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Imaginemos que el mundo fuese tal cual lo conocemos, con sus civilizaciones post industriales y el desarrollo de sus idiomas. Imaginemos solo que la escritura no hubiese evolucionado a lo que hoy es, sino que se hubiese estancado en la etapa pictórica, cuneiforme o, a lo más, ideográfica.
Es de suponer que habría algún problema con los teclados de las computadoras, ya que tendrían que contar con algo así como quince mil teclas y ocuparían la superficie de una mesa de ping pong.
Imaginamos que las impresoras tendrían también sus complicaciones. Entonces, las computadoras en general serían un artículo costosísimo. Y los operadores serían una verdadera casta como lo fueron los escribas en civilizaciones pasadas y no tan.
Imaginemos también que una mente brillante, nacida en alguna tierra hispanohablante, hubiese concebido la existencia de un abecedario. Antes de darle la forma definitiva y –como es brillante también es humilde– decide exponer su idea a las academias de la lengua, para que se hagan los profundos estudios necesarios para darle la forma definitiva que fuese más aconsejable.
Nuestro brillante y humilde personaje, explica las virtudes de su elucubración: «Se trata de signos que son una abstracción de los sonidos, no de las ideas o conceptos. Por ello, se podrán escribir neologismos, palabras extranjeras, imitar voces de animales y hasta sonidos guturales o inexistentes, que con los ideogramas son dificultosos, cuando no imposibles».
«Tendremos que manejar un número reducido de signos o caracteres. Algo así como media docena de vocales y una veintena de consonantes». (Nuestro héroe ya había inventado los nombres de ambos tipos de letras). «Ello reducirá en forma drástica las teclas de las computadoras, y facilitará el aprendizaje de la lectoescritura. Se logrará que en cada casa haya una computadora o más». Tengamos en cuenta que, en la época de la Olivetti o Remington mecánicas, de quince mil teclas cada una, solo contaban con ellas la CIA, la NASA, el Kremlin y la KGB. Luego, con el advenimiento de las computadoras, y mediante algunas simplificaciones, se había logrado llegar a teclados de solo seis o siete mil teclas y ya cada gobierno (tercer mundo incluido) contaba con una computadora; algunos con dos.
La posición de los académicos resultó de lo más variada. En un extremo estaban los que, como el Ilustrísimo Charlie Marenghi, aplaudían fervorosamente, imaginándose a las multitudes de personas que, en pocos años dejarían de ser analfabetas. Se imaginaban también la irrupción de computadoras personales, laptops, Palms, Ipads etc. que entrarían vigorosamente en nuestras casas. Y ¡cuántas fuentes de trabajo se crearían por la industria, venta y service de tales máquinas!
Claro que también estaban los que, acaudillados por Dejátodo Komoestaba, pensaban que era mejor dejar todo como estaba. Después del denodado esfuerzo que les había costado aprender quince mil ideogramas y otros recónditos secretos de la escritura, era cosa de locos permitir que toda esa chusma viniera a ocupar tan sacros espacios y a disputarles su bien ganado lugar en la sociedad.
Pero tan brillante era el invento, que finalmente se impuso, no sin muchísimos debates. «Si los sonidos van a ser representados por signos, lo ideal es que a cada signo le corresponda un sonido, y a cada sonido un signo. Sencillito y de alpargatas. ¿A quién se le puede ocurrir que un mismo signo tenga distintos sonidos o que inventemos una letra que no suena?»  Era lo que sostenían con ardor los seguidores de Marenghi.
«¡Pero así cualquiera va escribir bien!». Clamaban al cielo los seguidores de Komoestaba. «No se va a notar la diferencia entre quienes, abnegadamente y con mucho sacrificio, hemos entregado nuestra vida a este sublime apostolado, y quienes, haciendo culto de una haraganería inveterada, irrumpirán para igualarlo todo». 
De la solución de compromiso entre ambas posturas fue que quedaron la ge y la jota compartiendo un mismo sonido y, para peor, la ge, además, puede sonar de dos maneras distintas. Y la ve y la be. ¿Y la hache? Ni opina, ¡es muda! O la ce, que tiene conflictos de competencia con la zeta, con la cu, con la ka y hasta con la ese, al menos en los territorios seseantes.




1 comentario:

María Alicia dijo...

Cuánta sofisticación gráfica, siglos de evolución de cada idioma... y nos están invadiendo los EMOJIS...

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