domingo, 24 de julio de 2022

Festejo compartido


Ficción por Marta Tomihisa

Las brasas ardían invadiendo con chispas y calor este lado de la estancia sobre el que descendía inevitablemente la noche.

Eulogio avivó el fuego; en la parrilla un suculento asado esparcía su aroma tentador. Se quedó mirando las estrellas, pero las risas y la música que venían de la casa lo llamaron a la realidad. El patrón había pedido que la carne estuviera en su punto justo, a las diez de la noche.

¡Y pensar que hoy también cumplía diez años, su único hijo varón! 

Pero él debía estar aquí, sometido a los antojos de don Camilo que también festejaba su cumpleaños.

Tenía tantas ganas de irse y dejar todo en banda, pero…

Los parientes fueron los primeros en llegar, junto al médico del pueblo, amigo personal del dueño de casa. La mesa ya había sido preparada por la sirvienta y su hijo Pancho, quien oficiaba de mandadero y otras yerbas.

Se encaminó para la cocina con la intención de tomarse un trago, con todo este trajín nadie lo iba a controlar y un par de copas no le vendrían mal. 

Apenas lo vio, la sirvienta le encomendó:

–Eulogio andá al sótano y traeme unas cuantas botellas de vino, yo todavía no tuve tiempo y ya llegaron los invitados, el Pancho te puede ayudar. 


Bajaron los dos y, mientras él buscaba lo que le habían encomendado, el muchacho se puso a curiosear. Aquí, en el sótano, había tantas cosas…

En una alacena sobre un estante alto, se destacaban varias damajuanas con un líquido de color oscuro y una etiqueta con una calavera, ordenadas en fila.

–¿Y esto, qué es?– preguntó el chico.

–No, eso no se toca, eso es veneno para los yuyos…–respondió Eulogio.

Pancho sonrió, aunque no había nada divertido en la situación.

–Vea don Eulogio… ¿Y si les servimos esto?

Sin esperar respuesta, el muchacho se rio con ganas de su propio chiste.

Eulogio lo miró y, en absoluto silencio, cargó las bebidas que le habían encomendado…


El festejo estaba en su apogeo, la música proveniente del gran salón comedor ya invadía toda la estancia. Los invitados hablaban y reían, en el desorden propio de la algarabía de muchas personas juntas, con algunos tragos de más.

Don Camilo sonriente, se paró y propuso un brindis levantando su copa, aunque ya había bebido un generoso sorbo del espumoso vino.

De pronto se encorvó, llevó sus manos al pecho y cayó de bruces sobre la mesa…

La esposa desencajada, gritó:

–¡Un infarto!

El médico de la familia, demasiado entonado y compungido firmó enseguida el certificado de defunción… 


Al final, la fiesta se terminó temprano…

3 comentarios:

Charles dijo...

Aldo nos dijo: Muy bueno. La dama Juana.

mscernich dijo...

Hola , encontraste la formula para el crimen perfecto? Muy bueno!!!!!!!!!!!!!!!!

Jacqueline dijo...

Muy bueno! Con bastante suspenso! Beso!!!

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