El hombre de las cruzadas. De Michael Eisner
Extraordinaria novela histórica que nos cuenta las aventuras de caballeros cruzados que no dudan en abandonar su cómoda vida se señores feudales para embarcarse en una «Guerra Santa» contra el musulmán «usurpador de los Santos lugares». Las grandezas y bajezas de los personajes hacen que la ficción sea en todo momento muy llevadera, al tiempo que nos ubica en el entorno de la época. Vemos el fanático dogmatismo que les permitía ejecutar a un infiel sin considerar ello como un pecado u ofensa al propio Dios que decían defender. Nada importaba que el Evangelio no dijera cosa parecida, en nombre de la sagrada causa se podía matar incluso a mujeres, niños o simples campesinos con la excusa de que eran futuros soldados del ejército de Satán.
La dama de la noche. De Viviana Rivero
Muy bien lograda novela con la trama dividida entre Buenos Aires (1935) y Florencia (1903). Dos lugares y fechas tan distantes pero unidos por una trama que se va revelando de a poco. Hay momentos de tensión y suspenso que alimentan la ansiedad por avanzar y nos tientan a saltear páginas para ver cómo sigue la cosa.
Todo ello inmerso en la historia argentina de los años 30 del siglo pasado, con su habitual cuota de corrupción. Para quienes tuvimos la suerte de leer en ya lejanos años “El debate de las carnes” (una parte de las “Obras Completas” de Lisandro de la Torre), muchos de los episodios y personajes que aparecen en la novela, nos resultan familiares. Allí vemos al propio senador de la Torre; a su sucesor (“mi semilla” como lo calificaba don Lisandro), Enzo Bordavehere, escandalosamente asesinado en el Senado de la Nación; así como a los ministros Pinedo y Duhau. Y vemos la feroz resistencia del sistema a las incisivas investigaciones del senador.
Pero, volviendo a la trama en sí de la obra, hay dos historias de amor que deben luchar contra los prejuicios de la época por diferencias de edad o de clase social.
La mentalidad anticapitalista. De Ludwig von Mises
El autor analiza la increíble persistencia de «la mentalidad anticapitalista» imperante entre las clases intelectuales de las sociedades más prósperas, que lo son precisamente gracias al capitalismo. Y analiza en profundidad algunas de sus causas, entre las que podemos mencionar el resentimiento y la envidia por las ambiciones no logradas. Y esto se da muy especialmente entre las clases más instruidas.
…[las] personas, para consolarse, [de sus frustraciones] buscan siempre un chivo expiatorio. El fracaso –piensan– no les es imputable [...] Es el orden social dominante la causa de sus desgracias; no premia a los mejores; galardona, en cambio, a los malvados carentes de escrúpulos, a los estafadores, a los explotadores, a «los individuos sin entrañas». La honradez propia perdió al interesado; él era demasiado honesto… [...] [Piensa que] bajo el capitalismo, hay que optar entre la pobreza honrada o la turbia riqueza; él prefirió la primera. [...] Tal frustración, según veíamos, surge bajo cualquier orden social basado en la igualdad de todos ante la ley. Sin embargo, esta es solo indirectamente culpable del resentimiento, pues tal igualdad lo único que hace es poner de manifiesto la innata desigualdad de los mortales en lo que se refiere al respectivo vigor físico e intelectual, fuerza de voluntad y capacidad de trabajo. Resalta, eso sí, despiadadamente el abismo existente entre lo que realmente realiza cada uno y la valoración que el propio sujeto concede a su comportamiento.
Por supuesto que también analiza los logros del capitalismo liberal haciendo hincapié en la necesidad del empresario de satisfacer al cliente, y cuantos más clientes logre, mayor será su éxito; quiere decir que trabaja principalmente para las masas.
…las empresas de verdadero volumen, las grandes fábricas y explotaciones, están siempre, directa o indirectamente, al servicio de las masas. La revolución industrial, desde su inicio, ha venido beneficiando continuamente a las multitudes. Aquellos desgraciados que, a lo largo de la historia, formaron siempre el rebaño de esclavos y siervos, de marginados y mendigos, se transformaron, de pronto, en los compradores, cortejados por el hombre de negocios, en los clientes «que siempre tienen razón».
Otra.
El nivel de vida del hombre medio occidental no se consiguió a base de ilusorias disquisiciones en torno a un vago concepto de justicia, se alcanzó, por el contrario, gracias al actuar de «explotadores» e «individualistas sin entrañas».
Otra:
Las instituciones modernas, tanto de tipo político como jurídico, están concebidas para salvaguardar la libertad individual contra el abuso de poder. El gobierno representativo, el Estado de derecho, la independencia del poder judicial, el habeas corpus, la posibilidad de recurrir jurisdiccionalmente contra la Administración, la libertad de palabra y de prensa, la separación de la Iglesia y el Estado y otras muchas instituciones análogas tienen todas ellas idéntico objetivo: limitar la discrecionalidad de los poderes públicos y proteger al ciudadano ante la arbitrariedad gubernativa. La era del capitalismo acabó con los últimos vestigios de servidumbres y esclavitudes; puso fin a la crueldad punitiva, reduciendo las sanciones penales a aquel mínimo ineludible para refrenar al delincuente; suprimió la tortura y otros violentos modos de tratar a sospechosos e incluso a criminales; abolió los privilegios, proclamando la igualdad de todos ante la ley; convirtió a los hombres en ciudadanos libres, que ya no tenían por qué temblar ante el tirano y sus secuaces. Fruto de este nuevo modo de pensar fue el progreso material que inundó Occidente. La aparición de la gran industria moderna, gracias a la cual, por hallarse enteramente al servicio de la clientela consumidora, todos viven mejor, exigía la desaparición de reales patentes y discrecionales privilegios, permitiéndose a cualquiera desplazar a sus ocupantes de los puestos más codiciados, con lo que se impulsaba el ascenso de los más capaces –de los más capaces desde el punto de vista de los consumidores, evidentemente. Nadie pone en duda que, pese al continuo incremento de la población, todo Occidente goza de un nivel de vida que hace muy pocas generaciones resultaba impensable. A pesar de ello, no han faltado entre nosotros quienes abogaran por la tiranía, o sea, por el gobierno arbitrario de un autócrata o de una reducida minoría que somete a su voluntad al resto de la población.
Nunca. De Ken Follett
Otra apasionante novela del autor de «El hombre de San Petersburgo» y «Los pilares de la Tierra», entre otras. Aquí nos cuenta, por un lado, las aventuras de espías de la CIA que están detrás del tráfico de drogas con que se financia una organización terrorista del Norte de África y, por el otro, de los entretelones de las negociaciones entre China USA y Corea del Norte, para evitar la guerra nuclear. Cuenta con particular maestría las vicisitudes de la vida en el Sáhara con el tráfico de drogas y de esclavos, en pleno siglo XXI. Y, con igual acierto, nos cuenta cómo se van desarrollando los acontecimientos que terminarían con la humanidad.
El hombre de San Petersburgo. De Ken Follett
Como era de esperar, el autor despliega su gran talento para la narración de historias de pasiones personales, inmersos en la política mundial de los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial. Con notables conocimientos de esos momentos cruciales de la Historia, hace interactuar a personajes de ficción con notorias figuras políticas del momento, por ejemplo a Churchill. Imperdible, por momentos nos deja sin aliento.
El italiano. De Arturo Pérez Reverte
No defrauda el autor lo que se espera de sus antecedentes en esta novela histórica. En realidad es más una historia contada, basada en documentos y testimonios de sus protagonistas en la que solo se recrean novelísticamente algunas escenas y diálogos imposibles de rescatar en forma fidedigna. Por momentos, aunque el autor da pistas acerca del final, la lectura nos quita el aliento. Vemos cómo algún protagonista está tomando un rumbo que inexorablemente lo llevará a la catástrofe y no lo sabe. Y nos deja allí pasando a otros personajes que tampoco están exentos de inimaginables riesgos.
La historia transcurre durante la 2ª Guerra Mundial en Gibraltar. Allí buques británicos son acosados por temerarios buzos italianos que les ponen explosivos debajo de la línea de flotación. Corren para ello riesgos difíciles de creer. Y, sobre todo, desconciertan al enemigo por lo inusual, modesto e indetectable de sus recursos técnicos. Quien disfruta de una historia de suspenso y aventuras, no puede dejar de leer esta maravilla. Maravilla a la que Pérez Reverte nos tiene ya acostumbrados.
La vida heroica de María Curie. De Ève Curie
Es tan novelesca la vida de María Curie que debería ser muy mala la obra para que no resultase al menos interesante, por no decir apasionante. En este caso, al ser escrito por la hija de la protagonista, podríamos pensar que los juicios emitidos están sesgados por el amor filial. Aunque algo de eso pudiera haber, no alcanza para empañar la aventura que implica seguir los pasos de esta extraordinaria mujer. Un enorme acierto de la autora es intercalar algunos párrafos del nutrido archivo epistolar de la heroína. Tanto enviadas como recibidas de sus parientes, amigos, colegas, admiradores, periodistas, cazadores de autógrafos y otras tantas personalidades de la época. Su desinteresada lucha por la ciencia la llevó a rechazar honores y distinciones que tan a menudo se le ofrecían, llegado a despreciar verdaderas fortunas que estaban al alcance de su mano. De esto pareció arrepentirse al final de su vida, al comprobar que ese dinero le hubiese dado la posibilidad de construir esos laboratorios por los que tanto bregó en su vida. La 1ª Guerra Mundial permitió conocer otra faceta de su admirable personalidad al ponerse al frente de los novísimos Rayos X que permitían, en el frente de batalla, tomar decisiones cruciales a los cirujanos.
Cito un par de frases que me dejaron impresionado.
...Gran número de mis amigos afirman, no sin razones aceptables, que si Pierre Curie y yo hubiéramos garantizado nuestros derechos, habríamos adquirido los medios financieros necesarios para la creación de un Instituto de Radium satisfactorio, evitando todos los obstáculos que han sido un handicap para los dos y que siguen siéndolo para mí. No obstante, mantengo mi convicción de que nosotros teníamos razón. La humanidad, evidentemente, tiene necesidad de hombres prácticos que sacan el máximo de su trabajo y, sin olvidar el bien general, salvaguardan sus propios intereses. Pero la humanidad también tiene necesidad de soñadores, para quienes los prolongados desintereses de una empresa son tan cautivadores que les es imposible consagrar cuidados a sus propios beneficios materiales.
Sin duda alguna, esos soñadores no merecen la riqueza, puesto que no la desean. De todas maneras, una sociedad bien organizada debería asegurar a estos trabajadores los medios eficaces de cumplir su labor, en una vida libre de toda preocupación material y libremente consagrada a la investigación.
Otra, refiriéndose a la ocupación soviética de su Polonia natal:
Yo he vivido bajo un régimen de opresión. Usted no. Y no puede comprender usted la dicha de vivir en un país de libertad.